Algaida: El brillo del jardín marchito.

Eduardo LizaldeEl poeta y ensayista Leopoldo Lezama (D.F., 1980) nos presenta un ensayo en torno a la poesía de Eduardo Lizalde (D.F., 1927), poeta fundamental de nuestros tiempos, en “Algaida”.

 

Algaida: El brillo del jardín marchito

 

Pocas veces un viaje a través del imaginario poético había formulado una constelación emotiva tan vasta, tan sorprendente como la Algaida de Eduardo Lizalde. Poema extenso, total, construye un espacio extraordinario por el cual transcurre la historia simbólica de un tiempo iluminado. Algaida, amanecer del jardín elástico en el que nace, crece y se desarrolla la vida en todas sus constelaciones. Lugar formidable donde el hombre vuelve a su origen; la tierra nace, nace lo vital, se habita el sitio primigenio, el edén expande sus luces de voraz crecimiento y concibe la alegoría de una era en que todas las cosas de la tierra eran puras. Algaida, canto a la majestuosidad de la naturaleza, totalidad reunida en un jardín, pasado y futuro concentrados en la música de la realidad orgánica. Búsqueda de cimientos y de augurios, búsqueda de plenitud y de raíces mágicas, jardín que se vuelve corpóreo y hace palpables sus elementos magníficos. Entonces la canción alcanza un equilibrio que asombra y el poema comienza, el poema de las aves, del aire y de las plantas, de los llanos que se volvieron matorrales. Lo natural se vuelve corpóreo, se disemina por los sentidos en un juego de esencias, es la voz de la fauna y de las plantas, siseos de reptiles menores y cañoneo de aliento terminal de la tormenta. La naturaleza se edifica desde una visión emocionada, van sucediendo imágenes de flores y de bestias, van adquiriendo una tensión alucinante en la que se vuelve posible escuchar la exacta líquida digitación de la lluvia, y la metralla blanquecina del guerrero granizo.

            Algaida, geografía dispersa, fangos y charcos dibujando el lento trazo de la hierba, prado diminuto maniobrando el festín de sus transformaciones; aquí los segundos se volvieron pastizales, los pobres ajolotes se convirtieron en ranas saltarinas de un haikai, luego fueron ranas y a veces salamandras de azulado topacio. Fabulosa capacidad posee el poeta para desenvolver el objeto imaginario, fabulosas asociaciones, fabulosa libertad de trasladar sus larvas conceptuales. Las imágenes saltan de una materialidad a otra sin disminuir su esencia, la rana flexible logra su repentino salto de iguana a salamandra, y de roca a dragones de setenta prediluvianas toneladas. De la misma forma se estructura el encadenamiento simbólico; se forman los tejidos de un fluir metafórico disgregado en múltiples golpes visuales y sonoros, flujo de imágenes y armonías, despreocupado andar de alejandrinos, hipnóticos endecasílabos. Memoria, reflexión, fascinación en que el poema viaja alcanzando los páramos futboleros de la infancia y el esplendor decimonónico. Todo sucede en la Algaida dialéctica, todo se encamina hacia la sublimación de los sentidos:

                                            Y a la espalda del ojo y el oído

                                           el jardín del aroma y el del aire,

                                           poema del olfato y los pulmones y el alma

                                                                           de flores, pasto, bosques…

            Los sentidos despiertan, las texturas brincan, los colores y aromas van propiciando el dominio de las facultades perceptivas. Ya muy adentro de la sensibilidad estimulada el jardín comienza a cantar su ráfaga de viento y también su nardo, tan pequeño que levanta su vuelo. Un canto de los productos del cielo y de la tierra, un canto inundado de presencias, voces del agua y de los dioses, de las ranuras de la piedra y de la música mayor de las mandarinas. Lo divino se vuelve natural, lo natural se hace divino, destella, es luz y movimiento: El poema bullente del jardín es nuestro salmo. La naturaleza entona con cadencia de diamante su himno material, su mágico plañido de arpegios deslumbrantes, majestuoso torrente verbal donde hierve la belleza de las formas vivas: el poema tiende inválidos puentes de pájaros audaces. Poema arbóreo, poema floral, poema líquido, poema aéreo, entabla un diálogo de cortezas, pétalos y plumas. Mundo paradisiaco visto con el pulido cristal de una sensibilidad madura: De lo inmenso me ilumino, poeta. Poema-ventarrón sobre la vasta superficie del césped vuelto cosmos, poema del cielo mudo y la luz candente, poema-fragancia que recorre de las modernas urbes a la fundación de Roma, y de la cultura egipcia a Tonanzintla. Poema-estrella que estimula la voluntad de alzar el rostro y alcanzar los astros con el fino tacto imaginario; así podrá afincarse el deseo de crecer arriba, sin cartografía astronómica ni astrolabio. Poema en el que llueve Dios a cántaros y Dios está lloviendo en el jardín de plenitudes y de infancias coronadas de rosales. Poema de árboles, seres que se yerguen en lo alto, lóbrego ciprés, longevo, funerario. Vuelco atemporal, torbellino nostálgico arrastrando hojas secas hacia las heridas del recuerdo. Poema cíclico capaz de crear una estadía: habitar en la pureza, recorrer la superficie de una vegetación preciosa. Algaida, instante donde la alegría sueña y rememora; lo vivo se cimienta y lo sensible adquiere forma. Poema genésico, camino inverso hacia el origen. Poema-fruto, poema-matriz, poema-raíz sumergido en la tierra, poema-ave respirando la blancura de las nubes. Poema inaugural, lúcido hacedor de monumentos frescos, cuna de las oscilaciones de la luz de la mañana, metafísica a parte, cantera de dioses y murmullos cosmogónicos, poema de tallos ascendentes, ritmo de madera húmeda, sílabas florales, sagrada buganvilia y musgo eterno, sagrada siempreviva.  Algaida, júbilo de ornamentar los aires y el césped, natura jubilosa vuelta arpegio, páramo femenino, mujer de claridades; la tierra es femenina, juego de Eva, marea que no deja de crear principios; mar, esa gran opera seria; mar, cuerpo de miembros tiernos y lenguas infinitas, oleaje de creencias, oleaje de fe rememorada: el poema era espuma, comenzaba en la luz y moría sobre la arena. El poema se vuelve constelación en sí misma y retorna al jardín primero, al que reposa en el recuerdo, jardín de la niñez.

            Y un día el jardín amaneció muerto, la utopía se desgarró entre las ramas y la belleza sufrió un dolor de siglos.

            Algaida, el viaje ha terminado y la vida en tu vientre antiguo se ha vuelto vieja. La villa, las flores, las aves, todo se lo llevó ese siglo delincuente que llenó de bruma lo que antes fueron luces. Tu radiante cabellera se llenó de asfalto y fierro. Ni modo, Algaida, la noche cae sobre tus árboles, tus versos se llenan de polvo, tu canción agoniza. Así es el tiempo, pero no te preocupes, queda el recuerdo y ahí será difícil que tus flores se marchiten.      

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