Foja de poesía No. 145: Rodolfo Alonso

Rodolfo Alonso

Presentamos una mínima muestra de la obra de Rodolfo Alonso, poeta, traductor y ensayista argentino, nacido en Buenos Aires a fines de 1934. Es una de las voces más reconocidas de la poesía latinoamericana contemporánea. 

 

 

Ultimo tango en Rosario

 

Guitarra, bandoneón

y despiadada música:

bajo la cruda luz,

dos rostros descarnados

chirrían con la espesa

danza de los suburbios.

 

Pero ya nadie baila.

Apenas unos viejos

intentan rescatar

–patética efusión–

los relumbres de antaño.

 

 ¿Y adónde se quedaron

tanta pasión y fuego,

tanto ardor, tanto vuelo

provocador y propio?

¿Qué los hizo dejar

de ser y, antes, ser?

¿El tango fue algún modo

(“perdonen la tristeza”)

o era esencia, sentido?

 

Las impares parejas

se rozan removiendo

música despareja.

La juventud vivida

¿permanece, resurge?

Inquieta, interminable,

¿hace de sus cenizas

un carnaval remoto,

un carnaval futuro?

 

 

 

 

Gauguin recuerda a Francia en Mururoa

 

“¿Te dejé por Tahití, triste madrastra,

para morir soñándote, pintando

tu nevada Bretaña? Al color libre

y salvaje huí, a adormecerme

en los senos cobrizos de Tehura,

al resplandor del tamarindo, lejos

de tus gendarmes. Pero estabas allí:

jueces, archivos, sables, mercaderes.

¿Morí una vez, lejos de ti, ajeno,

y he de verme morir en Mururoa?

¿Volveré a ver morir lo que admiraba

por obra tuya nuevamente, madre

mortal? ¿Qué puede un maorí, qué pueden

brujos sabios contra el hechizo blanco,

seco, ácido, letal, inexorable?

La dulce vida no será la misma.

¿Libertad, igualdad, fraternidad?

La gracia huye espantada, suicidándose,

a arrojarse en el mar. En sus abismos

que alguna vez creímos insondables.

Bajo el altar del atolón, el cáncer

de coral su misa negra extiende.

Francia, nodriza cruel, si quieres luz

cría vida. Si sueñas con abismos

que sean tus abismos, no los de otros,

sino en tu propio suelo. ¿Te arrastrarás,

así, tú misma al muro? ¿Ya ni en la paz

de los abismos crees, reina árida?”

 

 

 

 

 

Cuerpo presente

 

Tantas como soñamos

merecer una

 

(Una mujer

 

Muslos de tempestad

senos de viento

sagrado olor a mar)

 

Toda mujer

sentada

en el augusto trono

de su cintura

 

Inmensa

 

 

 

 

Oda a Jonathan Swift

(1667-1745)

 

Lo que el humor no pudo

no lo tendrá la muerte.

Luz de la inteligencia,

corazón de razones,

luz de razón, el hombre

no siempre come sombra.

 

Propone, con modestia

(desde Irlanda, en el mundo,

hace trescientos años),

iluminar la vida,

o morirnos de risa,

al menos, de la infamia.

 

 

 

 

La muerte feliz

                                                                                                                

 A lo que fue Albert Camus

 

Ya no tengo sorpresas de mi cuerpo,

de mi cuerpo feroz y delicado.

Porque aunque nunca hablemos de la muerte,

la Muerte es la medida en cuanto hablamos.

 

Negamos para ser, somos negando,

y el futuro es ayer, ayer futuro:

sólo el presente está desubicado.

Porque el voraz abismo nos transcurre

 

negamos para hacer, somos negados.

El instante, perpetuo Laocoonte,

Prometeo que delira, encadenado

 

a una nube que muerde, a una paciencia

que Sísifo soñaba. Hechos destino

a sabiendas o no, punibles, sanos.

 

                                                                                                                   

 

 

 Poderes de la lluvia

 

Me madrugan las gotas

cantándose en el techo.

 

Maimará se despierta

con calles vueltas ríos.

 

Rodando en la quebrada

roncan las rocas madres.

 

Y hay pájaros que ensayan

en las ramas mojadas.

 

 

 

 

Ruido de fondo

 

Las manos de la nieve

la nieve que cae en sueños

tus sueños como sombras

que asombran nuestro día

el día que no aclara

lo claro de tu risa

que ríe sin que lo sepas

saber que no eres mía

mi pequeña insistencia

que insiste en recordar

el recuerdo que vuela

volando ante el olvido

sin olvidar tu cuerpo

el cuerpo que ilumina

iluminando frondas

la frondosa alameda

álamos contra el cielo

el cielo de tu boca

la boca de la muerte

la muerte que no muere

morir de haber vivido

viviendo como vives

la vida que me das

te doy lo que me duele

el dolor padre y madre

la madre amante hembra

las hembras junto al fuego

el fuego que es la especie

la especie está en peligro

peligran nuestros miedos

los miedos luto en flor

Florencia nunca nunca

nunca será Las Vegas

ni veo en Delfos lumbres

para alumbrar Wall Street

estrías del planeta

planetas que se extinguen

extintos valles fértiles

fértiles sueños manos

las manos que se aman

al amor de lo hecho

hacer lo que se pueda

poder hablar decir

te digo lo que canto

cantar como las manos

manos que construyeron

construir sobre el abismo

abismos que se abren

y abriéndose se cierran

sobre gargantas libres

libertad y justicia

justicia entre las manos

las manos de la nieve

 

 

 

 

El peso de tu paso

 

¿Pasas sin darte peso

cuando pasas, belleza,

inquieta certidumbre,

la joven nuca erguida

avanzando en la sombra,

levemente indecisa,

tendido hacia el futuro

el filo de ese cuello

inefable y letal?

¿O pisas, al hacerlo,

temible adolescente,

el peso de tu paso,

el paso de tu cuerpo

gloriosamente incierto

entre niña y muchacha?

¿El tiempo te contiene

o es tiempo lo que luces,

resplandor que se sabe

preso en su resplandor,

madurez inminente

livianamente espléndida

que firme se presagia,

dorado atardecer

todavía en su mañana?

¿Te ves tú como vemos,

o al verte cambiarías?

Arriesgada inocencia,

¿lo que de luz te colma

escondes o te esconde?

¿Sólo al verte no verte

te veremos, belleza?

¿En otros? ¿En nosotros?

¿No es la belleza verte

saber que no te sabes

mediodía inmortal?

¿Y anidas, sin embargo,

tu huevo de serpiente?

No temas, todavía,

no es nostalgia o deseo

percibir tu milagro

de presente huidizo,

de futura memoria.

Somos lo que sabemos

ver, lo que nos hace ver,

siendo somos lo sido,

seremos lo que sé,

lo que sé ser: ser sed.

 

 

 

 

Mármol griego

 

Tan fugaz como fuiste,

y fecunda, instantánea

evidencia vehemente,

cruda luz, cosa en claro,

cuando hablaban los mundos

y en el mundo se hablaba.

 

Te avecinas, aún,

todavía te abalanzas,

serena oscilación

hecha de graves hechos,

tragos de la tragedia

humana y sobrehumana.

 

Suspendida en el sino

de tu seno asediado,

ni pasado te vuelves

ni presente perpetuo:

royendo horas sonríes

y las olas te labran.

 

Con mirarte no fuimos

y somos si te vemos.

¿Nuestros ojos te asumen

o tú alumbras los ojos?

Nos asombra tu sol,

y tu sombra nos nombra.

 

Sin saberlo, de lejos

(Londres se lo guardaba),

desde el British Museum

bendecías a Benin.

Y Venus asentía:

silenciosas victorias.

 

Desnudo resplandor,

tú, tembloroso abismo,

apruebas y nos pruebas,

tronco, raíz, racimo,

red del vuelo invisible

y del visible cielo.

 

 

 

 

Boca de sombra

 

Ce que dit la Bouche d’Ombre

 

Victor Hugo

 

Agridulce y distante,

con los labios ceñidos,

sonreía, mi madre

(igual que Rosalía).

 

Bajo cielos inciertos,

sobre mares infames,

¿regresaba, de dónde,

o nunca había llegado?

 

Su mirada inquietante

habla con su silencio,

y no puede alcanzarme

y no puedo alcanzarla.

 

Una aldea de montaña

relumbra allí a lo lejos,

y una ciudad distante

que nunca estuvo cerca.

 

Ese mudo dolor,

esos ojos nublados,

hielan con un reproche

liviano, indiferente.

 

No podía saberlo,

no podía saberse

(igual que Rosalía)

bajo una negra sombra.

 

¿Un misterio, un vacío?

Siempre estuvo en la casa.

¿Un dolor, una ausencia?

Nunca nadie la supo.

 

Entrevisto infortunio

expresándose a penas,

que van de uno a otro

sobre el rostro del mundo.

 

Algo intenta decirnos

que no quiere decirse.

¿La ruina de su infancia

no me dejó ser niño?

 

Soledad que se agolpa,

inefable congoja

que no puede nombrarse

ni siquiera a sí misma.

 

Aunque vuelva, no vuelve

(igual que Rosalía),

a su vieja niñez

en las garras del mar.

 

 

Datos vitales

Rodolfo Alonso. Poeta, traductor y ensayista argentino, nacido en Buenos Aires a fines de 1934. Es una de las voces más reconocidas de la poesía latinoamericana contemporánea. Fue el más joven de la legendaria revista de vanguardia Poesía Buenos Aires. Publicó más de 25 libros. Fue el primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina. Tradujo también a muchos autores de diversos idiomas, entre ellos Giuseppe Ungaretti, Marguerite Duras, Cesare Pavese, Paul Éluard, Carlos Drummond de Andrade, Eugenio Montale, Jacques Prévert, Guillaume Apollinaire, Murilo Mendes, Pier Paolo Pasolini, Rosalía de Castro, Manuel Bandeira, Charles Baudelaire, Paul Valéry, Stéphane Mallarmé, Olavo Bilac, André Breton. Antologías de su obra poética fueron publicadas en Bélgica, España, México, Colombia, Francia, Brasil, Venezuela, Italia y Cuba. Premiado en Argentina, España, Venezuela, Brasil, Colombia, EEUU. En México se han publicado sus libros: Lengua viva (La Hoja Murmurante, Toluca, 1994); Poesía junta (1952-2005), con prólogo de Juan Gelman (Alforja, México, 2006); Antología esencial, de Paul Éluard (Alas Vivas, Morelia, 2006); La voz sin amo (Ediciones de Medianoche, Zacatecas, 2008); Poesía en general, antología de Lêdo Ivo (Alforja, México, 2008). Suele colaborar habitualmente en La Jornada Semanal, La Cabeza del Moro, Alforja, Archipiélago, Posdata, La Otra y otras publicaciones mexicanas.

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