El micromegas ante la globalidad: el ser que se niega a sí mismo

Michelangelo PistolettoA continuación presentamos un ensayo del poeta Obed González. El siguiente escrito es una recopilación y adaptación del ensayo “La enseñanza moderna: hacia una cultura del egocentrismo (Vacíos existenciales otorgados).

 

 

 

El micromegas ante la globalidad: El ser que se niega a sí mismo

 

El siguiente escrito es una recopilación y adaptación del ensayo “La enseñanza moderna: hacia una cultura del egocentrismo (Vacíos existenciales otorgados). Relacione dos fragmentos del mismo para darle el siguiente enfoque:

Un individuo que “no es” vive un vacío existencial inmutable, coexiste con la constante separación del sentido de vida, jamás se vuelve a reunir con ella, no llega a la revelación poética como lo manifiesta magistralmente Octavio Paz. El vacío le crea crisis de ansiedad que culminan en angustia para comenzar a transformarse en paranoia, su egocentrismo le crea apariciones; quimeras, deformidades y otras aberraciones que lo mantiene a la expectativa de un ataque, un abuso o una palabra amenazante en contra de su posición y fortuna. Su autoconcepto es exiguo, se siente excluido del universo, la envidia lo convierte en un desollado que con el menor movimiento del aire se hiere, se duele por todos lados, por todos y por todo. No vive, la frustración le provoca vómito negro y la alegría del otro le ulcera la estima. Se arma con un caparazón de soberbia y prepotencia porque tras esa estructura se encuentra un ser pequeño, débil e indefenso. El sentimiento de justicia le cierra la posibilidad de razonar otra posibilidad que no sea su justicia, y -como explica Freud- sólo es el resultado de una envidia original que un niño experimenta con respecto a todos los demás niños que poseen más que él… Estas personas enferman y contagian a sus alumnos, a sus hijos, a sus familias… a sociedades completas. La vida es una condena para ellos y un castigo para los demás. Por una cultura del egocentrismo países enteros viven en la miseria, ulcerados por la ignorancia.

Esta situación contemporánea logra en las personas una actitud de abandono interno, por lo mismo la juventud actual vive en un vacío persistente y prefieren dirigir toda su energía a fuentes exteriores que le aprueban fantasear y crear una cultura de la esperanza y la desilusión, que lo único que logra es que el individuo busque su seguridad edificando una estructura autártica, autosuficiente donde considera al amor y otras manifestaciones sensibles una amenaza para su seguridad. Individuos que crean conflictos para sentirse vivos y experimentar la reconciliación como un signo de vida. La no aceptación de sí mismos no les permite aceptar a otros semejantes a él, e intentan abusar de los que no actúan como él. No comprenden su interioridad porque son ignorantes de ella, andan como un pequeño descontrolado y perdido dentro de un laberinto de sí. Esta condición sólo refleja un egocentrismo pueril que no permite diferenciar entre el Tú y Nosotros porque sólo existe el Yo. Cuando otra persona difiere con sus conceptos y deseos toman una actitud hostil y a veces hasta peligrosa y su lengua se transforma en un puñal que pulveriza dientes, tritura huesos y despedaza  almas.

En México, el señor del inframundo era Mictlantecuhtli, la palabra mictlan proviene de los vocablos “miquiz” que es morir y de “tlan” que es lugar. Como no existía el concepto católico de infierno, Mictlantecuhtli representa aquello por lo que los hombres mueren y por consiguiente se desfiguran; se descomponen, se pudren y se consumen. La principal actividad de este dios era engullir la sangre y carne humana… devorar espíritus. Está representado por un humano andrógino, desollado. Es un ser herido, dañado, revolcado en ardor, el cual  está sufriendo a través de cada una de sus células y átomos. Metaforiza todos los vicios de carácter enclavados en un ser humano, es un ser que no desea ser, un ser que no pidió existir. En un escrito de investigación del Museo del templo mayor se lee: “En las pictografías aparece como un activo sacrificador armado de un hacha o de un cuchillo de pedernal y presto a extraer el corazón de sus víctimas. Es más, su nariz y lengua acusan forma de filosos cuchillos en códices como el Borgia o en las máscaras-cráneo descubiertas en el Templo Mayor. En vasos policromos y códices mayas, el Dios A ha sido pintado participando en ejecuciones y el Dios A’ en siniestras escenas de autodecapitación, muerte violenta y sacrificio”. Es un dios de destrucción y regeneración temible pero al fin y al cabo una deidad, una omnipotencia enferma de envidia y soberbia que quita la vida y otorga otra donde todos son desollados y habitan en el tedio y la inercia desde el silencio y la oscuridad. Esto, en un humano que se inclina hacia el lado del Thánatos, según Freud, no le importa autodestruirse con tal de destruir.

Por lo mismo en la actual sociedad se manipula a las personas a través del ego, se siembra la idea de que se debe ser famoso para que valga la pena vivir, ya no sirven de nada los quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol, eso quedó en el pasado. Su obsesión por los reflectores llega a la locura y se consideran vacíos si no existe quien les aplauda sus logros-también creados por cierto-. Están más preocupados de lo que haga el otro que lo que hagan ellos mismos. Muchas personas son personajes creados por otros o sí mismos, no disfrutan de sus propios logros. Carecen de personalidad propia, es más importante lo que crea el otro de ellos, que lo que ellos confirmen de sí mismos. Examinando esta concepción del término envidia, sé que sin la existencia de este sentimiento o emoción algunos pueblos no hubieran progresado; pero también sé que algunos otros no hubieran desaparecido.

Al realizar una reflexión y un análisis -Desde mi punto de vista personal-no creo que haya un decremento de los valores, sino más bien una proliferación de valores devaluados y deformados en los cuales caemos por no evaluarlos conscientemente. Valores creados para beneficio de cierto grupo de personas donde el centro de proyección es la fama y el dinero  como sinónimos de libertad, convirtiéndola en una prisión de sí mismos.

La cultura del egocentrismo no permite en algunas personas comunicarse y pueden ser humanos que dentro de la ciencia y la tecnología estén muy adelantados a su edad y época; pero en el ejercicio de la vida todavía sean niños indefensos que necesitan de una madre que los proteja ante las circunstancias agresivas de la vida moderna, de la cual ellos son unos ojos temerosos tras las cortinas  de una ventana.

Todos los seres humanos contenemos un código interno que es de vital importancia y del cual todos asumimos una necesidad, se llama: “reconocimiento”. A través del conocimiento y estudio realizado por cierto grupo especializado de personas, se perfeccionan estructuras para hacer uso de él por un beneficio económico, social, político, humano, territorial o de poder, deformando el concepto con la creación de un valor de reconocimiento distorsionado donde se confunde con la fama o el exhibicionismo. Tergiversan el mérito de un logro científico, académico o humano con la publicidad y difusión desmedida y efímera, en la cual da igual hacer el ridículo que cometer un delito para salir en cualquier medio masivo de comunicación. Por la creación de este estilo superficial de vida proliferan asesinos, psicópatas, seudoartistas, timadores, simuladores, gesticuladores o políticos sin estima. El entretejido para confundir a las personas con relación al reconocimiento y fama es fácil de realizar, por lo mismo se crean premios y otorgamientos falsos y fugaces para rendir tributo a la egolatría. Este código de reconocimiento tiene una fuerza indomable que puede perder a cualquier ser humano y llevarlo a la locura, una locura sin límites que lo único que va a ofrecer es la infelicidad a quien la padece, como Eróstrato quien volcó en llamas el Templo de Artemisa  sólo para perpetuar su nombre en las volcadas páginas del envidiado libro de la historia.

 

 

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