Foja de poesía No. 199: Rigoberto Paredes

Rigoberto Paredes

Como parte del recorrido por la poesía hondureña, presentamos una muestra de la obra del poeta y ensayista Rigoberto Paredes (Trinidad, Santa Bárbara, 1948). Paredes es Es premio It-zamná de Literatura, otorgado en 1983 por la escuela Nacional de Bellas Artes.

 

 

 

Méridem

Ahora soy, por fin, lo que no  he sido.

Al tiempo, augur del desdichado,

nada debo, nada de mí.

Lo que tengo, o tendré,

pertenece a la certeza del olvido,

o a ti , desconocida, incansable poesía.

Si escribí, si no escribo, si escribiré,

¿qué significa todo eso?

Ah, qué hermoso es este oficio del silencio.

 

 

 

Belleza

Quién eres tú, belleza,

incierta, impura belleza.

Qué  buscas dentro de mí, belleza.

O solo quieres que te nombre , belleza,

como a una recién nacida, belleza,

impostora de ti, de mi, belleza.

Digo, quiénes seremos tú y yo, belleza,

Cuando, de aquí a mañana, belleza,

no seas tú, poesía, mi única belleza.

 

 

 

Vuelta

Mañana volveré.

Mañana, dije, sin mirar tu rostro,

sin mirarnos de frente.

Pero viéndote, viéndonos

como antes nos mirábamos.

A ciegas llegaré,

como un Odiseo tejido y destejido

por el desamor, esa llaga

incurable de tu corazón.

Llegaré, falsa Penélope,

Circe de los amigos

que Edilberto vio convertidos en cerdos,

lestrigona de este viejo caballo de Troya.

Argos me espera.

 

 

 

Cansancio

Ya no quiero, no puedo

dar más de lo que tengo.

Mi corazón boquea como un pez

en el fondo de una nasa abandonada.

Así me veo ante mí mismo:

animal sudoroso, azorado,

viejo poeta, marchito en sus laureles.

De nada me valió

meter mis manos en todas las hogueras

en nombre del amor,

vieja causa perdida.

De nada, haber creído

en la palabra dada

por más que haya nacido de unos labios

dulcemente posados en los míos.

 El tiempo es cruel y juez severo,

Justa o injustamente cruel.

Conozco toda altura y toda bajeza,

sus vacilantes máscaras

que el tiempo, con el tiempo,

va poniendo en su lugar preciso.

Yo he visto rodar glorias,

cabezas bien o mal alzadas

en la plana pública

para honra y prez de fieles

o de incautos.

Yo he mirado la verdad, su temible fijeza,

su mano limpia, amenazante

contra quien no se rinda

a su reino impenetrable, ciego.

Y simples cosas,

extrañas, entrañables pertenencias

no mías, he visto,

y de esto y más daría fe

ante propios y extraños

como un viajero pródigo

que vuelve inesperadamente.

Reconozco, al pavesiano modo,

que es difícil vivere.

Y yo he vivido y he visto y he creído.

Y todo esto cansa, cansa, cansa.

Y yo, yo estoy cansado.

 

 

 

Poétique

Lo adjetivo, Huidobro, es lo que mata,

así como la rosa florecida en tu poema.

Y el poema no es llave;

Cerrojo, cerradura, sí,

de la única puerta que lleva a la poesía.

Crea, cree que creas,

poeta, ciudadano del olvido;

crea viejas palabras y pásalas por nuevas

al mando de tu báculo pontificial, bicéfalo.

Y alce su mano, ante ti, de dios pequeño

el que viniere de otro mundo

a decir lo mismo, ya sabido.

¿Pequeño Dios?, si acaso tú, Vicente,

Pese a tu pecado de originalidad.

 

 

 

El ángel

El ángel de la anunciación

trizó sus alas

entre la ingrávida espesura

de la aurora boreal.

Lo vi rodar, cielo abajo,

como el águila

de Juan Ramón Molina.

De lo alto de sí mismo

cayó el ángel, en llamas.

Su grito agonizante semejaba

al de Bruno, embrocado en la hoguera.

¿Traía algún mensaje,

terribles amenazas

que nadie ha podido escuchar?

Tal vez la última palabra de Dios

o la hora señalada de ese día final.

Pero murió el ángel de la anunciación

y ya podemos acostarnos, amor, en paz.

 

 

 

Marítima

Cruzaré el Atlántico

a nado, estilo libre,

o en el lomo de la ballena de Moby Dick,

o en la muy entrañable compañía de Jonás.

Viajar por viajar,

como los marineros que besan y se van.

Y el Pacífico también,

sobre el caballo verde de la poesía de Isla Negra,

y la caparazón de algún quelonio ecuatorial

como amuleto en mi frente de marinero en tierra.

Y el Mediterráneo cruzaré,

dormido como piedra, en la balsa de La Medusa.

Mi norte es la poesía:

El cementerio marino, de Paul Valéry.

 

 

 

¡Salud!

Darío murió dizque del mal de los siglos,

Como Mayorga Rivas y Molina,

Aquella trinidad centroamericana.

Y Cárcamo y Fontana y JoséAsunción

Y la Eunice y Pizarnick.

Y otros y otras vamos,

vamos por el mismo camino.

Esta es  mi sangre, dijo Cristo,

cuando se empinaba una ánfora

tan bella como cuerpo de mujer.

¿Eran de vodka o de vino

aquellas aguas benditas?

¡Cómo no creer en lo que él decía!

 

 

 

En sueños

Anoche te vi

sin que me vieras.

Te vi desnuda,

presa de la impaciencia:

tal vez a la espera

de que yo despertara.

 

 

 

La sirena

Amo a una sirena

que me canta

en la noche, de lejos.

Nunca la he mirado

ni ella sabe quién soy,

¿o eres tú, encantadora

de este sordo corazón desencantado?

¿O tú, la más bella, recién venida

a estas áridas riberas de mi cama?

¿O aquella, la desamorada

de algún Odiseo que viene de regreso?

¿O quién? ¿Quién?

Amo a esa sirena,

como la amó

mi viejo Juan Ramón,

pescador sin fortuna.

 

 

 

Penitencia

 Como Dios,

hice de mis costillas

a la mujer.

Como ese Dios omnipotente,

arrepentido, enfermo, vallejiano,

más de una vez

malherido fui en mis costados,

y era este la corazón la víctima propicia.

Yo, que la hube creado

a imagen de nuestra semejanza.

Yo, como ese Dios, que creía en dos

que podían amarse.

 

 

Datos vitales

Rigoberto Paredes nació en Trinidad, Santa Bárbara, Honduras, en 1948. Poeta y ensayista. Perteneció a los grupos literarios: Tauanka de Tegucigalpa y Punto Rojo de Colombia. Es premio It-zamná de Literatura, otorgado en 1983 por la escuela Nacional de Bellas Artes. Finalista en los Certámenes internacionales de poesía de Casa de Las Américas, EDUCA y Plural. Ha sido fundador de los proyectos editoriales: Editorial Guaymuras, Editores Unidos y Ediciones Librería Paradiso, así como de las revistas Alcaraván e Imaginaria. Obras publicadas: En el Lugar de los hechos (1974); Las cosas por su nombre (1978); Materia prima (1985); Fuego lento (1989); La estación perdida (2001). Es coautor, junto con Roberto Armijo, de la antología Poesía contemporánea de Centroamérica, publicada en Barcelona en 1983.

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