La ensayista Carmen Yadira Cruz Rivas nos presenta un acercamiento al trabajo de Roberto Sosa, referente de la poesía hondureña contemporánea. Carmen Yadira Cruz Rivas es Licenciada en Letras y Filosofía por la Universidad Rafael Landívar de Guatemala. Actualmente es jefe de la unidad de negocios editoriales del Grupo Editorial La Prensa en San Pedro Sula, Honduras.
“…el lector dibuja hasta el final en su conciencia la imagen artística, y se deja llevar por su propio peso hacia la fidelidad de la verdad, nace en él el sentimiento de que lo expuesto está auténticamente vivo…”
Tolstoi
Hablar de poesía no es sólo hablar de un sistema de pensamiento, es también una realidad, un universo de valores estéticos con el que el poeta puede llegar a identificarse plenamente, hasta quedar absorbido por la propia dimensión significativa a la que ha dado ser y existencia.
En 1968, Sosa gana el premio Adonais en España con su obra Los pobres, poemario que dividirá en dos la historia de la lírica hondureña: literatura vanguardista, por una parte, y literatura contemporánea, por otra. Y apartir de allí, no ha habido otro poeta hondureño que haya sabido transmitir con tanta genialidad el sufrimiento humano.
El pobre carga en sus hombros con el féretro de los sueños, de las ilusiones, de los anhelos, de los deseos, de los silencios acumulados, de las sensaciones. Pareciera que no basta sólo con el dolor que supone no llenar sus necesidades básicas, de no poseer bienes materiales, sino incluso, todas sus ilusiones son asesinadas y peor aún, ellos mismos deben cargar con sus despojos, volar como las aves, y pasar frente a un sol que ya no brillará más para ellos; desconocer las razones que les hacen vivir la realidad que les ha tocado en suerte; y tener la intuición de que el reflejo de lo que ellos conocen como realidad sólo tiene olor a desesperanza.
Sosa participa de la intencionalidad de estructurar su universo poético con los problemas esenciales que afectan, más o menos en su conjunto, al hombre latinoamericano. La integración del individuo a la realidad social circundante, tan salvaje y tremenda como puede serlo, se convierte desde los inicios en el tema central de este libro.
El mundo del que habla Sosa es ese en el que el ser humano se encuentra en un estado doliente con sus problemas trascendentales. En Sosa hay una búsqueda de la minuciosidad cotidiana que se eleva intencionalmente escalón a escalón. Para crear esta atmósfera, el poeta acude a los objetos y sucesos que rodean al hombre en su existencia diaria. Se produce el reconocimiento de una realidad exterior, múltiple, compartida, que corre paralelamente al acontecer íntimo del hombre.
Los elementos que han conformado esa realidad se deshacen bajo el ojo destructor del poeta, que es también un ejecutor activo del cambio. En torno a esta idea central se desarrolla todo el poemario. El poeta recurre a otros temas concernientes al ser humano: el amor, la soledad, la muerte, el olvido; pero su poesía es, ante todo, expresión que Sosa traza desde el hecho personal hasta los acontecimientos históricos colectivos en los cuales está inmerso irremisiblemente el hombre.
En la misma elección de los asuntos se manifiesta la doble intención: una búsqueda consciente de impersonalidad y transparencia del yo fortísimo del hombre en el tratamiento poético de los temas.
Con una definición de posiciones desde los primeros poemas, se hace evidente en todo momento el compromiso del poeta con un mundo en erupción cuya lucha, a diferencia de lo que creyeron los mundonovistas de principios de Siglo XX, no es entre civilización y barbarie, sino entre una civilización y otra, mal entendida, que se aprovecha del progreso para dominación. De esta realidad amarga y a la vez esperanzada del poeta, cuando toda su sociedad se derrumba bajo una división general, para Sosa solamente hay una salida y es en el libro Un mundo para todos dividido (1994), específicamente en el poema Dibujo a pulso, en donde Sosa, parece que deja clara su visión del ser humano y el propósito por el cual escribe:
Por eso
he decidido –dulcemente-
-mortalmente-
construir
con todas mis canciones
un puente interminable hacia la dignidad,
/para que pasen,
uno por uno,
los hombres humillados de la Tierra.
(Sosa, 1971: p. 31)
Sosa se nutre de la experiencia dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo que le permite volverse hacia la realidad, marginarse de ella o apropiársela. Como afirma Hauser (1983) la índole paradójica del arte dimana esencialmente del contradictorio de que, de un lado, es mimesis, reflejo de la realidad, reproducción de experiencias, expresión de sensaciones y emociones espontáneas y, de otro lado, un conjunto de artefactos, ilusiones difusas y fantasías, deseos y apariencias. Representa sencillamente la unión paradigmática de libertad y coacción, anarquía y norma, alucinación y fidelidad natural, particularidad y tipismo, inmanencia de la forma y trascendencia del sistema. Bajtín (1982) lo llama “extraposición” (p.243) que resume la naturaleza desplazada de la creatividad artística. La tarea del artista consiste en saber encontrar un enfoque esencial de la vida desde el exterior. De esta manera, el artista y el arte en general crean una visión absolutamente nueva, crean la imagen del mundo. Este determinismo exterior (internamente exterior), que encuentra su suprema expresión y fijación en el arte, acompaña siempre nuestra visión emocional del mundo disperso en el sentido y lo ordena en una imagen determinada y autosuficiente, encuentra un equivalente emocional para lo perecedero.
El estilo artístico de Sosa no sólo trabaja mediante palabras, sino con los momentos y los valores de la vida. Ese estilo se define como un conjunto de procedimientos para la formación y conclusión del hombre y de lo que le rodea.
Sosa ha creado un espacio de la cultura hondureña donde se depositan las visiones estructuradas simbólicamente, de manera que los repertorios de valores e ideologías son recreados en sus obras, que proceden de un vasto dominio de textualizaciones que transmiten una imagen de la realidad ya interpretada por él.
Lo que Sosa presenta en sus poemas, es decir, esa problemática socio-económica, política y cultural de un país, es justamente la interpretación “ya dada” del mundo objetivo, de la sociedad y de la subjetividad, a la vez que, por su facultad analítica y por la coherencia formal, somete la expresividad lingüística a una “crítica” semejante acerca de sus posibilidades comunicativas. El sujeto del texto, el ser humano en Sosa, integra reflexivamente en sus contenidos temáticos la fundamentación axiológica y normativa de la sociedad hondureña.
Veamos un ejemplo más del estilo sosiano. En los siguientes versos, resulta impactante la comparación de la intemperie con la imagen de los pájaros:
Es fácil dejar a un niño
a merced de los pájaros.
Mirarle sin asombro
los ojos de luces indefensas.
Dejarle dando voces
entre una multitud.
No entender el idioma
claro de su medialengua.
O decirle a alguien:
es suyo para siempre.
Es fácil,
facilísimo.
Lo difícil
es darle la dimensión
de un hombre verdadero.
(Sosa, 1969: p.11)
De niño a hombre se abre a la hipérbole que da la posibilidad de dejar a un niño a disposición de los pájaros, pero, los pájaros pueden hacer daño, los pájaros son el símbolo de un peligro latente: un niño solo en el mundo, expuesto a los peligros de cualquier índole.
El ser humano en Sosa da forma y sentido a la obra literaria, es una estructura de representación de mundos a través del lenguaje. El ser humano se realiza en el texto mediante configuraciones miméticas variables.
Para Cuesta (1991) en el caso de la lírica orientada a la primera persona, está íntimamente vinculada con la función emotiva. La lírica se caracteriza por la subjetividad, la narrativa por la objetividad, y la dramática por la intersubjetividad.
Llevo conmigo un abatido búho (…)
Dentro de mí se abre el espacio
de un mundo para todos dividido (…)
En una cuerda bailo hasta el amanecer
temiendo –cada instante- la breve
/melodía de un tropiezo.
(Sosa, 1994, pp.23-24)
La no distinción entre el mundo subjetivo y el mundo objetivo en este poema, representa la consumación en el seno del lenguaje poético de una dialéctica cuya imagen verbal depende enteramente de la síntesis egológica que coordina los niveles expresivos del texto. Para ofrecer un concepto general de la lírica no basta con decir que pone el énfasis primordial o exclusivamente en el Yo, puesto que un monólogo interior novelesco no sería diferenciable del fragmento del poema antes mencionado. Lo distintivo reside en que el discurso lírico somete y subordina la totalidad de sus componentes retóricos, simbólicos y referenciales a la identidad (unitaria y disgregada) de una figura enunciativa, de un personaje poemático que, en la función reiterativa de “representador” de sí mismo, desarrolla un universo de imágenes que remiten reflexiva, recíproca y/o transitivamente a una subjetividad construida en y por el texto. La propiedad paradójica de la lírica radica en que no es ajena a un sujeto del texto. En palabras de Paz (1972): “La poesía ha sido siempre una tentativa por resolver esta discordia por medio de una conversión de los términos: el yo del diálogo en el tú del monólogo. La poesía no dice: yo soy tú; dice: mi yo eres tú. La imagen poética es la “otredad”…” (p.261)
En el dialogismo inscrito en el discurso lírico de Sosa, suele manifestar un modelo transitivo de subjetividad, el ser humano o un remedo recíproco de emotividad que compromete inmediatamente al sujeto poético con la expresión de un sentimiento –dolor, sufrimiento; o de otro tipo– sustentado en una imaginería dual como herencia de la poesía petrarquista, y dolcestilnovista, entre otros estilos. El simulacro dialógico pretexta un destinatario inmanente que actúa como apoyo de una dramatización del mundo subjetivo expresado.
En cuanto a la estructura de sus poemas, la rima y la segmentación estrófica en Sosa, son repeticiones en que lo esperado se transforma en lo imprevisible, en que lo repetido no llega a cumplirse, sino que permanece entre lo que progresa y lo que regresa.
La lengua poética aparece en su poesía, como un juego de identidades y alteridades en constante movimiento pendular; los signos hacen las veces, en su trama compleja de semejanzas y distinciones, de imagen icónica de la dialéctica que cruza el discurso perfilando en sus líneas maestras al sujeto del texto: el ser humano hondureño.
Leer poesía de Sosa significa tener la posibilidad de asomarse por una pequeña ventana y desde allí ver y captar la totalidad de diferentes realidades de su entorno. El lector es quien se asoma y cumple el papel fundamental de articular las ideas de la unidad desde las partes que se le ofrecen ver. La brevedad de los poemas de Sosa, rasgo dado por la configuración versal, muestran porciones de su mundo, fragmento breves y diversos, a partir de los cuales se puede intuir la unidad. Decididamente su lírica se asienta en la plasmación que refleja de esa realidad constitutiva de la condición humana específica.
El mundo socio-económico, cultural y político de Honduras está dibujado en trazos de poesía, que se comprenden a través de metáforas. La existencia del ser humano mismo está hecha de trazos, de captaciones difusas de partes del mundo, partes desde las cuales hay que acceder a una idea unitaria trascendente. El lector de poesía de Sosa se asoma a un momento a partir del cual se puede evocar la totalidad de la historia de un país. La poesía: “Como representación mimética de lo general apoya la consideración del discurso lírico en cuanto expresión de universales esenciales en una configuración ficcional.” (Alvira, 2001, p.13)
La poesía es diálogo, un doble diálogo como lo diría Gadamer (1993), como resultado de una pregunta primera que el creador ha realizado acerca de un fragmento, a través del cual procura “recolectar sentido”; y, al mismo tiempo, es un cuestionamiento dirigido al receptor.
En la literatura, y específicamente en el caso de la lírica, el vínculo diálogico entre poema e intérprete se alza como imagen especular de la relación entre el sujeto y el mundo. El ser habita y procura comprender el entorno que lo acoge.
La condición estética del texto comienza en las palabras, aunque no termina en ellas, porque todo efecto pragmático trasciende lo verbal pero tiene su origen en una organización significante que le sirve de fundamento.
Es decir, el lenguaje es el material donde toman forma, expresiva y semántica, las experiencias objetivas, subjetivas y sociales de la cultura mediante la tendencia a un uso de los signos en conjuntos que fuerzan a una interpretación en la que las categorías ordinarias del mundo de la vida son puestas en cuestión.
En el lenguaje reside el poder realizador, en último término, de la estructura lingüística como repertorio móvil que traza las coordenadas del mundo de la vida.
En la obra poética, el discurso apela a un entendimiento (no importa que se trate de una poesía siempre hay sentido que entender, incluso el no tener sentido) ejerciendo a la vez tácticas de acción estratégica que persiguen la asunción por el lector de la tematización oblicua o elíptica de las pretensiones de validez. La duplicidad paradójica del mensaje literario busca que se consideren en la interpretación sus “leyes” comunicativas, y a un tiempo aspira a manipular, haciendo uso de recursos retóricos, la metainterpretación del lector.
El sujeto del texto es siempre el “sujeto hermenéutico”, es decir, el problema fundamental de la comprensión en las indefinidas expresiones en que puede presentarse.
El texto y el lector ya no se sitúan como objeto y sujeto contrapuestos; por el contrario, esta “escisión” acaece en el mismo lector. Si piensa las ideas del otro, entonces, temporalmente, sale fuera de sus aptitudes individuales, pues se ocupa de algo que hasta ahora –por lo menos, no de esta forma– no se situaba en el horizonte de su historia y en sus experiencias personales.
El intérprete de un texto forcejea con los diversos sujetos que le interpelan desde el discurso, rechaza la ironía de unos, acepta los valores de otros, cae en la manipulación de puntos de vista o elude algunas de las imposiciones que le salen al paso en el tránsito del itinerario semántico que sostiene el discurso. En cualquier caso, confirma cuál es el sujeto profundo del texto en la medida en que intuye o reconoce explícitamente las estructuras egológicas y alterológicas en función de las que aquel ha sido construido. La construcción lingüística de la obra literaria conduce al intérprete a pensar en quién o quiénes hablan en el texto hasta que se produce una inducción de los rasgos individuales de los sujetos representados que asciende hacia la generalización de un sujeto complejo resultante de la conformación estética de contenidos sustanciales pertenecientes al mundo de la vida. La tendencia inductora de la lectura convierte a los personajes, a los sistemas de relaciones entre ellos, a las visiones que tienen de su realidad, a los acontecimientos que protagonizan, gozan o padecen, en sujeto referido a los marcos de existencia colectiva o a concepciones del mundo de las que se extraen ideas presumiblemente universales.
La importancia del sujeto del texto, en este caso el ser humano representado por Sosa en su poesía, para la literatura revela que el hombre es el centro de la visión artística, que la organiza desde el punto de vista de la forma y el contenido; además, se trata de un hombre dado en su existencia valorativa en el mundo. El mundo de la visión artística es un mundo organizado, ordenado y concluido aparte de la intencionalidad y el sentido, alrededor del hombre dado, siendo su entorno valorativo: podemos ver cómo en función del hombre los momentos objetivos y todas las relaciones –espacio-temporales y semánticas– se vuelven artísticamente significativas.
La creación literaria, la producción de un sujeto en cada texto, necesita participar de los intereses generales de la vida, comprenderlos desde su interior; no obstante no se puede soslayar una percepción de la realidad que se sobreponga a ella a partir de un simulacro eficaz de exterioridad respecto al mundo.
Bibliografía
Alvira, R. (2001) Los modos como dimensiones antropológicas. Actas del Coloquio Internacional “Los géneros en las Artes.” Pamplona: Universidad de Navarra.
Bajtín, M. (1982) Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI
Cuesta, J. (1991) Teoría Hermenéutica y Literatura. Madrid: Visor Distribuciones, S.A.
Gadamer, H. (1993) Poema y diálogo. Ensayo sobre los poetas alemanes más significativos del siglo XX. Barcelona: Gedisa.
García, A. (1987) Teoría de la Literatura. (La construcción del significado poético) Madrid: Cátedra.
Hauser, A. (1983) Sociología del arte. (Vol. III, Dialéctica de lo estético) Barcelona: Labor.
Iser, W. (1970) La estructura de los textos literarios. Madrid: Cátedra.
Jauss, H. (1970) Por una estética de la recepción. Salamanca: Anaya.
Lotman, J. (1972) La estructura del texto crítico. Madrid: Istmo
Paz, O. (1972) El arco y la lira. México: Fondo de Cultura Económica.
Sosa, R. (1969) Los pobres. Madrid: Rialp
Sosa, R. (1994) Un mundo para todos dividido. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras.
Datos vitales
Carmen Yadira Cruz Rivas es originaria de Santa Rosa de Copán, Honduras. Máster en Gestión Cultural por la Universidad Carlos III de Madrid, ex becaria MAEC AECID para realizar estudios de máster. Licenciada en Letras y Filosofía por la Universidad Rafael Landívar de Guatemala, su tesis para optar al grado de licenciatura se titula: “Visión del ser humano en una selección de poemas de Los pobres y Un mundo para todos dividido de Roberto Sosa”. Ha publicado y presentado trabajos de crítica literaria sobre Roberto Sosa, Augusto Monterroso, César Vallejo, Antoine de Saint – Exupéry y Clementina Suárez en Roma, Italia; San José de Costa Rica y San Luis, Potosí, México. En el campo de la docencia, fue catedrática titular de Introducción a la literatura, Antropología filosófica y Apreciación de cine en diversas facultades de la Universidad Rafael Landívar, Universidad Francisco Marroquín y Universidad del Istmo de Guatemala. Actualmente es jefe de la unidad de negocios editoriales del Grupo Editorial La Prensa en San Pedro Sula, Honduras. Email: carmenyad@gmail.com