Diego Pedro Minero Arredondo (Tlaxcala, Tlax., 1990) nos presenta una reseña de Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist, probablemente una de las mejores novelas sobre vampiros de todos los tiempos. Diego Pedro Minero Arredondo obtuvo el Premio Estatal de Cuento Beatriz Espejo 2010. También es artista plástico.
Déjame entrar, de John Ajvide Lindqvist
Déjame entrar es una de las mejores novelas sobre vampiros de todos los tiempos. Desde luego hay decenas de historias clásicas y vitales para el desarrollo del género y del vampiro como criatura, pero muchas de aquellas ven su valor reconocido principalmente por los especialistas; por ejemplo, si bien Varney the Vampire marcó un momento clave en la evolución de los vampiros en las letras, su calidad literaria es nula. Lo que logra John Ajvide es una combinación muy poco común de puntos aún más singulares: tenemos a un autor que publica su primera novela y ésta se convierte de inmediato en un best-seller a nivel mundial, su novela parte de un tema utilizado y gastado incansablemente y que muchos de los críticos “serios” rebajan a las cintas de serie B, pero logra escribir una historia tan original y con tanto talento que logró fascinar a los fanáticos de los vampiros, a los críticos literarios más exigentes y a los lectores en general.
Podría decirse que el punto clave para el éxito de la novela es que, como puede notarse desde el inicio de la historia, el autor no pretendió sentarse a “escribir una novela de vampiros”, tal como hicieron por esos años los muchos que intentaron emular el éxito de la deplorable saga de Crepúsculo. En vez de plantarse desde el inicio la idea de empezar una novela de vampiros, John escribe una Novela, y precisamente el primer y más importante mérito de Déjame entrar es que se trata de una novela extraordinaria, más allá de géneros y etiquetas.
Ya contando con esto, nos encontramos durante la lectura a personajes muy bien estructurados, complejos, entrañables y, ante todo, con quienes el lector puede sentirse identificado en zonas muy profundas e íntimas. En la primera adaptación cinematográfica hecha en el país natal del autor, Oskar, el protagonista, se antoja un personaje unidimensional e incluso, por momentos, ligeramente chocante. Nada más alejado del texto original, donde Oskar encierra una mente intrincada en el cuerpo de un personaje arquetípico pero no por eso menos real: el niño tímido a quien molestan cruelmente en la escuela. Vamos con esto acercándonos a otro punto relevante, y es que la llegada de Eli cambia por completo la vida de Oskar. Eli no llega a su vida para convertirse en la damisela en apuros, llega para ayudar a Oskar a rescatarse a sí mismo, a no dejarse hacer menos por los demás, a devolver el ataque, y si las agresiones contra el niño se tornan demasiado peligrosas ella estará cuidándolo. Eli puede ser un monstruo y una amenaza para todo mundo, pero para Oskar es una confidente y una protectora, no es para nada fortuito que en una escena clave una testigo declare fervientemente que, cuando vio a Eli, le pareció haber visto a un ángel. Un vampiro que es confundido con un ángel, eso es Eli, y con esto Ajvide da un nuevo giro a la forma de ver a los vampiros.
Pero no sólo el autor nos presenta un nuevo punto de vista respecto a la criatura, sino que se da el lujo de presentar en su novela la convergencia de distintos escaques en la concepción del vampiro: tenemos esta nueva visión que el autor materializa en Eli, tenemos la versión en que el vampirismo es padecido como un enfermedad insufrible, tenemos la versión en que el vampiro es únicamente un monstruo abominable y horroroso, incluso tenemos un giño al clásico Drácula en un flashback controvertido –y hasta ahora censurado en las dos adaptaciones a la pantalla grande. Lindqvist toma el mito del vampiro y lo moldea a su completo antojo, sin tener la menor preocupación por los esquemas preestablecidos; mantiene aspectos clásicos de la concepción original pero poco explotados: la luz solar y el fuego se mantienen como amenazas que deben evitarse a toda costa, o aquel detalle que de hecho inspira el titulo de la novela: un vampiro no puede entrar a ningún lado si no es invitado, pero al mismo tiempo se añaden nuevos factores que tienen gran belleza poética como imágenes: hacer que la vampira Eli duerma sumergida en una tina con sangre (detalle seguramente inspirado en la célebre Bathory).
Sin embargo, vuelvo a lo que dije antes, Déjame entrar no es sólo una de las mejores novelas vampíricas, sino que es una grandiosa novela, y por tanto hay aciertos que no están directamente relacionados a los bebedores de sangre. Un eslabón más que podemos sumar a la novela es que Eli ofrece matices de Lolita, una Lolita que si bien no es como la de Nabokov, maliciosamente dispuesta a ejercer su papel de nínfula en todos los aspectos, ni como la cruenta Claudia de Entrevista con el vampiro, sí ejerce un fuerte poder erótico: como los vampiros clásicos, tiene a un servidor que la protege y le ayuda a proveerse de sangre, y en este caso el proveedor es un hombre aficionado sexualmente a los niños, que siente un intenso deseo por la criatura en la que él sólo ve –o sólo le importa ver– a una niña pequeña. Eli incluso despertará en Oskar sentimientos que él nunca había sentido antes, con gestos sutiles, apenas sosteniéndose con dificultad sobre la línea casi invisible que divide la dulce inocencia infantil de la dulce sensualidad femenina al deslizarse desnuda a la cama con Oskar.
Déjame entrar transcurre por completo dentro de un pueblo gélido y gris, en un país aislado, en un pueblo aislado, en un apartamento y una escuela aislados, protagonizado por personajes solitarios. En esencia el trasfondo completo es absolutamente depresivo, y esto es todavía más notorio para quienes vivimos de este lado del océano. Esta nostalgia tiñe todos los eventos transcurridos en la novela, desde la descripción de una de las escenas más perturbadoras que se hayan escrito involucrando gatos, hasta el desarrollo de un amor que se convierte en la única y tenue luz que ilumina toda esa soledad, una luz minúscula pero que provoca una viva y feroz esperanza, a pesar de que Oskar se vaya sintiendo cada vez más aislado, cada vez más hecho a un lado, nada de eso importa, porque Oskar –y el lector con él– está decidido a alcanzar desesperadamente esa tenue luz que es la promesa de algo maravilloso que no sólo no soñó tener nunca, sino que ni siquiera imaginó que podría existir. Resulta irónico que la única luz de esperanza entre tanta oscuridad y tristeza sea un ser de la noche, un vampiro.
Datos vitales
Diego Pedro Minero Arredondo (Tlaxcala, Tlax., 1990). Del 2003 al 2005 participa en talleres de apreciación cinematográfica, escritura de guión y realización cinematográfica. En 2009 toma el diplomado en Literatura Fantástica Hispanoamericana en la Universidad Autónoma de Tlaxcala. En 2010 es becario en el curso de creación literaria de la Fundación para las Letras Mexicanas. También es artista plástico, a la fecha tiene tres exposiciones individuales. Ilustraciones y textos suyos han sido publicadas en diarios locales y nacionales. En noviembre de 2010 publica El pueblo en el bosque, con el apoyo del ITC con motivo del Bicentenario 2010. Obtuvo el Premio Estatal de Cuento Beatriz Espejo 2010.