Galería de ensayo mexicano: Fragmentos a su imán: la mirada mínima, de Eva Castañeda

Eva-Castañeda[1]La poeta y ensayista Eva Castañeda nos presenta un texto en torno a la poesía de José Lezama Lima, referente esencial del neobarroco. Es colaboradora permanente del Periódico de poesía de la UNAM y miembro fundador del Seminario de investigación en Poesía Mexicana Contemporánea.

 

 

Fragmentos a su imán: la mirada mínima

 

 

 

Tener cerca de lo que nos rodea

y cerca de nuestro cuerpo,

la idea fija de que nuestra alma

y su envoltura caben en un pequeño vacío en la pared.

 

 José Lezama Lima, “El pabellón del vacío”.

 

 

La obra poética de José Lezama Lima está basada en un complejo sistema de imágenes y metáforas que tanto la crítica como el propio autor se han encargado de dilucidar. No obstante, es en la elección léxica del poema donde reside buena parte de la carga simbólico-metafórica de la poesía lezámica. Es decir, el tropo emana de la palabra, se constituye como la irradiadora de lo poético. Partiendo de esta premisa, revisaré una veta poco atendida en la poesía del cubano: la galería de cosas mínimas, nimias, que constituyen el universo poetizado en el libro póstumo de Lezama Lima, Fragmentos a su imán.

Es necesario atender a este aspecto y a este libro en particular, debido a que, en la extensa y compleja obra de Lezama Lima, generalmente se le ha dado atención a las grandes obras (Muerte de Narciso, Paradiso) y los grandes temas (lo barroco, el hermetismo poético), prestando poca atención a la forma en que lo inmediato, el mundo cotidiano, se recontextualiza y resignifica en virtud de la transfiguración lírica que provoca la mirada del poeta sobre tal realidad. Tal como apunta Juan Coronado, “Lezama Lima es el creador de un universo poético: es un poeta. Siempre que escribe imagina un mundo, lo crea. Rompe lo que para él es débil muralla entre lo prosaico y lo poético.”[1]

Roberto Fernández Retamar diferenciaba dos momentos en la poesía de Lezama:

 

El primero, en el que se inscriben Muerte de Narciso y Enemigo rumor (1941) […] pueden caracterizarse por un vocabulario elegante, amigo de la musicalidad, amén de una sintaxis de sabor gongorino; el segundo conformado por Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y un grupo de poemas aparecidos en Orígenes –que luego se recogerían en Dador (1960)-, […] aquí nos entrega una palabra más dura, espesa, cerrada.[2]

Si bien, estos dos momentos no son iguales, tampoco cabe hablar de grandes contrastes, ya que ambos instantes comparten el hermetismo y el gusto por un lenguaje críptico. A mi parecer, Fragmentos a su imán recoge lo que podría considerarse un tercer momento en la poesía de Lezama, el cual “viene a demostrar que su poesía estaba viva; que la retórica lezamiana no había podido aplastar al poeta genuino. Asistimos a la lucha entre un andamiaje teórico y retórico que resultaba insuficiente y la voz del hombre que quiere ser escuchado en su humana dimensión.”[3] Chocan en estas páginas dos lenguajes: uno, el típicamente lezamiano y otro, un lenguaje poético nuevo que busca explorar por los terrenos de lo aparentemente intrascendente; el poeta cubano se despoja de una buena parte de su retórica pasada y apuesta por una palabra que borda en lo cotidiano.

            Como podrá notarse, esta última etapa difiere en mucho de las dos anteriores, pero ¿cómo se da esta transición? Arriesgamos una hipótesis cuyo sustento se encuentra en ese complejo sistema de metáforas e imágenes. Al respecto, Lezama Lima señala: “La imagen es para mí la vida. En eso tengo una raíz paulina, vemos por espejos en una imagen”.[4] Si la imagen es la vida, entonces, todo de la vida puede ser poetizado; mentira es que la poesía se construye sólo con temas de carácter metafísico o trascendental. En gran medida, Fragmentos a su imán da cuenta de ello. En este sentido, es necesario precisar que este paso de lo hermético a lo cotidiano en ninguno modo supone una merma en la calidad poética, tampoco podemos siquiera sugerir que en aras de hacer una poesía más asequible inmolara aspectos tan medulares como son la metáfora y la imagen; estos recursos siguen siendo de buena factura y mantienen el sello y el estilo del escritor cubano. De hecho, el libro transita entre metáforas que van urdiendo asociaciones de aparente incoherencia en aras de una coherencia integradora. Para su ejemplo, algunos fragmentos del poema “Nacimiento del día”[5]

 

Su casa era el espacio de la mañana,

la geometrización era impía.

Insertar una casa en un círculo

era suprimirle la visión del río.

El cuadrado era la casa de la ausencia o de la muerte.

Iluminaban las grutas comiéndose una fruta

amarilla, con mironas escamas

y pequeñas espaldas de hiriente

color arenoso, se volvían sobre el libro

secreto y recibían las aguas ciegas.

 

El automatismo va dejando a las cosas en la sombra, no hay conciencia ahí donde la repetición vuelve mecánicas las acciones. El poeta se revela a la costumbre y nombra lo que en apariencia no es material de lo poético, para Lezama todas las acciones poseen una dimensión épica que debe ser contada; la poesía penetra en los espacios profanos y a través de la palabra magnífica a los objetos. “Nacimiento del día” da cuenta de lo habitual, dicho desde lo extraordinario; el encadenamiento de metáforas a partir de la unión de palabras que en la realidad fáctica no se emparentan, sigue siendo la constante. Acercar al lector a una experiencia de lo inmediato a través de relaciones extrañas no era tarea fácil, no obstante, creemos que Lezama sale bien librado de ello.

En Fragmentos a su imán, confluyen poemas de tonos y registros variados, Lezama buscará reproducir parcelas de la cotidianeidad a partir del lenguaje poético. Ni la metáfora ni la imagen tornarán críptica la enunciación de un yo lírico que busca humanizarse; el libro “saca a la superficie,  sin ropajes abstractos, las inquietudes, las aflicciones, las nostalgias del poeta. Por primera vez en su obra, Lezama nos entrega las confesiones de un yo poético convulso, bruscamente personal, que evoca figuras entrañables”.[6] Para ilustrar lo arriba señalado, revisaré algunos poemas que creo ilustran aspectos nimios y cotidianos, pero también aquellos que lindan con su poesía de los períodos anteriores.

Un poema que resulta emblemático es el de “Discordias”, ya que bien puede ser tomado como una declaración de lo que para el poeta cubano en 1971, era la poesía. En principio, el título establece la isotopía que aparecerá a lo largo del texto: la contradicción, la discrepancia.

 

De la contradicción de las contradicciones,

la contradicción de la poesía,

obtener con un poco de humo

la respuesta resistente de la piedra

y volver a la transparencia del agua

que busca el caos del océano

dividido entre una continuidad que interroga

y una interrupción que responde

como un hueco que se llena de larvas

y allí reposa después una langosta.

[…]

De la contradicción de las contradicciones,

la contradicción de la poesía,

borra las letras y después respíralas

al amanecer cuando la luz te borra.

 

Los versos iniciales son contundentes. Lezama concibe a la poesía como una contradicción permanente, pero al mismo tiempo como el único espacio posible que permite la gestación del poema. “Discordia” engloba los posibles significados que subyacen al libro: realidad factual vs realidad trascendental. Fragmentos a su imán oscila entre temas y registros de variada naturaleza; por ejemplo, “Décimas de la querencia” es un conjunto de poemas que se apegan a la tradición clásica, frente a un poema como “Inalcanzable Vuelve” donde las metáforas encadenadas redundan en lo que el poeta cubano llamó la imagen como absoluto:

 

No importa la reducción

entre el índice y el pulgar

que se mueve como un azogue

casi dormido.

La imagen brinca con el árbol,

que engaña con su tronco

contorneando

y lucha con alfileres

de provocación verde

que le recorren la espalda

cuadriculada como un mapa.

El árbol no termina,

el aire le llena su lenguaje.

[…]

Los peces se acercan al cristal de la copa

de los árboles y moralizan sus penachos japoneses.

Uno sólo logra que su aliento sea descifrable

y la rama como un circo nos da un manotazo.

 

De fondo, el tema de este poema es el lenguaje, un lenguaje que sea crea a partir de su relación con todo lo que le rodea; me atrevo a suponer que en otro momento, Lezama pudo muy bien hacer una disertación erudita y rimbombante sobre el lenguaje. No obstante, aquí se despoja de la retórica pesada y en muchos casos hermética: las metáforas creadas a partir de elementos inmediatos como el árbol, el tronco, los alfileres, la espalada, un mapa, se van entrelazando para formar relaciones inéditas que más tarde desembocan en imágenes inesperadas y novedosas. Sobre el tema de la imagen, el poeta cubano llevo al papel hondas reflexiones:

 

La imagen es la realidad del mundo invisible. Así los griegos colocaban las imágenes como pobladores del mundo de los muertos. Yo creo que la maravilla del poema es que llega a crear un cuerpo, una sustancia resistente enclavada entre una metáfora que avanza creando infinitas conexiones, y una imagen final que asegura la pervivencia de esa sustancia, de esa poiesis.[7]       

 

La conciencia de Lezama respecto a su sistema poético rescata a algunos textos de Fragmentos a su imán –los más crípticos- de caer en un hermetismo insalvable, ya que piensa al poema como una unidad, a pesar de lo fragmentario de su temática. Es decir, la lógica del poema se sobrepone al vacío de sentido.

            Un poema que apela a la claridad tanto sintáctica como semántica es “La mujer y la casa”, poema casi atípico en la obra Lezamiana por ser transparente en su significado. Atendamos, primero, al paratexto, es decir, al título como indicador catafórico. Éste alude a una realidad fáctica: el hogar como espacio donde labores de aparente poca importancia suceden de manera cotidiana, en este sentido, puede resultar previsible el tema, no así el aderezamiento que el poeta le dará. Cito algunos fragmentos:

 

Hervías la leche

y seguías las aromosas costumbres del café.

Recorrías la casa con una medida sin desperdicios.

[…]

Fijas la ley de todos los días

y el ave dominical se entreabre

con los colores del fuego

y las espumas del puchero.

El centro de la casa

vuela como el punto en la línea.

 

Las relaciones semánticas que se establecen, no están del todo alejadas, ya que en su mayoría pertenecen campos semánticos afines: la leche, el café, el puchero. Ello impide la necesidad de acudir a metáforas de mayor elaboración; los versos son cortos, en tanto buscan enunciar situaciones muy concretas, además el sujeto poético nombra mediante un léxico sencillo su realidad inmediata. Este poema es, sin duda, uno de los que mejor ilustran la sencillez sintáctica y temática que se anunció al inició del ensayo, poema que subrayo como atípico, poema también que evidencia a un Lezama más humano alejado de la fastuosa retórica.

            Me gustaría remitirme al poema final de Fragmentos a su imán, texto que alude a lo nimio, a lo aparentemente insignificante; “El pabellón del vacío” plasma la mirada de una voz lírica que se detiene a observar ahí donde aparentemente nadie ve, poema que manifiesta de manera casi sórdida la soledad. Ahora bien, temáticamente no existe novedad alguna; la soledad es un tópico recurrente en la poesía. No obstante, la inclusión de un concepto de carácter ajeno a nuestra referencialidad,-tokonoma- le imprime un giro al poema. Lezama resignifica este concepto dentro de su universo poético y le otorga un nuevo significado, que apunta al vacío, a la nada. Formalmente el poema no resulta críptico, dado que el asunto de la soledad es escrito desde elementos que resultan muy cercanos al lector, por ejemplo: la necesidad de un espacio personal, íntimo, la multitud y el deseo imperioso de escapar de ella, la huida al pasado, a los recuerdos y la introspección. Una de las estrategias discursivas del poeta consiste en separar las estrofas temáticamente, ello facilita la comprensión del poema, aunque al mismo tiempo la inclusión del vocablo tokonoma en cada estrofa llama al asombro, a la extrañeza. Aquí algunos fragmentos:

 

Voy con el tornillo

preguntando en la pared,

un sonido sin color

un color tapado con un manto.

[…]

De pronto, recuerdo,

con las uñas voy abriendo

el tokonoma en la pared.

El vacío es más pequeño que un naipe

y puede ser grande como el cielo,

pero lo podemos hacer con nuestra uña

[…]

¿La aridez en el vacío

es el primer y último camino?

Me duermo, en el tokonoma

evaporo al otro que sigue caminando.

 

 

Lezama está apostando por la creación de su propio universo poético, prima la necesidad de crear nuevas imágenes, nuevos mundos; si la naturaleza creada, es decir, lo ya existente es capaz de fundar, entonces el poeta como el pequeño Dios de Huidobro puede también dar forma y vida a la naturaleza poética. Esta concepción que entiende al acto creativo como la facultad más alta entraña todo un complejo sistema en el que el poeta mismo es parte de la naturaleza y puede, a su vez, ser el ordenador de otro universo, de una sobrenaturaleza. Lezama sigue las palabras de Pascal cuando éste apunta: “como la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser naturaleza”. De esta manera, la sobrenaturaleza responde a un anhelo de reconstruir la naturaleza perdida. La poesía es el espacio que posibilita las potencias del espíritu, o dicho en palabras del poeta cubano, la poesía es la cantidad hechizada; así como la naturaleza crea cuerpos, la poesía crea poemas, pero es condición necesaria pensar a los poemas como seres con una autonomía ontológica.

En suma, Fragmentos a su imán, da cuenta de una poesía diferente que se nutrió de un sistema poético pensado y repensado, cuyos resultados se pueden resumir en la obra de uno de los autores más importantes de la literatura hispanoamericana; obra cuya riqueza y actualidad sigue abonando a la literatura contemporánea.

 

 

 

 

 


[1] Coronado, Juan, Paradiso Múltiple, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1981, p. 19.

[2] Citado por Prieto, Abel Enrique, “Fragmentos a su imán (notas sobre la poesía póstuma de Lezama)” en Coloquio Internacional sobre la Obra de José Lezama Lima. Poesía, España, Espiral / Fundamentos, 1984, p. 212.

 

[3] Idem., p. 212.

[4] Jiménez Elán, “La imagen es para mí la vida”, en Revista Talud, p. 46. Esta entrevista fue tal vez la última que se le hizo a Lezama antes de morir.

[5] Lezama Lima, José, Fragmentos a su imán, México, Era, 1978, p. 114.

[6] Idem, p. 213.

[7] Lezama Lima, “Suma de conversaciones” en Lezama Lima de Armando Álvarez Bravo, p. 28.

 

 

 

Datos vitales

Eva Castañeda es poeta y ensayista, actualmente cursa la Maestría en Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado poemas y ensayos críticos en diversos medios escritos y electrónicos. Es colaboradora permanente del Periódico de poesía de la UNAM y miembro fundador del Seminario de investigación en Poesía Mexicana Contemporánea.

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