Formación del Ateneo de la juventud, ensayo de Fernando Curiel

Ateneo de la juventud

En el marco de la Galería de ensayo mexicano, presentamos un texto de Fernando Curiel sobre la formación del Ateneo de la juventud, a decir de Curiel, uno de los principales movimientos intelectuales del siglo xx mexicano. Curiel es miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

 

 

Formación del Ateneo de la Juventud

 

El Ateneo de la Juventud, o generación de Savia Moderna o del Centenario, nutrió uno de los principales movimientos intelectuales —incluido el universitario— del siglo xx mexicano. A esta agrupación, que excedió las nociones de tendencia literaria y de generación y aún la temporalidad de su emergencia, tocó la renovación de las letras, la filosofía, la pintura y el papel del intelectual; respectivamente, mediante una artística prosa de ideas, la crítica al positivismo imperante, la promoción de las tendencias plásticas posteriores al impresionismo y el compromiso de la redistribución social de los saberes. Transitó las rutas de la cultura universal al tiempo que revaloraba la hispanoamericana a la que pertenecía. Fruto de la clase media y urbana del Porfiriato, el Ateneo de la Juventud ejerció a cabalidad las armas de la crítica y mantuvo sus divisas en plena Revolución, influyendo en la formación de las dos hornadas subsecuentes, la de los Siete Sabios y la de Contemporáneos. Marcado por el exilio, entre 1920 y 1924 conocerá un reagrupamiento a la vera de la Universidad Nacional de México y la naciente Secretaría de Educación Pública.  

            Su más lejano antecedente se encuentra en las páginas de Revista Moderna y Revista Moderna de México, órganos de la generación precedente, la modernista, con la que guardó una relación de sucesión histórica natural. De esta suerte irrumpieron los nombres de Roberto Argüelles Bringas, Ricardo Gómez Robelo, Enrique González Martínez, Rafael López, Manuel de la Parra, Efrén Rebolledo, Abel C. Salazar, Luis G. Urbina, Jesús Urueta y Ángel Zárraga, luego atraídos al seno del Ateneo de la Juventud; núcleo poético que se dilatará con narradores y ensayistas, pintores y fotógrafos a la salida, en 1906, de Savia Moderna, medio éste de expresión propio codirigido por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón que, pese a durar apenas cinco números, acreditó la existencia del nuevo contingente. Al inicial grupo de poetas se sumaron ahora los nombres, entre otros, de Antonio Caso, Jesús T. Acevedo, Eduardo Colín, Rafael Cabrera, Nemesio García Naranjo, Rubén Valenti, Alfonso Reyes, Carlos González Peña, Diego Rivera, Saturnino Herrán, Jorge Enciso y Pedro y Max Henríquez Ureña. A la conclusión de la revista Savia Moderna, la tropa se constituyó en Sociedad de Conferencias, auténtica novedad introductora del extensionismo en nuestro medio; contexto, además, de una de sus aficiones definitorias, el estudio de la antigüedad griega en procura de un ideal humanista de resonancia tanto intelectual como ética. Un primer ciclo se realizó en el Casino de Santa María (1907); otro en el Conservatorio Nacional (1908); ambos divulgadores de figuras y tendencias ignoradas o proscritas (Nietzsche, Edgar Allan Poe, Stirner, etcétera). La Sociedad de Conferencias precedió, a su vez, la fundación, en 1909, del Ateneo de la Juventud, integrado por socios fundadores, de número, concurrentes, correspondientes y honorarios y cuyo principal objetivo consistiría en “trabajar en pro de la cultura intelectual y artística”. Su ámbito sería metropolitano, nacional e internacional; su método de trabajo el de reuniones mensuales públicas y se compondría de secciones (al punto se abrieron las de Literatura y Arte, Ciencias Sociales e Historia y Filosofía). Las listas primeras se ampliaron con figuras que cobrarán notable relieve en la Revolución como José Vasconcelos e Isidro Fabela. La presidencia del areópago recayó en su principal promotor: Antonio Caso.

            Si provechosa fue en los inicios la alianza con los modernistas, no lo será menos la entablada a raíz de la Sociedad de Conferencias con una de las figuras centrales del viejo régimen, Justo Sierra, Ministro de Instrucción Pública. En 1906, el periodista Manuel Caballero inició una segunda época de la Revista Azul que fundara el desaparecido Manuel Gutiérrez Nájera, sólo que ahora bajo un programa dogmático — de forzados patrones clásicos y casticistas— y la franca declaración de guerra a los modernistas, tachados de decadentistas y neuróticos; pues bien, el rechazo enérgico del grupo que había debutado en Savia Moderna al intento de Caballero, expresado en la prensa y la vía pública, contó con el apoyo decidido de Sierra (autorización de una manifestación estudiantil, banda musical, uso del Teatro Arbeu). En la Protesta literaria redactada al calor de los acontecimientos, se afirmó sin ambages: “Pisamos un terreno que no es exclusivo patrimonio de nadie; de un campo que es del que lo tome por asalto, sin pedir permiso a nadie; del que lucha y se bate mejor y con más fuerzas; del que golpea más duro”; añadiendo: “¡Momias, a vuestros sepulcros! ¡Abrid el paso! ¡Vamos hacia el porvenir!”. En 1908, una arremetida contra los símbolos de la educación pública republicana —la Escuela Nacional Preparatoria, su fundador Gabino Barreda y el método positivista de enseñanza—, e indirecta contra el propio Ministro de Instrucción Pública, reforzó la colaboración del grupo con el político y educador; fueron los jóvenes los que convocaron a una jornada de desagravio que, paradójicamente, concluirá con un llamado del propio Sierra a la revisión de los postulados positivistas, haciéndose así partícipe de la crítica ateneísta, de muy temprana expresión, a la doctrina comteana.

            Por invitación de Sierra, la asociación participó en las Fiestas del Centenario de 1910; extraoficialmente a través del ciclo Conferencias del Ateneo de la Juventud y, oficialmente, en el programa editorial del Ministerio de Instrucción Pública. Si el ciclo reunió estelarmente a Antonio Caso, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Carlos González Peña, José Escofet y José Vasconcelos, ocupados en la revisión de la obra de intelectuales del continente americanos, en este orden, Eugenio María de Hostos, Manuel José Othón, José Enrique Rodó, José Joaquín Fernández de Lizardi, Sor Juana Inés de la Cruz y Gabino Barreda; la elaboración de una Antología del Centenario reunió, bajo la dirección del propio Sierra, a dos de los ateneístas estudiosos e historiadores de la literatura, Luis G. Urbina y Pedro Henríquez Ureña; tarea a la que se auparon como voluntarios Alfonso Reyes y Julio Torri. Otro axial campo de sinergia entre Sierra y los ateneístas lo informó el proyecto de Universidad Nacional, alentado por el primero desde 1881 y consumado en 1910. La ley correspondiente incluyó entre las misiones del claustro, la extensión, inicial afán ateneísta; el primer rector, Joaquín Eguía Lis, tuvo como colaboradores a Antonio Caso, secretario y a Pedro Henríquez Ureña, oficial; y en las principales reformas a los planes y programas de la Escuela Nacional Preparatoria y de la apenas creada Escuela Nacional de Altos Estudios —fin de positivismo, enseñanza de la literatura, regreso de la filosofía—, guardaron señalada ingerencia Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Mariano Silva y Aceves y Julio Torri. La víspera de la revolución maderista, se dio el cambio de la directiva del Ateneo de la Juventud, resultado presidente: Alfonso Cravioto. Al triunfo de Francisco I. Madero, la presidencia correspondió a José Vasconcelos.

            A punto de cumplir dos años de intensa actividad, el Ateneo de la Juventud se transformó en Ateneo de México, suscribiéndose el propósito de trabajar para la cultura intelectual y artística y el método de las reuniones públicas. Un siguiente paso fue la fundación de la Universidad Popular Mexicana, en parte reconvención a la lentitud con la que la Universidad Nacional de México echaba a andar la extensión pero, en esencia, confirmación del espíritu de servicio público —privilegiándose esta vez al sector obrero— que nutría al ateneísmo. Idea común de José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Pedro González Blanco y Alberto J. Pani, tuvo a éste último como primer rector,  a Alfonso Pruneda como vicerrector y a Martín Luis Guzmán como secretario. A la marcha de Pani al campo revolucionario lo suplirá, hasta la extinción de la Universidad Popular Mexicana hacia 1920, Pruneda.

            La revolución, sus distintas ideologías y facciones, situación agravada por la adhesión de algunos ateneístas al régimen de Victoriano Huerta, dispersó a la asociación. José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Jesús T. Acevedo, Nemesio García Naranjo, Rubén Valenti y Martín Luis Guzmán abandonaron el país. Los que se quedaron, encabezados por Antonio Caso, además de a la factura de su propia obra, se replegaron a los espacios universitarios. Sacrificado inútilmente Sierra en el afán de restar a los revolucionarios argumentos contra el Partido Científico incrustado en el gabinete porfiriano —en su renuncia don Justo insistió en que nada dice la obra de gobierno que no descansara sobre los polos educación y justicia—, por el Ministerio de Instrucción Pública desfilaron, cada cual con su propia visión, Jorge Vera Estañol, Francisco Vázquez Gómez, Miguel Díaz Lombardo y —sin perder su carácter de vicepresidente de la República— Pino Suárez. Pero aunque esto afectó a la Universidad Nacional, todavía dependiente, el ateneísmo libró batallas que transformaron la enseñanza humanista en la Escuela Nacional de Altos Estudios y en la Escuela Nacional Preparatoria. La llegada de Alfonso Pruneda —sin descuidar la Universidad Popular Mexicana— al primero de los establecimientos citados, significó un salto hacia delante; nombrado secretario, Alfonso Reyes formuló un proyecto para una Subsección de Lengua Nacional y Literatura; Antonio Caso empezó a impartir cursos libres y gratuitos sobre filosofía; y en la inauguración de los cursos correspondientes a 1914, Pedro Henríquez Ureña hizo el elogio de la formación humanista vía el estudio del orbe clásico griego, epítome de la perfección humana. También de la pluma de Henríquez Ureña fueron un proyecto sobre “La enseñanza de la literatura” en la Escuela Nacional Preparatoria (1913) y la tesis de licenciatura en derecho, la primera en ocuparse de la institución cara a Sierra, intitulada La Universidad (1914). Y a un ateneísta de los primeros tiempos, Nemesio García Naranjo, ministro de Instrucción Pública en el gabinete huertista, se deberá el fin de la enseñanza positivista en la Escuela Nacional Preparatoria.

            De auténtico acto de resistencia intelectual debió juzgarse el ciclo de conferencias, con clara mayoría ateneísta, que se celebró del 22 de noviembre de 1913 al 17 de enero de 1914 en la Librería General. Antonio Caso se ocupó de “La filosofía de la intuición”, Luis G. Urbina de la “Literatura mexicana”, Manuel M. Ponce de la “Música mexicana”, Pedro Henríquez Ureña de “Juan Ruiz de Alarcón”, Manuel Díaz Rayón de “El último libro de Maeterlinck”, Gonzalo de Murga de “Un epicúreo”, Federico Gamboa de “La novela mexicana”, Leopoldo Escobar de “La tradición” y Jesús T. Acevedo de la “Arquitectura colonial en México”. En 1914 hubo nuevas elecciones, resultando presidente por segunda ocasión Antonio Caso. En 1916 habrá el intento de una nueva revista, de alguna manera sucesora de la de 1906: La Nave, naufragada después del primer número. De cualquier manera, con altas y bajas, siguió funcionando la Universidad Popular Mexicana.         

El hilo de la trama ateneísta de los años 1914-1920 se tejió a través de las comunicaciones epistolares entre los que se fueron y los que permanecieron en el país o entre los que, fuera de México, se desplazaban de una ciudad a otra. En 1920, uno  de los suyos, José Vasconcelos, ocupará la rectoría de la Universidad Nacional y, al año siguiente, a la postre de una intensa campaña nacional, la recién creada Secretaría de Educación Pública. De 1920 a 1924 tendrá lugar uno de los más radicales experimentos educativos de la revolución transmutada en gobierno. Ocasión, también, cabe afirmarse, de una segunda vuelta ateneísta en la que al ministro Vasconcelos lo acompañaron: Antonio Caso en la rectoría —y, a su renuncia, Ezequiel A. Chávez, especie de socio honorario—; Mariano Silva y Aceves en la secretaría de la Universidad Nacional; Julio Torri en el Departamento Editorial; Pedro Henríquez Ureña en la Escuela de Verano y el Departamento de Intercambio Universitario; y Diego Rivera a cargo de los principales proyectos de pintura mural (Escuela Nacional Preparatoria, Secretaría de Educación Pública, Escuela Nacional de Agricultura). A los afanes del vasconcelismo educativo concurrieron integrantes de diversas promociones, nacionales y latinoamericanas; esos años se produjo el magma que acarreará la autonomía universitaria, condicionada en 1929, plena en 1945.

Aunque por disposición reglamentaria el Ateneo de la Juventud sólo podía disolverse por acuerdo de la mayoría de sus miembros, puede darse como conclusión del proceso, al menos en cuanto a sus expresiones públicas, la aventura educativa durante el régimen de Álvaro Obregón. De cualquier manera, luego de 1924, no pocos de los ateneístas, en México o fuera de México, mantuvieron viva la llama, de palabra y de hecho. Vía inestimable de acceso a la médula del Ateneo de la Juventud, a su realidad y utopia, logros y fracasos, la ofrecen la obra producida, durante y años después del movimiento —trátase, advertimos, de una selección— por Antonio Caso (Problemas filosóficos y Filósofos y doctrinas morales, 1915; La existencia como economía, como desinterés, como caridad, 1916); Discursos a la nación mexicana, 1920; El problema de México y la ideología nacional, 1924); Pedro Henríquez Ureña (Ensayos críticos, 1905; Horas de estudio, 1910; Seis ensayos en busca de nuestra expresión, 1929); Carlos González Peña (La chiquilla, 1907; La fuga de la quimera, 1909; Historia de la literatura mexicana, 1928); José Vasconcelos (La raza cósmica, 1925; Ulises criollo, 1935); Alfonso Reyes (Cuestiones estéticas, 1911; Visión de Anáhuac, 1917; Ifigenia cruel, 1924; Pasado inmediato y otros ensayos, 1941); Martín Luis Guzmán (La querella de México, 1915; El águila y la serpiente, 1928; La sombra del caudillo, 1929); Mariano Silva y Aceves (Arquilla de marfil, 1916; Anímula, 1920); Carlos Díaz Dufoo Jr. (Epigramas, 1927)) y Julio Torri (Ensayos y poemas, 1917, De fusilamientos, 1941). Columnas sobre las que se construirán tanto la literatura y el pensamiento crítico mexicanos del siglo xx como un postulado civil y civilizador de largo aliento. / Fernando Curiel Defossé.

 

Acompañamiento de la entrada:

a)

1. CURIEL DESFOSSÉ, Fernando, La revuelta. Interpretación del Ateneo de la Juventud (1906-1929), México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Filológicas, 2ª. ed. corregida, 1999.

2. MATUTE, Álvaro, El Ateneo de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1999.

3. QUINTANILLA, Susana, “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México, México, Tusquets, 2008.  

  b)

1. Marzo de 1906. Aparición de Savia Moderna.

2. 27 de octubre de 1909. Fundación del Ateneo de la Juventud.

3. 25 de septiembre de 1912. Cambio de nombre a Ateneo de México.

4 3 de diciembre de 1912. Fundación de la Universidad Popular Mexicana.

           

 

 

Datos vitales

En 1967 obtuvo el título de Licenciado en Derecho con la tesis La acción penal, derecho y jurisprudencia (Derecho penal) (Mención Honorífica), en 1987 obtuvo el grado de maestría con la tesis La querella de Martín Luis Guzmán (Mención Honorífica), y en 1994 el de doctorado con la tesis Martín Luis Guzmán. Discípulo de Clío (Mención Honorífica), en la UNAM. Desde 1980 es investigador de tiempo completo en el Centro de Estudios Literarios del Instituto en las áreas de Filología Literaria y literatura Mexicana. Imparte en el Posgrado de Estudios de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, el Seminario El Ateneo de la Juventud a nivel Maestría y Doctorado. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel II, miembro de la Comisión Técnica del Archivo Jaime Torres Bodet (1994), miembro de la Asociación Internacional de Hispanistas (1995), y Secretario Ejecutivo de la Asociación de Literatura Mexicana (1994). Ha desempeñado cargos en la UNAM como: Director General de Radio UNAM (1978-1980), Director General de Difusión Cultural (1981-1982), Coordinador de Extensión Universitaria (1985-1986), Coordinador de Difusión Cultural (1986-1989), Director de la Revista Universidad de México (1989-1993), Director del Instituto de Investigaciones Filológicas (1993-2001), fue designado con carácter honorífico Director de la Colección de la Biblioteca del Estudiante Universitario (1997-2001), en la UNAM.

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