Nocturno corazón de los insectos, de Ana Corvera

ana corveraAna Corvera (Zacatecas, 1984) ha publicado recientemente en Ediciones de Media Noche, “Nocturno corazón de los insectos”, un libro de narrativa que no pocas veces intersecta con la poesía. Ana Corvera obtuvo el Premio Estatal de Ensayo “Mauricio Magdaleno” 2006 y un año después fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (FECAZ).

 

 

Mariposa luna (Actias luna)

 

El árbol recuerda la llama y su funesta blancura: entonces un diluvio esparce temores y surge la mariposa nocturna, alumbrada por el grito de los niños atrapados en su vientre. El agua viaja a través del fuego, la noche cae gota a gota. El insecto levanta una de sus máscaras y se aparta de la muchedumbre, llevando en sus alas el color de cien manos. Un aroma invade los rincones de su cuerpo, en silencio advierte una identidad, la murmuración de un nombre, y dedica su vida a lágrimas futuras. Emprende la búsqueda y vapores en el aire encienden la fugacidad en su decencia.

     Se abren pupilas. Los rumores son tristes como incienso, olor de agonía. La mariposa debe posarse en alguna frente y estrellarla, apolillarse en una de sus rutas y jamás olvidar el regreso. Llega, entierra ojos y labios en algún rostro e inventa una música. Entonces huye, es tímida y no se queda, niega de su pecho los rubores de esperanza.

     Es el templo coronado por la luna su último reflejo, nada existe fuera de la oscuridad. La mariposa aparece envuelta de fuego y de lluvia sobre las alas blancas respondiendo al amor unos pocos segundos. Luego impone a la caricia el retorno, cuida su paso de las huellas y apaga el rostro en un muro. Vuelve junto a sus hermanas en un lugar demasiado espeso hasta que el abismo destruye su imagen. Se va.

 

 

 

2

 

De noche no sólo los gatos son pardos –dijo alguien una vez y María lo recordó bajo su lámpara en días de lluvia. Casi no pensaba. Ahí, a media luz, buscó el anillo que perdió en la sombra.

     Una tos insistía en su garganta. Le costaba respirar así, cuando sólo su pecho era cálido. Su abuela le limpiaba la frente cada hora. Quizá era una excusa para darle besos.

     Cuando llegó la noche, la niña se levantó y colocó sus cejas sobre los cristales. Estuvo quieta, esperando un movimiento como el anterior. Notó que el jardín no estaba vacío. Cientos de huéspedes se deslizaban entre las hojas, alrededor del estanque. Llevaban el mismo ritmo, pero cada ser era distinto al que venía detrás. Se notaba en el brillo de los ojos, en los temblores de las patas que venían en par y muy solas.

     Las mariposas luna fueron un accidente. No sólo estaban ellas, las polillas, esperando una luz en casa; había otros jugando a esconderse como si acostumbraran dormir en la sala cuando nadie viera. Algunos eran blancos, deambulaban pecho en tierra o viajaban a capricho del aire; el resto era verde, amarillo, rojo, negro y gustaba de correr bajo las plantas a ojos cerrados. Como si el polvo les diera la ruta. María pensaba en ellos rompiendo fila, saliéndose del mundo y naufragando en el mar o cualquier sitio.

     —¿Tendrán deseos? –preguntó a su abuela dormida. Como no tuvo siquiera un gesto, un signo de respuesta, se estremeció. Tomó la bata decidida a averiguarlo y a seguir al mosquito que con un piquete indoloro ampolló su cara.

  

 

 

Mosquito común (Culex pipiens)

 

Con devoción proverbial inicia el movimiento, siempre oculto detrás de sus nocivos deseos. Una vez sus padres creyeron en la promesa del espejo de Narciso: en él se cristalizó, es una copia exacta, la muestra de que hábito y cuerpo encuentran un día el mismo camino. Ahí, desde el estanque, antes de irse ya conoce los principios de la metamorfosis. Sabe que debe amar, luego perderse y borrar sus huellas hasta el último ciclo de su especie.

     Caen fragmentos de rocío. Él, pequeña larva, se sacude, tiembla suavemente para que el oxígeno alivie sus heridas aumentadas en la espera. Luego da vuelcos rápidos demandados por el vértigo; su personalidad se hace involuntaria. Ya pasó el tiempo de beber otra sangre, la vulnerabilidad es un lujo convertido en riesgo.

     El cielo está limpio. Lo dicen las nubes tímidas de la primera mañana. Después del espasmo de la descomposición viene el grito en silencio de libertad. Encima de las aguas se eleva despacio la imagen. Cuerpo amordazado, ojos abiertos, cabeza nueva sobre terciopelo. Hay un instante en el que flota, el adulto recién nacido permanece inmóvil mientras se sobrepone a lo que ve. A partir de entonces se le irá la vida recordando cuánto quería negarse al comienzo.

     Se erige ataviado de risas y temores. Besa la tierra, impulsa el rostro hasta que obtiene su antiguo derecho entre los aires.

 

 

3

 

¿A dónde van las mariposas cuando duermen? ¿Hasta dónde llegan las hormigas bajo la tierra? ¿Existe un telón que las abraza? ¿Un velo aún más pesado que la noche?

 

—Si mejoras esta tarde, mañana saldremos por una flor –dijo la abuela y la niña imaginó una vida lejos de los muros. Su figura cobró los tintes de un retrato: dudaba entre quedarse ahí o refugiarse en los sueños. Hubo de pronto árboles con pies de conejo, frutas nodrizas, piedras con aroma, flores y cientos de querubines ahogando los pasillos. Vino la mañana.

     María y su abuela caminaron poco, hasta una esquina repleta de malvas y rosas de castilla, pero el jardín se mostró mucho más amplio, lleno de colores y movimientos sin descaro. Nadie se ocultaba. Las mariposas sacudían las alas y a veces rompían sus capullos. Las abejas, los mosquitos, los escarabajos, se parecían a la destrucción así, tan iluminados, irrumpiendo en la mirada, saqueando hojas y capullos, viviendo de la carne de los más pequeños.

     Los colores no mienten, el paisaje tendría que ser un artificio. La niña se guardó el brillo de los ojos, las manchas que llevaban los insectos sobre la espalda y no evitó pensarlos como reflejos de conciencia. Luego preguntó por su madre. La anciana evadió la respuesta y sólo dijo algo sobre la oscuridad que provocan las derrotas y las muertes. Frente al estanque, la nieta inclinó la mirada y notó a las hormigas cayendo, dejándose morir, en tanto los peces de ornato avivaban sus instintos para tragarlas. La imagen resultó tan cruda, que para María ésa era la forma concreta de un posible infierno y soltó el llanto. La tarde se alejó.

     La niña no supo si alguien sonreía entre la hierba a pesar de todo. Tampoco si una parte del jardín era ilusión o demasiado cierta como para comprenderla. Una bella mariposa descansó en las mejillas de María y ella sintió una benevolencia que casi nunca entraba por la casa.

 

 

 

Mariposa iulia (Dryas iulia)

 

Vuela sobre las aguas más dulces del Mediterráneo, busca de incógnito a quien le ofrezca una lágrima. Le gustan las gotitas que incendian los párpados de un hombre agridulce, tanto que le vuelvan la piel salobre y ya nadie, ni su madre, ni sus hijos, ni su amante, quieran besarlo.

     Iulia visita los pantanos, esos sitios bochornosos para otras criaturas de su talante y reputación. Ella necesita un trabajo de grandes dimensiones y es que tomar en pequeñas dosis tanta agua salada le llena el corazón de manecillas y péndulos. Su vientre se transforma en un reloj de arena mientras sus alas adoptan un color distinto cada dos horas.

     El final siempre está cerca: a veces el dueño de las lágrimas se olvida de ella y la traga de un bocado, aunque luego se arrepiente porque nadie más podría quitarle el peso de su llanto. Pasa a menudo con los reptiles, a quienes el hambre y la curiosidad vencen.

     Nadie es intocable, ni siquiera la mariposa que se traga los dolores. Tampoco lo será el que intente, un día, endulzar el veneno de las arañas.

 

 

4

 

En medio de esas habitaciones no hubo certeza. A ratos se hacían las cosas del mundo –hablar, llamar a la mesa, incluso cantar– pero había una hora capaz de interrumpir los pensamientos. La causa parecía ser una neblina tan densa que podía introducirse en las casas y en los cuerpos de manera impredecible.

     La mirada de la abuela solía escaparse entonces. La niña, por su parte, abandonaba los ejercicios de caligrafía para sentir cómo todo se iba, incluyendo los sentidos. En esos momentos le gustaba tocarse el rostro y decir “no soy, no soy, no soy” frente al espejo.

     Se iban sus ojos, su cuerpo, cada fracción de la casa se desvanecía. Miraba desde alguna parte, no ahí dentro. Sabía quién era ella, qué pensaba, cuáles eran sus anhelos, pero en ese momento María no era ella. Al principio esto pasaba antes de la merienda. El remedio era quedarse tranquila y esperar el último gesto de la tarde. A partir de su encuentro con las mariposas iulia, María estuvo más nerviosa. La abuela no entendía los temblores de su nieta, era como si la niña se sintiera vulnerable a los silencios de la noche.

     Y sucedió que la certeza comenzó a diluirse para las dos antes de dormir. Era un preámbulo de los sueños. La abuela creyó que la niña se había curado y estuvo más contenta, dejaba de lado su propia niebla prometiendo paseos cada vez más largos en el jardín. La niña, presa del mismo desvanecimiento de la realidad y también de las mismas fiebres, lo aceptaba sin pensar en recaídas.

     Llegó de nuevo el sol con su velada hipocresía. La tierra y el agua se llenaron otra vez de nombres temerosos del vacío. Comenzaron nupcias, bailes donde nadie era distinto; María intentó distinguir por separado a los insectos para recordarlos vivos, pero pronto prefirió a los cadáveres, así al menos el movimiento y los colores no la engañarían y podría descifrar quién era ése y a dónde iba.

     Ella tuvo cientos de insectos muertos en las manos, la abuela le permitió recogerlos si los encontraba al pie de los árboles. Los ponía sobre la mesa y entonces los observaba con detenimiento. A esas horas le llegaba la niebla y sus ojos y toda la casa empezaban a irse, menos los cadáveres. La niña, desde otra parte, les daba vida y se dejaba guiar por ellos.

 

 

 

Datos vitales

Ana Corvera (Zacatecas, 1984) es Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. En 2006 obtuvo el Premio Estatal de Ensayo “Mauricio Magdaleno” y un año después fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (FECAZ). Ha trabajado como redactora y correctora de estilo en diversos medios de comunicación, principalmente escritos y radiofónicos. Cuenta con publicaciones en La Cabeza del Moro, Revista Mexicana de Fotoperiodismo, Pensamiento Novohispano (Universidad Autónoma del Estado de México), además de las ediciones digitales Letralia y periódico El Primero. Se interesa del mismo modo por la literatura que por los temas científicos. Nocturno corazón de los insectos, escrito en parte gracias al apoyo del FECAZ 2007, es su primer libro publicado.

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