A partir de dos elementos figurativos, ‘la abuela’ y ‘la higuera’, el poeta Ibán de León (Río Grande, Oaxaca, 1980) nos ofrece un atisbo a la poesía de Jorge Fernández Granados, autor de Los hábitos de la ceniza y de Principio de incertidumbre, y galardonado con el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.
Fernández Granados: la otra forma del regreso
Si bien es cierto que la obra de un poeta cambia sustancialmente con los años, y que la voz de éste madura a la par de su trabajo, los temas en los que abreva, regularmente, son casi siempre los mismos. Jorge Fernández Granados (Ciudad de México, 1965) es uno de esos autores en cuya poesía se pueden observar ciertos rasgos que aparecen en la mayoría de sus libros, los cuales entablan un diálogo que, tras la primera lectura, resulta evidente: habita en sus versos la nostalgia que apunta siempre hacia el edén perdido de la niñez.
Al entrar en la intimidad de tres de sus títulos (Los hábitos de la ceniza, El cristal y Principio de incertidumbre), dos son los elementos que me inquietan: la figura de la abuela y el tema de la higuera. La primera se erige como la representación de fuerza en la que se apoya el mundo del niño —es un misterio que este papel no lo ocupen ni el padre ni la madre, y que sea la casa de los abuelos el principal referente del recuerdo—,[1] aquella que guió sus primeros pasos y a quien debe, en parte, la felicidad de los primero años. Es el brazo fuerte, tronco donde el poeta bebió la savia de las primeras lecciones de vida: “Tuviste tanta fuerza y me abrazabas/ cuando llegaba el miedo, sus ángeles helados.”[2]
El autor sabe que ese mundo, su mundo, por desgracia, ya no existe, que el tiempo se ha llevado todo, incluyendo la fuerza de la abuela, es decir, no hay ya una mano a la cual asirse para emprender el viaje de regreso, y éste, según se lee, es únicamente un puñado de cenizas: “¿Por qué somos de muerte, abuela? Será el viento/ o este pequeño nudo de cenizas/ donde habitaba con dolor el alma/ lo que hoy no deja que te vea […]”.[3]
El camino, en realidad, es una cortina de niebla. Los remedios de la abuela —su té de manzanilla, sus oraciones— parecen inútiles; queda sólo la fe, único modo de salvarse frente a la devastación que deja el paso de los años. Esta fe se traduce en poesía:
Creó que la manzanilla no me curó, pero algo aquel responso sin promesa. Ni salvarse de esta plaga de desdichas enterradas en el cuerpo, abuela, puro dolor inútil y animal y pozo. Entrañas los años. Carbón. Qué pasto de dolor, nacido de no sé qué abajo, qué empecinada piedra. Miro tu tumba ahora y pienso dónde estarán tus ojos ya disueltos. Polvo. O se desparraman limpios en esa verdad de tallos.[4]
El otro elemento, la higuera, viejo árbol de la infancia, tiene también un sitio privilegiado en el universo poético de Fernández Granados. De este modo, si la abuela representa a la figura paterna, el árbol, cuyo fruto nos recuerda la dulzura de la niñez, es el lugar al que hay que regresar —Ítaca—, la casa primera donde se guardan los momentos más preciados: “Quedó el panteón de los juguetes lleno/ de tanto remendar lo destrozado,/ la higuera con su tronco lisiado por manubrios.”[5]
Así, el poeta inicia el regreso, gracias al uso de la fe convertida en poesía, al primer hogar. Allí, bajo la sombra de la higuera, nos dice, subsisten aún los mejores años de su vida, y el viaje se emprende a toda velocidad —el mejor modo de cruzar la niebla es hacerlo apresuradamente—: la meta sigue siendo la vieja higuera:
creo que fueron los mejores años de mi vida
los que no comprendí
y sólo pasaron
aquel verano donde rompimos los frascos delicados de la infancia
aquellos días de sol
donde guerreamos y caímos
llenos de música de ruedas de sangre en las rodillas
ese lugar
veloz
donde no éramos sino velocidad […]
la meta era la vieja higuera […][6]
El regreso se cumple cuando el poeta descubre que es en la memoria donde pervive ese mundo por el que siente una profunda nostalgia. Lo sabe el lector: el verdadero paraíso es un inventario de pérdidas que, sencillamente, viaja con nosotros. Y el hogar y la figura protectora de la abuela siguen ahí, esperando del otro lado del abismo. Y esa nostalgia, que podría adquirir tonos dolorosos, en la poesía de Fernández Granados se nos revela como una forma de esperanza, porque el poeta ha encontrado el camino de regreso, este camino es, por supuesto, su poesía, y a través de ella nosotros, los que nos asomamos a la intimidad de ese mundo, hallamos un medio para regresar a nuestra propia casa, y la nostalgia que pasa a través de los versos resulta una experiencia cálida donde no hay desgarramiento, sí esperanza:
los que no paran todavía de rodar cuesta abajo
los pilotos con ruedas rudimentarias de metal y las rodillas raspadas los que
van con todo hacia el final del camino donde se levanta la vieja higuera
esos pequeños desarrapados y sonrientes vehículos de fe me retan
todavía a rodar desde los mejores años de mi vida[7]
Existe una señal, un faro que guía a quienes extraviaron la ruta: la poesía es un medio más que un fin, es el sendero correcto para el que vuelve, porque, acierta el poeta, “al final de la bajada [hay] un árbol de barnizados higos”.[8]
Datos vitales
Ibán de León nació en Río Grande, Oaxaca, en 1980. Es egresado de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la Facultad de Humanidades de la UAEM. Durante 2004 fue becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos (FOECA). Ha ganado algunos concursos literarios, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Tuxtepec, Río Papaloapan, 2010. Se ha desempeñado como editor y corrector de estilo en diarios del estado de Morelos, y como coordinador académico de la Escuela de Escritores “Ricardo Garibay”. Actualmente es becario (en poesía) de la Fundación para las Letras Mexicanas y columnista de la revista Conspiratio.
[1] “Xihualpa” (título de un magnífico poema de tono evocativo) es un sitio imaginario, como el mismo Fernández Granados ha reconocido; no obstante, también ha dicho que existe Cuajimalpa como referente real y la casa de los abuelos donde transcurrió su infancia. Cf. Rosa Aurora Chávez, “Entrevista con Jorge Fernández Granados. El poeta goleador”, en La Jornada Semanal, 14 de mayo de 2000, http://www.jornada.unam.mx/2000/05/14/sem-jorge.html, consultado el 19 de enero de 2009.
[2] Jorge Fernández Granados, Los hábitos de la ceniza, Verdehalago-Conaculta, México, 2003, p. 15.
[3] Idem.
[4] J. F. G., El cristal, Era, México, 2000, p. 65.
[5] J. F. G., Los hábitos…, op. cit., p. 17.
[6] J. F. G., Principio de incertidumbre, Era, México, 2007, p. 69.
[7] Ibid., p. 70.
[8] J. F. G., El cristal, op. cit., p. 73.