Foja de poesía No. 306: Luis Benítez

Luis BenitezPresentamos el trabajo del poeta argentino Luis Benítez (Buenos Aires, 1956) acompañado de una reseña a su A Heron in Buenos Aires. Selected Poems.  Ha recibido distintos premios por su obra, entre ellos el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991).

Los poemas que siguen pertenecen a su libro “La Tarde del Elefante y Otros Poemas”, Publicado por Azafrán y Cinabrio Ediciones (México, 2008).

 

 

 

LA TARDE DEL ELEFANTE

A mi amigo, el poeta Nicholas Stix,

en donde sea que esté.

¿recuerdas, nick, la tarde del elefante?

tú estabas abrumado por el enésimo rechazo

que esa mujer casada madre ya de cuatro hijos

te había propinado por teléfono

lo único que te daba desde hacía

entonces once años

al menos

cuando era soltera te lo decía en la cara

y estabas irritado de veras enojado

porque llegué una hora tarde

y te dejé solo en la enorme nueva york

por otra hora más entregado a ti mismo

ni mi taxi ni mis disculpas calmaron

tu rabia anglosajona

decías sólo se está solo en las grandes ciudades

¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante?

muchas lluvias y nieves y pisadas

de zapatos italianos y de zapatos deportivos

pasaron por esa esquina del village

pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante

tú me sermoneabas en tu álgido inglés

sin darte cuenta de que yo también estaba derrumbado

y entonces esa enorme sombra

hablabas del tedio de las ciudades

del aburrimiento amarillo que se pone

al oeste del puente de tu brooklin

y de las mujeres jóvenes que cruzan solas

y en ómnibus los laberintos sedosos de central park

rumbo a esos cuartos donde la calefacción les falla

y entonces esas pisadas majestuosas

hablabas de que no te habían incluido en esa antología

y decías que el marido de ella era calvo

ceceoso y que dibujaba historietas

el tonto de los cómics repetías

el tonto de los tebeos repetías

mientras la gente

siempre está alerta la gente

dejaba corriendo la acera

tumbaba las sillas

y olvidaba a los niños en su loca carrera

decías que la rutina es una vieja ciega

que mendiga monedas por bond street y por harlem

y que cada persona la recibe en su casa

entonces ese gordo la mole

se quedó parado cerca de nuestra mesa

en la esquina desierta mientras el cajero

temblando llamaba a la policía

cinco mil kilogramos de pacífica selva

aplastando el asfalto una inmensa epifanía gris

de cuatro metros de alto y esa trompa curiosa

con un dedo en la punta

que probaba las frutas de las mesas caídas

y revoleaba jugando los manteles manchados

aplastó en su huida de algún circo o del zoo

a esa vieja mendiga que a la gente oprimida

acongoja en su casa

nos miraba sin miedo como todas las cosas

que sonriendo repiten soy amigo del hombre

UN INSECTO EN ENERO

mínima en la ventana una presencia activa

apenas diferente del aire en su elemental dibujo

más seis patas y dos alas que el cuerpo verde

apenas una línea que atravesó

millones de años en su aleteo

desde los ollares de los dinosaurios

hasta el sobrio y frío presente en mi ventana

nunca fue más grande y jamás abundó:

cuando plantas que hoy son la hierba

alcanzaban alturas y redondeaban formas colosales

unos pocos como él se elevaban

hacia las lejanas copas con no poco esfuerzo

de esas mismas delicadas membranas

que frente a mí apenas mueve o que reposan

allí donde refleja el todo otro vasto mundo

que también le pertenece

su victoria hecha de un silencio seguro

como todas las cosas

EN EL BALNEARIO

 

Demoré cuarenta años en llegar al Pacífico.

Durante esa travesía hacia el poniente,

hacia estas aguas que eligen

como espuma llegar hasta el planeta,

abrí puertas que daban a insólitas escenas,

donde a veces alguien gritaba y otras

todo el teatro se quedaba en silencio.

Fueron centenares de habitaciones las que crucé

antes de llegar ante el Pacífico.

Conocí el pánico de vivir

y la fobia de morir,

dos hermanos gemelos.

Aprecié millones de gestos, muecas, rictus.

Oí en los vecindarios amalgamas de risas,

sollozos y lamentaciones, y muchas más

quedaron en ese cielo ajeno

al que se le da la espalda.

Estoy ante el sitio que dio nombre al azul,

frente al lugar donde el pesado color

se mece entre dos tierras.

Estoy inmóvil al borde mismo

como la piedra que una mano arroja

para que otra mano, invisible, la detenga.

Como aquel que sale a las euforias del sol

de las complejidades de un mundo subterráneo,

sombra sólo él bajo el extenso mediodía.

Porque también soy ese hombre.

El que, en un paisaje de espejos,

es devuelto a su única imagen

por el reflejo de las olas,

para vivir -entonces y nunca antes-

el instante donde todo acaba y se termina:

es el rompecabezas, que se arma.

El sol, el poco pasto, el aire que también es azul

y las exactas manchas del negro de las rocas

están finalmente en su lugar.

Este es el sitio donde se sabe

que levantar un puñado del volátil suelo

es arañar el vaso del reloj de arena.

Donde se interpreta que esas rápidas

construcciones de agua,

esos vertiginosos lazos de plata que suben

y pronto en lo muy hondo se sumergen,

son el mar que piensa

y que esas oscuras aves -que repentinamente allá se elevan-

son sus mejores ideas,

esas que se marchan para siempre.

Estoy ante el Pacífico

como el hombre ante el fuego.

 

LA RENGA 

Tan quemada en este mundo,

como el Amor Real en una sola

canción de las radios populares.

Tan odiada la esclava,

la negra, la fregona,

que sus patrones la desfloran

cada noche y ella, pendiente

de aflorar en una sílaba casual,

ella, la pobre, que arde -ahora- sólo en sombras.

Desnudo en la cocina

él jura, después de los whiskies,

que una sola cuestión de fe

todavía hay por la Tierra.

Tan indefensa en sus manos de beodo

brilla ética, por sobre todo ética,

la inútil fragua de imágenes,

la renga.

 

 

 

EL COTILLÓN DE LAS TINIEBLAS

Las llaves rotas, las monedas sin valor,

esos teléfonos anónimos recobrados de un bolsillo,

el polvo de las paredes, de los muebles, las ventanas.

El polvo que cubre toda la tierra

como un segundo mar, en seco.

Una mancha en la ropa que continúa en la carne,

un grito y después un susurro y después el silencio

que a duras penas se disfraza de resto de la tarde.

Un llamado sin voz, despertarse buscando

un algo indefinido que a nuestro lado se desangra

y difumina y que olvidamos por grados.

Lo que nos amenaza desde una mosca

chillando furiosa en la cortina.

Una misma situación, las idénticas palabras,

que cada cuatro exactos años se repiten

con la morosa precisión con la que baja,

de nuevo, un ascensor.

Las cosas que nos miran fijamente,

desde las vidrieras cerradas,

cada vez que pasamos haciendo

la penosa pantomima de ignorarlas.

Alguien que nos observa desde un lejano edificio,

exactamente cuando vemos sin oírlo

que nos está diciendo algo.

El compacto horror de la tortuga

que nos devuelve al jurásico.

LA PREGUNTA 

¿Y el ocaso rompiéndose en oro rojo,

inmutable, más allá de la historia de la poesía

de Oriente y de Occidente,

el ocaso de oro rojo,

inalcanzable, el rojo de un astro roto

fracturado contra el borde del mundo,

eso que es lo único y lo primero, en lo que veo?

Cuando, auténtico y entero,

acá, aunque se haya vuelto casi la noche,

acá en los versos lo requiero.

 

 

 

 

UNA GARZA EN BUENOS AIRES

Algún pincel trazó una rápida letra S

delgada y blanca

sobre el agua castaña y allí estaba

de improviso la garza,

los turistas no la vieron

y ella sí vio todo y a todos, rápida

e inmóvil sobre el milagro del agua.

Un espejo en medio de la ciudad

negligente, pintado de transparente,

un ojal abierto que abrochó en un solo momento

toda la ropa vestida por el invierno.

Ella seguía en la orilla fatal de su propio Amazonas,

la pata desdeñosa replegada contra el cuerpo,

en un decir mi equilibrio está hecho

de una perenne silueta

y de una manera perenne que no los reconoce.

Era un arpón paciente atento sólo al cálculo

entre el berrido juguetón de los patos domésticos,

solamente ella precisa como una diminuta guadaña

en el Jardín Japonés que afable exponía sus gracias,

con esa serenidad oriental que nada sabe

de los bruscos asesinatos de una garza con hambre.

Todos se fueron pero de modo igual yo no vi nada:

faltó un segundo entre las cosas, creí;

un instante en el instante siguiente

fue  sanguinariamente salteado,

pero cuando la garza voló

otra vida que la suya en el estanque faltaba.

 A Heron in Buenos Aires. Selected Poems de Luis Benítez

Traductor: Cooper Renner

Editorial: Ravenna Press

La editorial norteamericana Ravenna Press acaba de publicar A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, un excelente volumen que sintetiza la obra del poeta argentino Luis Benítez.

¿Puede una treintena de textos representar y sintetizar una obra de tres décadas? A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, la primera antología de poesías de Luis Benítez publicada en inglés, demuestra que esto es posible.

Seleccionados y traducidos al inglés por el poeta norteamericano Cooper Renner, los poemas que integran A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, disponible en todo el mundo a través de www.ravennapress.com y www.amazon.com, conforman un corpus representativo de la obra de Benítez que desnuda al poeta, sus intereses, su estética, su forma de ver y sentir el mundo, exponiéndolo en carne viva ante el lector.

Los poemas escogidos ponen de manifiesto la tensión permanente en la obra de Benítez entre lo ínfimo y lo infinito, pero que quede claro, no entre lo particular y lo general, no se trata de la observación de un fractal, sino de una mirada entre lo simple, lo inasequible por pequeño y cotidiano, y lo enorme, lo inconmensurable por gigante.

“La historia de las constelaciones / grabada en el brillo de una hoja”. “En la ciruela ve la sombra del ciruelo”. Tal es el progreso de los extremos (de ida y vuelta y viceversa) en los versos de Benítez.

Esta mañana escribí dos poemas (This Morning I Wrote Two Poems), texto incluido en la antología, es quizás la síntesis de A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, pues en él el autor no sólo afirma que la poesía “es otra manera, posible, de estar vivo”, sino que también refleja sus preocupaciones más profundas (“me pregunto por el origen / de esas dos cosas que están ahora sobre la mesa”) y la universalidad de su diálogo entre literatura y ciencia, entre historia y filosofía, entre la utopía y el diario vivir de la gente.

Los grandes y pequeños animales y las ciudades como monstruos, otros de los temas que como bestias de pesadillas (o pesadillas bestiales) recorren la obra de Benítez, también están presente en A Heron in Buenos Aires. Selected Poems, y no es casual que ya desde el nombre de la antología un ave (que migra, que no está en su sitio y que, sin embargo, se presiente cómoda) sea la protagonista.

Y con esto, con la inclusión de animales, el autor juega con otros extremos, los del mito y la realidad, y en ellos intervienen la historia universal de la literatura, poniendo a la especie humana ante un espejo que molesta, un bello y fatal espejo que nos muestra nuestras luces y nuestras oscuridades.

Por último (aunque, por supuesto, no es lo último que podemos decir de Benítez y su obra), la antología expone una de las características estéticas más significativas de este poeta argentino: su capacidad para usar de manera innovadora y magistral los adjetivos, dando a las ideas una elevación que excede la simple interpretación y dejando en el lector (en el espíritu del lector, mejor) la sensación de que lo dicho no acaba allí, sino que se extiende hasta la enormidad.

“Animal desfondado”, “apretada melodía de la desesperación”, “el hombre, ese acertado inconstante”, “el compacto horror de la tortuga” y “sol innumerable” son algunas de esas mixturas casi irreverentes con las que A Heron in Buenos Aires. Selected Poems sintetiza la obra de Luis Benítez, un escritor y una poesía ya fundamentales para la lengua española.

 Alejandro Frías

Datos vitales

Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.) con sede en la Columbia University, de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India). Ha recibido numerosos premios nacionales e internacionales por su obra literaria, entre ellos el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2008). Sus 24 libros de poesía, ensayo, narrativa y teatro han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, México, Venezuela y Uruguay. En 2011 la editorial Ravenna Press, de Seattle, EE.UU., publicó una antología de su poesía, seleccionada y traducida por el poeta Cooper Renner, titulada “A Heron In Buenos Aires. Selected Poems”.

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