Presentamos el trabajo del poeta español Juan Manuel Rodríguez Tobal (Zamora, 1962). Es poeta, traductor y profesor de lenguas clásicas, es actualmente editor de la colección de poesía “El sinsonte en el patio vecino” de la Fundación Sinsonte
EL AHOGADO
Como un viejo barquero la memoria
cuidadosa sondea los cabozos del río,
uno a uno recorre sus mortales engaños,
las heridas de un fondo
que no ha llegado nunca a conocer.
Al fin, donde la tierra era más firme,
allí donde creyó segura el agua,
se hunde lento el varal
y da en lo blando.
TUS OJOS
En la orilla del sueño
soñaba yo un paisaje de cigüeñas,
alzadas espadañas y sed rosa.
Bajo el puente del sueño yo soñaba
tus ojos sobre el río, la mirada
del río deshaciéndose en tus ojos,
y el súbito aleteo de la nieve,
y la ronca ansiedad de las colmenas.
En la orilla del sueño
(no la orilla de cal ni de la infancia,
sino orilla del hombre tercera e insegura)
dije adiós a tus ojos como aquel olmo muerto
que agitaba sus ramas a los trenes del sur.
A la orilla del sueño, junto a la vía muerta,
apenas me miraron, tan azules, tus ojos
cuando yo me volvía sin mundo hacia las flores
y era un alba la tierra de savia y carbonilla.
LOS NIÑOS DE MOMPAYO
En primavera mueren los lagartos,
los enfermos de amor
y ciertos árboles.
Los niños de Mompayo,
en primavera,
levantan breves tumbas junto al río
con sus cóncavas manos sin leyenda.
Nunca esperan milagro
de primavera
los niños.
También mueren los pájaros.
LAS GOLONDRINAS
Cuando llegue septiembre
nos encontrará muertos.
Como quien sabe el agua,
como quien tiende el humo
desde el solar sin fe
de la mirada.
El espacio del ala,
la desnudez del día.
Cuando llegue septiembre
se habrán llevado el fuego
(nos encontrará muertos)
las golondrinas.
MANZANAS
Arco frágil del canto.
Desde los dedos últimos del aire
el corazón de otoño:
grillos breves.
Abre otoño las aguas
sobre un fondo amarillo de manzanas.
Abre otoño las aguas y allí creces
como crece el espacio en ojos ciegos,
como crecen los labios olvidados
cuando la piel del mundo se aquieta en lo que besa.
¿Fue el gallo en su verdor
el canto nunca?
Arco frágil.
Otoño.
Grillos breves.
Tal vez la terquedad de las manzanas
o el exceso de azul en lo que mira.
UNA VERDAD
Venir bajo las flores.
Dar al tiempo
un corazón no hollado por el día.
Darlo.
Llevarlo lejos.
Despojarlo
de la cadencia enferma de las alas.
Detenerlo.
Que el cerco de la nieve
no acaricie el amor de su caída.
Quemar.
Quemarlo todo
(así los ríos).
Agrandar la negrura de la noche
con la sombra de un canto,
de un latido
que no va a dejar eco en nube alguna.
Y ya no abrir camino.
Y ya silencio
ser sin lecho de sangre y sin riberas.
Ritmo ardido,
eternamente fuera.
Grillo ido.
La nada soñadora
que primavera pulsa en las cortezas.
LA NIEVE
Miras la nieve ahora
desasida del frío y sus cortezas
y ya no ves paisaje.
Como quien desaprende los aromas
miras su largo hastío,
sus pájaros ilesos,
su asombro en la inminencia del sonido.
Miras
como quien aligera el corazón.
Pero no ves paisaje.
No remontan tus ojos
su lenta soledad inacabada,
su insomne lasitud sin impaciencia,
su amarillo de bienes y abandonos.
Miras la nieve ahora
y miras una brecha en tu mirada.
Nadie la abrió.
El canto se hace en ella.
Un pico que del aire sólo espera
el poso dulce de las lejanías.
UN NOMBRE
Si escucharas un nombre,
si manara hasta ti desde la arena,
despojado del último cansancio,
en toda su blancura,
si pudieras traer el hilo frágil
de su belleza breve y sigilosa
sin abrasar tus alas al nombrarlo,
tal vez la lluvia al fin resistiría.
Mas sólo oyes la tierra,
su hospitalaria sombra diminuta,
su silencio indoloro,
rubio,
ardiente,
y no puede ser cierto tanto olvido.
Era una luz hermosa.
Yo no sé recordarla,
pero aún tiento en el aire
la humedad de aquel miedo.
Encuentra tú el sonido.
No dejes que se pierda,
como su cuerpo leve,
su adiós en la corriente.
Cuando nada nos tiene, sólo quien canta puede
sostener en la nada lo poco que tenemos:
Sólo apenas un nombre.
EL ALA
Inmensa es la extensión
del ala herida.
Tú te adentras en ella.
Atiendes la palabra
que no será por nadie allí escuchada.
Tú dices la ceguera,
la blancura sin lindes
que no conoce sombra de la lluvia.
Saberse así perdido
en esta llama horizontal del canto.
Saberse no encontrado
por más que este sonido,
ebrio de soledad y de certeza,
en la oquedad del cielo
acaso exista.
El ala o el desierto.
Decir.
La huella apenas
que prepara el camino
para los pies del frío.
LOS RÍOS
Todo se va con ellos:
el corazón,
la lluvia,
el peso de las flores.
También tus alas se hacen transparentes
cuando rozan su aliento
sin cuerpo todavía.
Todo se va con ellos.
El silencio que arde en la raíz del canto
y aquel que no es promesa
porque nada ilumina.
Ahora sabes mirarlos.
Reconoces su muerte
como quien oye el vuelo
en la sombra de un pájaro.
La luz es un aroma cada día más tenue.
La luz en ti se cumple,
no termina.
Has perdido los ojos.
Ya no crees en la noche.
También la sed se marcha con los ríos.
ICARIA
(fragmento)
Por eso busco la bondad
en este tacto de la noche
que es la certeza de tus senos.
No vino aquí a dejar tu piel
hilachas tristes de alegría,
hebras de luz desabrigada
como un naufragio de cristales
en los charcos de la nostalgia.
Toco la noche y son tus senos
el lugar ciego de la gracia
donde no cabe desamparo.
Toco tus senos y eres buena.
No es la bondad de las palabras.
Es el concilio de las alas
de tantos pájaros atados
al vuelo de una misma altura.
Es la inminencia que no ensucia
la realidad de su inminencia.
Es tu desnudo y la amapola
que te desnuda. El pintalabios
con el que marcas hoy las telas
vivas del alba. Tu bondad.
Creo que más allá no hay nada.
Datos vitales
Juan Manuel Rodríguez Tobal (Zamora, España, 1962) es poeta, traductor y profesor de lenguas clásicas, es actualmente editor de la colección de poesía “El sinsonte en el patio vecino” de la Fundación Sinsonte. Ha publicado los libros Dentro del aire (1999, XVII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz), Ni sí ni no (2002), Grillos (2003, Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz), Los animales (2009) e Icaria (2010). Sus traducciones de los poetas líricos grecolatinos conocen varias reediciones en España. Destacan entre ellas las de Catulo, Ovidio, Virgilio, Safo, Anacreonte y Teognis. Ha traducido también a Philippe Jaccottet y, en colaboración con Neva Mícheva, a Gueorgui Gospodínov.