En el marco de la serie “Poesía argentina actual”, preparada por Nicolás Pinkus, presentamos la poesía de Santiago Pintabona (Buenos Aires en 1974). Publicó Campo Afuera, Nusud, 2000; La sedante del pacto, Tsé-Tsé, 2001; Difícil Life, Imprenta Argentina de Poesía (IAP). Quiroga Tiger, 2007, permanece inédito.
Quiroga Tiger
“Aún siendo el mayor de los pecadores
podrías recorrer el mar del error,
en la nave de la Verdad”
Bhagavad Guita.
1.
El Mal, como lo llaman ellos,
incide en el aspecto de quienes una vez recuperados
vuelven hacia la ciudad.
Las concentraciones de la nariz dan la pauta de la calidad
de vida,
antes de la operación, después de la operación, y a juzgar
por el poco deporte
que realizan, parece inútil el uso de bolsos y
las precauciones
en general. Es bien sabido que la falta
de trabajo produce descanso, y que el descanso
mal aprovechado
produce aburrimiento. En los edificios
a medio terminar, en los hoteles del Tigre y en todas
las islas que contienen la vegetación en forma de plegaria
hace su trabajo
más allá del país y su
aglomeramiento o partición.
No es raro encontrar
un bolso en los malecones, un muchacho dormido junto a una pala clavada. Los milagros son como islas, ritmos,
en el agua
solidaria y comunal. Con ella llenan un balde, bañan
a un bebé o apagan un incendio, y siempre
es un golpe más fuerte el que viene del agua
aglomerada que se despista, como los ángeles en el sunami
no supieron nunca
qué hacer todavía espero
que me recojan. Estás pálido. Lo suficiente para humillarte, decís
y te bajás de la lancha, el río está blanco como
una nube,
la embarcación avanza.
Una pareja besándose señala
la cercanía de las cabañas.
Ahora se morían las olas en la orilla
y eran las cuatro con dos soles. Pero la energía de cierto displacer
sonaba tristemente mientras la proa trozaba el espejo
empañado. Después, de las cabañas rodeadas de zarzas azules,
de los tilos arrinconados contra la costa. Mucho después de armar
el bolso, la ropa, los recuerdos. Pero
el motivo se deshace a medida que avanzo, por eso te elegí a vos
como confidente. Al acabar el verano las hojas invaden
el agua blanquecina,
habitan el malecón y la gota. El trabajo y el recuerdo piensan
en el hospital: nada podrá escapar del gesto fantasmal de
nuestras
aperturas. Al mediodía volvemos a la carne, por encima
del sexo las contracciones aumentan,
aumenta el movimiento del aire. Pareciera
que el río lechoso nos hablara por medio de giros o
de líneas parejas.
Mientras el hambre
trae transpiración o desmemoria y lucidez extraña: todo esto
que me quiere decir
horizontalmente la luz y no comprendo. El hospital del Tigre.
Y al ser tan
simples las hojas y las raíces expuestas nos sentimos
aterrados y hablamos del mediodía
que arroja
su brisa atravesando las islas del Oeste. Siguió
el modelo del futuro para elegir cada vez, como al cruzar
Montes de Oca nadie lo viera, pintó un nuevo amanecer con
sangre a lo largo del
brazo derecho que permanecía vendado. Alterado y acompañado por
la honestidad ve la cortina y se asusta.
Vienen a conversar con vos.
Detrás de los
barbijos como casas de castor: una madera mal plantada,
las piedras y
el resplandor que marean. En un mismo
lugar el exponente de luz y el maestro de medicina conversan
sobre las posibles soluciones para tu problema. Pero al instante
abandonás la cama como si fuera domingo. Toda la vida
persiguiendo
la velocidad con la pierna
que rompió, al haberla metido bajo el agua como a un bagre. Entonces
la velocidad se hace brillo y la cama se transforma en un bote, nadie
se sorprende de
ver un móvil tan débil.
Era la cama veintitrés y las cortinas azules no dejaban
pasar la luz, no sabía si era la tarde o la madrugada, seguí oyendo
los gritos y viendo
mi sangre sobre la cuerina. No podía ser más veloz.
Se dice que entré sin respirar, a verme en el agua de la orilla mientras
armabas tus bolsos. Saludé, el pañuelo conmovió al puerto, puerto
humilde, unas tablas
y la escalera que podía romperse,
muertos de serenidad al escuchar
el motor, compitiendo
con los chingolos y la mismísima corriente que rozaba la proa y
la estela que dejaba detrás. Entonces tomé la raicilla
con las manos y la saqué del barro, anegada, hubiera
muerto.
La puse en tierra seca, debajo de un
arbusto. Moví la cabeza, vi millones de raicillas anilladas entre sí.
De lejos parecía tierra firme, ir es un pantano. Entonces tomé
otra raicilla con las manos. A fuerza de cultura, llegué,
pero esto no responde a tus preguntas. Estás centralizado
en una excusa que
te permita seguir, comprendo, si fuera invierno podrías solazarte bajo
el poncho, pero no tenés
poncho, apenas un saco color salmón, con el que recorrés los barrios
pobres donde la tristeza sonríe. Y este
es un milagro que no puede definirse al oír, el ruido del agua alrededor
de la lancha, mientras
la última hora te parece infinita como la corriente que te lleva,
del puerto a las islas
donde las hortensias se mojan las rodillas. Fue sin duda esclarecedor,
tu silencio. Cupo la posibilidad de un accidente.
(…)
Considerá, entonces, que la madrugada y el oxígeno serán
necesarios, cuando saltes esa cerca que te tiene detenido. El odio por
el cielo es normal, el aburrimiento y
la ira son hermanos,
la enfermedad y el poder son parientes lejanos.
Ninguna pregunta, ese no es tu problema. La compañía casi continua,
a través de tus brazos
podrás recuperar tu alejado lugar, volver a dormir para siempre cada
día y soportar a tus amigos y los caprichos de la realidad que te envuelve.
Pero esto se está poniendo difícil, y tus brazos no parecen dar abasto,
con toda la mercancía que sube y la mercancía que baja, vieja ya, en la saliva,
en la orina.
Grave es no amar, la emoción no es sólo un líquido que chorrea de tu Mente.
La autocompasión te puede llevar a viejo,
el poder es una tijera de jardinero.
(…)
En parte la orilla y en parte el río mismo marcan el progreso, no
sabemos qué es atrás pero lo señalamos, hoy que la isla
cumple
años deberías estar, los miles de
colores de las ramas confirman la información. Y bajás porque te
esperan en la orilla, y eso no es ser valiente, sabés,
que lo que sigue es un juego de niños frente al verdadero paseo que
te prometiste. Esta es tu forma, ¿cuál podría ser
si no? el río serpentea y está siempre en fuga, visto desde el Oeste,
desde el Este parece que siempre está llegando.
Hace muchos años que estás cabeza abajo.
2.
Mi respuesta no es Dios. Tu respuesta no está
en el desierto de
Atacama.
La solución no sería
dibujar un círculo en la arena y sentarte a esperar.
La solución es que me
aceptes como
compañero y confíes en mi ignorancia.
Mi pobreza está llena de posibilidades.
De las veces en
que me propuse ayudarte ninguna fallé, cierto, y mi cansancio todavía
no encaja en
ninguna clase de desesperación. Duro como un vidrio.
Sólo hay una
manera de detenerme, y sabés de qué estoy hablando en
cuanto a mi
aventura y su final. Su final es tu sonrisa. ¡Me emociona tanto
pensar
en el regreso! ¡Qué charla que
vamos a tener! En tanto, procurá no estar sólo, sostené tu
esperanza y
no claudiques. A mí me esperan unas semanas de barro y
movimiento.
(…)
(De Quiroga Tiger, inédito)
Datos vitales
Santiago Pintabona Nació en Buenos Aires en 1974. Publicó Campo Afuera, Nusud, 2000; La sedante del pacto, Tsé-Tsé, 2001; Difícil Life, Imprenta Argentina de Poesía (IAP), 2004 y en colaboración con Marcelo Galindo y Pablo Katchadjian, Los albañiles, IAP, 2005. Quiroga Tiger, 2007, permanece inédito.