En el marco de la antología “Arenas movedizas. Poesía iberoamericana y principio de siglo”, presentamos la poesía de la poeta nicaragüense Claribel Alegría (1924). Los poemas se acmpañan con una introducción a cargo de la crítica española Begoña Camacho (Almería, 1985).
Clara Isabel Alegría, bautizada por el filósofo José Vasconcelos como Claribel, nació en Nicaragua en 1924, aunque siendo muy pequeña tuvo que exiliarse con su familia a El Salvador (de ahí que se defina como salvanica).
Aunque desde su infancia había tenido muy claro que su oficio sería ser poeta, el hecho de que le concedieran una beca para estudiar Filosofía y Letras en Estados Unidos, le abrió las puertas: allí conoció al poeta español Juan Ramón Jiménez, que se convirtió en su maestro (1944-1947). Siempre recuerda que fue muy estricto con ella, la obligó a la métrica y la rima clásica, aconsejándole que tenía que ajustarse primero a ello antes de intentar “escribir sin muletas” en verso libre. Después de esas clases, el autor de “Platero y yo” seleccionó una serie de poemas y los editó: Anillo de silencio vio la luz en 1948, teniendo como padrino a José Vasconcelos quién prologó el libro. Así comenzó su carrera poética.
Casada con el periodista estadounidense Darwin J. Flakoll, vivió en distintos lugares del mundo por diversas razones, entre ellas políticas (tuvo que exiliarse de El Salvador). Pero cuando triunfó la revolución sandinista, no tuvieron ninguna duda en regresar a Nicaragua para echar una mano y seguir contagiándose de los nuevos sueños de libertad de una de sus patrias; desde entonces hasta nuestros días es su lugar de residencia.
Para Claribel Alegría la poesía es todo. En su discurso de inauguración del VII Festival de poesía de Granada (Nicaragua, 2011), nos habló de su concepto de este género literario. Para ella la poesía es su pasión y su destino, “universaliza lo cotidiano, lo hace válido, lo transforma. Es la celebración de todo cuanto existe”; expresa ideas y verdades universales a través de las palabras, las cuales crean melodías y tienen vida propia, ya que un poeta debe trabajar como un ebanista u orfebre: buscar las palabras exactas para que no se venguen después de nosotros. Trabajar en este oficio es para nuestra autora una manera de encontrar sus raíces, de jugarse la vida, como dice en uno de sus poemas, o de conseguir volar.
Distintos críticos literarios afirman que consiguió su propia voz con su libro Huésped de mi tiempo, a partir de ahí la obra de Claribel Alegría ha girado en torno a una temática centrada en el hombre (en su capacidad de amar y destruir), en la solidaridad (sobre todo de sus países), en la filosofía de la vida (la muerte, el exilio, son temas que trata constantemente) y en su propia vida, ya que como dice Gioconda Belli: “La vida que cuenta Claribel en poemas es una vida plena donde no ha faltado el amor, ni la tensión, ni las dudas, ni el dolor ajeno, la maternidad, los cementerios o las trampas insidiosas de la cotidianeidad y sus comodidades”.
A través de versos breves y palabras que brillan por sí mismas, íntimas, desnudas y espléndidas, en perfecto equilibrio de lucidez y belleza, Claribel Alegría ha conseguido seguir vigente en la actualidad, admirada por muchos jóvenes lectores, escritores y críticos llegando a conseguir el Neustadt International Prize for Literature por toda su carrera literaria en 2005.
Begoña Camacho
Universidad de Granada
Ars poética
Yo,
poeta de oficio,
condenada tantas veces
a ser cuervo
jamás me cambiaría
por la Venus de Milo:
mientras reina en el Louvre
y se muere de tedio
y junta polvo
yo descubro el sol
todos los días
y entre valles
volcanes
y despojos de guerra
avizoro la tierra prometida.
Aunque dure un instante
A Bud
Ahora
mientras el río de obsidiana
nos refleja
quiero hablarte de amor
de nuestro amor
de los diversos hilos
de su trama
del amor que se toca
y es herida
y que también es vuelo
y es vigilia.
Sin él
el verde de las hojas
no tendría sentido
ni el farol de la calle
iluminando el agua
ni la imagen ondeante
de la iglesia.
Mi amor es la escudilla
en la que tú dejaste una moneda
la moneda tañéndome que existo
la trenza que forjan las palabras
el vino
el mar desde la mesa
los malentendidos
los días
en que nos damos cuenta
que ya no somos uno
que estamos alejados
irremediablemente.
Ayer
desde mi exilio
inventé que llegabas.
Salí del hielo
espanté pingüinos
desplacé a las estrellas
acechando tu desembarco.
Quería ayudarte a plantar banderas
celebrar de rodillas
el milagro.
Ahí quedé
con mis señales.
¿Te sorprende mi vértigo?
Estoy hablando de eso:
de la alegre punzada
de saber que sí
que de pronto es verdad
que no estoy sola
que estamos juntos bajo el árbol
con mi mano en tu mano
que nos refleja el río
que ahora
en este instante
en este ahora
aunque dure un instante
estás conmigo.
Credo
Creo en mi pueblo
que por quinientos años
ha sido explotado sin descanso
creo en sus hijos
concebidos en la lucha y la miseria
padecieron bajo el poder
de los Poncio Pilatos
fueron martirizados
secuestrados
inmolados
descendieron a los infiernos
de la “Media Luna”
algunos resucitaron
entre los muertos
se incorporaron de nuevo
a la guerrilla
subieron a la montaña
y desde allí
han de venir a juzgar
a sus verdugos.
Creo en la hermandad de los pueblos
en la unión de Centro América
en las vacas azules de Chagall
en los cronopios
no sé si creo
en el perdón
de los escuadrones de la muerte
pero sí en la resurrección de los oprimidos
en la iglesia del pueblo
en el poder del pueblo
por los siglos de los siglos
Amén.
A mitad del viaje
Quisiéramos a veces volver a comenzar.
Tomar hilos pendientes
que dejamos hace años
y seguir el dibujo de otro modo.
Me equivoqué de puerta tantas veces
y entré
y estuve sola
y otras veces no entré
porque no pude.
Y en medio del paisaje
con frecuencia me asalta una nostalgia
y estoy desamparada
y recuerdo
ventanas
y sonrisas
y yo pasé de largo.
Es inútil pensar en el regreso.
Seguiré despacio
y cuando venga el día de atar nudos
podré ver hacia atrás
y quizá encuentre un dibujo insospechado.
No puede
No puede conmigo
la tristeza
la arrastro hacia la vida
y se evapora.
También me gusta el amor…
También me gusta el amor
al que le cierran la puerta
el que entra por la ventana
volando sobre una cuerda.
No preciso conceptos…
No preciso conceptos.
No más divagaciones
ni teólogos discursos
que anestesien mi herida.
Tus palabras preciso,
la imagen de tu rostro
entre las sábanas,
tu último estertor
en mis oídos.
Querencias
A Juan Gelman
Porque aprendí a quererme
puedo sangrar
con tus heridas.
Perséfone
Abrí los ojos como siempre
como cada día
y el pedazo de cielo
no asomó
ni asomaron tampoco los geranios
ni el árbol de mimosa
ni el laurel
y todo estaba oscuro
y era difícil descender
(no sé dónde dejé todos mis signos)
y el suelo estaba seco
pedregoso
y era grande mi sed
y seguía bajando
reptando
tropezando
en busca de agua
de humedad
y junto con la sed
me crecía la urgencia
de seguir
de continuar buscando
debajo de las piedras
hasta encontrar la fuente
y no escuchar la voz
enterrar esa voz que aún se obstina
en que arranque mi cáscara
y me vista de verde
y me abra hacia el sol
de mis ayeres
que apenas si recuerdo.