En el marco de la Antología de poesía colombiana, preparada por Federico Díaz Granados, presentamos el trabajo de uno de los mayores referentes de esa tradición lírica, Darío Jaramillo Agudelo. Mereció el Premio nacional de poesía en1978. Uno de sus libros paradigmáticos es “poemas de amor”, publicado en 1986.
Arte poética una
Uno debería aprovechar la poesía
para hablar mal de la familia;
burlarse un poco del Edipo,
destrozar con ironías a todas las tías del mundo:
la que quiso que aprendieras guitarra,
la que te hizo recitar en las visitas,
la que te recomendó las vitaminas,
la que te regalaba galleticas hechas en casa.
Uno debería utilizar el poema para hablar horrores de los amigos:
de uno que tiene el alma seca,
de otro que se engordó y tiene dos hijos naturales
y algún día les dará su apellido,
del que se acuesta con la mujer que te gusta,
del que te llama a medianoche,
del otro, que tiene mal gusto y además es moralista.
Uno debería aprovechar la poesía. Pero no.
Arte poética otra
Uno a veces se vuelve trascendental en el poema
y se pone lo suficientemente triste
como para responder el acento lírico,
a la altura de los tiempos
o —qué se yo—
al tácito pedido de una amiga.
En esos momentos quiere uno averiguar
el-sentido-de-la-vida,
en esos momentos, claro,
la muerte te preocupa demasiado
y hay que ver las que pasas
tratando de evitar cacofonías.
Es duro ser poeta
y no hablar de fútbol
y preocuparse de que nadie se entere
de que uno lee comics
que adora la música de Radio Reloj.
Es dura esa vaina de ser poeta;
encontrar un buen epígrafe
no es tarea fácil para aprendices.
Es duro ser poeta,
aunque era más difícil antes
cuando los versos tenían rima
y no había estado Lucy in the Sky with Diamonds.
Love story
Su nombre era Margoth, llevaba boina azul
y en su pecho colgaba una cruz
Canta Leo Marini con Don Américo y sus Caribes
Digamos que es lindo tener penas de amor
y disfrazar la noche con la llorosa nostalgia del bolero:
sin tí es inútil vivir
como inútil será
el quererte olvidar:
digamos que la violeta entre el libro,
el retrato, acaso una carta donde volcamos toda nuestra
falta de vergüenza
(¿sabe usted lo que es ir desnudo por la calle?)
quieren decir que sin un amor la vida no se llama vida.
Digamos todo esto:
que la soledad, que la nostalgia, que el ayer que vivimos,
son apenas esta noche que no te veo mirándome a los ojos.
Digamos que la guitarra que lo dice todo:
la penumbra, el beso tímido.
el insomnio deshojando margaritas,
la pobre y estúpida pena de amor, digamos,
en fin, digamos
que todo esto es apenas la certeza
de que alguna vez fuimos felices.
La visita de Margarita Cueto a Medellín en 1968
A fines del año pasado llegó Margarita Cueto a Medellín.
Venía en un gran tanque de formol, y semejaba una de esas
imágenes de cera que parecen bañadas en esperma;
desde días antes se sentía un insoportable olor a crisantemo
y las polillas habían invadido el aeropuerto.
(Antes de que Thomas Alba Edison inventara el fonógrafo,
doña Margarita repartía sus días entre ensayar Taboga
con Juan Arvizu y espantar los diminutos gusanos de la
muerte).
Fue aquél un espectáculo digno de verse: un oxidado cañón
encontrado en Chorros Blancos saludó el aterrizaje del
avión,
y en ese preciso instante resucitaron siete viejos amantes
del bambuco;
acto seguido una banda de invisibles instrumentistas,
después de los himnos de Colombia y México,
interpretó “Corazones sin rumbo” con fantasmal
vehemencia y todos pudimos llorar a nuestras anchas:
la música se oía del otro lado de la muerte: era el momento
de las grandes libaciones de incienso, se podía hacer una
profesión de la queja o fabricarse un cuchillo para matar
tanto olvido.
Pero esto no fue todo: en la casa de una de mis tías, la
vitrola descompuesta desde hacía 27 años comenzó a
funcionar sin que nadie la tocara, y en la familia se dijo
que todo había sido un milagro.
Ya por la noche, en el homenaje de rendida admiración,
después de las palabras del señor alcalde, se anunció una
canción de doña Margarita;
pero en lugar de las estrofas del bambuco, comenzaron a
salir de su boca pequeñas telarañas que le dieron al
recinto el aspecto de un desván.
Y la señora comenzó a derretirse hasta volverse miel de
abejas que una nube de moscas devoró con odio
generoso;
fue entonces cuando las magnolias enviadas por el Señor
Obispo se tornaron en un polvillo ceniciento que los
predicadores de Año Nuevo explotaron sin misericordia
cuando hablaron de la muerte.
Pero ya todos éramos estatuas de sal.
Razones del ausente
Si alguien les pregunta por él,
díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa
acaso ya nadie reconozca su rostro; díganle también que no
dejó
razones para nadie, que tenía un mensaje secreto, algo
importante que decirles
pero que lo ha olvidado.
Díganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra
parte del mundo, díganle que todavía no es feliz,
si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se
fue con el corazón vacío y seco
y díganle que eso no importa ni siquiera para la lástima o
el perdón
y que ni él mismo sufre por eso,
que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en él
mismo, que tantas cosas que vio
apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto,
díganle
que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios, en un
día de sol, díganle que hubo palabras
que le hicieron creer en el amor y luego supo que el amor
dura
lo que dura una palabra.
Díganle que como un globo de aire perforado a tiros,
su alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni
siquiera está desesperado y díganle que a veces piensa
que esa calma inexorable es su castigo; díganle que ignora
cuál es su pecado y que la culpa
que lo arrastra por el mundo la considera apenas otro dato
del problema
y díganle que en ciertas noches de insomnio y aún en otras
en que cree haberlo soñado,
teme que acaso la culpa sea la única parte de sí mismo que
le queda y díganle que en ciertas mañanas llenas de luz
y en medio de las tardes de piadosa lujuria y también borracho
de vino en noches de lluvia
siente cierta alegría pueril por su inocencia y díganle que
en esas ocasiones dichosas habla a solas.
Díganle que si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas
en sus ojos
y una planta de moras sembrada en su estómago y una
serpiente enroscada en su cuello
y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida
honradamente,
de adivino, leyendo cartas y celebrando
extrañas ceremonias en las que no creerá y díganle que se
llevó consigo algunas supersticiones, tres fetiches,
ciertas complicidades mal entendidas y el recuerdo de dos o
tres rostros
que siempre vuelven a él en la oscuridad
y nada.
Otra arte poética una: el tiempo
Sobre la geometría del tiempo, este poema que recorre
la fría piel de los minutos que ni esperan ni acosan, sobre
la línea
de los días sembrados en la metálica luz de los muertos,
florecidos
a punta de tanta vida que recorre sus venas de clepsidra.
Sobre el tiempo este poema asomado de reojo a la muerte,
sobre el tiempo
hermano de la nada, sobre el tiempo ingrávido
gravitando sobre mi cabeza y sobre la cabeza de mi
hermano, sobre el tiempo
este poema, sobre el tiempo que camina por encima de las
aguas
y pasa a través de los blancos jardines de yeso de las
regiones del norte,
sobre el tiempo olvidado de los juegos de la tortuga y
aquiles, sobre el tiempo
despiadado el asombro impotente del poema, sobre el
silencio que es la música del tiempo
terminado y constante y exacto, teorema de las flores que
nacen medidas por el día, teorema
del deseo y la culpa, capturados en el largo insomnio de la
noche puntual, de la agorera, lenta noche,
sobre el tiempo inmensurable, midiendo el cambio de piel
de las serpientes, sangrando sobre la sombra del olvido,
sobre el tiempo
este monótono poema, sobre el tiempo
que continúa más allá
de la vana palabra del poema.
Para Caterina
El oficio
La poesía, esa batalla de palabras cansadas; nombres de
cosas que el ruido escamotea;
llegan los fieles a reconocer el signo, heráldica donde cada
rito tiene su lugar:
allá la cornucopia, el ara, el gerifalte, aquí muy cerca una
noche y una estrella:
amplia red de sonidos que ocultan este corazón aterido y
amargo, un gajo de uvas verdes, el silencio irrepetible de
una calle de mi infancia.
La poesía: este consuelo de bobos sin amor ni esperanza,
borrachos por el ruido del verbo, aturdidos por cosas que
significan otras cosas,
sonidos de sonidos.
Prefiero mirar tus cartas que leerlas; de súbito dibujas un
beso;
la poesía: esta langosta, esta alharaca, esta otra cosa que no
es ella,
la risa de Alejandra, el esplendor de tantos sueños
silenciosos
una forma callada.
13
Primero está la soledad.
En las entrañas y en el centro del alma:
ésta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con tu sombra,
que esa tiniebla eres tú.
Tu corazón, ese fruto perplejo, no tiene que agriarse con tu
sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.
Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original —contigo mismo—.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro de ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.
Poema
Este corazón seco, incapaz de otro amor, agotado y solo,
este corazón de precisa prepotencia,
este corazón que ya no llega a la mirada,
este corazón cancelado y cambiado por una especie de
helada ternura,
planeó mis iras, proyectó cada aspecto de mis entusiasmos.
Queda el rescoldo de viejas complicidades y el placer de la
tarde solitaria
mientras la lluvia se repite:
es cómica la futilidad de toda agonía;
estamos solos.
Este corazón sin sed, este ciego corazón no distingue ya
entre el paraíso y el desierto.
De la nostalgia, 1
Recuerdo solamente que he olvidado el acento de las más
amadas voces,
y que perdí para siempre el olor de las frutas de la infancia,
el sabor exacto del durazno,
el aleteo del aire frío entre los pinos,
el entusiasmo al descubrir una nuez que ha caído del nogal.
Sortilegios de otro día, que ahora son apenas letanía
incolora,
vana convocatoria que no me trae el asombro de ver un
colibrí entre mi cuarto, como muchas madrugadas de mi
infancia.
¿Cómo recuperar ciertas caricias y los más esenciales
abrazos?
¿Cómo revivir la más cierta penumbra, iluminada apenas
con la luz de los Beatles,
y cómo hacer que llueva la misma lluvia que veía caer a los
trece años?
¿Cómo tornar al éxtasis de sol, a la luz ebria de mis siete
años,
al sabor maduro de la mora,
a todo aquel territorio desconocido por la muerte,
a esa palpitante luz de la pureza,
a todo eso que soy yo y que ya no es mío?
Datos vitales
Darío Jaramillo Agudelo (Santa Rosa de Osos, Antioquia, 1947) es Poeta, novelista y ensayista colombiano. Terminó el bachillerato en Medellín y posteriormente se graduó como abogado y economista en la Universidad Javeriana de Bogotá.Es el gran renovador de la poesía amorosa colombiana y uno de los mejores poetas de la segunda mitad del siglo XX de su país. Su obra poética se caracteriza por un marcado corte intimaste. También se ha destacado como brillante narrador y ensayista. Ha desempeñado importantes cargos culturales en organismos estatales y es miembro de los consejos de redacción de la revista “Golpe de Dados” y de la fundación particular “Simón y Lo la Guberek” .Su obra poética está contenida en las siguientes publicaciones: “Historias” en 1974, “Tratado de retórica” “Premio nacional de poesía” 1978, “poemas de amor” 1986, “Antología poética” en 1991, “Cuánto silencio debajo de esta luna” en 1992, “Del ojo a la lengua” en 1995, “Cantar por cantar” en 2001 y “Gatos” en 2005.