Antología de poesía colombiana No. 6: Piedad Bonnett

Piedad Bonnett

Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, Colombia, 1951) se ha convertido en la poeta colombiana de mayor reconocimiento internacional. Es ganadora de la última edición del premio Casa de América y autora de, entre otros,  Nadie en casaEl hilo de los días, Ese animal triste No es más que la vida.

 

Llamado

 

                                                                  Variaciones en torno

                                                                  a un poema de Dylan Thomas

 

Al escuchar tu voz nocturna, padre,

—tu voz de amante navegando en sus mares de zozobra—

yo descendí del más hondo silencio

y me hice llanto.

Una llama violeta le dio vida a mi médula,

y mi nada de viento se posó como un pájaro

en las pupilas rubias de mi madre.

A tu llamado

(que era roto tremor, ciego buceo,

roja batalla enfebrecida)

yo descendí vertiginoso y lúgubre

como un hombre con sed que bebe un agua amarga.

Traje del frío sideral

la luz fosforescente que hace brillar mis huesos.

Y del oscuro magma brotó una flor quemante:

mi corazón, donde ya había miedo.

Quise ser sordo

seguir siendo gota

del furioso torrente donde no habita el tiempo.

Pero tu voz subía,

como una lluvia inversa tu voz subía a buscarme

hasta mi oscuro centro aún sin nombre,

hasta el umbral de sombra donde era luz mi madre.

 

 

 

Nocturno

 

Mi noche es como un valle reluciente de huesos.

La piel, arena, sílice. Los labios, agrietados.

Una cruz de ceniza sobre el vientre desnudo.

Héme aquí entre malezas, en medio de rastrojos,

muerta de cara al techo de la alcoba,

con la luna bailando en la pupila

y el corazón como una libre herida

que persiste en vivir. Quizá algún día

me despierte el zumbido de su vuelo

sobre mis ojos, sobre mi garganta,

y reverbere el cuerpo, luminoso,

como un mar que cantando alza sus olas.

 

 

 

La cicatriz en el espejo

 

Empotrado en la noche de la alcoba

el espejo

tiene la lucidez de los oráculos.

Sobre la superficie de su luna

la muchacha desnuda

va escribiendo los signos del deseo.

Abre a sus aguas duras los muslos, y en la sombra

del reflejo se busca, sorprendida.

Sobre el seno, como un pequeño oprobio,

brilla una cicatriz. Y pareciera

que en su mórbida carne adolescente

la muerte hubiera dado su primer dentellada.

 

 

 

Éxodo

 

Tantas cosas han sido y han pasado.

 

Como viejas palomas mal heridas,

llenas de costras, de lastimaduras,

las paredes de cal donde el tiempo agoniza.

 

Y va la soledad pegada al viento.

 

De tarde en tarde un eco de caballos,

un viajero que llora o el luto en los postigos.

 

Otra vez, otra vez y treinta años

ha recostado el hombre su taburete a la puerta

y sueña el viejo sueño

ya de tanto soñar descolorido.

 

Cuentan los viejos

que de noche se llenan de rezos los caminos.

No hay polvo en ellos.

Sólo el sol de las cinco en los balcones

y entre los huesos el olor del humo.

 

De tarde en tarde un eco de caballos,

una mujer que canta, la muerte de algún niño.

¿Y cómo no llorar con la joven maestra

que sale una mañana del dentista

y no quiere reír porque los niños

no podrán olvidar su roja herida?

 

En el fondo del parque

el viejo capitán mastica su locura

y hace girar al viento su astillado paraguas.

 

El diablo de la pila tiene musgo en las ingles

y el viento ha detenido su carrera.

 

Tan pocos quedan ya, tantos se han ido.

 

 

 

El hilo de los días

 

Han amarrado trapos rojos en los bombillos,

y el mundo todo ardido está de fiebre púrpura,

de paños en la frente, de pesadillas

que rechinan sus dientes

en el silencio ciego de la una.

El corredor se alarga, se alarga eternamente, se multiplica

debajo de los menudos pies. Qué habrá allá lejos,

allá donde parece que agitara la brisa una llamita,

allá, cruzando el mar de sombras y de miedo.

 

 

 

Más tarde será tarde

 

¿O siempre ha sido tarde, amor, aunque nos dieron todo,

el tiempo y el lugar y esta furia de alas?

Siglos y siglos y cualquiera diría

que han venido a encontrarnos paralelas las horas.

¿Pero cómo se explica que sean las cinco y cinco en tu reloj

y el sol queme las lilas que encienden tu terraza

y en cambio

sean las cinco y cinco en mi agonía

y vaya dando tumbos, tropezando,

hiriéndome en lo oscuro?

Desde la ventanilla del tren yo me despido

y tú eres el que viaja. Y cuando llegas tú hasta mi estación

llueve y no hay nadie.

Habría que parar, amor, todos los trenes

y volver a citarse.

Recuerda: en mi cuerpo batallan

la luz que le impusieron tus oficios de brujo

y la sombra que sueña la muerte entre mi sangre.

Más tarde, te lo digo, será tarde.

 

 

 

The rest is silence

 

Tu ausencia

ha hecho que para mí la música sea triste para siempre

y que me duela Schubert de costado

y que la lluvia

su tintineo contra la ventana

parta mi pecho en dos.

Por ella

no resisto que cante la tanagra

ni que Lou Reed camine por un lugar salvaje

ni que un canto pueril se oiga en el aire

sin que le diga algo

al tonto

atribulado corazón

 

porque tu ausencia

es una aguja ciega

que cose a mi garganta las palabras

 

lo demás es silencio

y reinan los fantasmas.

 

 

 

La mujer de Lot

 

Hoy vi que a ese lugar donde te amé con impaciencia

—y donde fue temblor nuestro silencio

cuando anunció con voz eterna la alondra de Julieta

que ya se alzaba el día—

 

llegaban implacables los hombres con las palas y las picas

y el bulldozer rompía la ventana que vio cómo caía la lluvia

cuando tu voz fue abrigo

y cielo despejado sobre mi cuerpo tibio tu camisa.

 

Allí estuve mirando entre el grupo indeciso de curiosos

cómo caían las tapias cómo se amontonaban los escombros

y el polvo levantaba sus estrellas fugaces

caía sobre mi piel sobre mi pelo

 

Suele la vida que creemos a veces insensata

urdir sus torpes símbolos

pensé

 

Para recuperar tus ojos debí cerrar los míos

Allí permanecí hasta que comenzó a llover y todos se marcharon

y callaron las máquinas y el mundo

calló también

mientras la noche abría sus aleros de sombra

Entre las ruinas una pequeña estatua de piedra me miraba

desde su maltratado pedestal

 

Sus ojos y su aridez de sal me persiguieron

por las calles que un día

fueron el corazón ansioso de mi mundo

 

 

 

Regreso

 

Uno a uno han llegado los hermanos

atendiendo al llamado desnudo de la muerte.

Regresan

de sus altas ciudades invernales

con sus abrigos fúnebres y sus pequeños odios, sus rencores,

y un miedo antiguo

golpeando sus pechos como una dura aldaba.

Mientras la madre muere lentamente,

reconocen los cuartos, saquean la cocina,

hablan de tiempo,

hablan de patria,

y cuando alza su vuelo el moscardón azul de algún recuerdo,

en la sala en penumbra,

como un grupo de extraños que en un vagón del tren mira el paisaje,

ensimismados, callan.

Ahora está llorando quedamente

la madre sostenida por su cielo de almohadas:

alguien ha de haber muerto —razona— y se lo ocultan.

Si no, ¿cómo se explica que hayan venido todos,

al mismo tiempo todos,

y se vean tan tristes, sus muchachos?

 

 

 

Oración

 

Para mis días pido,

Sueños de los naufragios,

no agua para la sed, sino la sed,

no sueños

sino ganas de soñar.

Para las noches,

toda la oscuridad que sea necesaria

para ahogar mi propia oscuridad.

 

 

Datos vitales

Piedad Bonnett nació en Amalfi, Antioquia, Colombia en 1951. Licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, donde es profesora de literatura en la Facultad de Artes y Humanidades desde 1981. Obras: De Círculo y Ceniza, 1989 (Mención de Honor en el Concurso Hispanoamericano de Poesía Octavio Paz); Nadie en casa, 1994; El hilo de los días, 1995 (Premio Nacional de Poesía Colcultura); Ese animal triste, 1996; No es más que la vida, Antología poética, 1998; Todos los amantes son guerreros, 1998. En 1991 estrenó su obra de teatro Gato por liebre y en 1997 el Teatro Libre monta su segunda obra de teatro: Que muerde el aire afuera, bajo la dirección de Ricardo Camacho.

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