Presentamos la poesía de Juan Antonio Massone (Santiago de Chile, 20 de junio, 1950). Ha publicado, entre otros, Nos poblamos de muertos en el tiempo; En voz alta; Las Siete Palabras, Poemas del amor joven; La pequeña eternidad; En el centro de tu nombre. Es Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española.
A los pies de tu nombre
Acaso más bueno sea esperar
a que un poema salude al día
y añada gratitud a la esperanza.
Sin más aviso que una rama de ciruelo
se viene la mañana y el mundo crecerá
como dejar al tiempo correr,
pero sin uno.
Si algo faltara que decirse,
alguien desliza en un beso
su endeble eternidad.
De mi parte, saludo en ti
esa canción que a la amargura resiste.
Estoy aquí a punto de brindar
a los pies de tu nombre,
de coger del brazo al día
y darle un beso en la boca.
Consideraciones de un loco
Quizás no vencerá mi palabra
el chasquido pegajoso de la nada
en este lento horror que me confina.
Diciendo de esto a la calle de nadie,
unos pocos amigos complementan
la codiciosa obra de mi espectro.
Aún así seguiré velando aquí
y cuidando del semáforo.
Ya pueden cruzar la calle.
Así pasan los años
A uno se le van los años, se le van
sin dar con el secreto que tienen las ventanas.
Debajo de la piel, un rostro
es una costumbre casi perpetua
que las palabras ignoran
mucho antes de poner un pie en el día.
Nos atrae el sueño, los hábitos
como un abrazo que una vez diéramos
antes de enloquecer los tiempos
y no cupiesen más palabras en el alma.
A uno se le van los años, se le van
como un desacuerdo que se lleva en la mirada.
Esos deseos
Me hubiese gustado
verte llegar hasta aquí
cuando escribía: ” estoy pensando
en lo único que alboroza
al pensamiento”.
Hubiera querido
mostrarme lleno de ti,
completamente reflejándote.
Me habría gustado
una voz más cerca de ti,
ser algo en tu cuerpo
y me hubieras cuidado.
Hubiese querido ir
alguna vez en tu cabeza,
acaso siendo tus ojos
para saber si era yo
quien estaba en el mundo.
El Poema (I)
Una parte aún no dicha al camino,
el breve y delgado trecho de la página.
Sueñan las palabras un mejor sentir
que jamás termina por decirse.
Una a una las razones del mundo
esgrimen avaras razones de mundo.
¿En cuál borde o espesura comienza
el silencio a ser alma presentida,
alma entre dos bocas o ansiedad
de esquina? ¿En verdad cómo sentir
para decir: yo siento y adelante?
Un corazón semejante a mí
para que a ti se parezca podría ser
el poema. El blanco sueña palabras.
Puedes tú sentir sin restricciones.
Lo demás espera. Nos aguarda
el blando surco del silencio.
Las esperas
Se espera alcanzar labio y palabra
Se espera sea pronto nueva aurora
Se espera en horas de perfil delgado
Se espera oler promesas de la lluvia.
Se espera que una voz diga te quiero
Se espera arrancar olvido al tiempo
Se espera nuevo cielo de zorzales
Se espera besar el nombre de la noche.
Se espera al pie del mármol y la pena
Se espera en aquel día un sin embargo
Se espera que el temor calle su boca
Se espera saber al fin: hemos llegado.
Flores
(Carlos Pedraza)
Muestra aquí la alegría intención de quedarse.
Gavilla de aromas derraman las flores en este vaso.
Ningún malestar interrumpe a este silencio del arte,
ni dolor ni desarraigo en el lienzo de Pedraza.
Ocres y rojos unidos alzan más alto la gracia
y contento, siempre fragante, este sigilo descalzo
del tiempo que se detiene en ojos de unos instantes.
De par en par
¿Cómo se hace hablar a un corazón
para sentir el gemido de eternidad
que más verde desvela y enaltece?
Como es costumbre en estos casos,
quiere la primavera consagrar
sus labios al aire libre que crece.
Llevarte, corazón, es haber comenzado
un día desde no sé qué tristeza
que no quiere exiliarse del pecho.
Un alma no termina de hablarse
y pretende tu buena voluntad merecer
en la prolija cuenta de la arena.
Territorios de espera son las palabras.
De par en par amanece, el resto del día
lo emplearé en silenciarme.
El decepcionado
Hubiera preferido mil veces
decir que sí y estar contento;
me habría gustado una presencia
aun de secas ramas sin acaso;
hubiese apostado incluso la lengua
de las hojas a que sería feliz.
Pero estoy solo otra vez
y en milagros
no cree ya mi boca.
Para tener en cuenta
Del brazo de las horas, aficionadas a mí
con pesadilla y mundo, juramentadas en signar
el rostro de mis hijos y el de los hijos
de sus temores, voy. No saben conciliarse
antiguos hábitos de sueño confiado
con un pronóstico de madrugada feliz,
algo más convencido que cuando se está
muy triste o el desamparo cunde
como una palabra olvidada
en la punta de la lengua.
Inaudita locura de los sueños.
No cesan las fauces del abismo.
Parecen expirar los pechos habituales,
sus compañías que miran directamente al rostro
y se hiela todo menos la sangre del yo siento,
del te espero, del vamos caminando.
Si alguien preguntare
y yo estuviere muerto,
que se tenga esto en cuenta.
Paisaje
(Pablo Burchard)
Conjunción agreste de tierra silenciosa,
solaz y alivio que enamoran al verse
toman en prenda a los ojos, los agracia y traspone.
Pablo Burchard labró en esta muda apariencia
un silbo de ensueño en paisaje chileno.
Hacia el fondo del lienzo el camino se tuerce
y nadie sabe si llueve o si un día regrese
a sostener su luz la intemperie del tiempo.
Mientras elevan los árboles el alma de aquel sendero,
las más hermosas formas corren luego a perderse,
a dejar verdades sueltas bajo cielo inclemente.
Algo siempre está igual; algo queda por verse.
Para eso
Que la sílaba de ti
albergada en la pena
desbarate la tiniebla
en la orilla del amor
que quedara recogida.
Después de todo,
para eso vale ser hombre.
Para eso.
Decir a los ojos
del tiempo
ocultas razones
de que sabe el pecho.
Según
“Pondus meus, amor meus”
San Agustín
Según sea el peso del corazón
alcanzan valor las palabras.
Un pájaro sobrevuela, siente alivio
y el anhelo por una mujer
conoce forma tibia, no saciedad.
De ello, lo mismo vale pensar
que sentir si hay encuentro.
Trémulo silencio; deslízanse palabras
en el relieve de los cuerpos
y las caricias conocen el valor
de los resuellos. Estoy triste.
Ahora sigo alegre. Tienes que ver
con las sorpresas de mi ánimo.
Todavía lejos queda el alma. Lo siente
el amanecer cuando el primer vuelo
del ave esparce tibiezas de nido.
De acuerdo al peso del corazón
las palabras son menos lejanas.
Que el sueño hable de ti, la forma tibia
descansa; vuelve a ser tuyo el silencio
en los relieves del alba.
Este momento sabe algo de eternidad
en la boca. Otra vez digo: te quiero.
A duras penas
Vienen del aire palabras,
mensajes para los dedos,
aliento de hojas renacidas,
y la uña de vivir despierta
en ligero rebato de otra muerte.
Que no se apresure la hora
de los pasos que únicamente
a otros pasos encaminan.
De los ausentes se encargó
la vida al aplacar más pronto
la inquietud que consumían.
Tuvo razón lo que pensé
decirme cuando niño.
Luego, sólo quise respirar
y abrí ventanas, claraboyas,
para que el mes huyera
y presentí de las noches
lo que el día rechazaba.
Se confió la juventud
un largo epílogo,
ese enigma del deseo
con sueños de prefacio.
Al aire vuelven palabras.
El socorro que merezcan
será un hasta pronto
o espera que ya regreso.
Se trata, aquí, nada más
de acompañar promesas
con manos de alborada.
¿Le sabe bien al corazón
sentir propenso un hallazgo?
Me propongo únicamente
hablar despacio en el árbol
a quien acepte escuchar
de su nombre más adentro.
Tiempos del otro vivir
“Pero ¿existe algo humano sin imperfección?
Y después de todo, bueno, vamos adelante”
K.Kavafis
¿Qué hora de presagio o de recuerdo
anuncia lejano y enhiesto el reloj
de la iglesia parroquial de Casablanca?
Probablemente sean las cuatro de la tarde
y regrese mi abuelo para otra vez despedirse
o no dejar de hacerlo tal como lo hizo,
con el tranco de su bastón acallándose.
Pudiera ser que nadie hubiese muerto
y las cuatro del reloj fuesen sólo tarde
de presentir a un cuerpo entero dando señas
al musitar un dejo de gratitud y recado lento.
Pudiese ser que nadie hubiera muerto
y como siempre la mampara ofreciera su cariño
mientras se vienen síntomas de no olvidar,
de estar a pocos metros de la alta voz parroquial
y tantos comensales volvieran a esa orilla
a las cuatro de estas señas, a sus vísperas,
por las huellas que no besó la muerte.
Y sin embargo
Al atardecer, sentado en aquella plaza,
no era justo decir que estaba solo.
Me había enamorado de ti y ansiaba
que me hablaran de algo tuyo.
Más hosco se mostraba el mundo y tenía yo
que ser como los otros, precisamente
como esos que no estaban enamorados de ti.
Vanas las calles de la ciudad esa tarde.
Como un cruel mandato se confirmaba el mundo;
dirigía mi soledad al olor de tu sombra,
esa misma que tratamos de respirar al unísono
para que no huyera el amor.
Sentado en otra tarde, ya no estoy
enamorado de ti; es justo que lo diga
estando solo. Y sin embargo, hace tan poco,
recién no más el día volvió su rostro
para vindicar ese inolvidable modo
de sentir y estar pensando con un vaso
de viento en los labios.
Desde un bus por la carretera
Tan incierta como silueta
una mujer agita su adiós
y los labios viajan solos.
A su ventana llamará la tarde
cuando no estén ya mis ojos
y un nuevo adiós haya comenzado.
Al atardecer
al P. Agustín Martínez, O.S.A.
In memoriam
Como habitantes de un antiguo bosque
los amados muertos no cesan de allegar
su levedad premonitoria y el callado labio
del adiós sigue penando. Contigo permanecen
en el balcón de unas horas que regresan
hasta donde la infancia no soportaría
dejarlos marchar, aunque una flor
brotara del bolsillo y el amor ofreciera
sus mejillas a la luna de los montes.
Debo confesar la compañía de mis muertos;
ningún motivo hay para desoír sus compasiones,
aunque toda palabra ruborice en la ausencia,
así el póstumo honor o la caricia esperada.
Para hablarles, un poco de rocío es lo que falta.
Acaso olvides renacientes brotes
que el adiós albergara alguna vez
y para siempre.
El enamorado triste
¿Existe algo semejante a ti
como respaldo en esta alusión
que de ti voy haciendo
sin que en realidad seas tú?
El poema (II)
Inicialmente esperé decirlo
al modo de brisa anaranjada,
sin disculpas en qué distraer
lo indispensable. Pero este oficio
consiste en darse cuenta
y respirar sintiendo una mitad
de sol entre los dedos
o una cantidad hechizada de niñez
para vivir lo necesario del momento.
Conoce mejor la tarde
el ánimo de mis ojos.
Viento soy en que se alejan
las horas y tantas cosas
que decirle a la vida.
De eso habrás
de morir, me advierte:
de una tarde que te sienta
inoportuno.
Por mucho menos
que unas escasas gotas cayendo
sobre una piedra distraída,
espesa el alma y un aroma
se abre paso en la sombra.
Cosas que decir a la vida.
Sólo alusiones de lluvia
o una mancha de tarde.
Nada más que brisa anaranjada.
Una infancia
Yo fui un niño que tuvo patio
con un perro que se perdió una vez
y hasta el día de esta tarde no regresa.
Yo era un niño que olía tierra húmeda
y fue mío despedirme de momentos
como si el día acostumbrara a morir.
Yo fui un niño en un patio y ventolera
con más ladridos debajo de la tierra.
La nieve parece ahora menos blanca.
Yo era un niño que pactó con lagartijas
y queltehues invocando nuevas lluvias
en espera de pan con mantequilla.
Yo fui un niño y , de en medio del patio,
una acacia con nidos fue arrancado.
Los años aún no dicen para qué.
Yo era un niño con un perro
al que asustó la muerte muy temprano
y el pálpito quedó mío sin deseos.
Yo quedé niño de patio sin acacia
ni perro , sin estar seguro de nada más.
En los otros se quedaba la alegría.
Biografía mercantil
No resta mucho por decirse.
Después de todo, hay mucha gente
con mucha prisa , en muchas calles,
obediente de muchos afanes,
de compras muchísimas veces
con que ser felices mucho menos.
¿Qué resta del sueño de otra primavera?
No queda mucho más. Se fue la tarde.
Tiempos cumplidos
En frente de la ventana
se explaya el patio ya maduro.
Dormita mi hermana enferma.
Más allá de sus ojos platican
las ramas intermitencia de horas,
acaso las más suyas desde que la abandonan,
esperan y desesperan del día que ya vendrá.
Con lentitud la mira el soliloquio
sin sospechar lo que piensa,
con lentitud y con años que ya no son,
y con años que tampoco podrán ser.
A escasos metros de nosotros
maduras caen las ciruelas,
porque el tiempo de sus sazones
ha cumplido su trabajo de nodriza.
Es hora de que nos dejen
y en tanto ya caen, y siguen cayendo,
un aroma desprenden hacia lo alto,
un silente aroma que tampoco
corromperá la tierra.
Canción de lo fugitivo
En el timbre de esta voz
repito tu blando nombre
para sentir que has llegado
y te has ido con la tarde.
Si algo pudiere el amor,
dame el minuto que pasa;
entre esta boca y la tuya
sea el encuentro que salve.
Crujen aún los peldaños
como una muda comparsa,
al pudo ser de este amor
se le fugó su milagro.
Cuanto sucede en el tiempo
sólo después se nos abre,
el júbilo y la miseria
mucho después de la tarde.
Con voluntad placentera
Como decir yo soy con cara de gerundio
y olor a cuerpo propio, dejo en claro
lo que me une a ti, muerte querida.
Cuando no quepa ya más víspera
que una hebra de tarde en los cabellos
y agazape el sol su indecisa luz
entre mis hombros grises,
cogerás en tus labios mi nombre
y entonces seré voz de cicatriz
por donde escape el recuerdo.
En vez de porque no
Jamás elude el vivir
su extrañeza de porque sí
en vez de porque no.
Nadie hay que sepa callar
el resuello de sus poros
al presentir algo cierto.
Tan inmenso el instante
que a uno le dan ganas
de todo, incluso de la nada,
desde luego de Dios
que ha puesto amistad
entre el frágil tiempo
y su ternura de Gran Regazo.
En vez de porque no,
es hora de que se diga
aleluya hasta el mar
y del verde rocío
nuevamente aleluya,
siempre y cuando las madres
no arrepientan lo vivo.
Datos vitales
Juan Antonio Massone (Santiago de Chile, 20 de junio, 1950). Su escritura abarca el verso y la prosa. Del primero, sus libros: Nos poblamos de muertos en el tiempo (1976); Alguien hablará por mi silencio (1978); Las horas en el tiempo (1979); En voz alta (1983); Las Siete Palabras (1987), traducido al portugués por el escritor brasileño José Afrânio Moreira; Poemas del amor joven (1989); A raíz de estar despierto (1995); Pedazos Enteros (2000); La pequeña eternidad (2004); En el centro de tu nombre (2004), además del disco “Le doy mi palabra”, antología en la voz del autor. Ensayos, antologías, numerosos prólogos y escritos en revistas y en diarios, además de interesantes colaboraciones en asuntos bibliográficos, complementan un trabajo sostenido que se traduce en 40 libros. Algunos títulos en prosa son: Pepita Turina o la vida que nos duele (1980); Jorge Luis Borges en su alma enamorada (1988); De abismos y salvaciones (1996); Rosa Cruchaga o el eco de la transparencia (2000 y 2009), Lo que duran las palabras (2010).Algunos de los autores antologados por Massone son: Fray Luis de León, Francisco de Quevedo, César Vallejo, Gabriela Mistral, Roque Esteban Scarpa, Juan Guzmán Cruchaga, Humberto Díaz Casanueva, Joaquín Alliende, Fernando Durán Villarreal, entre varios más. Profesor de español y magíster en literatura, imparte docencia universitaria en varios planteles de enseñanza superior. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española.