La ensayista Rocío González Serrano nos ofrece un ensayo sobre algunos aspectos de la obra del poeta jaliciense Alfredo Ramón Placencia (1875-1930), considerado uno de los mayores escritores católicos de nuestra México. Se ordenó sacerdote en 1899. Publicó El libro de dios, El paso del dolor, Del cuartel al claustro.
AUTOBIOGRAFÍA Y EGOCENTRISMO EN LA OBRA DEL PADRE ALFREDO R. PLACENCIA.
Autopercepción que muestra la fusión del arte con la vida, cómo el arte es sólo anticipación de una pasión metamórfica. La escritura es la huella.
Georges Perec
El Dr. Pedro Cátedra de la Universidad Salamanca dictó un curso titulado: “Usos de la literatura popular. Entre el escrito y la memoria (Siglos XV al XVIII)”.[1]
En aquella exposición, mencionó lo siguiente: “Toda obra literaria es autobiográfica”. Esto lo sacó a colación, pues esta peculiaridad está cimentada en la obra de autores modernos y contemporáneos como en Juan Goytisolo, Luis Cernuda, Francisco Hernández, Alfredo R. Placencia y Margarita Michelena por mencionar algunos casos.
Específicamente en la producción literaria del padre Placencia sin lugar a dudas esta marca es innegable. Innegable también lo es que toda poesía intimista, al manifestar los sentimientos más profundos del autor, es por sí misma autobiográfica.
En la poesía del párroco encuentro una marcada vinculación entre su lírica con la autobiografía. En toda su producción poética sus versos de temas diversos: la familia, los amigos, su tierra natal, su exilio y los dedicados a Dios se manifiesta este carácter autobiográfico.
Algunos autores han apuntado sobre este rasgo en su obra, como Emmanuel Carballo, Elsa Cross, Raúl Bañuelos, Alfonso Junco, Javier Sicilia, María Esther Gómez Loza y José R. Ramírez.
Toda vez que, a través de las palabras, de su lírica, podemos acceder [2]a su espacio interior por medio de metáforas y analogías; en cada uno de sus versos relata su historia de vida, Placencia.
En efecto, en toda su escritura persisten ciertos registros autobiográficos: “realidad referencial, sujeto, esencia, presencia, historia, temporalidad, memoria, representación de la propia historia, mímesis, poder”[3] y la palabra misma: el testimonio. A través de estas constantes va configurando el párroco su relato de vida. Todos sus poemarios confluyen en la bitácora de su existencia.
Cristina Moreiras-Menor, quien a estudiado el género autobiográfico nos señala: “Un proyecto autobiográfico puede esconder al menos tres elementos: la recuperación del pasado, una necesidad de confesión y una actitud primordialmente narcisista”.
En los textos poéticos del cura se revelan notablemente estos parámetros autobiográficos. Recupera su pasado Placencia al narrar su historia familiar y su propia historia de vida: evoca la tierra natal, sus años de infancia y adolescencia, su ingreso como seminarista y sus labores sacerdotales.
También, nos muestra una necesidad de brindar al lector su propia historia mediante la emotividad -comparte las experiencias de su vida, sobretodo, las más dolorosas.
Asimismo, elabora su propia autoconfesión profundamente cargada de sentimiento o pathos.
Esta necesidad de autoconfesión implica o exhibe una actitud narcisista, hablar del él mismo. Pues, como enuncia Moreiras: “convierte al sujeto de discurso en su objeto de entendimiento”. Al narrar su propia historia, el poeta se convierte en el sujeto de toda acción, es decir, él mismo es su motivo de comprensión y de entendimiento. Lo que pretende, es entenderse a sí mismo por vía de las palabras, mediante la poesía. De ahí que podemos asumir de lo anterior, que su poesía es el espejo de sí mismo. Sus poemarios podemos considerarlos como libros espejos.[4] Cuyas obras no sólo son autobiográficas sino autorreferenciales. Es decir su obra constante y reiteradamente alude a él y a su drama existencial. Lo que le preocupa al autor, es mostrarse como es, configurar su autorretrato.
Si recordamos en muchos de sus versos, él es el sujeto generador de situaciones, el que está en el centro de todo acontecer: él se autodefine, define y alaba a Dios, se enfrenta a él, rivaliza con la Divinidad, lo humilla y se coloca como pecador. Pero, también, evoca recuerdos familiares y evoca a su amigo, Luis. De lo anterior, podemos deducir: su poesía es egocéntrica. Aun en los versos dedicados a Dios, él es quien aparece como creador de toda circunstancia y de todo lo que acontece. Todo es en función de él. Como ha señalado Francisco Sánchez Blanco quien ha escrito sobre la concepción del yo en las autobiografías españolas del siglo XIX menciona: existe “un progresivo dominio del yo, la interioridad y la memoria en las narraciones autobiográficas del siglo XIX”[5] y, también en las del siglo veinte, tanto en obras narrativas como líricas, como es el caso del autor estudiado.
Si bien, y como indiqué líneas arriba, lo que causa notoriedad es que no sólo su presencia, el dominio del yo se evidencia en todos los poemas incluso en los de diversas vertientes como en El paso del dolor, Del cuartel y el claustro, El vino de las cumbres, Franca inmensidad, El padre Luis, Varones claros, Tumbas y estrellas, La oración de la patria y, por supuesto, El libro de Dios.
La obra más difundida El libro de Dios, el escritor siempre está como la figura central de sus propios versos mientras que Dios es desplazado a segundo término; además, en los textos dedicados a Dios, el poeta siempre está en el centro de todo. Es la figura central de su propia escritura, su presencia es dominante. Por lo tanto, en ese sentido podríamos mencionar que la obra poética de Placencia es absolutamente egocéntrica. Nos enfrentamos con una escritura no sólo autobiográfica sino narcisista como diría Moreiras-Menor en su artículo.
Por ello la lírica narcisista del canónigo exhibida en versos como: “El libro de Dios”, “Ciego Dios”, “El Cristo de Cobre”, “Miserere”, “Mis tristezas”, “¡Qué cosas!”, “Lucha Divina”, se nos muestra como una literatura plenamente intimista y confesional.
Algo significativo de esta tendencia autobiográfica en los textos de Placencia es que él crea su propia atmósfera y crea las ambientaciones donde él está evidenciado como el protagonista de todo. Por ello, si me refiero a una lírica egocentrista es porque en ella, el autor nos relata su propio drama interno. Lo crea y recrea constantemente.
No es casual, como mencionó María Esther Gómez Loza, cuando apunta: “convierte el poema en representación de su propio drama interno”, que es la representación de su realidad referencial. Pues es tal su necesidad de confesarse que todo escrito lo va metamorfaseando mediante la memoria para exhibirse tal cual es el autor: un hombre y un sacerdote al mismo tiempo, un mortal que llevó una doble vida.
A través de la escritura conforma atmósferas idóneas que permiten configurar su propio escenario poético y su propia autoconfesión cuando menciona en versos como:
Aquí sí que no puedo
nada, si no es temblándome la mano.
Tu nombre es inefable y soberano;
tu nombre causa devoción y miedo,
y, no puedo, no puedo.
¿Cómo voy a poder…? Soy un gusano.[6]
José R. Ramírez, quien ha estudiado su producción aporta este comentario:
“La vida le fue dando casi siempre tragos amargos o tal vez él ya estaba hecho para verlo todo a través del cristal violeta, y su poesía un quejo infinito, más todo es identificación íntima entre poeta y poesía; su poesía es él, él mismo. Es el poeta que muestra su yo íntimo en cada verso, es la sinceridad misma que no habla por hablar, que escribe como una necesidad de mostrarse sin vanidad sin modestia. Fue un autobiógrafo constante, espontáneo, natural; va descubriendo su propio sentir desgarrador, atormentado”.
Por todo lo anterior, en la cita siguiente describe perfectamente lo que Placencia intenta exhibir en su obra poética[7]:
“La autobiografía, tema, problema y texto nace en el tiempo cuando aparece la realidad del individuo que le sustenta como proyecto o verificación eficiente del mismo. Brota de una dimensión desiderativa, de un anhelo íntimo y profundo, de una voluntad cuyo surgimiento tiene fecha, determinación y presencia; es un logro de toda la historia que puja hacia el hombre, hacia la firma y propiedad concreta de una vida diferente. Lento configurarse de un alguien que quiere decir su palabra, su visión del mundo, afirmar la conciencia de sí y de lo otro: hablar, conversar, dialogar textualmente, dejar obra con sentido. La autobiografía es la experiencia textual de alguien que no se aguanta ya las ganas de decir quién es, de sacar a luz la muchedumbre de seres que oculta en su almacén de realidades. Pero tampoco puede reprimir la fuerza que le lleva a situar a los demás en referencia a una visión del cosmos, del tiempo, de la vida y su trascendencia en porvenir y permanencia frágil o firme. Toda obra es una forma de autobiografiarse, de escribirse, de quedarse en los pliegues del tiempo, en los escenarios de la memoria y aun de la historia cotidiana, en los hitos del camino, en la arqueología del recuerdo, pero con sentido, libre expresión de una conciencia vital que se hace horizonte y luz en la tiniebla. No importa la verdad abstracta, sino el sentido del texto, su elección, su creación de libertad, su visión y configuración de una realidad singular y su contextualidad sentida desde dentro y expresada en las mil formas innovadoras del arte o de testimonio. Pero, sobre todo, autobiografía que pone por escrito la propia vida, que crea el texto de una forma de vida singular que late vibrante en sus ansias de expresión, de hacerse arte, literatura, historia, documento, huella, conciencia, camino, horizonte y presencia con porvenir. Tener la audacia de pronunciarse sobre sí mismo y los demás, de atreverse a decir quién es su yo, con todos los riesgos y peligros. En definitiva, transfigurar su carne y espíritu en un espejo textual”.
El comentario anterior ostenta concretamente lo que podemos observar en los textos del canónigo. Su lírica opina Jesús Hermosillo Peña: “… se sustenta íntegramente en su propia vida que vuelca como en un diario, desnudándose en él y confesándose al mismo tiempo que acusa y reivindica”.[8]
El sacerdote nos relata su vida en primera persona del singular y de manera retrospectiva, pero tomando en cuenta que se enuncian en sus escritos, también, hechos presentes o de la cotidianeidad. Todo esto característico del género autobiográfico, la presencia de la temporalidad.
Incluso, también se relatan hechos que agobian y obsesionan al autor y que enmarcan profundamente su escenario vital.
Estoy consciente que es un tema amplísimo y que estudiar la obra de un autor desde la perspectiva autobiográfica, genera una amplitud de aspectos por analizar. Sin embargo, no quiero dejar de lado este rasgo latente en la literatura del creador jalisciense.
Bibliografía.
Fernández Cifuentes L., “Torres Villarroel: tirado con gusto
por la vida”, Antrophos. Revista de
Documentación Científica de la
Cultura, 125, 1991, pp. 17.
Loureiro, Ángel G., “La autobiografía española: actualidad y futuro”, Texto Crítico, Barcelona, 25, 1991, p. 17.
Moreiras-Menor, Cristina, “Ficción y autobiografía en Juan
Goytisolo: algunos apuntes”, Texto Crítico,
Barcelona, 25, 1991, pp. 17-18.
Poesías, Recopil. de Luis Vázquez Correa, Guadalajara, Jal.: Universidad de Guadalajara, Instituto Tecnológico, 1959 (Casa de la Cultura Jalisciense, 1).
[1] Curso dictado en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.
[2] Cristina Moreiras-Menor, “Ficción y autobiografía en Juan Goytisolo: algunos apuntes”, Texto Crítico, 125, p. 76.
[3] Lourerio, “La autobiografía en textos españoles”, Texto Crítico, 125, p. 18.
[4] Como también lo explicó el Dr. Pedro Cátedra en su curso: toda obra autobiográfica es un libro espejo.
[5] Ángel G. Loureiro, “La autobiografía en la España moderna”, p. 18.
[6] Del poema “Ciego Dios”, del libro Poesías, p. 3.
[7] “La autobiografía como literatura, arte y pensamiento”, Anthropos, 125, p. 5.
[8] “El poeta de Jalostotitlán, Jalisco. Alfredo R. Placencia”, en Tristezas, p. 97.
Datos vitales
María del Rocío González es colaboradora del Diccionario de Escritores Mexicanos y forma parte del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.