El camino del detective salvaje. Una plática con Juan Villoro.

JuanVilloroEl poeta José Quezada (D.F., 1988) entrevista a Juan Villoro (1956). Ganador del Premio Xavier Villaurrutia, el Premio Mazatlán de Literatura y el Premio Herralde de Novela, Juan Villoro es hoy por hoy uno de los escritores más importantes en el mapa de la literatura latinoamericana. Es un cuentista muy decoroso y ha alcanzado la maestría como cronista de futbol.

 

 

Llegué unos minutos antes al pequeño café en Coyoacán. Me senté y esperé. Puse la grabadora sobre la mesa y mis dedos juguetearon nerviosos con la cámara réflex de 35mm. Pensé en la ternura de La noche navegable, su primer libro. Sentí la pesadez del reloj. Después de unos minutos de ansiedad, de imaginar aprehensivamente que pasó algo imprevisto y que él no llegaría, vi su figura alta y delgada acercarse a mi mesa. Escuché mi nombre.

 

Nuestra conversación tomó muchos rumbos –sus inicios como escritor, la literatura infantil, la literatura mexicana hoy– hasta que tocamos el nombre de Roberto Bolaño

 

 

José Quezada: Hubo un vitalismo muy marcado en el movimiento infrarrealista ¿Cuál fue la relación entre esta estrategia y la obra de Bolaño?

Juan Villoro: Roberto entendió muy bien que se puede hacer arte sin tener obra. Una de las cosas más interesantes de su trayectoria, algo que muchos amigos y nosotros mismos creímos, es que tú puedes tener una vida poética, tú puedes tener una existencia que te lleve a revelaciones importantes sin que eso sea una obra reconocida por la sociedad. Digamos que los grandes poetas en las historias de Roberto Bolaño son poetas de la vida, en el sentido de que viven de manera diferente, por eso son detectives salvajes, porque investigan la realidad de forma rebelde. Él creó este tipo de personaje dándole vida a una mitología al respecto. Él no era así, precisamente a él lo conocemos no por haber sido un artista de la vida, sino por la obra que dejó, hecha de mucho trabajo, de mucho rigor, e inscrita de manera polémica en la tradición. Yo veo la obra de Roberto como una posibilidad de hablar de cosas distintas, de trayectorias ajenas al mundo normal pero desde un trabajo literario muy parecido al de todos los colegas.

JQ: Creo que la literatura y el arte en general nos dan la posibilidad de cambiar nuestra postura ante la vida; la posibilidad de humanizar, de dar un paso más allá.

JV: La literatura por sí misma es radical. Nos presenta una visión distinta del mundo, la literatura critica al mundo. Sólo puede ser escrita por inconformes. No se puede escribir una buena novela diciendo que todo está perfecto, que todo es magnífico. Al contrario, la voluntad de escribir sólo surge del hecho de que la realidad nos parece imperfecta, defectuosa, y que hay que corregirla imaginariamente a través de un texto. Entonces, toda la buena literatura es una literatura de la inconformidad.

En ocasiones la vida de los escritores se parece a  mucho a esa inconformidad. Jean Genet, por ejemplo, huérfano, creció en una cárcel, fue homosexual… Digamos que padeció las vejaciones más increíbles que puede sobrevivir alguien, y escribió a partir de esa vida una obra inmensamente poética e intensa. Pero en ocasiones, también hay gente como Tolstoi, que fue un conde y escribió una obra igualmente importante. Tienes autores como Goethe, muy cercano a las zonas oscuras, diabólicas, del alma humana; muy interesado en la ciencia pero también en la magia y sus elementos inexplicables. En una época estuvo muy interesando en el suicidio y en el romanticismo entendido como el poder poner en crisis la realidad para vivir con una intensidad total. Ahí tienes a un tipo habitado por pasiones rebeldes que al mismo tiempo fue una gran figura en su época; un tipo muy establecido, consejero áulico en la ciudad de Weimar, fundó un teatro y se convirtió muy rápido en un clásico. Hoy todos sabemos quién es.

A veces al lector le acobarda acercarse a un autor que siente como parte de lo establecido, pero los verdaderos autores (Cervantes, Shakespeare, Goethe…), los más establecidos, tienen un germen de radicalidad impresionante, en el contenido y en la forma, y si ese germen desaparece dejan de ser clásicos y pierden su novedad. En la literatura esto está presente. El asunto es cómo representas y cómo aceptas esa literatura. ¿Qué pasaría si Roberto Bolaño despertara hoy? Estoy absolutamente seguro de que odiaría su fama, porque él odiaba a los autores que triunfaban, a los autores que tenían culto y seguidores. Él odiaba el éxito, le parecía una vulgaridad, le parecía una aceptación indiscriminada. Eso que él odiaba –que es muy valioso, muy genuino–  lo define como alguien independiente, y eso es algo que simplemente no se puede controlar. Una vez que lanzas tu obra, la respuesta a esa obra se vuelve inmanejable para ti. Hay un texto de Karl Kraus que utilizo como epígrafe en Los culpables: “Quien calla una palabra es su dueño; quien la pronuncia, su esclavo”. Cuando tú no has dicho las cosas las administras, en cuanto hablas te comprometes con lo que has dicho: si fuiste agresivo recibirás una reacción, si fuiste elocuente recibirás otra reacción. La reacción de la obra escapa al autor. Entonces, Roberto hoy en día se jalaría los cabellos y diría: “¡Dios mío soy un rockstar!”. Y haría algo muy en su estilo para dejar de serlo. A él le gustaba mucho la salida agresiva, por lo que habría insultado a personas, habría hecho un pancho o algo que desestabilizara su fama, pero la fama es ajena al autor, y en su caso se trató de una explosión mundial. Sin embargo, a Roberto no le preocupó si su obra iba o no a tener éxito. El éxito es, creo yo, algo intrascendente, un malentendido; hay épocas que adoran a autores que luego son olvidados, y viceversa, épocas que primero ningunean y luego encumbran. La aceptación es un malentendido y una moda.

JQ: Juan Carlos Onetti aconsejaba que uno no se limitara a leer los libros consagrados. Decía que por ejemplo Proust y Joyce no fueron bien recibidos al principio.

JV: Todos los escritores dignos de su nombre desconciertan al lector, buscan crear algo que no estaba antes, y por lo tanto, incorporan algo nuevo. ¿Qué sucede cuando tú  aportas algo que no existe? Es muy difícil valorarlo. ¿Cómo valoras tú a Beckett por primera vez? ¿Cómo valoras a Joyce? La valoración fue negativa en sus orígenes. Después, por supuesto, tuvieron grandísimos valedores. Pero el tema es éste: ninguna obra nace siendo apreciada en su justa medida. En México tuvimos una gran fortuna con Juan Rulfo que escribió una obra de altísima complejidad formal, Pedro Páramo, que durante los primeros dos años recibió críticas maravillosas que descifraron muy bien lo que él había querido hacer, lo entendieron. Me pregunto ahora qué pasaría con una obra de esa audacia, la primera novela de un escritor totalmente desconocido, digamos de tu generación. Sería muy difícil encontrar una respuesta crítica tan interesante y tan comprometida con la obra como la que recibió Rulfo. Él tuvo una fortuna maravillosa, que por supuesto merecía, pero es un caso raro, normalmente las obras de alto grado de dificultad, como Bajo el volcán de Malcolm Lowry, el Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido, etc., pasan por un purgatorio de incomprensión. Por eso a Roberto le chocaba la aceptación, porque todo escritor radical no puede ser aceptado de inmediato, y la paradoja es que él se convirtió rápidamente en un autor aceptado de manera masiva, pero todo esto, repito, tiene que ver con cosas que escapan a su control, comenzando con su propia muerte…

 

 

Datos vitales

José Quezada (Ciudad de México, 1988). Ha publicado en las revistas Orla, Moria, La Jornada Morelos, La Piedra, Los Perros del Alba y en las antologías 20 cuentos para leer en… (EdicioneZetina, 2011), Después del instante (Moria y Simiente, 2011), y Carmina nostra (©acto ediciones, 2011). Ha participado en los dos primeros encuentros estatales de poesía en Morelos: El Corazón de la Palabra; en la Constelación Poética Tijuana- DF- Cuernavaca- Oaxaca y en la presentación de Proyecto Orquesta Eléctrica y Cartonera en la Hostería La Bota.

 

 

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