Crónica de viaje: Oriente próximo en taxi

El poeta español Fernando Valverde (Granada, 1980) nos presenta una crónica respecto al viaje en taxi en Siria, Israel, Jordania y Cisjordania. Excéntricos pasos fronterizos y mezquitas y zocos son el terreno de esta texto, que explora en la extrañeza. Valverde es codirector del Festival Internacional de Poesía de Granada. Poemas suyos aparecen en Poesía ante la incertidumbre.

 

 

 

Desde los minaretes colocados de forma estratégica en sus siete colinas, la plegaria transforma Ammán. Su velocidad nerviosa, su apariencia de colmena, se vuelve más apacible antes de que un movimiento frenético se perciba desde la ciudadela. Ammán es el lugar perfecto desde el que comenzar a explorar Oriente Próximo. A cuatro horas de Damasco y Petra y a unas tres de Jerusalén, ofrece un refugio en calma desde el que organizar un viaje para el que habrá que tener en cuenta algunos factores que pueden suponer un estorbo, pero también una aventura.

 

Jordania

En primer lugar, hay que pensar bien las distintas etapas del viaje. Si se decide visitar Jordania, Siria e Israel, el orden debe de ser exactamente ése. El Gobierno sirio no permite la entrada a ningún viajero que haya visitado los territorios palestinos ocupados. Por el contrario, los hebreos permiten el paso de quienes tengan un sello sirio en el pasaporte aunque, eso sí, hacen muchas preguntas y se muestran muy desconfiados.

En segundo lugar, habrá que decidir el medio de transporte. Los pasos fronterizos con Israel no permiten el tránsito de turismos sin autorización previa, por lo que alquilar un coche queda descartado. La mejor opción, si se quiere huir de los viajes organizados, es el taxi, un medio tan barato como efectivo. De ese modo, no es difícil moverse de frontera en frontera, realizar los trámites necesarios, cruzar el paso, y conseguir un nuevo taxi.

Una vez tomadas estas dos decisiones, basta con armarse de valor para visitar uno de los lugares más sorprendentes de la tierra, lleno de contrastes y emociones, de dramas y de mitos.

 

Siria

Acaba de amanecer en Ammán y los coches circulan confiados por sus glorietas. Es sencillo detener un taxi, aunque el taxista muestre cierta sorpresa cuando se le sugiere una carrera a Damasco, a la que finalmente accede por no más de 50 euros. Tras salir de la ciudad, que apenas cuenta con edificios de más de una o dos plantas y que ocupa un perímetro inmenso, la carretera se abre paso en el desierto hacia el Norte. Después de una treintena de kilómetros, los primeros carteles advierten de que Irak queda cerca y señalan una carretera por la que nadie circula y que parece ir hacia ninguna parte. Por el contrario, el camino a Damasco es de lo más entretenido. Una vez cruzada la frontera siria, y tras cambiar de vehículo, proseguimos el camino hacia el Norte. Al Oeste pueden verse los Altos del Golán, que albergan el mar de Galilea, donde Jesucristo anduvo sobre las aguas, según los evangelios. Al final del camino, Damasco se presenta imponente. Cuentan que el motivo por el que Mahoma nunca entró en la ciudad es que era fiel a la opinión de que al paraíso sólo debe de entrarse después de morir. Mucho debe de haber cambiado Damasco desde entonces, aunque sigue siendo un lugar encantador que aún conserva rasgos que lo identifican con el paisaje de Las mil y una noches.

Pese a que nunca entrara el profeta, Damasco cuenta con el tercer lugar más sagrado del islam, la mezquita de los Omeyas, donde chiíes y suníes rezan junto al altar donde se guarda la cabeza de Juan el Bautista, considerado un profeta del islam.

Abrazando la impresionante mezquita se encuentra el zoco Al-hamidiyya, en plena ciudad antigua. Este inmenso mercado, organizado en zonas donde se ofrece una misma mercancía, se ha convertido en un gran mercadillo donde lo más tradicional es el entorno, si bien en Siria no parece haber nada que no resulte tradicional en el sentido más estricto del término. El mercado, que en su mayor parte está cubierto por una bóveda agrietada por la que entran los rayos de luz, ha sido tomado por las palomas y por puestos en los que se venden casetes en las que los clérigos recitan el Corán.

 

Cisjordania e Israel

Tras una nueva parada en Ammán, llega el momento de entrar en Tierra Santa, con el dilema que supone elegir una u otra frontera en Oriente Próximo. El mejor paso fronterizo para entrar por tierra en Israel desde Jordania es, sin duda, el puente de Allenby, que sólo puede cruzarse durante la mañana en dirección Cisjordania. Tras pasar los tortuosos trámites administrativos, que incluyen el traslado en autobús por una franja de seguridad entre los dos países, se pisa suelo de Israel en territorio palestino, donde no es complicado conseguir de nuevo un taxi.

Una vez allí, la zona ofrece variadas posibilidades. Lo mejor es cruzar Cisjordania hacia el Oeste y visitar Jerusalén, una ciudad que sigue resultando mágica por encima de la obsesión por la seguridad y la tensa calma que se respira en sus calles. Tras una visita lo más larga posible (mucho tiempo parece poco para explorarla), la siguiente parada debe de ser Belén, otra vez dentro de Cisjordania. Para lograr el acceso a la ciudad, etapa de peregrinación desde todos los lugares del mundo, es necesario atravesar el vergonzoso muro construido por Israel que convierte la ciudad en una auténtica prisión. Al margen de la obligada visita a la basílica de la Natividad, las calles de Belén muestran la terrible distancia que separa Israel de Cisjordania y el rencor que existe entre ellos. En las calles de la ciudad en la que nació Jesucristo, devuelta muchos siglos atrás después de años de bloqueo, los carteles de los mártires conviven con los mercados y los cementerios. Los olivos vigilan desde las colinas las cúpulas doradas de Jerusalén, que, al fondo, sobre las tejas cansadas, parecen animales dormidos, testigos de un tiempo detenido.

Si pudo resultar complicado entrar, lo verdaderamente incómodo es salir. Para regresar a Jordania hay que atravesar Cisjordania hacia el Norte, hasta el paso de Sheik Hussein, cerca del mar de Galilea y junto a los Altos del Golán. Serán necesarias unas cuatro horas más, con las colas en la frontera, que convertirán el reflejo luminoso de Ammán al final del camino en un oasis donde reponer fuerzas para visitar Petra, la legendaria ciudad caravanera de los nabateos, Gerasa y su gran columnata romana, y el mar Muerto, ya sin dejar de pisar suelo jordano.

 

Texto originalmente aparecido en El país

 

 

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