Foja de Poesía No. 346: Luis Enrique Aguirre

Luis-Enrique-Aguirre

Lejos de cualquier formulación nostálgica, los poemas de Luis Enrique Aguirre (Querétaro, 1983) se pueblan de las figuras familiares. Autor de Álbum de negativos, Aguirre ha sido becario de poesía en la Fundación para las Letras Mexicanas. ..

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Canicas


 

 

 

Guerra de mundos multicolores,

el infierno es el círculo

que hemos dibujado sobre la tierra,

galaxia en movimiento.

Nos deslizamos en el vehículo esférico

hacia la derrota del otro:

ahogarse

estar en la raya

esconderse detrás de una piedra

todo el equilibrio de la vía láctea

está en saber cómo colocar la fuerza en los dedos,

el dolor en el pulgar,

la uña en el punto exacto.

Llegamos tarde a casa

con el polvo en los pantalones

de un planeta perdido

con las manos heridas de impulso

cinco mundos nuevos en la mochila

colores que nadie había conquistado

un regaño en la línea  inmóvil de crecer

y la comprensión del universo.

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Patio


 

 

El soldado de arena se hunde en mis dedos

y avanza

por las ramas de una pirámide dorada.

Mi mano es la fuerza de gravedad de esta historia

donde aterrizan naves espaciales junto a flores amarillas.

El lodo que ha dejado la lluvia de hace una hora

es el pantano de esta selva donde habitan víboras y jaguares.

Un helicóptero siempre salva a mi héroe

de cualquier complicación

que puedan tejer los villanos de mi cabeza,

y con la sangre de este juego

alimento a los insectos que brotan de la tierra.

He vuelto al mismo lugar

y un láser ha destruido la jungla del árbol,

las grietas del cemento son ahora

trincheras para la infancia de mis sobrinos

donde algún día

ellos

también habrán de morir.

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Celaya

 

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Al abuelo, éste único recuerdo que le tengo.

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Lees la biblia en un televisor blanco y negro.

Grietas dolorosas

las arrugas de las sábanas.

El silencio se estrella en la ventana

no puedes oír la lluvia,

un insecto ha inmovilizado tu cuerpo

y desde el techo te mira

-burlón-

agitar tus alas sobre el catre.

Tu pecho huele a hierro.

El azufre apesta en las bacinicas

donde has guardado el ámbar de tu aliento

que yace

entre orina y alcohol.

Ahogado en el sufrimiento de los hijos que ya no reconoces

visitas las imágenes de este cuarto

y buscas –desde la obscuridad –

el versículo que te salve del infierno.

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I

 

Soy el tema ausente de mi padre en una conversación entre amigos.

Soy la bocanada que hiere la garganta de mi padre para que no me nombre.

Soy, en la mente de mi padre, un bolsillo sin un boleto de éxito.

Llevo mi vida vacía de él, y sólo tengo en la cartera

un par de identificaciones con su apellido.

Eso es todo.

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V

 

 

Desde niño

daba filo a los dulces

que ponía debajo de mi lengua.

Te los regalo ahora

escupiéndolos

como flechas envenenadas.

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VII

 

 

Nací sin alas

y a cambio tuve el don de lastimarlo.

Después la venganza será sencilla:

clavar la conciencia en la cruz de la casa

y mirar a mi padre limpiar la sangre.

 

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X

 

Mi padre tenía un traje azul que me gustaba;

de niño me lo ponía para jugar a ser él.

Sin embargo nunca me enseñó a usarlo,

nunca me mostró cómo hacer un nudo en la corbata.

Un nudo en la garganta, me dijo,

y fue lo único que aprendí sobre sujetar lazos.

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XI

El traje que sé usar es distinto:

piel y grasa

adheridos a la sal,

huesos y músculos

cosidos con sangre.

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XIII

 

9:30 pm

Llegas del trabajo:

escucho tus pasos

como se escucha al miedo

en el laberinto.

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XV

 

A mi madre, estas palabras que me prestó.

Y así,

repitiendo en la iglesia la promesa,

la hostia indisoluble,

la fruta de envejecer juntos,

condenados al ocaso de la mirada

de una virgen que se entregó

a la eternidad de tu cuerpo.

Será un ataúd de terciopelo

o las cenizas arrojadas al mar,

entonces te veré allí

desnudo,

pensando en el aleteo del humo

debajo del agua

y querrás volver

para satisfacer la duda

y volverás solo

con las heridas abiertas

¿de qué nos ha servido el tiempo

sino para morirnos?

Hablabas de la muerte

a solas

porque tenías miedo,

¿te acuerdas?,

amanecías con la esperanza,

la cruel esperanza

que no nos sirvió de nada.

Sólo tengo mis manos,

estas manos arrugadas

donde puede leerse tu tacto:

mis arrugas son el testamento de tu piel.

Desnuda

recorro mi cuerpo,

las cicatrices del alba en mis muslos,

nuestros seis hijos petrificados en mi vientre:

estatuas de sangre,

mármol de lo que fuimos.

He mirado mis senos

como se mira un cielo de estrellas fugaces

y tendré que llevarme todo,

robar la luz de todas las ventanas,

devolver estas palabras

ojos

de un hijo muerto.

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XVI

 

 

Recostada en el sillón de la sala

mi madre dibuja círculos

con el humo que no fuma.

Piensa en el mar

quizás

por el frío terrible que se siente a 40° centígrados

en una casa de provincia

a las cuatro de la tarde.

Debe ser difícil abrazarse

después de tanto tiempo.

Mi madre extraña a mi padre

cuando el sol cae sobre el último ángulo del ventanal.

Ella sabe que en dos horas

al bajar por las escaleras

verá el saco de mi padre en el perchero

como se mira al tiempo

en los ojos de los hijos.

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XXII

 

 

Aprendí a arrastrarme debajo de la cama

a jugar con arañas y polvo de zapatos viejos.

Fui un temido reptil

que gobernó esta habitación,

colgué del techo insectos heridos

para verlos morir

cada vez que mi padre

me llamaba a comer.

 

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XXV

Nací a los 33 años,

el día de la muerte de mi padre.

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Delirium tremens

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Cuando el alcohol se desprende de mi sangre

el corazón podría detenerse

pero no:

la muerte apenas comienza.

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Nicotina

Tijeras en las manos

que manchan de amarillo

los nervios cercenados de los dedos.

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Psiconauta

Volvía de un viaje de psilocibina,

miraba la música en las nubes,

escuchaba Kuro

y escribía en mi cerebro

un poema que no olvidaría nunca.

Vi la substancia:

un claxon de luz estrellándose en mi vista,

luces amarillas suicidándose en rojo.

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De  Álbum de negativos (Fondo Editorial de Querétaro, 2011)

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El fumador

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Los fantasmas surcan mi cabeza,

no sé disecarlos antes de su primer aleteo,

no sé cortar sus alas. Apago el cigarro

y las alas golpean otra vez mi tranquilidad.

Enciendo el siguiente. Reanudo el fuego.

Saco el humo: evidencia del crimen,

la habitación huele a plumas quemadas,

ojos, picos. Por dentro cantos agonizantes.

Enciendo cuatro, cinco más;

pero no logro matarlos,

la pequeña hoguera en la punta del cigarro me engaña:

los fantasmas siguen aleteando a pesar del incendio.

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El crimen del suicida

 

 

Escucho a la tempestad:

el latido de mi consciencia,

la gotera en mi muñeca

que marca los segundos

como en el reloj del sentenciado a muerte.

La tormenta apaga las luces,

el gato se esconde asustado,

los recuerdos relampaguean:

la mirada de mi padre muerto,

el accidente. Las sirenas acercándose,

el temblor en mis piernas. La huida.

Mis pulmones silban

la canción  que pasaban en la radio antes de volcarnos.

No existen los accidentes. ¿Por qué aceleré tanto el coche?

El cuarto se  ilumina con la intensidad de mi culpa.

La gotera, como la lluvia, no cesa.

La memoria duele, pero la herida me hace olvidar.

El débil oleaje rojo llega a la roca:

la tina blanca recibe a mi sangre;

la culpa muere junto conmigo.

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Del proyecto a renglón sonido de Radio UNAM

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Datos vitales

Luis Enrique Aguirre nació en Querétaro en 1983. Estudió la Licenciatura en Lenguas Modernas modalidad Español en la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ. En el 2003 obtuvo el primer lugar de poesía con Espirales suicidas en el XIX Certamen Estatal Universitario de Poesía. En el 2006 publicó su cuadernillo Postmortem. En el 2011 el Fondo Editorial de Querétaro publicó su libro Álbum de negativos. Actualmente, por segunda ocasión, tiene la beca de la Fundación para las Letras Mexicana. Ha sido maestro de Lectura y Redacción a nivel preparatoria.

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