El extraño caso de Márgara Sáenz

CornejoPresentamos “Otra vez Amarilis” atribuido a una Márgara Saenz (1937-1964). Si todo poema aspira ser un mito, este texto lo ha conseguido. Presentamos la hisotria de tres poetas peruanos que se inventaron una poeta ecuatoriana para incluirla en una antología de poesía erótica.  

 

¿Quién escapa a la artimaña seductora de tener una doble vida? Todos, en diversas formas, construimos una vía alterna como un espejo para mirarnos. En la literatura, por citar un par de casos, Robert Louis Stevenson, en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, trabajó el desdoblamiento de la personalidad que bien puede entenderse como una pelea interna de la conciencia, traducida por algunos críticos, al antiguo enfrentamiento entre el bien y el mal. Dualidad condicionante y enigmática que J.R.R. Tolkien simboliza estupendamente en el extraño Gollum.

Este no es el caso de la poeta guayaquileña Márgara Sáenz (1937 – 1964), autora de un texto desenfadado que lleva por título Otra vez Amarilis. Y no es el caso porque ella son ellos, es decir, tres escritores peruanos que al hacer una breve antología de poemas del amor erótico, editada por Mosca Azul en los años setenta, unieron sus plumas para crear un buen poema que fue adjudicado a una mujer ecuatoriana, de quien no se tenía ninguna noticia. Irónica invención que la comunidad limeña festejó, según escribe Miguel Ángel Huamán, por encontrar en un mismo texto tres rasgos inverosímiles: poeta mujer, ecuatoriana y buena.

Más allá de la gracia álgida, dicha treta trajo consecuencias inusitadas. Según refiere Huamán, crítico literario peruano, un ejemplar de la antología llegó a Guayaquil y Sáenz fue reivindicada por las defensoras de los derechos de las mujeres: “No demoraron mucho las feministas en exigir la reivindicación histórica de la poeta injustamente postergada. «Márgara y Olmedo: fuertes como un torpedo», «Sáenz. Espinel e Iza, en literatura nadie nos pisa» y otras pancartas o lemas fueron agitados en la manifestación que llevó por ley constitucional a consignar en los libros de colegio el famoso poema, ejemplo de la producción intelectual de la mujer ecuatoriana y latinoamericana. En vano escritores y políticos peruanos advirtieron en reiteradas oportunidades a los amigos ecuatorianos de la equivocación. No escuchaban e incluso se sentían ofendidos ante la sola insinuación de algo semejante, cuya única posible explicación era el odio ancestral y la oprobiosa campaña histórica contra ellos. Incluso cuando años más tarde sentados ante la mesa de negociación, que finalmente conduciría a la firma de paz y al cierre de la frontera, el canciller del Perú tuvo el gesto de entregar —al margen del protocolo— un informe documentado que incluía videos y declaraciones certificadas de los autores de la farsa, la reacción violenta del canciller ecuatoriano estuvo a punto de frustrar meses de negociación entre ambos países. Hoy en día, el turista que llega a Guayaquil tiene como una de sus visitas obligadas, el viaje a la Plaza Márgara Sáenz para apreciar el hermoso monumento en mármol y acero que en homenaje a esta poeta se ha levantado”.

No dejan de ser divertidas las reacciones originadas por el acierto erótico de Mirko Lauer y Abelardo Oquendo. También de Antonio Cisneros, quien llamado por ambos escritores peruanos, acudió presto a dar las pinceladas finales al poema que despertó las referidas comidillas. De ahí que el sabroso caso de Márgara Sáenz, si bien ya es parte de la lista de anécdotas entretenidas que merecen ser contadas, también es un campanazo para la literatura ecuatoriana que ha permanecido ensimismada en un patio amurallado por ladrillos imaginarios. Es hora de difundir casa afuera el trabajo que se ha hecho y se hace en el país, no por ser ecuatoriano y nuestro, porque es bueno más allá de los adjetivos que luego le otorguen.

Gabriela Falconi

 

 

Otra vez Amarilis

 

El tiempo ha pasado y vuelves a mi memoria.

Tu auto trepando hacia la sierra, la Cream-Rica
¿recuerdas?, volteando a la derecha, todos esos moteles.

Entonces éramos nosotros; no tú, no yo. Me quiérote,
te gózame, me amándonos, decíamos.

¿A quién llevas ahora? Contigo entre las piernas
¿quién pega de alaridos y triza los espejos
donde nos repetíamos bestiales y dulcísimos?

¿Qué otro vientre recibe tu miel mía, peruano? Di
qué frívola puta, qué sórdida hipócrita limeña,
qué casada cuidadosa del cornudo.

Hijo de perra, ¿lo haces? Pero allí no, nunca, con
nadie vuelvas a la habitación 35. Que se te
muera para siempre, que se te pudra si regresas.

Una vez dije allí no ¿recuerdas?, dije después
donde quieras. Tú me observabas igual que un
entomólogo, eras un médico lascivo examinando
una muchacha muerta de amor: no hables, eres
una muñeca, un cuerpo sin voluntad, y me
tocabas probándome y fui un durazno de esos
que se abren con la mano.

Un durazno, dijiste a mis espaldas, a la luz de la tarde,
separando con suavidad mis carnes, descubriendo
lo que ni yo conozco, mi zona más oscura, la que
guarda esa caricia atroz, obscena y tuya que no
olvido.

Júralo: no has de volver a esa cama con nadie. Me has
negado tu cuerpo, el que gustaba mirar impúdico y
erecto viniendo a mí, el tuyo que era el mío.
Concédeme esto entonces: anda a otro sitio a hacer tus
porquerías.

O vuelve a la habitación 35. El tiempo ha pasado, ya
no hay sino recuerdos y Amarilis qué puede sino
juntar palabras. Ahora somos tú y yo, no existe más
nosotros. Uno y uno, dos solos: yo y esa mierda que
tú soy y yo añoras, desgraciado.

 

 

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