En esta entrega de Subversión, el sociólogo Luis Martinez reseña el libro Être radical. Manuel pragmatique pour radicaux réalistes del activista y escritor norteameicano Saul Alinsky recién reditado en francés por la editorial Aden. El libro es elemental hoy día debido a su potencial emancipador. Recomendable tanto para militantes como para académicos y lectores comprometidos con la transformación política y social.
Être radical. Manuel pragmatique pour radicaux réalistes, Saul Alinsky,
Aden, Bruxelles, 2012, p. 278
En un momento crítico, donde las conquistas laborales son suprimidas bajo la verborrea neoliberal de la necesidad de reformas estructurales y donde la naturaleza –y por tanto el hombre– continúa siendo cosificada por la tercera ola de la mercantilización; es impostergable no sólo un diagnóstico de la situación –de sus tendencias o latencias– sino además urge una toma de conciencia del papel de la organización por parte de los oprimidos. Desde las rebeliones de los esclavos, encabezadas por Espartaco, hasta el movimiento insurgente neo-zapatista, con su mítico guerrillero encapuchado, pasando por la épica Guerra de Canudos y por los grupos de partisanos que lucharon contra la ocupación del Tercer Reich (el “Anti-Cristo moderno”, según el teólogo protestante y socialista revolucionario Fritz Lieb), sabemos que la indignación y el coraje no son suficientes para enfrentar a la Totalidad sino que precisamos de organización. Por consiguiente, y aunque parezca verdad de Perogrullo, la organización es adyacente a todo proyecto de transformación social.
Acompañada de un excelente prólogo escrito por Nic Görtz y Daniel Zamora, quienes ponderan la dimensión teórica y política de la obra de Saul Alinsky, se reedita nuevamente en francés[1] bajo el título Être radical, el famoso Rules for radicals de dicho sociólogo norteamericano. Esta obra, pertinente por su potencial emancipador, debe ser abordada tanto por militantes como por académicos comprometidos la transformación política y social.
Los capítulos que componen Être radical no son simplemente un recetario de tácticas y prácticas que se deben aplicar mecánicamente en el proceso de la confrontación social pues, además que esa no era la intención del autor, traicionaría el espíritu de la obra: “este libro se dirige a aquellos que quieren cambiar el mundo. Si Maquiavelo escribió El Príncipe para decirle a los ricos cómo conservar el poder, yo escribí Être radical para decirle a los pobres cómo arrebatárselo” (p. 41)
Alinksy está interesado en el proceso de organización de los oprimidos y, para ello, a través de once reglas, esboza una especie de “ética de la emancipación”[2] (cap. 1 y 2). En ella, el autor se concentra en la formación del organizador –o agitador– y de su papel en las escaramuzas cotidianas de los “de abajo”. Por medio de ejemplos y de anécdotas, Alinsky da cuenta de las características y virtudes que debe contar todo organizador pero, al mismo tiempo, devela los obstáculos a los que se debe enfrentar. En ese sentido, el autor subraya la importancia de la contextualización histórica.
El papel del organizador es clave en la formación de las agrupaciones, pero el proceso que experimenta el organizador de los eventos “a ras de suelo” es fundamental en la comunicación que se establece entre él y la base (p. 178). Dicho proceso de aprendizaje, por parte del agitador, nos recuerda la Tesis 3 sobre Feuerbach “La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana o (la) auto-transformación sólo puede ser captada y comprendida racionalmente como praxis revolucionaria”[3].
En otro orden de ideas, debo apuntar que uno de los elementos que capturó mi atención fueron no sólo sus diferentes referencias a figuras históricas de la tradición judeocristiana, como Moisés (p. 139-141) o “el gran revolucionario Pablo de Tarso” (p. 210), sino además la exégesis que realiza de determinados pasajes del Evangelio, por ejemplo: para darle fuerza al significado de la “polarización”, Alinsky no escatima en apoyarse en San Juan (p. 190). En ese sentido, el autor recupera la carga explosiva de la tradición judeocristiana y llega a comparar a los jóvenes revolucionarios de los años sesenta con los primeros cristianos idealistas[4].
Être radical, es una obra que debe releerse porque recuerda la importancia y necesidad que tenemos los oprimidos de unirnos y organizarnos, pues de lo único que disponemos es de nuestra fuerza y nuestro talento, como lo subrayaba el viejo sardo, Antonio Gramsci.
[1] Dicha obra, otrora publicada por ediciones Seuil en 1978, fue publicada con el título Manuel de l’animateur social. En español fue traducida por la editorial Traficantes de Sueños como Tratado para radicales : manual para revolucionarios pragmáticos (2012).
[2] “Notre action doit viser le salut des masses et non notre ‘salut personnel’” (p. 66). Nuestra acción debe vislumbrar la redención de las masas y no nuestra ‘salvación personal’.
[3] Traducción de Bolívar Echeverría. Cfr. El materialismo de Marx: discurso crítico y revolución, Itaca, México, 2011, p. 113.
[4] Resulta interesante observar que el epígrafe que abre su obra proviene del libro de Job. El pasaje en concreto es el que dice “La vida aquí en la tierra es la de un soldado que cumple su servicio” (Job, VII, I). Pasaje muy próximo, sea dicho de paso, en términos de praxis social con aquel de Mateo (10, 34) “No crean que yo he venido a traer paz al mundo; no he venido a traer paz, sino lucha”. El libro de Job, como crítica de las ideologías, ha sido retomado tanto por Antonio Negri como por Slavoj Zizek.