Foja de poesía No. 366: José María Muñoz Quirós

Presentamos el trabajo del poeta español José María Muñoz Quirós (Ávila. 1957). Es Miembro de Número de la Academia de Poesía de Castilla y León y Director de la revista literaria “El Cobaya”. Ha merecido premios como el Vicente Aleixandre, San Lesmes Abad, Fray Luis de León de Castilla y León, Gil de Biedma, San Juan de la Cruz y Ciudad de Salamanca así como el Premio Alfons el Magnanim de Valencia.

 

 

 

 

 

 

EL POETA

 

El poeta es esclavo de sus versos escritos,

de sus palabras mudas, de sus silencios

obsesivos, de sus grandes errores.

Cuando un verso se muere entre otros

versos, es que estamos perdidos. Damos

a cada signo su valor y sabemos

que podemos caer en esa trampa

de la que nunca escaparemos.

El poeta es un ser en la indigencia,

un ave que se esconde entre las ramas,

un cazador furtivo en descampado

cercado siempre por su inteligencia. El poeta

derriba los obstáculos del miedo

cuando no encuentra otra salida, y huye

a la deriva de su propio olvido.

 

 

 

 

 

LA EDAD PROHIBIDA

 

Estoy en el momento donde todo

parece ser distinto: la música del alma

y sus sonidos, la densa voz de la derrota

cuando arranca fugaz en la nostalgia,

el sentido vacío del lenguaje

que nada dice. Estoy aquí para vencer

las vanidades de cualquier manera, para ser

parte del silencio que surge abandonado

en nuestra noche sin pedirnos nada.

He llegado hasta aquí con un inmenso

desencanto hacia todo, con la mirada

puesta en lo vivido, y he llegado

con los labios cansados de que sean

las palabras el modo más difícil

de conocer las cosas. Hemos cumplido

la edad de lo imposible. Estoy dispuesto

a ser, cuando el momento llegue, víctima

del fracaso de toda esa indigencia.

 

 

 

 

CONFESIÓN

 

Siempre deseo sentir en lo más hondo

la paz. Que nada me perturbe

en el centro del ser, en la más firme

voluntad de mi mismo. De cuando

en cuando  vuelve

el monstruo a derramar

sus oscuros desvelos,

sus negras alas en mis labios.

Deseo la cadencia de los días

detenidos en mí como una fuerza

que me impulsa hacia la luz,

que me desata tempestades.

Siempre quisiera

vivir desde el misterio de mis sueños,

encender ese fuego que protege

mi voluntad frente al dolor. Que nunca

me oprima al invocar entre mis actos

la sensación de todos los errores.

 

 

 

 

 

RUTINAS

 

Las cosas siempre son insospechadas

en el recinto de los sueños. Viven

en mí, acechantes, y se esconden

reflejadas en todas mis palabras.

No me confundo en su lamento, pero

muchas veces se escapan como brisa

desalentada y gris sin que yo pueda

impedirlo. Se pierden dormitando

en un abismo de nostalgia. A veces

se desnudan calladas y nos rozan

con su blancura exacta y contenida.

Sus voces inconcretas

nos hablan al oído, nos invocan

el secreto del mundo. No podría

encontrar en su luz otra luz. La siento

crecer dentro de mí como una savia nueva

que enciende en el vivir cada momento.

 

 

 

 

 

La melosa plenitud del paisaje

en la inquieta sensación de la altura.

Hemos caminado, hemos vuelto los ojos

hasta la belleza blanca de los montes,

sentándonos en el infinito cansancio donde

viven las águilas, donde la luz termina,

donde se incendia el rojo desnudo

de la línea última de las horas.

El alma se ha entrelazado a mí

como un reptil que asfixiara mis labios.

 

 

 

He bebido sombras largas como lenguas

en la boca del agua. No sabría

decir cuántos instantes

han ocupado esa mirada, cuántas

horas pasé en los puentes

de aquel río. El viento musitaba

su canción transparente entre los juncos.

 

 

 

 

 

Está cerca la noche,

y cuando miro

apagarse los fuegos de la tarde

sobre la línea débil

del camino,

fuente de azules páramos,

encuentro en mí el vacío

abismado en lo oscuro, en la brumosa cima

que se alberga en los árboles,

que cuando brota es una nube

de semillas que escapan

y se alejan en un vuelo

encendido y extraño.

 

 

 

 

Un secreto entre las ramas

del pinar de la tarde. Recibo

la belleza en plenitud

cuando se calla el mundo.

Luego apaga

la sombra de los álamos

en la tristeza turbia del camino

el llanto de los pájaros.

 

 

 

 

No quisiera encerrar

más voz que la que suena

en los días calientes del verano.

El río me derrota con sus labios

transparentes. Inclino

mi mirada hacia la orilla

de los árboles que acechan

en sus copas a los pájaros libres,

y duermen

en los nidos

que no veo brotar entre las ramas.

Me contagio de soledad mientras

se esconde

la tarde por la cima de los cerros,

y la mirada busca en los caminos

las pisadas del tiempo, lenta fuga,

herida que presiente y acaricia

un anhelo de luz casi apagada.

 

 

 

 

 

Un vértigo incesante:

recibir

el tacto de ese viento,

el producto inocente

de una sombra, la pulpa

de ese fruto. Recibir

la promesa de los lirios

en el perfume del cansancio.

Morir sólo en las hondas

simetrías del alma.

 

 

 

 

No quiere ese nombre

suponer otro rostro,

otra presencia. Ocultar

sólo ese instante decisivo

que te deja alejado

del tiempo

en el que vives

sometido a la noche.

 

 

 

 

Os descubro en mis pasos,

en la encendida lejanía.

Acudís

en mi ayuda, volvéis

luego a mi olvido.

Me enciendo, lumbre

en los oráculos del agua.

Os encuentro en mi ruta,

días de anémonas oscuras,

horas de ancho vacío.

Estamos juntos en el río

intenso de unos labios.

 

 

 

 

Adivina ese gesto que

me conduce a la trampa

de la voz, que me lleva

hasta el origen del abismo

donde me asomo, no sin

dudar, en un lugar oculto

en la memoria.

 

 

 

 

 

Digo adiós a las sombras

del día que se aleja; van

desnudas  como pámpanos negros

entre las ramas del camino.

Adiós a las simetrías de los ojos

del corazón, a los vestigios de

la lluvia. Ilusoria  nostalgia

nos devuelve a los orígenes  del agua

donde navegan los líquenes oscuros

de las palabras mudas.

 

 

 

 

Datos vitales

José María Muñoz Quirós (Ávila. 1957) es Profesor de Literatura y de Crítica Literaria. Catedrático de Lengua y Literatura. Es presidente de la Academia de Juglares de Fontiveros. Miembro de Número de la Academia de Poesía de Castilla y León. Coordinador de Literatura dela Institución Gran Duquede Alba. Director de la revista literaria “El Cobaya”. Autor de más de veinte libros de poesía, y dos antologías  “Quince años no es nada” y “La única semilla”. Ha publicado entre otros: “Ternura extraña”, “La estancia”, “El sueño del guerrero”, “Ritual de los espejos” “Ávila desde la noche” “Celada de Piedra”, “Material reservado”, “El cuaderno de invierno”, “El color de la noche” “La piedra y el viento”, “Ausencias” “El rostro de la niebla”. Entre sus premios se encuentran:   Jorge Manrique, Tiflos, Ateneo de Salamanca, Gredos, Accesit de Adonais,  Vicente Aleixandre. San Lesmes Abad, Fray Luis de León de Castilla y León, Gil de Biedma, San Juan de la Cruz y Ciudad de Salamanca. Premio Alfons el Magnanim de Valencia.

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