Hacia una literatura menor subversiva.

Presentamos un ensayo de Sigifredo E. Marín en torno a subversión en la literatura, a propósito de las ideas de los escritores franceses Jean Genet y George Bataille. Nos dice que autor que “La soberanía de la literatura reside en una gratuidad vital que hoy implica un juego político anarquista nómada”. En seguida el desarrollo de este concepto. Sigifredo E. Marín mereció en 2005 el Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez.

 

 Lee los textos que componen el dossier en torno al 50 aniversario de la muerte de Bataille aquí

 

 

Hacia una literatura menor subversiva

(Jean Genet y George Bataille)

 

 

Literatura menor y subversión

Desde hace mucho tiempo la literatura está herida de muerte. Cadáver maquillado que se mantiene en una lenta agonía con respiración artificial, por lo menos, en sus dos versiones que satisfacen el consumo depredador: está la versión necrófila de la estética alambicada retro que gusta de la musicalidad y la metáfora ingeniosas y se vende en certámenes de belleza como la flor más bella del ejido privatizado o en los arreglos florales bajo el asistencialismo patriarcal de un Estado cada vez más impotente; también está la versión cadavérica de la estética del sentido común oportunista que hace de la literatura una extensión de la cultura del espectáculo, literatura carroñesca, parasitaria y superficial que se alimenta de la moda en sus más diversas manifestaciones y se caracteriza por su sentido del humor políticamente correcto –nada de chistes sobre minorías étnicas ni sexuales. Una versión anhela confeccionar la obra bonsái perfecta, bisutería portátil de buen gusto; y la otra, estar dentro de los tópicos y clichés para aparecer en las listas de las obras más vendidas del mes; la última novedad en las conversaciones de gente in; no faltan variantes que conjuntan ambas tendencias sabedoras de que hay una masa lectora conformista que festina trivialidades insulsas elevadas a sublimas certidumbres. Pese a diferencias, en ambas concepciones de la obra literaria no hay riesgo, no hay excepción ni búsqueda abierta. Ambas versiones cadavéricas y putrefactas se alimentan de narrativas modernas anquilosadas. Una, la obra perfecta y auto-referencial que apela a la sacrosanta autonomía estética del arte quedó neutralizada por la propia heteronomia del mercado y su estética de consumo. La otra, la obra atenta a la moda, y los tópicos ha sido integrada por la lógica de la sociedad de consumo. Ninguna de las dos versiones del cadáver literario confronta, exaspera, problematiza, transforma y resignifica la vida, la convivencia y la subjetividad. Operaciones que considero inherentes a una obra literaria de verdad que arriesga y transgrede.

En este sentido creo que la noción de “literatura menor” como subversión crítica y creativa de Gilles Deleuze y Félix Guattari puesta en circulación en Kafka: por una literatura menor (1975) resulta crucial para entender de otras formas la literatura. El concepto de “literatura menor” afirma la vida a contra-corriente de la dominación, el nihilismo y la barbarie. El devenir minoritario afirma otro modo de existencia y abre una línea de fuga mucho más revolucionaria e intempestiva que todas las revoluciones sociales. Devenir que designa un movimiento absolutamente activo y creador en pos de otros estilos de vida y de pensamiento. Riesgo excesivo y no cálculo estético, la literatura menor experimenta, más allá de toda pérdida y ganancia. Estilo que refiere un modo de vida, más que una forma de escritura; uso intensivo de las palabras más allá de los códigos del lenguaje que resiste y mina el imperio mayor del lenguaje. Hacer de la fragilidad de un ser mortal su fuerza absoluta no es un asunto retórico sino vital. Por desgracia ahora, el vedetismo oficial queda legitimado por una muchedumbre que exige que se le diga qué pensar, decir, leer y hacer.

Frente a una larga estela y pasarela de complacencias neuróticas y narcisistas, la literatura menor constituye una acción clandestina; una experimentación política silenciosa, lejos de los reflectores de la cultura mediática y de la clase dominante. Literatura que agencia una máquina de guerra contra los poderes establecidos. La experimentación y la transversalidad serían dispositivos de una guerra nómada. Una literatura menor socava la lengua mayor. Desterritorrializa –para decirlo con Deleuze– el idioma. Literatura imposible: imposibilidad de no escribir e imposibilidad de escribir de la misma forma. Según Deleuze y Guattari las tres características de la literatura menor son la desterritorialización, la articulación de lo individual en lo inmediato-político y un dispositivo de enunciación colectiva. Esto implica que menor no es sinónimo de mediocre o literatura chatarra sino que se refiere a los medios de descentramiento que se asumen desde la literatura para crear condiciones revolucionarias de libre autocreación en el seno de cualquier literatura institucionalizada.

La literatura menor es una política de los cuerpos, una guerrilla contra la moral nihilista que quiere eliminar las fuerzas salvajes. De ahí que haga del deseo un ejercicio activo de escritura y vida, deseo y poder. La lengua menor hace miles de pedazos la lengua estándar. Frente a un uso del lenguaje representativo o extensivo cuya función, en todo momento, reterritorializa el lenguaje y codifica la experiencia, la literatura menor activa una máquina de expresión intensiva, proliferante y rizomática que libera una materia viva expresiva reconfigura por completo la subjetividad. La literatura menor experimenta la propia lengua desde la extranjería. Abre en el corazón de lo común, lo popular, lo bajo, lo vulgar, una transgresión más allá de toda apropiación rentable por los medios y médicos de la cultura oficial.

En oposición a la mitología del escritor maldito, coincido con Deleuze y Guattari, en que no hacer del margen un nuevo centro, pues no se trata de erigir un contrapoder que sustituya al poder hegemónico, sino descentrarlo, abrirle fisuras, líneas de fuga y quiebre donde la afirmación de la diferencia singular devenga un proceso activo. La literatura menor no pretende erigirse en una minoría aristocrática. Los escritores menores son videntes que viven en el anonimato. Dicha minoría no se opone a la mayoría, sino al poder hegemónico, de ahí que se muestre, ante los ojos de la sociedad –ojo cíclope del panóptico– como disidencia intempestiva. La minoría bien puede ser multitud. El escritor menor es legión: está atravesado por los más diversos estratos, mundos y submundos.

Genet: el devenir minoritario de la sexualidad y la moral

Leer a Genet es una de las empresas más estimulantes y provocadoras. Leí a Genet a los 17 años, devoré en un par de meses, todas la obras que pude conseguir. Entre el entusiasmo y el arrobo, desde entonces su obra me ha subyugado por su densidad poética singular. Es uno de esos pocos autores que después de leerlo se impone, lo lleva uno en las entrañas y el pensamiento.

La vida de Genet ha sido relatada en la biografía novelada Le Journal du Voleur, diario ficticio donde muestra las peripecias de una vagabundo asocial y atípico. Hay garra y fuerza expresivas –que según Charles Bukowski son las características más encomiables de la buena literatura. Por cierto, en su correspondencia con Jack Kerouac, el autor de Factotum había elogiado a Genet por su vitalidad literaria. Tal vez pertenezca a la leyenda el hecho de que Genet, en reciprocidad, habría declarado que Charles Bukowski era uno de los más grandes escritores que ha dado Norteamérica, no importa mucho, en todo caso es coherente con la idea que ambos tenían de una buena obra literaria.

Genet es un maestro de la narración y del detalle preciosistas, pero con la fuerza salvaje de la vida desnuda. En su obra hay un amor a las palabras, a la subversión de la belleza y la bondad, desde la inmundicia y el mal. Una santificación de lo abyecto. Quizá tenga razón Sartre en su canonización de San Genet, comediante y mártir: “la abyección como una conversión metódica implica una vivencia desde el dolor y el orgullo que conmina a la existencia individual en su máxima lucidez”. La escritura de Genet se presenta como reinvención mitológica de una subjetividad alienada, socavada, herida por el sistema hetero-patriarcal. Subversión extrema de todos los valores morales, sociales y políticos que fundan la sociedad. Asocialidad radical. La inversión de la moral y de la legalidad de la violencia legitimada.

Hay un profundo odio contra todas las jerarquías (el eurocentrismo, el falocentrismo, el logocentrismo), y a la par, una simpatía profunda con los desheredados, los parias y todos los condenados de la tierra. Su obra constituye una reacción vital, visceral, profundamente afirmativa más que una postura teórica. De ahí que su homosexualidad militante que no buscara la integración de las minorías y los marginados. En Le Condamné à mort se puede encontrar poesía lírica con una manufactura impecable, pocas obras poéticas que sean una apología abierta de la homosexualidad tienen esa belleza, elegancia, refinamiento y derroche de voluptuosidad bajo una obra viva, fresca y llena de libre erotismo. En algunos pasajes de Platón, Kavafis y Abigael Bohórquez se pueden ver estos elementos, pero todos reunidos sólo se encuentran en Genet.

Genet es un hombre que estuvo en cruenta lucha contra todos y contra sí, y que no obstante, fue capaz de hacer una obra de gran belleza, hondura metafísica y mística. Sus novelas, más que una reivindicación de homosexuales y asesinos son, al igual que sus obras de teatro, una búsqueda por un estilo literario provocador y verdadero; al respecto cabe destacar de manera ejemplar Notre-Dame-des-Fleurs.

Toma de conciencia extrema sobre la extraordinaria seducción del mal, en sus Pompas Fúnebres, se eleva un canto de amor, trágico y a la vez épico, donde se descubre la belleza efímera y agónica de efebos condenados a muerte; nos muestra la libertad sin límites que otorga la cercanía de la muerte, la soberanía de los condenados a muerte –como también lo percibieron Maurice Blanchot y George Bataille. El propio George Bataille –en el lúcido ensayo de La literatura y el mal– ha elogiado esa entrega ilimitada, “dedicación sin reservas”, al mal en Genet. Según Bataille, la dignidad de Genet es la reivindicación del mal: “Y es que la pretensión a una horrible santidad se une al gusto por una soberanía ridícula. Esta voluntad exasperada del Mal se demuestra al revelar la profunda significación de lo sagrado, que nunca es tan grande como en el derrocamiento”. La soberanía no puede ser otra cosa que no sea el mal. Y el mal no es nunca con mayor certidumbre sino es en el castigo. La santidad de Genet –dice Bataille– le permite introducir el mal en la tierra.

La abyección se revela como apertura libre a la santidad. La sustitución del Bien por el Mal no sitúa al escritor en la simple lógica de la inversión –como piensa Sartre; la soberanía del Mal no es el reverso del Bien sino su réplica, impugnación y subversión sin fin. Tenemos en la obra de Genet una de las reflexiones más profundas sobre la condición humana desde su sombra oscura e inquietante. Pero no sólo eso, su aportación renueva los estilos, moldes y géneros de la literatura moderna. Su búsqueda de repensar el estilo desde una situación existencial limítrofe abre posibilidades inéditas de escritura.

 

Bataille: la literatura menor como gratuidad y soberanía

Encontré a George Bataille a partir de Genet, La literatura y el mal fue, más que una obra literaria de escritores marginales, una mirilla para revisitar el arte, la literatura y la vida misma. Bataille me llevó a Maurice Blanchot, Michel Foucault, Gilles Deleuze y Pierre Klossowski, y con ellos, se me develó otra forma de leer y experimentar la literatura y el pensamiento. Leer en la juventud la obra de Bataille es un acontecimiento que te marca de por vida, se podría aplicar lo que Rousseau dijo del Divino Marqués: ¡ay de aquella joven doncella que lea a Sade, sus oídos quedarán desvirgados para siempre!

Exceso, extravío, tumulto, exasperación, crisis, arrobo, felicidad, angustia, admiración, coraje, piedad: son algunos de los estados, siempre al borde del éxtasis y de la fascinación, que produce la lectura de Bataille. No hay literatura –según Bataille– sin interrogación incesante, y no hay interrogación que no conlleve una perspectiva paradójica de desconcierto y asombro. La obra literaria –en la óptica de Bataille– en el mismo momento en que sirve a “los designios de la sociedad útil” deja de contener una verdad soberana. Todo lo que conlleva el sentido de una sumisión resignada al orden utilitario trastoca el juego libre del hombre: soberanía y tragedia. La insignificancia –lo repite una y otra vez, y de múltiples y diversas formas– es lo único capaz de ponernos en el nivel de la significación. Habría que buscar una escritura que nos entregue y mimetice en el vértigo del olvido donde la frase literaria sea apertura del silencio.

Sus Œuvres complètes de Bataille, editadas por Gallimard en doce tomos, constituyen una obra multiforme y proteica, donde se abordan los más diversos temas de arte, filosofía, religión, antropología, historia, cultura, sociología, crítica literaria y estética, pero en toda su vasta producción de inicio a fin hay siempre un hilo conductor: la poesía no como género literario sino como un movimiento vital, extático, sacrificial que deja huellas en el lenguaje, la vida y la escritura. De ahí que otras nociones utilizadas para expresar la aventura poética sean el erotismo, lo sagrado, la visión mística, la experiencia imposible y la simple felicidad. La poesía se tiene que elevar desde la impotencia de la poesía, sólo “la bella poesía” no reconoce su propia miseria; la encubre. El movimiento de la poesía conduce a lo desconocido, ronda la locura. La poesía es negación de sí misma. La poesía abre el vacío al exceso de deseo. La poesía ha dejado de ser literatura para convertirse en acontecimiento.

Se trata de una literatura menor que está del lado del derroche, de la ausencia de metas definidas, de la pasión que corroe sin otro fin que el mismo acto de corroer. Salvo la literatura concebida como distracción y ornamento (literatura mayor), la obra siempre está en dirección opuesta al juicio moral y al juego del mercado. Avocada a lo desconocido, la obra literaria intenta devolvernos la promesa de anulación del instante de la separación, busca abrir la experiencia de lo continuo y la comunicación profunda de lo incomunicable, a saber, el conocimiento del Mal, pues sólo en el conocimiento del Mal se funda la comunicación intensa; de ahí que una definición recurrente en Bataille sea la literatura como “la infancia por fin recuperada”.

El escritor moderno –dice Bataille en una carta a René Char– no puede relacionarse con la sociedad productiva más que exigiéndole una reserva donde el principio de utilidad ya no reine. La autenticidad del escritor reside en el rechazo del servilismo y a las consignas. La soberanía del escritor consiste en exponerse a la ruina y a la pérdida absolutas: “No hay en mí nada soberano salvo la ruina”. La soberanía es indefendible, imposible, trágica. La poesía –no como género sino como escritura descentrada– es el único grito soberano.

La subversión de la literatura menor hoy

La literatura menor está ligada directamente a la enunciación, de ahí su carácter transgresor e intempestivo. La expresión transgrede formas, marca rupturas y nuevas ramificaciones y agenciamientos que remiten a regímenes inéditos de signos y de subjetivación, lo cual se podría entender desde la caja de herramientas foucaultiana como micropolítica: una política del deseo que cuestiona de forma subrepticia e imperceptible las instituciones y sus fundamentos.

Su minoría es una minoría activa, una vanguardia crítica, política, ética y estética, que lejos de buscar imponer una nueva estética o poética hace una poderosa relectura del presente desde sus abismos, miopías y certidumbres anquilosadas. Literatura menor que exige un lector activo que no se contenta con obras previamente digeridas; reclama un lector atento, inconforme con el estado de cosas existente. Atípico y atópico, el lector de obras menores crea nuevas comunidades visibles-invisibles de soledades comunicantes y resistencias autocreativas. Aquí he propuesto un par de ejemplos que en mi biografía propia han sido paradigmáticos, a los cuales vuelvo una y otra vez, y cuya re-lectura me permiten pensar y sentir la literatura como apertura viviente. Podrían multiplicarse ejemplos singulares que muestran la potencia de la literatura menor, al respecto pienso en las obras enigmáticas, paradójicas e inimitables de Traven, Juan Ortiz, Blanchot, Arlt, Jabés, Gombrowicz, HH, Maria Alzira y Lispector.

La soberanía de la literatura reside en una gratuidad vital que hoy implica un juego político anarquista nómada. Una literatura sin conflicto verdadero puede ser arte sublime, pero resulta doblemente falsa: niega la subjetividad singular del escritor, y niega la posibilidad de trastocar el orden de cosas existente. La literatura menor hoy tendría que contribuir a la subversión de las significaciones imaginarias dominantes de un capitalismo en crisis.



[1] Ensayista y profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Zacatecas.

 

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