El poeta y novelista español José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) fue reconocido con el Premio Cervantes, máximo reconocimiento a un autor en lengua española. Presentamos a continuación el poema “A batallas de amor, campo de plumas” y una brevísima semblanza.
A BATALLAS DE AMOR, CAMPO DE PLUMAS
Ningún vestigio tan inconsolable
como el que deja un cuerpo
entre las sábanas
y más
cuando la lasitud de la memoria
ocupa un espacio mayor
del que razonablemente le corresponde.
Linda el amanecer con la almohada
y algo jadea cerca, acaso un último
estertor adherido
a la carne, la otra vez adversaria
emanación del tedio estacionándose
entre los utensilios de la noche.
Despierta, ya es de día, mira
los restos del naufragio
bruscamente esparcidos
en la vidriosa linde del insomnio.
Sólo es un pacto a veces, una tregua
ungida de sudor, la extenuante
reconstrucción del sitio
donde estuvo asediado el taciturno
material del deseo.
Rastros
hostiles reptan entre un cúmulo
de trofeos y escorias, amortiguan
la inerme acometida de los cuerpos.
A batallas de amor campo de plumas.
El año en el que se ha despedido de la Letras con un poema-río de carácter testamentario, «Entreguerras», José Manuel Caballero Bonald, «en el arrabal de mi senectud», confiesa, acaba de ser galardonado con el máximo galardón de las Letras de habla hispana: elPremio Cervantes.
José Manuel Caballero Bonald nace el 11 de noviembre de 1926 enJerez de la Frontera (Cádiz), en la calle Caballeros, en el lugar donde actualmente se ubica su Fundación. Hijo de Plácido Caballero, cubano de madre criolla y padre santanderino, y de Julia Bonald, perteneciente a una rama de la familia del vizconde de Bonald, filósofo tradicionalista francés, radicada en Andalucía desde mediados del S.XIX.
Cursó primera enseñanza y bachillerato en el Colegio de los Marianistas de Jerez. Cuando se sucede la tragedia de la Guerra Civil, Caballero Bonald pasa temporadas en la Sierra de Cádiz y en Sanlúcar de Barrameda. Sus primeras lecturas memorables son Jack London, Emilio Salgari, Robert Stevenson, José de Espronceda. Entre 1944-1948, Caballero Bonald realiza estudios de Náutica en Cádiz. Escribe sus primeros poemas.
Entabla relación con los miembros del grupo de la revista gaditana«Platero»: Fernando Quiñones, Pilar Paz Pasamar, Felipe Sordo Lamadrid, Serafín Pro Hesles, Julio Mariscal, José Luis Tejada, Francisco Pleguezuelo, Pedro Ardoy… Hace el servicio militar en la Milicia Naval Universitaria, navegando durante dos veranos por aguas de Canarias, Marruecos y Galicia. Enferma de una afección pulmonar, por lo que debe pasar una temporada en el campo de Jerez.
Entre 1949-1952, estudia Filosofía y Letras en Sevilla. Entabla relación con el grupo cordobés de la revista «Cántico». Obtiene el Premio de Poesía Platero por su poema Mendigo (1950). Y llega a Madrid «desde el voluble sur al virulento gris de un territorio donde habitaban larvas inconexas consorcios de fanáticos camarillas castrenses cohortes eclesiásticas».
Deambula Caballero por una geografía asediada de vítores y máscaras de adalides de varia mezquindad. «Eran tiempos muy oscuros, muy hostiles… Yo llegué a Madrid en 1952 y aún estaban muy presentes los lastres de la guerra: el hambre, el miedo, el frío, las zozobras… No me resultó nada fácil aclimatarme a aquella ciudad tan poco hospitalaria para alguien que como yo llegaba de su más o menos apacible rincón provinciano…
En la capital de España prosigue sus estudios de Letras y trabaja en la I Bienal Hispanoamericana de Arte. Aparece su primer libro de poesía, «Las adivinaciones», accésit del premio Adonais. Años después se publican los poemarios «Memorias de poco tiempo» (1954) y «Anteo» (1956). Ejerce como secretario y luego subdirector de la revista Papeles de Son Armadans. Actividades clandestinas a través de su vinculación con Dionisio Ridruejo. Vive en París durante seis meses. En 1959 publica «Las horas muertas», libro por el que consigue el premio Boscán. Caballero Bonald ejerció como secretario y luego subdirector de la revista «Papeles de Son Armadans», de Camilo José Cela, en cuya colmena entró y se desligó en los años cincuenta.
En ese Madrid «donde las alimañas trataban de medrar con más decoro que los hombres», vio Caballero a «gentes tapadas con infectos cartones periódicos grasientos» y «hurañas fumarolas brotando de las fauces de las alcantarillas», y se cruzaba con «intrusos, delatores, cómplices». «Todo eso queda ya muy lejos, forma parte de mi prehistoria de escritor, y de ciudadano, claro. Son recuerdos muy enconados, muy deprimentes, que la propia dinámica de la historia se ha encargado de ir disipando. Ya son experiencias medio difusas, proyectadas en un telón de fondo que sólo ha conservado su sentido dramático».