Presentamos textos, algúnos inéditos, del poeta cubano Alexis Díaz Pimienta (La Habana, 1966). Además de poeta es ensayista, narrador y repentista. Con su obra ha obtenido siete Premios Internacionales de Poesía (entre los que destacan “Los Odres”, 2008, “Emilio Prados”, 2000, “Surcos”, 1996, “Antonio Oliver Belmás”, 1994 y “Ciudad de las Palmas”, 1996), y ha sido finalista del “Loewe” (2004 y 2010), el “Ciudad de Melilla” (2004) y el “Casa de las Américas” (2008).
De Cuarto de mala música
(Ed. Regional de Murcia, 1995; Premio “Antonio Oliver Belmás”)
LA MUCHACHA DE LOS ASCENSORES
Siempre hay una muchacha
que llega al ascensor en el último instante
para que alguien, gentil, detenga con la mano
la puerta automática.
En Madrid, en Bogotá, en La Habana,
en un hostal de Órgiva o en un hotel de Medellín.
Siempre hay una muchacha, y es la misma.
Lo he descubierto casualmente.
Le he dicho: –Ya te esperaba, entra.
Y ella, con disciplina de muchacha atrasada,
se ha acomodado al fondo, donde siempre.
Todos la miran de soslayo, pero luego la olvidan.
Ella nos mira a todos, con familiaridad,
con la certeza de hallarnos en el próximo ascensor,
dentro de poco. Le he dicho: –Ya te esperaba, entra.
Pero ella sabe que la he esperado en todas las ciudades
y que esta escena se repetirá hasta el último edificio.
En Cartagena del Caribe y en Cartagena del Mediterráneo,
en México, en Milán, en La Habana de nuevo.
Sonríe y no me mira. Ha descubierto que también soy el mismo:
el oportuno dueño de la mano que detiene la puerta.
Sonríe y no me mira. Así está bien.
Si se distrae, puede ocurrir que llegue
antes de tiempo al próximo ascensor,
en cualquier parte.
ANGULO CERO
Las esquinas siempre fueron lugares difíciles,
podios hacia la nada, vértices.
El más conocedor de las esquinas
alguna vez equivocó las flechas y dobló hacia sí mismo.
Una esquina terrible y una esquina feliz
sólo se diferencian en los ojos del hombre que la cruza
o en las manos de quien regresa del utópico
otro lado de la esquina.
Los peatones reflexionan en la esquina
sobre la eternidad del próximo paso.
Los cojos se detienen, los ciegos se detienen,
los ancianos miden el día por las esquinas que descuentan,
las novias no aceptan que las citen si no es en cierta esquina
(un mismo novio en cada esquina de la ciudad es otro.)
Los perros orinan mejor en las esquinas.
Los gorriones, con migajas y esquinas son felices.
Los suicidas nacen en las esquinas.
Los divorciados lloran.
Los locos sueltan la risa como un conejo mágico.
El mundo es sólo eso: una esquina redonda.
Y el universo un dédalo de esquinas mal trazadas
con transeúntes extraviados e inermes.
Todo tiene su esquina engañosa:
los edificios, los árboles, las hembras,
las canciones de amor, las corbatas de uso,
la misa, el eco, el pan intacto:
todo tiene su esquina para caerse boca arriba.
Y hubo épocas de esquinas incendiarias,
esquinas de rituales, de suplicios, de adulterios.
Y hubo héroes de esquina, santos de esquina,
ídolos y líderes con una esquina al hombro.
Y, finalmente, todos somos una esquina de tiempo:
un infinito cruce de fechas alternas.
APOCALIPSIS DEL MAGO
al maestro Serruchini
El mago ensaya delante del espejo
porque la honestidad del vidrio es otra.
El mago usa las manos como aspas de molino
para sacar belleza de la trampa
excava en el asombro
engorda la tradición del crédulo.
Si alguien confía en el mago es el conejo
con su conejidad amaestrada
con la inminencia de saberse útil.
Con los ojos vendados
el mago busca un rostro que le sirva
un rostro que no pudra después del tiempo límite
pozo de sal, laberinto de ojeras
enredijo de poros y entrecejos.
Le han hecho trampa al mago
le han dado mal la dirección del rostro.
Caen la venda y los ojos
caen las orejas del conejo y los aplausos
cae el mago en un charco de burlas
y salpica al espejo.
El corazón del mago
es un cuadrante vacío de milagros
dura madera para la compasión del prójimo.
Cerrando las cortinas su maldición no acaba
Circe y Merlín espían desde una manga ciega
risa estentórea
conjuro de palomas y pañuelos zurdos.
El mago siempre soñó ser descubierto
siempre esperó este día de pedradas y escarnio.
Cae la luz con su filo insondable
y la cabeza del mago rueda lejos.
Oh, espectadores de su magia,
racionales y agrios,
aplaudid… (Muchas gracias).
SAXO
Un saxo es un instrumento demasiado triste
para que bailen los gorriones
sobre el tendido eléctrico.
(No importa que haya pájaros muertos
al pie de los violines.)
Un saxo es para las hojas otoñales
para los divorcios
para las cartas que no llegan.
Si ven llover, saquen el saxo
donde todos lo oigan.
Si hay luto en la ciudad, adórenlo.
Y a nadie se le ocurra tocar el saxo un jueves.
Y nadie ensaye cerca de los jardines.
Acostumbrémonos al gris y al viento en la ventana
al silencio muriendo en espiral.
Un saxo llena el pecho de murciélagos
y nos deja así, con el pecho invadido
con la mujer de siempre doliendo en las paredes.
El saxo no, por favor, Charlie Parker,
¿no ves que cae ceniza?
¿no sientes como cantan las ojeras?
El saxo no, por favor, Charlie Parker,
o lloraremos juntos la próxima llovizna.
II
Charlie Parker se sienta frente al televisor y ríe.
No le hace caso a su saxo ni a su vieja anfitriona,
la baronesa Nica.
Julián del Casal se acomoda en la silla en la que va cenar y ríe.
No le hace caso a su corbata ni a sus jarrones de la China.
Ambos saben que van a morir
y les da risa la cara que pondremos los demás al saberlo.
Ríen con elegancia de cadáveres vírgenes,
de muertos por primera vez,
llenos de cicatrices musicales y complejas metáforas.
Ríen igual que hemos llorado los que no les conocimos,
con hipos y perplejidad, con pañuelitos tímidos.
Charlie Parker bebe café en La Habana
mientras Casal ingresa en un psiquiátrico
para perfeccionar su deterioro.
Son como niños grandes.
Ambos han sido espectadores de la cara de Dios
y no han podido contener la risa.
ESTE SOLDADO
Este soldado morirá en la guerra
y su familia lo sabrá primero que él
demasiado ocupado en salvarse.
El hijo lo sabrá por la punta quebrada del lápiz
la madre lo sabrá por exceso de sal en la sopa
la esposa lo sabrá por un llanto agorero y sin causa
(los amigos lo sabían de siempre.)
Un minuto antes este soldado pensó en Dios
en su hijo, su madre, su esposa
y no creyó que estaba despidiéndose.
Su bala fue una bala como otra
su estertor como otro
su cadáver idéntico.
Sangre
polvo
vicarias
foto amarilla
y humo en la memoria.
Este soldado nos parece antiguo
intangible y sagrado
mientras tomamos su sitio en el mundo
los remanentes de su historia.
Pensó contar sus heroicidades
rociar con ron sus cicatrices
hablar de amigos muertos, con tristeza.
Pensó que nadie le escribiría un poema
y ahora esta sangre en el papel
es suya.
De Yo también pude ser Jacques Daguerre
(Ed. Pretextos, Valencia, 2000, Premio Emilio Prados)
YO TAMBIEN PUDE SER JACQUES DAGUERRE
Cuando Daguerre tomaba la vista de una de las calles de París, acertó a pararse en la acera una persona con el propósito de que le limpiaran el calzado; allí permaneció, junto con el limpiabotas, el tiempo suficiente para grabar la placa, y así pasaron a la posteridad como los primeros seres humanos fotografiados en el mundo.
La Fotografía, Orlando Hernández
I
Es una calle solitaria de París y es todavía l839.
Eso es la eternidad:
un transeúnte y un limpiabotas
ajenos a la posteridad y al éxito
ajenos a mí y a este poema.
30 minutos en la esquina bastan.
Lo pulcro del calzado es más notorio ahora
desde esta casa de La Habana al final del milenio.
La misma calle de París es más notoria ahora
con sus sombras, sus árboles
sus franceses que no se detuvieron
a lustrarse el calzado para siempre.
Al fondo, los edificios no le dan importancia.
–vanidad de la piedra–
al fondo pasa el lento ruido de los carruajes.
Pero ellos no posan. Ignoran la duración del gesto.
Pudo ocurrir que el limpiabotas terminase
en sólo diez minutos, sin tiempo para grabar la placa.
Pudo ocurrir que el hombre decidiera lustrarse
el calzado más tarde, o antes, o nunca.
Pudo ocurrir que fuera en otra esquina de la ciudad
y otro día, no ahora en esta larga tarde de l839,
siempre.
Era París: todo pudo ocurrir menos que ellos,
ajenos a la eternidad, lo fueran.
Pero sólo ocurrió que los sucios zapatos
desentonaban con las calles de Montmartre
con el agua del Sena,
y que las damas no hubieran mirado al monseiur
si no se detenía para que yo supiera su existencia.
Entonces heme triste, sinceramente triste,
porque nunca me han retratado limpiándome el calzado
( a nadie le preocupa este tipo de fotos:
la eternidad es siempre incomprensible.)
Todos los cumpleaños deberían tener esta foto en su álbum:
el niño con las manos en la espalda, el pie en el banco,
dejándose grabar para los siglos.
Todas las bodas: el novio sobre el banco y ella de pie,
alzándole la cola al traje,
disfrutando el tremendo acto de amor del cepillado
y lanzando de espaldas el bouquet,
escogiendo al azar la próxima muchacha eternizable.
Es una calle solitaria de París.
Nadie se asoma a las ventanas,
nadie les pide que sonrían: no tienen nombre
ni identidad ni rostro: dos siluetas borrosas
en la placa de cobre.
Luego Daguerre bajará, entusiasta y feliz,
a decirles que sobrevivirán a sus contemporáneos.
Pero sólo hallará la esquina solitaria,
los árboles sombríos, los carruajes que escaparon al lente.
Sólo polvo y París. Y no sabrá jamás a quién ha eternizado.
II
Yo también pude ser Jacques Daguerre.
Y él pudo ser este poeta que se limpia el calzado
en una calle de París en 1839.
Y tú, lector, pudiste ser el limpiabotas
que detiene el trabajo para leer este poema
mientras el transeúnte se aburre y se va
pensando que está perdiendo el tiempo.
Luego Daguerre bajará, entusiasta y feliz,
y pondrá el pie izquierdo sobre el banco,
las manos en la espalda, 30 minutos nada más,
suficientes para que yo los retrate
desde mi estudio en La Habana,
al final del milenio.
De Compañeros de sábana (inédito)
CRONOLOGÍA PERSONAL
Antes, cuando era viejo
yo escribía poemas de amor
con el asma insaciable
de los hombres débiles
con el hambre insaciable
de los recién duchados
con el hipo insaciable
de los niños huérfanos.
Antes, cuando era viejo
toda mujer era un escándalo
entre paredes que nadie más veía.
Si en medio de una plaza pasaba una mujer
a mi silencio le crecían dedos
y a cada uno de mis dedos, manos
y a cada una de mis manos, ojos
y a cada uno de mis ojos, bocas
y a cada una de mis bocas le brotaba
una extraña vocación prostática
inconfesable pero pública
incorrecta, machista, deshonesta incluso
una inequívoca tendencia
a escribir versos lácteos
llenos de una cursilería irreverente.
Poeta viejo yo, poeta impúdico delante
de una joven colgada de otro brazo
detrás de la futura madrastra de mis hijos
junto a la embarazada de otro hombre.
Poeta viejo yo, incontinente
con la minusvalía propia
de quien tiene demasiadas palabras.
Y mi mujer, la mía, la de todas las sábanas
no entenderá jamás esta rara dolencia
no aceptará que debe amonestarme con misericordia
protegerme de todas sus congéneres
como protege al niño de los rayos del sol
untarme alguna frase protectora.
Poeta viejo yo, lo siento.
Por suerte,
cuando se llega a joven
ya no suceden estas cosas.
De El deseo sexual de las estatuas (inédito)
LOS MANIQUÍES
Cuando nadie los ve
los maniquíes son felices.
Tienen fama de inexpresivos
sufren el menosprecio
de los transeúntes
usan ropa que ellos no deciden
pero cuando nadie los ve
los maniquíes se desnudan
y hablan a carcajadas de nosotros
de nuestros gestos
en los probadores
de la infelicidad
con que vivimos
hundidos en el martirologio
de la estética.
Cuando nadie lo ve
al maniquí sólo le queda la tristeza
de no ser estatua.
De La vuelta al mundo en 80 periódicos (inédito)
EL NOTICIÓMANO
Como cada mañana de domingo
vas al quiosco más próximo a comprar la prensa.
Es un acto instintivo, involuntario, incondicionado,
el martillito que te golpea la rodilla… y vas.
Como cada mañana de domingo
te sientas a desayunar con el diario delante.
Café, con dos de sangre, por favor. Tostadas con cadáveres.
Y al jugo de naranja ponle un poco de pólvora.
Pareces tan feliz. Ellos muriendo y tú tan lejos.
Ellos sin pan y tú con gafas.
Ellos sangrando y tú leyendo titulares.
Cruzas las piernas debajo de la mesa. Mala señal.
Cruzas las manos al hojear el periódico. Mala señal.
Cruzas la vista para ver al lector de una mesa cercana. Mala señal.
No importa que sea domingo y verano y 10 de la mañana.
Todas las señales son nefastas.
Encima, el muerto de la foto parece conocido.
Todos los muertos de todas las fotos de todos los diarios
parecen conocidos.
Debe ser de otro diario, pero no te das cuenta.
De otro domingo, pero tú no lo sabes .
Del desayuno del domingo anterior, pero no lo recuerdas.
Otro café, con menos sangre, por favor.
Pero el martillito te golpea otra vez y pasas a otra página.
Dice el horóscopo que vas a ser feliz en el dolor.
Anuncia el meteorólogo lágrimas fuertes
y marejadas peligrosas para náufragos jóvenes.
Mete otro gol un futbolista parecidísimo
al cadáver de la página 7.
Mala señal. Algo te está sentando mal esta mañana.
Qué raro. Es domingo. Es verano. Hay sol y playa.
Pero sí. Estás mareado. Todo se mueve alrededor del pan.
Tal vez los cadáveres no estaban bien hechos.
Quizás la sangre del café estaba infectada,
caducada la pólvora. Ya no vale la pena comer fuera de casa.
Cada vez está peor la hostelería.
Da lo mismo la Costa del Sol, la Riviera francesa,
Cancún, Honolulu, las islas del Peloponeso.
Da lo mismo que leas The Time, Il Corriere,
Le Monde, El País, o el blog de algún amigo.
No vengo más, piensas de pronto. No compro más la prensa.
No leeré nunca más las noticias. Pero pobre de ti,
ya está otra vez el martillito en lo más alto
y babeas como el perro de Pavlov sobre el periódico.
De Fiesta de disfraces
(Calambur, Madrid, 2008; Premio “Los Odres”)
LAS GANAS DE LLORAR
Y las ganas de llorar cómo se quitan.
No el llanto, sino las ganas de llorar incontrolables,
cuando la soledad se llena de rostros ausentes,
de seres queridos que en algún sitio de otra ciudad
preguntan también cómo se quitan las ganas de llorar,
mientras escriben.
DISCURSO A LOS POETAS DEL CENÁCULO
para Rafael Acosta (el repentista)
Tarde o temprano vamos a morir de lo mismo,
de mujeres ajenas y de versos robados,
de poemas redondos y lectores cuadrados,
de ignorar que el espejo padece astigmatismo.
Tarde o temprano el polvo sepultará el lirismo
y sangrará en las voces un verbo desvirgado.
Pero ahora poco importa, vivamos el pasado:
toda premonición tiene algo de espejismo.
Allí está la señora Posteridad, oyendo
cuál de todos nosotros se equivoca leyendo,
cuál es más reverente, cuál más iconoclasta.
Nos mira, nos escucha, sabe que no hay apuro,
que de todas maneras para el lector futuro
con una sola coma que esté bien puesta, basta.
Datos vitales
ALEXIS DÍAZ-PIMIENTA (La Habana, 1966). Escritor y repentista. Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al italiano, francés, inglés, japonés, árabe, farsi (lengua autóctona iraní), búlgaro y alemán, en antologías y revistas. Ha publicado hasta la fecha 28 libros, en diferentes géneros (novela, cuento, poesía, ensayo, LIJ). Con su obra ha obtenido siete Premios Internacionales de Poesía (entre los que destacan “Los Odres”, 2008, “Emilio Prados”, 2000, “Surcos”, 1996, “Antonio Oliver Belmás”, 1994 y “Ciudad de las Palmas”, 1996), y ha sido finalista del “Loewe” (2004 y 2010), el “Ciudad de Melilla” (2004) y el “Casa de las Américas” (2008). También ha ganado dos Premios Internacionales de Novela, el “Alba Prensa Canaria” (1998), y el “Luis Berenguel” (2005), y ha sido finalista en los premios de novela “Ateneo de Sevilla” (2004), “Romulo Gallegos” (2007) y “Qué Leer” (2008) . Ha publicado, asimismo, doce títulos de literatura infantil, entre los que destacan su versión de Don Quijote en verso y los nueve libros protagonizado por Chamaquili, el niño poeta.