Andrea Gibson nació en Calais, Maine, pero ha vivido en Boulder, Colorado desde 1999. Su poesía y activismo se enfocan en las normas de género, política, reformas sociales y temas relacionados a la comunidad LGBTQ+. Ha sido campeone del Denver Grand Slam en cuatro ocasiones, ha quedado en cuarto lugar en el National Poetry Slam, y dos veces en tercer lugar en el Individual World Poetry Slam. Tiene publicados ocho poemarios y frecuentemente participa en lecturas poesía de Button Poetry. Hoy leemos uno de sus poemas en versión de Mary Galleval.
EL MUSEO DE LAS RELACIONES ROTAS
En Croacia, en 2006, Olinka y Drazen rompieron.
Sin tener idea de qué hacer con las reliquias
de los cuatro años que duró su amor, crearon
el Museo de las Relaciones Rotas.
Por años han recolectado artículos
de los descorazonados alrededor del mundo.
Cada día nuevos tesoros llegan a las puertas del museo:
un frasquito con las lágrimas de un amante.
La última chequera con los nombres de ambos.
Un reloj brillante con la corona detenida
en el segundo en que él dijo te amo por primera vez.
En el Museo de las Relaciones Rotas
hay un juego de copas.
Junto a éste, dice:
Cuando me mudé al otro lado del país
me llevé las copas. Eso te enseñará.
¿Cómo vas a brindar ahora?
En otro exhibidor hay un celular.
Escritas a su lado, las palabras: Me dio
su propio celular para que no pudiera
volver a llamarlo.
Está la letra T del teclado
de una pareja cuya pasión en línea murió
después de su primer encuentro en persona.
El teclado desarmado como promesa
de no volver a confiarle a una computadora
la llave del corazón. En el Museo
de las Relaciones Rotas puedes encontrar la carta
de un niño de trece años a su primer amor en Sarajevo
escrita antes de irse para escapar de la guerra.
Puedes encontrar la bolsa para el mareo
de una pareja cuya relación no sobrevivió
la turbulencia de la larga distancia.
Puedes encontrar el hacha utilizada para cortar los muebles
del novio que cometió una infidelidad, dando un nuevo
y traumático significado a la palabra
romper.
Hay un bote de Incienso para el Amor
con una nota que dice: Sencillamente
no funciona. Hay un exhibidor con un par de pechos de papel maché
donados por una mujer cuyo esposo insistía en que los usara durante el sexo:
Eran más grandes que los míos, dijo.
Lo excitaban, entonces me fui.
En el Museo de las Relaciones
Rotas, en Croacia, hay tres
pelotas para malabares cosidas a mano,
por mis manos, de material
cortado de mis calcetines, según tú,
aunque estoy segure
de que era mi ropa interior.
Como sea, las pelotas
fueron hechas de lo que usé
debajo de lo que todos pueden ver
y cosidas con precisión
como mi abuela me enseñó
antes de morir de un corazón roto,
dejándome una colección de dedales
para que pudiera convertirme en alguien
lo suficientemente fuerte para evitar
que las cosas se derrumben.
La primera vez que te vi
me derrumbé.
No tenía idea de quién eras.
Entraste al estudio donde estaba
y saliste.
Minutos después yo era un charco de lágrimas
en el estacionamiento,
mi amigue sobando mi espalda
preguntando qué sucedía. No pude explicarlo.
Era 2003. No tenía fe en nada
en ese entonces. No creía
en la reencarnación.
Solo supe que te había amado antes
y que lo haría de nuevo. Meses después,
aún sin saber quién eras,
te vi en la tele reportando la invasión
de Irak, luego la ocupación de Palestina,
fuego de sangre en el cielo encima de ti
y tú sin asustarte,
o pensé que no te asustabas
hasta que comenzamos a compartir cama
y podía ver la guerra
tras tus párpados,
y cómo arrancabas las cobijas
cada mañana como un niño
desenvolviendo un regalo.
Como si el amanecer de un día cualquiera
fuera todo lo que hubieras
puesto en tu lista para Navidad.
Yo todavía estaría durmiendo cuando te fueras
a tus prácticas circenses. Prácticas circenses,
donde caminarías en la cuerda floja, girarías
en el trapecio, luego vendrías a casa
y me llevarías al jardín delantero para enseñarme
cómo lanzar las pelotas para malabares
hacia el cielo aún rojizo.
Cuando pienso en por qué rompimos,
por qué volaste hasta Croacia
para dejar ir las pelotas para malabares que te hice,
sé que es porque yo era une malabarista terrible.
No logré averiguar cómo aferrarme a algo
y dejarlo libre al mismo tiempo.
Así que dejé caer la pelota. Me convencí
de que estaba en el aire por ti
cuando en realidad lo estaba por mí.
Es lo que hacemos: convertimos nuestros cuerpos en museos
de lo que está roto. Culpamos
a la chequera, a la infidelidad, a las lágrimas
enfrascadas. Culpamos al brindis que pierde sentido
al día siguiente de la boda.
Arrancamos la letra del teclado
en lugar de presionar “CTRL + ALT + DLT”.
Decimos que fue la turbulencia
de la larga distancia en lugar del equipaje
no reclamado. Pero en el carrusel de la claridad
(también conocido como 15 años de terapia),
veo que entonces, no estaba huyendo
de la guerra. Estaba huyendo de la paz.
Del amor que creí no merecer.
Y porque esa mentira contenía tanto dolor,
no estoy segure de haberte superado
sino que estuve debajo
de mi propio motor
para arreglar la máquina de mi amor,
que ahora funciona bien
pero que aún se acelera demasiado,
si sabes a lo que me refiero
y sé que sabes a lo que me refiero,
porque esta no fue la primera vida
en que nos despedimos
sin querer despedirnos,
¿verdad?
“El Museo de las Relaciones Rotas” fue inspirado por mi ex y ahora querida amiga, la periodista Shannon Service, con su artículo “Qué bien duele: considerando el amor y la ciencia en el Museo de las Relaciones Rotas”, cuya lectura recomiendo ampliamente. Adicionalmente, por favor echen una ojeada al Museo de las Relaciones Rotas en brokenships.com