Inventarios mínimos, nuevo poemario de Gustavo Solórzano Alfaro

El poeta costarricense Gustavo Solórzano Alfaro (Alajuela, 1975) acaba de publicar, bajo el sello de la Euned, el poemario “Inventarios mínimos”. Presentamos aquí algunos poemas del libro. Solórzano Alfaro también es  ensayista y editor de la revista electrónica Las Malas Juntas.  Antologó Retratos de una generación imposible. Muestra de 10 poetas costarricenses y 21 años de su poesía (2010)

 

 

 

 

Poemas de Inventarios mínimos

 

Infancia

 

La infancia es un patio de mentiras

un jardín cerrado con portones viejos

una niña que se mece en una hamaca

y un niño tonto que la mira y no le habla.

 

 

 

 

 

 

 

Retratos (de dos artistas adolescentes)

 

 

A Carlos Maurilio Campos Bolaños

 

 

1

 

En la ciudad

sin trenes

y abundancia de santos

las calles ofrecen

sus mejores aromas.

Suben

en las estaciones clausuradas

las maestras con sus niños.

 

Su maestra de la escuela

por ejemplo

sabe que ayer estuvo enfermo

y hoy lo agasaja

con helado y con galletas.

 

No sabe que le duele la vida

en todos los cuadernos

en todas las tareas

en todas las ventanas.

 

 

2

 

Carlitos

es una figura descuidada

y sin camisa.

Sus padres lo dejan salir a deshoras

para ver películas

que otros niños no vemos.

 

Juntos aprendimos el dolor

de la primera mujer

del primer hijo

del primer trabajo

y su nombre y su recuerdo

son preguntas que no obtienen respuesta.

 

 

3

 

Dibujamos. Escribimos. Jugamos.

En cada acto de nuestras vidas

fuimos dejando retazos de ausencia

aires de olvido

y recuerdos de nuestra casa.

 

En papeles amarillos

dibujamos su rostro.

En papeles guardados escribimos su número.

Jugamos juntos a los superamigos

como si el destino nos reservara

una vida distinta.

 

Hoy escribo estas letras

después de haber perdido

tanto tiempo.

 

 

4

 

La ciudad

es una estrella sin paraguas.

La ciudad

donde jugamos y escribimos día a día

es un río de rostros amputados al recuerdo.

La ciudad

es una estela de almas sin memoria.

 

Escribo y escribo

garabato a garabato

la última sílaba

de mi nombre y del suyo.

 

 

 

 

 

 

Potreros

 

Fue un niño que corrió descalzo.

(Mentira: siempre tuvo zapatos.)

Rectificación:

Fue un niño que corrió por potreros

verdes y mojados.

Fue un niño con zapatos, con camisa,

con frijoles y cuadernos.

Nada de eso les reprocha a sus padres.

Solamente los potreros.

Solamente los potreros.

 

 

 

 

 

Paisaje (5:45 a.m. / 6:15 p.m.)

 

El niño sale a caminar

seguro de su paso

y de su risa.

Una mariposa revolotea

con ansias nunca vistas.

El hombre que usualmente atiende

este sitio

se ha dejado soltar dos groserías.

Las mujeres de la esquina

ya saben que hoy no habrá suerte.

Mientras

las manos buscan

un espacio para recorrer la noche,

doblegar la luna

y maldecir el cielo.

Nadie cree en sus testigos.

Todos saben que es hora de marcharse.

El silencio es una loza

dibujada en el invierno.

Los primeros en abandonar el lugar

rodean a un perro herido

y escupen su miseria

como si el tiempo se acabara.

 

Ahora hay dos maestras

que hacen cuentas de primaria

(más por necesidad que por destreza),

hacen cuentas

y el tedio se anida en sus anteojos.

 

Pobrecillas

 

A su lado

la mariposa se detiene.

 

Hoy están cerradas las ventanas de en frente,

nadie abrió la puerta del minisúper,

y en el rinconcillo del lugar

hay un olor extraño,

como a muerte.

 

 

 

 

Parques (o resumen de noticias, 6:30 a.m. / 7:30 p.m.)

 

la niña sin pensarlo camina por el parque donde su madre la ha llevado a pesar de las últimas advertencias de un señor muy serio en la televisión que acusó a todos los habitantes de ser corruptos y tratar de atacar niñas pequeñas que hayan ido al parque llevadas por sus madres

 

entonces subida en las hamacas convierte sus manos en una metáfora del miedo en una imagen dolorosa para la posteridad elocuente de los medios que saben a qué hora y en qué lugar habrá un ataque una trampa un accidente o una misa

 

nadie más escucha los gritos que resbalan de las bancas de los estantes para basura que han dispuesto el ministerio los alcaldes los curas y los barrenderos porque a esa hora todos estaban ocupados haciendo cuentas planeando el mes las vacaciones en la playa donde no hay mendigos ni atacan a las niñas en los parques

 

luego todos juntos vamos a las marchas en contra de tratados perversos que ya sabemos que son perversos pero después regresamos a nuestros reductos-condominios-moles-gimnasios-escuelasprivadas-carrosclubesfinanciados a llorar por una patria olvidada que jamás ha existido donde las niñas supuestamente dicen los libros de historiadores ilustres podían jugar tranquilas sin temor a perder el empleo el novio la casa y la forma de andar canta su abuela en un sillón lejano de aquellos tiempos en que él era un pequeño que no podía salir a jugar

 

y ahí se pregunta cuáles eran las diferencias en esas épocas porque ahora todos dicen que son otros tiempos pero recuerda que él no podía salir a jugar ni con el perro del vecino

 

los tiempos han cambiado pero solamente para los pobres

 

miserables

tiempos

idos

 

 

 

 

 

Instantánea (de un puente al atardecer, 5:45 p.m.)

 

Suspendida en el puente, una mujer lee poemas de tiempos idos. A su lado una niña descubre con sonrojo sus piernas. Como a cuatro metros, un paseante se detiene a contemplar el río. Por encima del puente un hombre cruza en su carro.

 

En otros lugares dos niños pelean por el fuego, manadas de elefantes descubren el invierno, centenares de mujeres caen de ciertos precipicios, unos cuantos ratones hacen fiesta en las cocinas, y ella, mujer detenida al borde del puente, no se percata de estas escenas.

El hombre sigue, avanza por el puente, doscientos metros y al final aguarda su madre muerta, su hermana que ha salido del colegio, una flor consumida en el asfalto.

Finalmente llega al otro extremo, y atrás, en medio del puente, se escucha un grito y algunos carros se detienen: la mujer que leía poemas se ha lanzado al vacío. Desde las letras de su nombre han caído al precipicio los versos más hermosos

 

¿o los más tristes?

 

Saluda a su madre, saluda a su hermana.

Se pregunta si alguna vez habrán leído un poema.

 

 

 

 

 

 

Visita (dominical, otro día)

 

La sangre se vuelve agua pero cae como una cruz. Los pasos son aproximaciones de un hombre hacia el cadalso.

 

Y así, estas reflexiones hechas con base en pan y agua forman la argamasa de un castillo gigantesco donde duermen las muchachas antes de ser inmoladas porque así lo piden las buenas costumbres y el deseo.

 

Sabe que su padre le reprocharía haber abandonado los estudios. Sin embargo, también imagina que está orgulloso de que su hijo sea un poetastro empedernido. Su madre, por otro lado, es una mujer hermosa, bendecida por la gracia de las lluvias, envuelta en tornasoles rojos e imposibles.

Hoy toca a la puerta de su casa. Nadie abre. Son fantasmas venidos a menos quienes habitan esas ruinas, ruinas perfectas e invisibles, donde cada tanto se detiene a descansar.

 

Son fantasmas –no lo saben– y se han olvidado de asustar.

 

 

 

 

 

Cosas

 

 

Las cosas,
sus pesadas formas y contornos.

El aliento de los objetos
dibuja en mi cara un gesto impreciso
que no alcanzo a comprender.

Rodeo la casa de mis padres
para observar con cuidado
cómo se apilan los muebles,
las capas de pintura y las remodelaciones
que ocultan recuerdo tras recuerdo.
Recorro los jardines y a través de las ventanas
observo viejas fotos de familia.

El jardín de la casa grande ha cambiado.
Hoy sería más fácil limpiarlo,
recoger las hojas de los sábados,
encalar los troncos de los limoneros
injertados por mi padre.
Sería refrescante cortar el zacate,
regar las plantas
y mover la mariposa
después de varias horas de olvido.
Pero todo eso es una ilusión,
como las cosas que apenas se insinúan

entre las plantas del jardín

y a través de las ventanas.

Los muebles, las capas de pintura, el zacate,
los troncos encalados y la voz de mi padre
adquieren una dimensión
que resulta extraña cuando menos,
y que va formando nuestra vida
con el sentido ajeno de todas las cosas
que nos atisban e interrogan.

 

 

*

 

 

 

Ahora solo aspiro a reconocer

el tiempo en los objetos.

Saber que no son míos

y que yo mismo soy su sombra

 

 

 

 

 

 

Llorar

 

En una película de Tornatore

pasan una escena

que me ha hecho llorar desde siempre.

Es aquella en la que el protagonista se sienta solo

en una sala de cine y ve pasar frente a sus ojos

todos los besos censurados de su infancia.

 

Uno de los animados de Dudok de Wit

es capaz de secarme hasta la médula:

la niña en bicicleta que busca a su padre

hasta que llega el momento de partir.

 

Como un niño pequeño

me he resignado a llorar por todo.

A llorar por miedo

por amor

por dolor

y por venganza.

 

A llorar por la lluvia y por el sol,

por mi madre y sus rosarios,

por mi padre y sus misterios.

Cuando estoy lejos de mi casa,

otra vez por mi madre,

por mi comida;

cuando estoy cerca,

por la playa y las montañas,

por el perro del vecino

que me lame

lentamente

esta soledad.

 

En el libro de Fawzi Mellah

las mujeres lloran por un precio.

Cada lágrima es tasada

según la ocasión.

Y así van de casa en casa

llorando los muertos de los otros.

 

Pero no

 

Es mentira todo el llanto

es mentira.

 

Solo unas lágrimas rojas

que se parecen al sueño

o al recuerdo.

 

 

 

 

 

 

 

Elegía

(a la manera de Catulo)

 

 

Alcides Solórzano Solórzano (1925-2010),

in memóriam

 

*

 

Mi padre yace en una cama.

Sé que algún día habrá de morir.

También, sé que es probable

que mi madre siga sus pasos.

Ninguno

de esos dos hechos

es una revelación

pero igual me duelen

me torturan.

 

 

 

 

*

 

 

 

El hospital México tiene al frente una enorme plaza

en la cual el viento y el frío pertenecen a otra geografía.

La distancia entre esta plaza y la entrada principal

parece estar diseñada para extender el sufrimiento.

Una vez franqueada, se debe ascender en un elevador.

Mi padre, quinto piso, cama 34B.

Hoy lo trasladaron de cuarto y está entubado.

Hace dos días lo vi en otra cama

y fue capaz de hacer un par de bromas:

signo equívoco de que aún algo se puede hacer.

Salí del cuarto, bajé en el ascensor, crucé la plaza,

me monté en el carro y pensé en las primeras líneas

que has leído antes y que tenían la intención de ser una elegía.

Todos fallamos alguna vez.

 

 

 

 

*

 

 

Desde siempre

mi padre fue un sueño

en la memoria de Dios.

Ahora

yo soy un sueño

en la memoria de mi padre

 

que no era Dios.

 

 

 

 

 

Veintisiete haikus (para las aves)
[extractos]

El ciruelo florece,
el ruiseñor canta;
pero yo estoy solo.

Kobayashi Issa

 

 

1

 

Cuando descansan,
las aves son espejos
del infinito.

 

 

 

5

 

Te vi desnuda.
Tu mano reposada
y tu cintura.

 

 

6

 

Caen las hojas,
el tiempo detenido:
serenidad.

 

 

 

12

 

Hoy estoy solo.
Lejos del aire frío
brilla tu risa.

 

 

 

18

 

Un árbol viejo
refleja sus raíces
en las ventanas.

 

 

21

 

Un pajarillo

canta lejos del nido:

hoy es invierno.

 

 

24

 

El viento sopla.
El día soleado.
Mis ojos lloran.

 

26

 

En la mañana
observo el cielo oscuro:
la brisa pasa.

 

 

27

 

He visto pájaros
que en su vüelo inventan
la eternidad.

 

 

 

Escena

 

Es un viernes de diciembre. Primer día de vacaciones. Afuera, el sol, que en varios días no asomó, brilla como si quisiera vengarse y no me animo a salir. Todo el día he estado en el sillón de la sala, leyendo. Solo me he levantado para comer o ir al baño. En el cuarto principal (el cuarto del fondo, en realidad) ella duerme todavía. Entre ambos hay una puerta y no estoy seguro de qué irá a suceder una vez que se abra.

 

Van cuatro días terribles. Nada más. Cuatro días. Y no hace cinco cogíamos desesperadamente y hacíamos planes para remodelar la casa, para que el cuarto del fondo dejara de estar ahí y pasara a ser el cuarto principal. Luego, no sé qué pasó. A veces sucede: el sol brilla, todo marcha y ella sale a pasear, y cuando regresa es otra, y entonces se vienen las crisis. A veces quiero pensar que se debe simplemente a algo que comió. A veces quiero ser ingenuo. A veces quisiera dejar que todo pase y acostumbrarme a las crisis. Una de vez en cuando no estará tan mal, a cambio de semanas de paz, sexo y planes. No lo sé. A veces tan solo quisiera correr, salir al sol, pero me quedo en el sillón, redacto esto, hago la siesta, imagino siempre que las cosas van a cambiar. De verdad que sí, de verdad que lo imagino.

 

Hasta que escucho el chirrido de la puerta.

 

 

 

Arte (poética IV)

 

Tengo treinta y siete años

y aún no he leído

ni a Bukowski ni a Bolaño.

Apenas voy por Catulo y Villon.

 

 

 

 

 

Arte (poética V)

 

La palabra “suavidad”

como una forma o una idea.

Más que decirla escribirla

sin necesidad de juntar sus letras

pero que esté ahí y pueda sentirse.

Escribir como si un árbol diera frutos.

Sin más razones que las necesarias.

Las que saben bien.

Las que huelen a palabras completas

pero no dichas.

La suavidad es una materia

hecha de tiempo o de memorias

especial para entregar presentes

o devolverlos en una época temprana.

Saber que sus contornos no significan

otra cosa que una caricia olvidada

que resurge de vez en cuando

en los momentos en que se agotan

otras formas y maneras.

La palabra

la suavidad

como una forma de la ausencia.

 

 

De Inventarios mínimos, San José: Euned, 2013, 128 pp.

 

 

 

Datos vitales

Gustavo Solórzano-Alfaro (Alajuela, Costa Rica, 15 de enero de 1975). Escritor, editor y profesor. Actualmente coedita la revista electrónica Las Malas Juntas. Ha publicado los poemarios Las fábulas del olvido (2005), La múltiple forma del delirio (2009) y La condena (2009); el ensayo La herida oculta. Del amor y la poesía. Lectura del poema “Carta de creencia”, de Octavio Paz (2009) y la antología Retratos de una generación imposible. Muestra de 10 poetas costarricenses y 21 años de su poesía (2010).

Fotografía del autor: Esteban Chinchilla

 

 

 

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