Presentamos, en el marco del dossier Muestrario de Panamá o poesía en las esclusas. 13 poetas Caribe Istmo-Pacífico 1949-1987, preparado por Javier Alvarado, la poesía de Eyra Harbar (Almirante, Bocas del Toro, 1972). Ha publicado las obras Espejos (2003) y Donde Habita el escarabajo (2002). Su trabajo ha sido publicados en revistas locales e internacionales.
De Un jardín necesario
VII
Acostarme en tu rumbo,
anclarme al fondo del profundo paraje
y quedarme en tu pecho jugando
en la nada más fina.
Al final del día en tu costado
describo el curso de un animal salvaje
que ha prometido volver a casa,
el bien mayor
para el guerrero derrotado en la prontitud,
porque dormir contigo es vivir para siempre,
esa noche cosida en los ojos,
un cielo de cristal
que en mis párpados tiembla.
IX.
El amor
que dijimos tantas veces vulnerable a la histeria,
el amor que me paso sangrando
enterrado en mi pecho efímero;
eso que nos cambia,
un instante que vale para la vida,
un recuerdo de primera clase
en la angostura de las miserias.
X
¿Qué fuerza es ésta
que vuelve a desafiar la muerte?
Caemos en la tentación de causas perdidas
tocándonos ahogados en el balbuceo del polvo
con la quijada rendida en la dínamo de corazonadas,
con el pubis maullando, tristes tigres sin disimulo,
en su garganta rosada,
absolutoria,
la lengua bebiendo el filo flagrante
de una medusa ciclónica.
Esta recámara compensa ajados abandonos
y masturbaciones resignadas a malabares inútiles.
Cae desbocada una túnica exquisita,
esquilada con el medio cuerno de las pestañas,
mirándonos la piel,
las pecas,
las cuencas honradas con pañuelos y bienvenidas,
peregrinos eternamente heridos
por el peor tiempo.
Pasa,
la vida pasa milimétrica, un día, dos,
la medida de lo justo
para arriesgarse a lo profundo
mientras algo se pierde.
Seducidos ya nos damos fuego que dura la noche,
no es tiempo, no es tiempo,
sus migajas a deshora aquello que nos une.
Si tocamos la puerta es para volver por lo imperfecto.
Las mejores historias tienen los huesos abiertos en la almohada
con la tierna pertenencia del vacío.
No queda más
que haber sonreído hasta la saciedad.
La única verdad es que amanecerá
y veremos.
XI
Cruje el corazón con su agujero abierto
en la purificación de los héroes.
Tú conoces su casa
inconteniblemente roja,
la pausa solitaria de sus habitantes
guindada como una maldición,
el descuido penetrando el dintel.
Cruje de un lugar y otro,
apenas un costal incólume en nuestra vereda.
La guerra sólo necesita dejarnos morir,
pero nada basta en los días de extinción.
Agito mi pañuelo blanco
para acostumbrarme a las rendiciones.
¿Será que desfallecen antes los vinos
cuidados con el esmero falso de los ilotas?
Ahí la escena se hace trizas,
tan hija del polvo, tan común
en la muerte que espera.
Enciendo la mirra donde hubo que partir una vez.
Al ángel que vigila la ciudad tras la batalla
pido otro día en sus manos de espuma,
que la noche alcance para el sueño.
XXVII
Un péndulo de carne y hueso toca el abecedario. |
Jean Arp
Los amigos que conocemos
escarban las flores de viejos amores
siguiendo la huella con el olfato voraz del licántropo,
lloran gravemente enfermos de aullidos, atados
al bosque menstrual que tiembla en el pétalo.
Se cubren la boca con las alas exactas de los jardineros,
con el silencio de un dios impotente. Basta su silencio,
sólo basta recoger en cada escombro un lugar derrotado.
Un ángel pasa y en sus tiernos labios habrá un exilio nuevo.
Así son los amores que mis amigos lamentan,
con el hábito de ausencias atoradas al canto maldito del pájaro,
rogando amnesia, al menos odio en la poesía devastada.
Juran volver a nacer los que allí se han visto.
¡Qué bello el mundo, qué inmensa materia
si el cielo que baña los ojos da brotes en verano!
Si la velada cubre pastizales con su canto obsesivo
y los devuelve frescos,
como un bulbo encabritado traspasa la oscuridad y el hambre,
entonces, podría ser que en los confines desgarrados del Hades
un abundante preludio de encarnaciones
les dé a beber la fuente de olvido,
el rostro incierto devuelto de la muerte,
el rostro fúnebre ofrecido a un abrazo,
comensales de un jardín necesario para aliviar lo irrepetible,
porque aquello que se ha ido provoca a veces recordar
y creemos tener las manos dulces para acercar su colmena,
y el pasado se aleja.
XVIII.
1.
A veces creo escuchar piedras arrastrándose,
el equipaje de la edad sigue desfilando al paso de los ejércitos.
Pasan los años,
marchan con el sonido exacto del golpe de talón.
Aquello cuesta un dolor en la espalda,
un viejo reuma aqueja la costilla por las noches.
Un día va a convertirse en otro
y perdura la bujía de una memoria incólume.
Queda intacto el olor de la manzana en el pupitre,
el beso fugaz entre los libros,
la flor de pétalos secos guardada en el estante,
la cama hurtada por una noche y bajo llave
la herida de las despedidas.
Conozco los días con el rostro disuelto contra el vidrio.
A veces creo escuchar ese momento, tan cerca,
como si fuera apenas hoy la muchacha amada.
Como los sacerdotes egipcios van a las recámaras
amparados por el dios de otra vida,
cruzo el cronograma de arena sin despertar a los muertos
dejándoles un ramillete colorado entre las piernas
para que su parto no sea el doloroso vaivén de las ánimas.
Quedan allí los comensales del banquete grande,
los amados, los forajidos, las víctimas del odio,
pero mi corazón, traspasado de nostalgia, ríe
dispuesto como un disparo para el retorno
como si a ratos volviera
esa juventud convenida para vivirse sólo una vez.
Así es derribar el pecho desmedido
de las fotografías de polvo y paja,
entrar en la hojarasca contra la muerte,
abrirse las huellas de la mano
y cometer el pecado de la blandura ante los ojos del mundo.
Así es la memoria, tierna hermana reina,
con el fuego robado para florecer en los jardines.
Cuando concilie el sueño, será que aquella me gobierne.
Con absolución comprenda todo, como quien ve desde el monte
y habita en sus ojos un paisaje inmenso, y es visto el mapa
del camino por donde hemos venido.
¿Para qué sirve, sino aquel hueco
que archiva día con día la prosperidad y la desdicha?
No es tu barca, Caronte, lo que atrae,
pues nada queda completamente desnudo en el sepulcro,
no es el remo que se hunde desafiando los pies fríos
ni el simple tocado que descubre en el agua una mortaja,
sino el viaje que rompe la propela del silencio,
ese fragmento antes del olvido.
Datos vitales
Eyra Harbar (Almirante, Bocas del Toro, 1972). Ha publicado las obras Espejos (INAC, 2003) y Donde Habita el escarabajo (Universidad Tecnológica de Panamá, 2002). En literatura, ha participado en recitales de poesía desde 1993. Su trabajo ha sido publicados en revistas locales e internacionales.