Foja de Poesía No. 395: Ibán de León

Presentamos la poesía del poeta y narrador, Ibán de León (Río Grande, Oaxaca, 1980). Ha ganado algunos concursos literarios, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Tuxtepec 2010, el Premio Nacional de Poesía Sonora 2011, el Premio Sahuayo de Literatura 2012, el Concurso Nacional de Cuentos Campiranos Marte R. Gómez 2012 y los Juegos Florales Anita Pompa de Trujillo 2012.

 

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Papalotes

 

¿Recuerdas aquellas mariposas

y el juego desmedido de las nubes?

Sentados en la tierra,

bajo la sombra exuberante de los mangos,

trazamos delicados papalotes

que el viento sacudía en lontananza;

ni el pegamento aquel —engrudo le llamábamos—,

ni el colorido del papel de China,

ni los levísimos carrizos,

sobrevivían al tumbo de los meses:

sólo unos días

y los sueños bajaban para ya no levantarse.

 

Volábamos:

tejimos una trampa para el tedio

y nunca,

como exigía el aire,

escuchamos

—debajo de nosotros—

el llamado nervioso de la tierra.

 

 

 

 

Lengua materna

 

Hablabas el idioma de los viejos,

conservabas palabras de una lengua

hundida entre las piedras de los ríos.

Tus labios reescribían el cauce de las aguas,

de los amaneceres,

las casas,

la gente de tu pueblo.

 

¿Qué cielo acompañaba tu cuerpo de maíz

al clarear el relámpago de la primera misa?

Salías antes del alba con el rosario en mano

a pedir por tus muertos.

Rezabas,

posadas tus rodillas en las losas del templo,

en tu lenguaje extraño,

que era un lento correr de tempranos arroyos.

 

Los santos, en lo alto,

escuchaban tus ruegos,

descendían a tu oído y el manantial del habla bordeaba tus cabellos.

Escuchabas tú sola, en el tumulto,

la palabra del dios y de tus dioses.

 

Aprendí a verte siempre,

tras la puerta,

cuando volvías, entrada la mañana,

—tus pasos recorriendo el polvo del camino,

la humedad de las hierbas—,

con tu lengua de luz,

la voz antigua,

retumbando en el púlpito del día.

 

 

 

 

1987

 

Guardo tu nombre en una caja de zapatos.

Eran los siete años que abrían nuestro mundo.

De mañana,

tus labios repetían la historia:

encontrar nuestros pasos

para ir a la escuela tomados de la sombra.

En tus ojos de agua el calor encendía un poco de tristeza.

Me gustaba

tocar tus iniciales en el salón de clases.

Pienso en tu vida lejos de las aulas,

en tu desilusión presentida antes del recreo.

Te veo como entonces, Laura,

alegre por el ruido de los juegos.

Amaba tu sonrisa,

tus ocurrencias todas,

tus manos que apretaban

un puñado de hierba

arrancado de pronto en el camino a casa.

 

No sé qué signifiquen

las cinco letras que construyen tu ausencia;

las guardo en esta caja,

y pienso

que el llamado despunta

a las seis horas justas de los pájaros,

que el mundo recomienza entre nosotros

cuando cierro los ojos.

 

 

 

 

Éxodo de los durmientes

 

Salíamos de tarde.

Dejábamos atrás la puerta de la casa,

el patio,

un cielo de naranjos,

la risa de los niños surcada por los juegos.

 

El puente aparecía

sobre el pequeño arroyo.

Debajo las mujeres lavaban en las piedras.

A pie, siempre en silencio,

buscábamos el pueblo de mamá

tendido entre los cerros.

 

Llegar era perderse en los recuerdos

de una mujer que entonces

me parecía inmensa.

Campanas anunciaban

el fuego de las fiestas.

La plaza era un temblor a mediodía

manchada por el brillo del durazno,

los mangos y el zapote,

el barro,

los juegos pirotécnicos.

El mundo que rodaba hasta entrada la noche

nos devolvía al cuerpo de las sábanas

con el último grito de los cohetes.

 

Cuando la madrugada abría su sigilo,

el canto de los gallos

señalaba la ruta del regreso.

Doblábamos el vientre del camino

—el sueño confundido entre los ojos—

para allanar el aire

de las horas pasadas.

Mamá auguraba entonces

la desaparición de sus ancestros.

 

 

 

 

Confesión

 

Diré con una épica sordina:

la Patria es impecable y diamantina.

Ramón López Velarde

 

Yo que sólo canté

los días soleados de la infancia,

que descubrí el amor

a una edad en que gustaba

de jugar siempre a solas y en silencio;

que tuve entre mis manos

el germen de la lluvia;

yo que hablé con bondad de mis primeros años,

pues en ellos creí ver el galope

de ligeros corceles

en el patio de la casa,

que saboreé los frutos antes que el sol los madurara

y me empeñé en nombrar

la belleza de un tiempo

donde el miedo no tuvo un sitio perdurable,

alzo hoy la voz y no me pesa

decir que no era cierto,

que si existió el amor lo vi pasar

entre las páginas de un libro

del cual sólo conservo

estas pocas palabras,

que al surco de mis manos le faltó la semilla

y que aquellos corceles relincharon,

bárbaros y hermosos,

en el patio de la casa vecina.

Alzo hoy la voz, Ramón, y no me pesa

decir que los mangales

no fueron generosos:

sus frutos se pudrían

en las ramas con la primera lluvia,

que aunque vi reír a mis hermanos,

recuerdo oscuramente

su llanto tembloroso, el llanto de mi madre

y hasta el llanto del perro que recibió no el pan

sino el golpe de dios en las costillas.

Alzo hoy la voz,

a la manera del hombre que ha soñado,

y digo que mentí

para aceptar lo que he sido.

 

 

 

 

Herencias

 

En la humedad del patio, donde barre la escoba la penumbra que dejaron las hojas tumbadas por el viento, debajo de las ramas de los mangos, junto al tronco más grueso de la tarde, duerme el señor que a veces me llamó por mi nombre. Una mujer desliza su cuerpo con cuidado, mientras las hojas van en pequeños montones a esperar el concilio de las llamas. Ella es blanca y de cabellos muy largos, de ojos entristecidos y una voz muy pequeña donde caben apenas las palabras. Él es un misterio. Moreno como el pulso de la tierra, de cabellos rizados, me recuerda el cauce del río en época de lluvias. Ella vive aquí, éste es su hogar; él está de paso. A ella le gusta sentarse con nosotros a la mesa y hablarnos de su vida de niña. Se la pasa contando cómo es que fue feliz con sus hermanos, de la abundancia que había en las tierras de su padre. Él come a solas y en silencio. Puede golpear o maldecir si alguien lo interrumpe. En las noches se acuestan en la misma cama, hacen planes, olvidan y recuerdan. Cuando amanece, ella llora. Le han pegado en un ojo, tiene la nariz rota. Él no está.

Las aves de la tarde se desprenden, repican las campanas de la iglesia, en las casas la luz de los braseros interrumpe la noche.

Ella es mi madre; él es el ebrio que un día me heredó su nombre.

 

 

 

Todos los poemas forman parte del libro Oscuridad del agua (ISC-2012).

 

 

 

 

Datos vitales

Ibán de León nació en Río Grande, Oaxaca, en 1980. Estudió una Licenciatura en Letras Hispánicas. Fue becario del Fondo Estatal para la Culturay las Artes de Morelos (2004) y de la Fundaciónpara las Letras Mexicanas (2009-2011). Se ha desempeñado como editor y corrector de estilo en diarios e instituciones educativas. Escribió durante dos años una columna para la revista Conspiratio. Ha ganado algunos concursos literarios, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Tuxtepec 2010, el Premio Nacional de Poesía Sonora 2011, el Premio Sahuayo de Literatura 2012, el Concurso Nacional de Cuentos Campiranos Marte R. Gómez 2012 y los Juegos Florales Anita Pompa de Trujillo 2012.

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