Galería de ensayo mexicano: “García Lorca en México” de José Emilio Pacheco

En el marco de la Galería de ensayo preparada en Círculo de Poesía, presentamos el siguiente ensayo-ficción de José Emilio Pacheco (1939), maravilloso texto, ejemplar, que nos relata las vicisitudes del poeta granadino durante los años de su exilio en México.

 

 

 

 

 

GARCÍA LORCA EN MÉXICO

 

El 13 de marzo de 1966 murió Federico García Lorca en el modesto departamento de renta congelada que ocupaba en las calles de Ignacio Mariscal, cerca del Monumento a la Revolución. Muy pocas personas asistieron al velorio en Gayosso de Sullivan. Menos todavía fueron al entierro en el Panteón Español. Max Aub y Juan Rejano leyeron breves discursos ante la fosa abierta. Se extrañó que no hubieran enviado coronas fúnebres ni la UNAM (García Lorca dirigió en los cuarenta el Teatro Popular Universitario, el TPU del que salieron muchos actores, actrices y directores) ni El Universal (en los últimos años escribió la crónica de teatros en El Universal Gráfico).

En España sólo hubo un articulo de Melchor Fernández Almagro y una recordación de Azorín en Abc.  El escritor de 92 años evocó su primer encuentro en 1921 con el joven recién salido de Granada y sus amigos de la Residencia de Estudiantes: Luis Buñuel y Salvador Dalí. Juan Goytisolo, desde París, envió a La cultura en México un texto que elogiaba la poesía de Lorca y protestaba contra su ignominioso olvido dentro y fuera de España. A fin de año, Camilo José Cela publicó en Papeles de Son Armadans poemas de Vicente Aleixandre y Luis Rosales dedicados a Lorca.

 

El crimen fue en Ibiza

Al morir hace 32 años él no se hubiera imaginado las celebraciones de 1998 en los 100 años de su muerte. La recuperación de Federico García Lorca ha sido lenta pero definitiva. Su obra y su figura quedaron durante mucho tiempo opacadas por el resplandor de Rafael Alberti, el joven poeta que los fascistas asesinaron en Ibiza, al lado de su esposa, María Teresa León, por órdenes directas del general Queipo de Llano.

Alberti se convirtió en un símbolo de la resistencia antifascista y de la genialidad poética cercenada por la barbarie cuando sus mejores frutos estaban aún por delante. Traducciones a todos los idiomas de Marinero en tierra, Sobre los ángeles, Sermones y moradas y los demás libros y obras teatrales de mártir no dejaron espacio para ningún otro poeta español. Biografías, estudios críticos, investigaciones sobre lo que realmente sucedió en Ibiza en los primeros días del cuartelazo franquista no han hecho sino multiplicarse en estos 63 años. De lo que Lorca fue como persona habla el hecho de que jamás pronunció una palabra en contra de su amigo Alberti ni se quejó por verse relegado.

 

La apoteosis mexicana

Margarita Xirgu, dirigida por Cipriano Rivas Cherif, estrenó Yerma en el Palacio de Bellas Artes el 28 de abril de 1936. Jamás el teatro mexicano ha vuelto a presenciar una noche como aquélla. El autor salió catorce veces a agradecer las ovaciones y el escenario quedó anegado de flores. Poco después se presentaron en escena Bodas de sangre, bajo la dirección de Julio Bracho, y La zapatera prodigiosa que puso Celestino Gorostiza. El recital de Lorca en el teatro Lírico tuvo que repetirse en seis ocasiones y exigió la acción de la policía para contener a quienes no alcanzaron a entrar a escucharlo.

Lorca recorrió en triunfo casi todo México. Fue una apoteosis que nunca se había dado, ni se volvió a dar. Un poeta recibía trato de torero o estrella de cine y salía en hombros de sus recitales. La gente le pedía autógrafos en la calle. En bares y restaurantes no le cobraban. Era recibido en audiencia especial en Los Pinos por el presidente Cárdenas y homenajeado noche tras noche en El Retiro, Prendes, L´Escargot, Torino y otros lugares de moda. Ganaba tanto dinero que pronto dejó el hotel Regis para alquilar una casa en San Ángel. El sitio se llenó de admiradores y Lorca tuvo que esconderse en un departamento de Mixcoac.

Él sabía que la vida no es ni buena ni bella ni justa. Tanto éxito y tanta dicha no podían durar, algo muy malo estaba a punto de suceder. En efecto, en julio lo estremeció la noticia del alzamiento militar contra la república. Quiso volver a España de inmediato. El embajador Félix Gordón Ordás lo convenció de quedarse en México. Allá su vida estaba en peligro y nada podía hacer para contribuir en términos militares al triunfo de la legalidad. Su mejor colaboración era dar lecturas y conferencias en defensa de la causa republicana por toda Hispanoamérica.

 

La tragedia lorquiana

En Bogotá se enteró de los asesinatos de Alberti y María Teresa León. En Medellín escribió su maravillosa elegía Los sonetos de Ibiza que, publicados en Buenos Aires, llegaron a todas partes e iniciaron la gran poesía de la guerra española. Fue también a París, a Londres y a Estados Unidos. Habló en las universidades de Columbia y Chicago y Stanford y Berkeley en California. A comienzos de 1939, cuando ya la victoria de Franco era irreversible y se esperaba de un momento a otro la agresión de Hitler contra Francia e Inglaterra, Alfonso Reyes lo alentó por carta a radicarse en México. Habría guerra, sí, pero con el potencial de las armas modernas sería una guerra breve, aunque muy destructiva. Alemania sucumbiría ante el poder de los aliados. Sin Hitler y Mussolini, Franco iba a derrumbarse. Los exiliados podrían volver a España a más tardar en 1942.

Bajo la tragedia universal Lorca creyó que regresaba al mismo México que había dejado en 1936. Desde luego, encontró un país muy diferente. La alegría de ver aquí a los amigos de España pronto se enturbió con los reproches y las divisiones políticas. Él no había estado bajo los bombardeos ni bajo la metralla ni en los campos franceses de concentración. Para Lorca la guerra distante fue una especie de continua fiesta, aclamado y adulado en todas partes mientras sus compatriotas sufrían el hambre y el terror. Desde luego, Lorca no era culpable de nada, había contribuido con las únicas armas a su alcance y de la mejor manera posible.

A la vuelta de sesenta años esto parece muy claro. No lo fue en 1939-1940. Frente al poeta mártir de la libertad Rafael Alberti, Lorca aparecía como el juglar –o lo que es peor: el bufón— que aprovechó el desastre español para ganar dinero y popularidad en toda Hispanoamérica. La rectitud política se mezclaba a un grado indiscernible con la envidia literaria para dictaminar la condena de Lorca. “Lo leen hasta los choferes: no puede ser un buen poeta.” Sentenció Borges en Sur. “Si Juan Ramón Jiménez es, según su propio dictamen, El Andaluz Universal, Federico García Lorca es El Andaluz Profesional.”

 

El Romancero de la Condesa

Gracias a Reyes, La Casa de España en México le publicó en 1940 Poeta en Nueva York que muchos ven ahora como su gran libro. Salió en un momento inoportuno y muy pocos supieron leerlo. Aquí tuvo sólo dos reseñas: una, contraria y confusa, de Juan José Domenchina, y otra, muy elogiosa del joven Octavio Paz en Taller. Los lectores del Romancero Gitano se desconcertaron ante Poeta en Nueva York.

Mientras tanto el Romancero alcanzo un éxito tal que acabó por devorarlo y hacerlo ilegible durante mucho tiempo. Los buenos libros son contagiosos. En México cada estado, cada ciudad, cada aldea y aun cada barrio y cada colonia perpetraron su propio romancero. Por ejemplo el Romancero de la Condesa (1944), por Pepe Iniesta Gaytán que se hacía llamar Gitanillo de “El Torero”: “¡Oh fondas del parque España! / Nardos de gloria tus fuentes. / Avenida Tamaulipas, / lúbrica luna en tus fresnos.”

Cuando se agotó el dinero de los tiempos de gloria, Lorca tuvo que confinarse en el departamento de la colonia Tabacalera, sustituto lamentable de lo que fue el bellísimo Tívoli del Eliseo con sus árboles inmensos que soportaban quioscos y cabañas. Extinguida tiempo atrás su relación con Salvador Novo, que lo trajo a México y celebró sus amores en el Romance de Adela y Angelillo, Lorca no encontró una pareja estable ni quiso arriesgarse, como varios de sus amigos poetas mexicanos, a las aventuras en la noche del lumpen y del hampa.

Le fue negado dar clases en Filosofía y Letras por carecer de un título, pero la insistencia de Reyes y de Bracho logró que la UNAM patrocinara el TPU, versión del teatro itinerante de La Barranca, que llevó a las plazas de la república obras clásicas y modernas. La campaña de los diarios capitalinos contra el TPU como “autentico vivero de inversión y corrupción para la juventud mexicana” hizo que en 1948 la UNAM le retirara su apoyo.

 

Poeta en Churubusco

No le quedó más remedio que colaborar con la entonces floreciente industria cinematográfica. Sus guiones fueron desfigurados y dieron origen a melodramas y comedias inmemorables o grotescas como ¿Madre o mamá?, El martirio de una adúltera, Las noches de mi pecado, Nocturnal, ¿Amante o esclava?, Humanidad, Farolito, La vecinita de enfrente y hasta una película de Cantinflas y Lola Flores: El gitano de Tepito.

Cuando Churubusco le cerró las puertas, Lorca sobrevivió gracias al poco dinero que le enviaba desde España su familia y a sus notas de teatro en El Universal Gráfico. Ninguna obra suya volvió a representarse ni publicó libro alguno tras el fracaso de Poeta en Nueva York. En secreto siguió escribiendo los poemas que, editados por Miguel García Posada de 1983 a 1992, forman ahora parte esencial de lo que nos dejó la gran generación poética de 1927. Al fin, en su centenario, se ha hecho justicia a Federico García Lorca.

 

 

 

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