Presentamos algunos poemas de Dionicio Morales (Cunduacán, Tabasco, 1943) quien además de ser poeta es ensayista y crítico literario y de arte. “Su poesía es un reflejo de su tiempo y espacio; una poesía arraigada a la vida, al ser humano, a su experiencia vital en el mundo, porque Dionicio Morales es un ser humano antes que poeta”, en palabras de Alí Chumacero. Algunos de sus poemarios son “El alba anticipada”, “Romance a la usanza antigua”, “Retrato a lápiz”, “Señales congregadas” y “Herido de muerte natural”.
Te fuiste tan de pronto
cuando apenas mi noche maduraba.
No me diste tiempo necesario
de preparar tus cosas para el viaje.
Te fuiste de repente.
Aún persigo incansable con mis manos
la nota vertical de tu sonrisa,
aún te busco incipiente por el tiempo
y no te encuentro hombre, amigo,
hermano de mis sueños clandestinos.
¿Dónde quedó tu paso, padre mío?
¿Qué cárcel subterránea te consume?
¿A dónde fue la ruta de tus ojos?
¿Qué sol penetra la tierra que te cubre?
¿Qué brazos te cobijan desde entonces?
Me hospedo en el paisaje.
Recorro las recámaras del tiempo,
la vista se me pierde en las ventanas,
te busco, de pared a pared, y no te encuentro.
Me tiendo mar adentro en la espesura,
reposo en los pasillos infinitos,
ahuyento con mis pasos tu presencia
y en el último peldaño de la noche, me detengo.
La mirada se vuelve hacia todos los lados
circunspecta, se suspende en la lámpara, se fija
y un resplandor sonríe a la deriva.
Me estaciono en el alba anticipada.
Me quedo allí clavado
conjugando tu acento con mi nombre
viendo cruzar los aros sorprendidos.
Mi sangre está de pie, fluye, se arrastra.
Se desprende mi ser. Se secó la raíz,
y es por eso que en mí, árbol herido,
llueve todos los días y a destiempo.
El tiempo, desleído, borronea
el fiero azul cobalto de la noche
encendida. Atrás quedaron, ciegos,
los primitivos resplandores. En la
sapiente oscuridad vibran los aires
subterráneos que aletean ahítos
las raídas caricias del encuentro.
Las huellas de los cuerpos se ensombrecen.
El nuevo amanecer hunde sus garras
en lo negro. El sol crepita a fuego
lento. El día estalla su granada
y todo sigue igual. Sólo la noche,
el aire y nuestros cuerpos prodigan
en la nada su brutal alarido.
A Guillermo Fernández
Para algunos –los más-
ser feliz
es la cosa más sencilla del mundo.
Basta cerrar los ojos
y dirigir
los
pasos
a donde va la gente.
Si todo es así
ser feliz
es la cosa más sencilla del mundo.
Pero ¡ay! de los felices
de este modo.
Si quieren
ser felices
cierren los ojos nuevamente
pero con toda la palabra
yo deseo
que para siempre
así se queden.