Presentamos, en el marco del dossier de poesía española contemporánea, el trabajo de Juan Manuel Rodríguez Tobal (Zamora, 1962). Mereció el XVII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz y el Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz. Ha publicado Dentro del aire, Ni sí ni no, Grillos, Los animales e Icaria. Ha traducido a Catulo, Ovidio, Virgilio, Safo, Anacreonte y Teognis.
DESPUÉS DE LA BATALLA
Como aquel que después de la batalla
abandona los campos destrozados,
las murallas abiertas y los sueños
ardiendo en las hogueras enemigas
y busca malherido algún arroyo
que alivie el extravío de su sangre,
así, sin más bagaje que un puñado
de rosas recordadas y ceniza,
sigo un rastro de frío que me lleve,
sereno al fin, al alma del deshielo.
REGRESO
Hundió lejos del mar el largo remo
y el mar perdió sus ecos.
Labraba el corazón de los olivos
para dormir en ellos.
El sabor de la sal ya no sabía
del Nérito en los cielos.
¿En qué palabra al fondo de qué música
bramaba aquel silencio?
Lloró una vez a un perro y recordaba,
pero ya estaba muerto.
HÉCTOR
Desoír la llamada de las rosas,
cesar al fin la pávida carrera
y hacer frente a los vientos,
hacer frente a la vida sin más armas
que aquella deslumbrante consistencia
con que el tiempo sedujo nuestros cuerpos.
Lanzar, errar el tiro —estamos solos—
y aguardar las heridas bien certeras.
(Sólo queda la voz. Por la llanura
un gran carro de sangre y los despojos)
(del libro Dentro del aire)
LOS GRILLOS SON DE NIEVE
Hoy me acerco a la orilla
como quien tiene miedo de los frutos.
Hoy me acerco sin ojos,
en sequedad,
tan pobre
que ni siquiera existo
cuando la luz me mira.
He tardado en llegar.
He tardado en llegar y ahora guardo silencio
pues sé que ante el silencio comparece un sonido
que, al igual que el dolor,
no admite forma.
He tardado en llegar.
Tu lengua canta
sin la dulzura de las alas verdes
y sin la suavidad de los que lloran,
tu lengua atenta sólo a la tiniebla
que ya conoce el aire de otro modo.
Los grillos son de nieve.
Los grillos son de nieve
y a mí me duele acariciar tu pelo.
AQUELLA ETERNA FONTE
a Guti
Hay un grillo que sabe la forma de tus ojos.
Sin nostalgia del cielo,
sin castigo,
sin el exceso hondo
del corazón
hay un grillo que guarda la canción de tus ojos:
delicia fría del ocaso y
vuelo.
Con la alegría del que marcha solo,
con la presteza del que va olvidado
y con la levedad del que se duele
acude donde nada lo ha llamado,
acude donde ya no están tus ojos,
en ellos bebe y sacia su dolor.
Y por eso él conoce la forma de tus ojos.
Y por eso él custodia la canción que no canta.
Y por eso él va siempre donde nada lo llama.
Y salva su dolor.
Aunque es de noche.
LA LLUVIA
a Ángel Fernández Benéitez
Es la lluvia.
Nada la habita.
Su levedad
no es ala ni morada.
La lluvia no es azul.
Oyes el frío
de lo que nunca fue raíz ni vuelo:
la voz sola del agua,
la quieta transparencia
de la desposesión.
La lluvia no es azul y, sin embargo, cantas
para abrigar la sangre con su clemente aroma.
Cuando todo es invierno,
cuando ya nada esperas
de esta caricia última del aire,
cantas la lluvia,
dices:
la lluvia no es azul.
Y acuden a tus alas
—el vientre herido, el ojo
despojado—,
memoria de otro espacio,
los colores.
LA LLAMA
No es silencio esta llama.
Habla desde muy lejos.
Para ella sangra el pájaro su corazón de aceite.
Ella dice lo ausente sin ruido de palabras,
con la mirada dice
de lo deshabitado.
Tú no puedes nombrarla,
todo en ella es distancia:
su nombre es tan oscuro como la inexistencia,
su luz no está del lado
fragante de la luz.
A nadie habla esta llama
sin suelo de amapolas.
Su quietud no amenaza la inocencia del aire
mientras lame las pálidas estancias del sonido.
No es dolor ni es memoria:
nada en ella se extingue
cuando torna segura
su voz hacia su centro.
Aprende tú esta música de lo que nunca ha sido.
Aprende tú a cantar
como mueren las fuentes.
(del libro Grillos)
Y es que no dices, apareces.
Y eres el ruido de los cuerpos
—cuerpos sin voz, estruendo mudo—
que da palabra a cada cosa,
pero no cabe en la palabra.
Eres el humo y la certeza,
y nunca el oro ni la dicha.
Eres la fuente siempreviva,
cuya manida nadie sabe.
Eres la lengua de los pájaros.
Pero vinimos de lo oscuro.
Fuimos oscuros y pacientes,
y a lo mejor también hermosos,
en aquel mar de lo posible.
Llegaron luego aquellos árboles,
la herida de la claridad,
la levedad de lo que vuela…
No nos amábamos entonces.
¿O eras ya entonces la corteza
que oyó de mí por vez primera
la voz que quiso ser amada?
Hablo del humo de la infancia,
humo de pájaros iguales
tan par, tan blanco, tan amor,
tan confundido con el llanto
de algunas flores redentoras.
Hablo de manos matinales
y del temblor que me abocaba
al sueño ciego de tus labios.
Hablo del poso tan sin muerte
que dejé al fondo de tus ojos
cuando bebí de tu alegría.
Hablo del mí que llevas. Hablo
de lo que me hablan sus palabras.
(del libro Icaria)
Aprendimos las piedras.
Aquella infinitud
cabía en unas manos.
Amábamos las cosas pasajeras
con la alegría torpe de las bestias pequeñas.
Al despertar, desnudos,
sentíamos su peso en nuestro vientre.
Nos hacía mamá
limpios de corazón.
Veíamos crecer el fuego entre sus manos.
Era hermoso decir adiós al fuego
como si nunca el fuego fuera a volver a casa.
Era hermoso no arder, no iluminar
con nuestra llama el aire:
era la piedra de la soledad.
Entonces sí era hermoso no saber
ninguna de las formas de la misericordia
para darnos calor.
Cada piedra tenía su silencio.
Ella decía ¿oís?
y no había silencio sepultado en la piedra
que no viniera a dar a nuestro oído.
Era fácil oír:
no teníamos nombre todavía
y éramos verdaderamente simples.
Sí, verdaderamente.
Y un día fue la voz.
Tenía la frescura azul de la evidencia,
la claridad sin sol de la aventura.
Podíamos tocarla
como quien toca un labio, un vientre o unas manos.
Olía a cuerpo nuestro aquella voz,
aquella piedra mínima que abría
un lugar para el frío entre nosotros.
Olía a sombra nuestra,
a sombra ida.
(del libro inédito Las piedras)
Datos vitales
Juan Manuel Rodríguez Tobal (Zamora, España, 1962). Poeta, traductor y profesor de lenguas clásicas. Ha publicado los libros Dentro del aire (1999, XVII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz), Ni sí ni no (2002), Grillos (2003, Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz), Los animales (2009) e Icaria (2010). Sus traducciones de los poetas líricos grecolatinos conocen varias reediciones en España. Destacan entre ellas las de Catulo, Ovidio, Virgilio, Safo, Anacreonte y Teognis.