Mardonio Sinta fue un repentista jarocho, nacido en Rincón del Zapatero, el día de la Candelaria de 1929. Sus coplas fueron recogidas por el poeta Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1947) con quien sostuvo una amistad de aguardiente y tardes de beisbol. El siguiente video fue grabado en la ciudad de Puebla en noviembre de 2008.
Mardonio Sinta nació en Rincón del Zapatero, Veracruz, el 2 de febrero, día de la Candelaria, en el año de 1929. Como buen repentista era muy fantasioso y difundió también la versión de que su verdadera fecha de nacimiento era el 25 de abril de 1934, en una población del mismo estado llamada Alto Lucero. Su nombre completo era Mardonio Torres Sinta pero, por alguna razón desconocida, omitía siempre el apellido paterno. Nunca fue el típico jaranero de sonrisa franca y palabra fácil. Al contrario, hablaba poco y tenía el comportamiento de los solitarios y los orgullosos. Era un buen bebedor de ron y de aguardiente, recitaba de corrido estrofas del Martín Fierro, y le apasionaban el beisbol, la geografía y la comida veracruzana. Nunca se casó ni tuvo descendencia.
Fue trovador, cantinero y torcedor de tabaco. Lo conocí ganándose la vida, solo y su arpa, en los portales del puerto. También solía encontrarlo en las calles de Tlacotalpan o en las múltiples fiestas que tanto sabor le dan a la región de Los Tuxtlas.
Mardonio sabía leer y escribir. Sin embargo, me juraba que jamás había redactado unos versos. Improvisaba con métrica irregular, aunque sus coplas preferidas las cantaba apoyándose en cuartetas de ocho sílabas. “Esas vainas que tú llamas ripios, decía, me las paso por el Arco del Triunfo.”
Me tocó, por suerte, ser algo así como su amanuense. Él entonaba sus canciones una y otra vez hasta saberlas de memoria y yo las iba copiando en mis cuadernos. Algunas se publicaron en diarios de la localidad y tuve permiso para grabar otras.
En los últimos meses de su vida, ya con la cirrosis hepática totalmente declarada, tuvo que dejar el alcohol y se fue volviendo sedentario. Veíamos por televisión los juegos de las Grandes Ligas, me platicaba de su niñez, de su juventud y por supuesto, la historia de sus amores. Cuando terminaba la pelota caliente me pedía que le leyera textos de los poetas de a deveras, como le gustaba decir. Así llegó a familiarizarse con Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Eduardo Carranza, José Martí, Ramón López Velarde y Jaime Sabines, entre otros. Curiosamente, cuando se desataban los aguaceros y el norte bajaba la temperatura, me pedía que le leyera Flor de leyendas, de Alejandro Casona. Y el viejo trovador se conmovía con Lobengrin, Los nibelungos y El anillo de Sakuntala.
Poco antes de morir me dijo que el amor de su vida había sido una tabasqueña llamada Lluvia Aurora Castillo, por la que a diario encendía tres veladoras. A esta mujer que afortunadamente pude localizar cerca de Catemaco, se le quedaron muchas coplas y un intento, también rimado, de autobiografía. Con su autorización la publicamos.
Recordaré siempre a Mardonio vestido de blanco, luciendo una esclava de oro, fumando Delicados o puros de cubierta negra y con el típico sombrero de “cuatro pedradas”. Nunca me permitió grabar su voz, ni me dejó tomarle fotografías. Pero aquí están sus versos, para dibujarnos su rostro y señalarnos que a esta clase de verseros nada ni nadie puede quitarles lo cantado.
Mardonio Sinta dejó de existir en un hospital de San Andrés Tuxtla, el 5 de agosto de 1990, día festivo de la República de Irlanda.
No alcanzó a dictarme su epitafio.
Francisco Hernández