Presentamos, en el dossier de poesía española actual, un acercamiento al trabajo de Javier Bozalongo (Tarragona, 1961). Ha publicado los poemarios Líquida nostalgia, Hasta llegar aquí, Viaje improbable (Renacimiento, 2008) por el que obtuvo el XI Premio Surcos de Poesía; y La casa a oscuras (Visor, 2009). Actualmente es director de Valparaíso Ediciones y asesor del Festival Internacional de Poesía de Granada.
LÍQUIDA NOSTALGIA
Tuvimos una casa en medio del océano
de paredes de agua y luces de coral.
Éramos tan felices
en nuestro amor anfibio
que no echamos de menos
la vecindad terrestre.
Fue entonces cuando, al fin, abrazamos
dietas vegetarianas
que nos volvieron verdes
a fuerza de hermosura.
El progreso, más tarde,
hizo que nos mudáramos
a un feo rascacielos:
entre cemento y hierro
damos fiestas tristísimas
mientras dulces muchachas
encargan solomillo por teléfono.
Ya ves dónde llegamos:
a una nostalgia líquida
de azules y de verdes imposibles.
TARRAGONA
A mis hermanos Ana y Antonio
En la ciudad sin puertas
las ruinas de mi infancia
nunca fueron romanas.
En el anfiteatro
de mis jóvenes años
las piedras saben más
de lo que yo recuerdo.
Subir a tocar ferro
fue después la rutina
que animaba las tardes
al terminar las clases:
era la eucaristía
que juntos celebrábamos
los miembros de distintas religiones.
Un solo dios: el mar,
al que adorar en lenguas diferentes
mientras el sol, aliado con la piedra,
daba cuerda al reloj
que adelantaba el tiempo de marcharse.
GRANADA
A Lucía y a Paula
El norte nos impuso afanes
que el tiempo ha desmentido,
demostrando que no es la línea recta
el camino más corto
entre la nada y la felicidad.
Como el avión que en círculos
se acerca a un aeropuerto
donde no puede aterrizar;
como el barco que espera
atracar en la orilla;
de ciudad en ciudad
buscándole acomodo a un equipaje
que todos ven pasar, pero nadie reclama.
Hasta llegar aquí,
me he sentido extranjero en demasiados sitios.
IGUAL QUE EL NIÑO…
Igual que el niño que al cerrar los ojos
cree que nadie lo ve
así he pasado yo,
como un hombre invisible.
Igual que el mudo utiliza los signos
para hacerse entender
así he pasado yo,
como un hombre en silencio.
Igual que el sordo mira fijamente
los labios y las manos de quien habla
así he pasado yo,
como un hombre solícito.
LUZ, CONTRALUZ
El que apaga la luz
no siempre busca el sueño.
A veces, en lo oscuro,
sus ojos se acostumbran a mirar
lo que no ven de día:
viene un niño corriendo
detrás de una pelota siempre esquiva,
hay un adolescente con un libro en las manos.
Detrás de los cristales de sus gafas,
amor que no encuentra reflejo.
A todos los protege la sombra de un poeta:
Alberti, Juan Ramón, Machado, Federico;
después Ángel González, Vallejo, Jaime Gil…
todos le dicen cómo,
descubren el porqué
mientras alguien pregunta
cómo sabremos cuándo.
El joven, sorbo a sorbo,
bebe el café del tiempo y se hace hombre,
definitivamente padre,
dubitativo faro
a merced, como siempre, de las horas:
las menos, de descanso,
las demás persiguiendo
lo mismo que aquel niño
que no supo jugar a la pelota.
El que enciende la luz ya no es el mismo.
REENCARNACIONES
Una de mis abuelas casi brinda
en la última noche de dos siglos:
nació en el XIX y por muy poco
no se asomó al 2000 como quería.
En sus casi cien años lo vio todo,
el amor y la guerra, los hijos y la muerte,
la ausencia del marido, la fortuna y el hambre.
Penélope incansable, tejió para sus nietas
cubrecamas enormes, escarpines y chales,
y nos dejó en herencia un viejo sonotone
del que después supimos que nunca funcionó.
La que falta, la madre de mi madre,
inauguró una estirpe de mujeres hercúleas
que continúa hoy con sus hijas y nietas,
mujeres de una pieza que lucen en su rostro
orgullo y dignidad, que llevan en su espalda
el recuerdo común de tantos muertos.
Nació en el siglo XX y vio, sin disfrutar,
cómo empezaba el nuestro, tan lejano.
Los naipes que alegraron su vejez
no repartieron bien los comodines.
Es fácil encontrarlas todavía
en las ciudades que las acogieron,
compartiendo un café con las amigas,
dictando una receta, cosiendo un dobladillo.
No parecen las mismas, tienen nombres distintos
y enviudaron a diferente edad.
Si las miras despacio, sin embargo,
verás que ni envejecen ni se mueren,
tan solo se reencarnan.
Son mujeres perpetuas.
INGRÁVIDO
Un astronauta canadiense
nos enseña por qué
no se debe llorar en el espacio,
y empiezo a recordar películas antiguas
en las que peatones caminan hacia atrás
o la lluvia regresa hacia el cielo,
los labios se separan al besarse
y las flores se cierran cuando al fin sale el sol.
El peso de tus decisiones
flota en algún despacho, brilla en una pantalla
ajena a lo que sientes en el aire sin aire
de un vacío mayor, tu propia vida.
Gravedad cero para contradecir a Newton.
Datos vitales
Javier Bozalongo (Tarragona, 1961) Ha publicado los poemarios Líquida nostalgia (2001), Hasta llegar aquí (Cuadernos del Vigía, 2005), Viaje improbable (Renacimiento, 2008) por el que obtuvo el XI Premio Surcos de Poesía; y La casa a oscuras (Visor, 2009), al que le fue concedido un Accésit del Premio Jaime Gil de Biedma de la Diputación de Segovia. Su primer relato publicado, El último tren, obtuvo un Accésit en los Premios del Tren 2011. En 2012, el Festival de poesía de Costa Rica publicó la antología Nunca el silencio. Es asesor del Festival Internacional de Poesía de Granada desde su primera edición en 2004 (www.fipgranada.com). Ha colaborado en revistas como Cuadernos Hispanoamericanos o El Maquinista de la Generación, del C.Cultural Generación del 27 de Málaga. Desde septiembre de 2009 coordina el Ciclo Poesía en el Palacio, que se celebra mensualmente en Granada (www.hospes-poesiaenelpalacio.com). Dirige la colección de poesía de Valparaíso Ediciones (www.valparaisoediciones.es). Su página web es www.javierbozalongo.com.