Presentamos a continuación algunos poemas de Sergio Cordero (Guadalajara, 1961). Escribe poesía, ensayo, narrativa y teatro. Fue becario del INBA-FONAPAS (1982-1983). Vive en Monterrey desde 1984. En esta ciudad, y en Saltillo, ha coordinado talleres literarios de creación, crítica y traducción. Con Sergio Cordero se cierra la antología Dos siglos de poesía mexicana: Del siglo XIX al fin del milenio (2001) de Juan Domingo Argüelles.
LA BICICLETA
La bicicleta
lanza su sombra al pavimento
—interminable cinta—
como sólo ella sabe.
La sombra crece, se estira allá, muy lejos,
y alcanza la otra orilla;
luego viene y me cuenta
o, si no,
desaparece, se pierde en un suspiro
y otra surge despacio
para cubrir la ausencia
de la sombra que somos mi bicicleta y yo.
Continúo pedaleando,
ruedo vertiginoso,
me trago el pavimento de esta noche;
luego miro el reloj: la una y quince.
Me hundo lentamente por el paso
a desnivel, desaparezco apenas,
pero vuelvo a surgir del lado opuesto
como si así espantara a una parvada
de pájaros chillones
y el mar, atrás, me fuera persiguiendo.
Finalmente, cansado, adolorido,
me detengo a las puertas de la casa.
Dejo la bicicleta en la cochera;
reclino sus manubrios pensativos
—el niquelado brillo de su acero—
y mi propio cansancio de cara a la pared.
DESEO DE RAÍCES
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo
–Rubén Darío
Esta mañana algo se detuvo
y muy a pesar mío
espero en un sillón,
deseoso de raíces.
Quiero sentirme árbol
no para dormir
ni para morir menos
—bastaría con echar a la basura
mi endeble filosofía de la vida—;
simplemente
me duele la cabeza.
A los árboles nunca
les duele la cabeza,
nada saben
de mis antesalas
en sillones cafés imitación cuero
mientras contemplo la miseria azul
de mis zapatos tenis.
Algún día
—sin embargo—
consumiré el pasillo.
Más vale no correr sobre su banda
sin fin. (Por un tropiezo,
el que temía bajarse de la cama
saltó del piso diecinueve.)
Dejará de dolerme la cabeza
y volveré a sentir calor o frío
pero emociones no.
Terminará esta envidia de raíces
donde el árbol espera para darse
y yo para pedir.
CUARTO DE ASISTENCIA
Vivo estrechamente en el mundo como tú
como ellos
Recorremos pasillos infinitos
nuestros hombros se rozan y a veces se golpean
Despierto tu cara soñolienta
está muy cerca de la mía
si hubiéramos estado conversando
de cosas muy íntimas
si fuéramos amigos
Ayer nos vimos por primera vez en este cuarto
todavía no sabemos nuestros nombres
ni ese pasado aparentemente tan distinto
en realidad confluye en los recuerdos
recíprocos de infancia
una semejante adolescencia
y una juventud donde amigos mujeres accidentes
dejaron cicatriz
Pasamos el umbral somos adultos
Tienes razón no puedo vivir solo
no es posible vivir solo conmigo
¿Qué más pueden hacer las soledades
cuando miran sus islas de desdén
separadas apenas por un hilo de agua?
Mejor hablemos
sí no es necesario
pero tenemos tiempo disponible
y debemos hablar porque otros hablan
y debemos seguir hablando hablando
hasta gastarnos todas las palabras
AHORA QUE LO DICES…
Ahora que lo dices, no comprendo a la vida,
nunca le he pasado la mano por el pelo
ni le he dicho palabras agradables.
Cada que voy a verla, me limito
a cohabitar con ella pagándole lo justo.
Nunca me la he ganado a base de ternura.
Y se me olvida, a veces, que es humana también,
que su sexo no siempre fue una selva
sino un patio limpio, una llanura impúber
donde corríamos todos detrás de la pelota.
CASA EN LA PLAYA
Esa luz emerge desde el fondo de los ojos;
no por el sentimiento,
es la pureza,
el aire y, más allá, la liturgia del océano.
Escucha la distancia: somos voces,
su Babel se aproxima,
toma forma,
llega a la habitación para callarse.
El sudor quiebra una imagen,
la irisación deja el instante y se convierte en grito,
tiembla sobre la piel del agua: nuestra piel.
El maderamen cruje con el peso del miedo.
(El lugar es el núcleo de la arena –desierto–,
el mar…) Esa luz.
Las sombras me prolongan.
Ya no es la misma playa.
Su invierno era propicio. Los paseos
derretían el aire entre las manos
—el firmamento entonces fue la tarde.
El recinto
no divide su horario en refugio y audacia,
sólo un rastro furtivo en la terraza, el cuarto…
La piel retiene y envejece: recordamos.
DESDE UN VOLKSWAGEN…
Desde un volkswagen,
pequeña isla rodeada de sábado,
contemplo la distancia:
mi alma es una línea,
el horizonte trazado por la mano
que te sintió madura,
fresca por dentro, como una manzana.
Y deseas que te muerda.
HE PARTIDO…
he partido mi pan
en dos mitades
pero te doy las dos
NOSOTROS
(CARTA A MI HIJA)
Tu madre y yo nos hemos separado y
nos hemos reunido tantas veces
porque no somos justos, mi pequeña,
ni con nosotros mismos ni contigo.
Yo no creo en nada, en nadie. Ella confía
en mí y en todo. Pero su ternura
–si la comparo con la intolerancia
de su torva familia– es un misterio.
¿Cómo explicarte lo que ves en ambos?
Ella me ama porque la desprecian
y yo la quiero porque me soporta,
pero buscamos cosas diferentes.
Dices “mamá” y “papá”, muy convencida:
palabras que no sé qué significan.
Datos vitales
Sergio Javier Cordero Camacho (Guadalajara, 1961). En esta ciudad, asistió al taller de literatura coordinado por el doctor Elías Nandino y patrocinado por el Departamento de Bellas Artes del Gobierno de Jalisco. Es Licenciado en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Nuevo León y cuenta con un posgrado en Docencia por la Universidad de Monterrey. Fue becario de INBA / FONAPAS en poesía (1982-1983), del Centro de Escritores de Nuevo León en narrativa (1987-1988) y de El Colegio de México para el doctorado en Literatura Hispánica (generación 1990-1993). Vive en Monterrey desde 1984. En esta ciudad y en Saltillo, ha coordinado talleres literarios de creación, crítica y traducción para instituciones como el ISSSTE, el Instituto Coahuilense de Cultura, la Casa de la Cultura de Monterrey y el Museo de Historia Mexicana. De 1984 a 1992, colaboró con reseñas y artículos de crítica literaria, traducciones de poesía y entrevistas con escritores en el extinto suplemento cultural Aquí Vamos del periódico regiomontano El Porvenir. También trabajó como docente en la Universidad de Monterrey y en la Universidad Autónoma de Coahuila. En Monterrey, ha sido fundador y editor de las revistas independientes Efímera (1994) y A máquina (1996- 1997). En Saltillo, fue subdirector de la hoja literaria La Terquedad (1995 y 1998-2000) y estuvo a cargo de la revisión y diseño de la revista ¡Agárrense! (2001-2002), ambas editadas por el narrador Jesús de León. Es autor de los poemarios: Testimonios del día. Cuarto Menguante editores, Guadalajara, 1983; Vivir al margen. Fondo de Cultura Económica, México, 1987; Oscura lucidez. Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila, México, 1996; Luz cercana. LunArena editorial, Puebla, 1996; Sonetos familiares. Edición del autor, Monterrey, 2001; Toda la lluvia. Antología personal. Ediciones La Terquedad, Saltillo, 2004; 22 poemas. Edición del autor, Monterrey, 2008.