Presentamos, en el marco del dossier de poesía española contemporánea, poemas de Trinidad Gan (Granada, 1960). Ha merecido distinciones como el XX Premio de Poesía Ciudad de Cáceres y el XII Premio “Surcos de poesía. Sus últimos poemarios son Fin de Fuga, editado por Visor, y Caja de fotos, publicado por Renacimiento en 2009.
Territorios
Quien carga con su duda
carga también su infierno.
—¿Cómo, cobarde, en esto te detienes?—
Muérdela sin cuidado,
muerde la luz incierta
con que se estrena el día.
Haz un mapa de heridas,
señala nervios, bordes
donde la sangre abierta
ha de dejar su huella.
Dibuja la imprecisa anatomía
del dolor, la esperanza.
Muérdela sin cuidado
y en la herida aún desnuda
coloca tu deseo.
Muerde este territorio cruel
que en música y ruido tiene límites.
Aunque por vuelta tengas
monedas sin contar,
rotos versos, olvidos,
solitarios países
y la rosa improbable de los cuerpos.
Irreverencias
En amor, ese juego solitario
desprovisto de cómplices leales,
no cabe repetirse en la derrota
que ignorabas las reglas de partida.
Por eso es tan mal juego el amor,
a tal punto de ser irreverente
darle el nombre de juego
–si en sí no es otra cosa
que la extraña armonía entre dos cuerpos
que nos deja temblando–
Por eso hoy me descubro
(yo que nunca di nada por perdido)
faltándole el respeto a mis memorias.
TARDE DE CINE
(Para un corto)
Es jueves por la tarde.
Fila 9.
La sala casi llena.
(panorámica)
Un encuentro casual.
Él la deja pasar a la butaca del fondo
y luego se sienta a su lado
—cogida entre el deseo y la pared—
(primeros planos)
Él mira fijamente a la pantalla
Ella agradece, sin mucha ceremonia,
tener que girarse de su lado,
ver así la esquina de su cara y su pelo.
—Detrás de su perfil está pasando
la secuencia de citas no acordadas,
los meses de abandono.-
(la cámara se vuelve hacia lo alto)
En el haz de luz y humo que atraviesa la sala
se recorta otro final para esta historia:
Ella acerca los labios a su pelo,
él responde cogiéndole la mano,
con toda la dulzura del que es cómplice.
— Un fuego de caricias sin regreso
podría ir quemando la pantalla.—
Se encienden las luces de la sala.
Él se despide.
(contraplano)
Ella ha cerrado los ojos y, en su fondo,
se ve cómo, en un travelling,
una mujer camina sola por la calle.
Ruido de coches.
Llueve.
Ruido de lágrimas.
La mujer llega a casa.
Abre la puerta y entra.
(funde en negro.
suenan dos vueltas de una llave)
Oráculo de la memoria
Sin lágrima la noche.
Cerradas alacenas me convocan
donde grita el recuerdo.
Y es voz sin voz,
desnuda música, tan solo muda piel.
Y tú, que esto contemplas,
retrocedes, callas.
Una frágil vidriera es la memoria.
Volver
Esta noche cae una arena fina
sobre el borde afilado de las cosas.
Se amontona el pasado.
Crea con sus sombras un puerto
donde echas tus derrotas como un ancla.
Cierras los ojos. Vuelves.
El camino interior conserva
idénticas sus luces, su claridad perdida,
la magia de esas horas.
Llegas a un mirador que duerme
en lo alto de la ciudad varada.
Cierras los ojos. Vuelves.
Esperas que, al cruzar las calles,
esté todo aguardando, detenido.
Pero es momento ahora de dar tasa
a vida y a memoria.
Los años lo requieren.
Es el único juego que queda, solitario.
¿Qué treta es engañarte,
volver, cerrar los ojos?
Mientras sientas el fuego
que sobre ti golpea sus nudillos acordes
—ese ritmo punzante de grifo mal cerrado-—
te encontrará el olvido, los ojos bien abiertos,
ardiendo en la nostalgia.
Habitación vacía
¿Alguien podrá verme, ahora, bajo el agua?
Oigo un murmullo que sale de los estantes. No un sonido de voces sino más bien un rumor como de fuente que salpicara tras las baldas.
Abro un libro y gotean letras.
Del canto de los diccionarios brota un torrente de palabras disueltas. Mayúsculas y minúsculas, interrogaciones, tildes y vocales se enganchan a mi ropa y van cayendo después hasta acabar formando un charco de signos sobre el suelo.
Me empeño en recoger estos trazos negros enmarañados,
me empeño en distinguir una línea de otra línea,
me empeño en colocarlas con cuidado sobre el papel, como si fueran las piezas numeradas de un mecano y creyera que han de levantar sobre la página la maqueta precisa del mundo.
Pero cuando escribo no hago sino anotar mi propia transparente telaraña, una ilegible red de espirales vacías, agua de alcantarilla.
Mis manos son de agua y, cuando trato de escribir con ellas, las páginas quedan en blanco.
¿Alguien podrá verme, ahora, bajo el agua?
Ojos con iris de ahogada
En el centro de la habitación una cama de hielo.
La mujer se despoja de su camisa de humo y se descalza luego de todas las palabras.
Ya desnuda se tiende sobre el lecho, sobre esta superficie helada de los días y procura arrojarse muy adentro, a lo más profundo, hasta el vacío del sueño.
En la duermevela imagina que su piel es de fuego, que su aliento derrite los cristales del tiempo, que su sangre es un río candente que acabará por fundir esta tabla de hielo.
El agua se desliza teñida en violetas.
Ahora ella puede mirarse al fin, dormida:
una mujer flotando.
una mujer flotando sobre un mar,
una mujer flotando sobre un mar de aguas negras,
solo un reflejo ya en el centro del iris de sus abiertos ojos de ahogada .
Relojes .
Camina tan deprisa…
Parece que los días pasados le persiguen,
que nota a sus espaldas cómo se desmorona
el oscuro mecano que levantó su vida.
Pero sigue corriendo.
Apenas si le importa que resbalen sus pasos
sobre los vidrios rotos de nocturnas tormentas.
De madrugada cruza una plaza sin nadie,
su estruendo de estorninos, ese rumor de agua
—casi fingido azul, imposible marina—
que tiene el despertar en algunas ciudades.
Frente a él, la mañana.
Un sol entrecortado perfila tras las nubes
retazos de recuerdos, un enjambre de rostros
como callada escolta de su regreso a casa.
Junto a la vieja fuente de piedra se detiene
y trata de acercar a sus labios que arden
agua fría que huye del cuenco de sus manos.
Si se atreviera ahora…
Si apurara esas gotas, esas brasas heladas,
ahora que ya sabe que fue vano espejismo,
que fue mentido incendio su fulgor, su destello.
Si se atreviera ahora…
Quizá sea el instante en que deba pararse
y congelar el río que lo empuja sin freno,
veloz, a la carrera, al umbral de la nada.
El aire se enrarece
con sonidos que tratan de acelerar su marcha.
Le arrastra la vorágine, el tráfico del día.
Para evitarlo dobla la esquina y de repente
nota una quemadura, tal vez un roce ajeno
de manos en su nuca que le hace alzar los ojos
y descubrir, oculto, un tiempo detenido.
El muro de una torre:
sobre él dos esferas de reloj contrapuestas
—frío norte la una, hacia el ocaso otra—
guardan, dormido, el cuerpo de las horas vencidas.
¿Qué guardián descuidado
permitió que cesara su baile sin retorno?
Parásitos en coma, ¿esperan los minutos
que el filo de unos párpados mueva las cuatro agujas
y haga recomenzar su olvidada cadencia?
¿O acaso su mirada, como un grito, detuvo
la cascada de arena, el fugaz mecanismo?
Da un paso más, recorre
la pared de una casa. Sube una escalinata.
Vacilante tropieza con la hiedra y maldice.
Vuelve otra vez la vista hacia la torre oscura.
¿De quién fueron los dedos
que atrasaron, crueles, sus pasos en la vida
y han tornado su historia dos relojes en sombra?
Tal vez desde lo alto descubra algún indicio,
pueda desentrañar su espiral más secreta,
apresar grano a grano los momentos brillantes,
su pequeña ganancia, las fértiles cenizas.
Retoma su camino.
Abierta la mañana, entra al fin en la casa
—claridad en su cuarto, verde tras las cortinas—
Tendido ahora en la cama recuerda los relojes,
el ángulo preciso desde el que lo vigilan.
Lanza su llama última una vela que tiembla,
la más alta y azul, justo cuando se apaga.
¿Qué materia serán,
qué cuerpo han de habitar las horas si dormimos?
¿Habrá quien esta tarde en su cristal recoja
los contados minutos que por vivir le quedan?
Se le cierran los ojos.
En la orilla del sueño luces tenues se encienden,
dibujan laberintos sobre páginas negras.
Ante él, como puntos de un dado, los recuerdos
ruedan en un tablero con lunas, hombres, labios.
Se va quemando el mapa del día y la memoria
en la hoguera tenaz de tiempo en la que ardemos.
Datos vitales
Trinidad Gan (Granada, 1960). Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, ciudad en la que nació en 1960 y en la que reside. Colabora en el consejo de redacción de la revista de Literatura de la Facultad de Filosofía y Letras “Letra Clara” durante los años 1997 y 1998, participando en recitales poéticos del grupo que se reflejan en la Antología “Nuevas voces de la literatura en Granada” editado por la Junta de Andalucía y la Fundación Caja de Granada ( Los papeles de la Cuadra num. 1 ). En 1999 publica “Las señas del pirata”, poemario-plaquette editado en la colección Cuadernos del Vigía. Algunos de estos poemas aparecen también incluidos en el Diccionario-Antología “Plumas femeninas en la literatura de Granada (siglos VII-XX) de Amelina Correa Ramón editado por Universidad de Granada en 2002. Es invitada a participar recitando sus poemas en el VII Encuentro de Mujeres Poetas celebrado en Granada en Noviembre de 2002, participación que se plasma en las Actas del encuentro publicadas con el título “Palabras Cruzadas-VII encuentro de Mujeres Poetas” editadas por la Universidad de Granada en 2003. Ha publicado también poemas en revistas ( Revista Litoral: La poesía del mar,2001 y Escribir la luz,2010 , La Revista Áurea, 2012) y obtenido accésit en los Premios del Tren en al año 2009 con el poema titulado “El fugitivo”. Sus últimos poemarios son: “Fin de Fuga”, XX Premio de Poesía Ciudad de Cáceres, editado por Visor en 2008 y “Caja de fotos”, XII Premio “Surcos de poesía, editado por Renacimiento en 2009.