Galería de Armas: Toda la poesía reunida de Juan Martínez

Juan Martínez

José Vicente Anaya ha compilado la obra completa del poeta de culto Juan Martínez.  Al celebrar las cien mil visitas de Círculo de Poesía, ofrecemos a nuestro público el libro, en su versión pdf, en nuestra “Galería de armas”. Además de los poemas de Juan Martínez, en este volumen aparecen ensayos de Luis Cortés Bargalló, Alberto Blanco, Heriberto Yépez así como el prólogo y las notas del propio Anaya.

 

En las palabras del viento

a José Luis Martínez

 

¡Generación!
Oíd vosotros la palabra del viento que habla por el hálito de mi nariz.
Olvidado el mundo de su atavío, y el pájaro de su concupiscencia
encontré la sangre esparcida del alma de los pobres y de los inocentes,
y no la hallé precisamente en excavaciones,
sino en todas estas cosas que tocamos a diario con nuestra mirada,
mis entrañas encendidas clamaron y guardé su  para siempre,
la amargura de mi corazón penetró hasta mis tuétanos,
las aguas en lo alto detuvieron su paso y la lluvia faltó,
miré la tierra y he aquí que estaba asolada y vacía,
los montes temblaban de pánico, los cielos oscurecían,
y los andamios de mi cerebro como jaula de pájaros,  se encontraba de engaño,
mis ojos no vieron ni mis oídos oyeron,
entonces subí hacia el mediodía y cabalgué llanuras como la sombra de la tarde
y he aquí lo que encontré y traigo para vosotros:
no os alegréis todavía, simplemente es un sepulcro abierto,
uno para cada uno, valientes perseguidores de la verdad.
Mudado el negro su pellejo y el leopardo sus manchas,
escalaremos la noche, abatiremos su heredad
y desde los rincones de la sombra extravagantes
[partidarios elogiarán nuestros modales,
mas nuestros pensamientos acompasados descansarán  bajo muros distintos,
el betún del silencio reunirá recuerdos panfletarios de la tierra dormida,
la fuente de la noche derramará sus silicatos,
y con ávido dedo recorrerá los labios del suicida
que estará con la náusea de su mareo celeste.

Abajo, numerosas familias de acrídidos moribundos
repasarán el lenguaje de las constelaciones,
y en su simiente alada,
como poetas con sus palabras viajarán por un clima más vasto
que el imperio del sueño.
Soledad: creo que no estaré solo en las gigantescas y solidificadas planchas de sabores,
cualitativas porciones han mezclado su alma a los asuntos lejanos,
donde ladridos de perros y croar de ranas avivan ciudades,
perturbando al príncipe de una patria de imágenes.
¡Pero y los otros! Los malaventurados que proclama- ron acrofobia por temor a la nada,
con langorosos violines en la punta del alma,
y no apoyaron su frente en la última estrella,
ni uniendo la fisura de sus labios se ungieron con los enjambres del silencio,
y al oír el silbido más puro de la perdiz errante  a construir bufandas para pájaros,
los que con brasas pálidas bajo las cenizas de sus plantas
ignoraron por siempre la estatura del viento,
y en olor de suavidad no abrevaron en las colmenas del olvido,
esos no entrarán nunca a los hermosos climas del espacio y el sueño.

 

 

 

Los neumatismos

a Alí Chumacero



I

La sensibilidad ha sido siempre un motivo de lujo;
pero cuando los ojos al ciento por ciento clarividentes
de la señorita Mammón dilucidaron entre sí cuatro momentos de sucesión estática,
de la lengua escaparon dos terribles frases pájaros;
hermosa, tengo sueño; entonces la luz de los ojos se tornó en acción,
las lágrimas secretas gastaron el recóndito umbral,
y el fuego de la lujuria consumió la cima de la imaginación.
En ese momento mi alma lanzó un trágico aullido,
el silencio revoloteaba
y el crujir de los vientos se escuchó en mi tranquilo pecho;
mas el infinito se confundía en un círculo estrecho en mi cerebro.
Afuera, la caza nocturna de polvos inmortales
era trazada en su carrera por errantes palomas,
pero un áspero zumbido celeste interrumpía la búsqueda;
entonces el miedo se apoderó del terror,
el terror de la locura, la locura de la nada
y una invernal llovizna de cansados anhelos
humedeció el origen de la huella del hombre.

 

II

Roto el dique del tiempo, los últimos dedos de las horas
se aferran a las riberas del recuerdo;
¿que será de la colilla tirada por la borda de río?
¿Y del abrigo negro marchito de tiempo?
¿La amante triste como sombrío canal,
repasará la dirección perdida de un supuesto heredero?
Mi hermano casi duque ¿viajará sobre la dulce canción
resbaladiza de la niebla de Londres?…
Un momento, alguien toca a mis orejas,
una voz pendular como fría ráfaga escucho,
¿será el huésped previsto,
el vislumbrado transeúnte solitario
de mis premoniciones celulares?
¿será el alma de los espejos rotos
sudorosa de vaho?
¿Quién puede ser, en esta hora sin tiempo
en esta canto sin amor?
Mi cerebro formula vagos pensamientos.
Si las lágrimas del sol entierran a sus muertos,
él no estará tranquilo en su palacio eterno,
a pesar de que el viento remueva sus constancias
de brocados y sedas,
pero… y las doradas constelaciones,
¿asumirán aún su dogmática fidelidad para sus confederados?
 

 

III

Más lejanos de las estrellas
y más cercanos del ojo,
vamos con paso lento hacia las sombras,
un constante caldero de esencias impuras reverbera al oído;
el aleteo sombrío de lo inmortal
aturde los anhelos,
pero los polvos eternos se rescatan del canto entre la bruma
y la distancia que surgen bajo el sueño;
después el pájaro suelta un canto
sobre un hacinamiento de palabras,
y la esperanza surge
como una flor profética
renovando el aroma salobre de la tierra.
He aquí el momento amargo entre el nacer
y el morir, entre medir el tiempo antiguo
y calcular el futuro
en la velocidad de las inmensidades cósmicas,
y con la resultante procrear la hiel
a la silvestre rosa,
con su simiente
de consabida devoción.
 

 

IV

Mas el nutrido lamento surge del sótano
de nuestras tensas vísceras, iiii, iiii, iiii
se oyen las voces retumbando en la
noche, y con un corto esfuerzo,
se perciben acordes la plantas asesinas
de nuestro mustio origen, plaff, plaff, plaff
los desolados sentidos
surcados con bocinas
de altoparlante esfuerzo,
se acurrucan diciendo:
ya es bastante con esto
ya es bastante,
a los lejos se escucha el ulular
del viento que hace cimbrar los dientes.
 

 

V

La tarde había doblado sus alas
vencida por el peso de las meditaciones,
las últimas hojas declinaban
sus nervios sobre la tierra umbrosa;
iban asidos a sus mudas manos
las últimas parejas de hombres
eterizados por la nostalgia cósmica
repetían con obsesión sus
estancias lejanas
por reductos de yerba que sus pies olvidaran
una y otra vez hasta el abatimiento
los gestos de los hombres que agonizan cautivos
por la comba mirada de los organizados neumatismos,
de sus ojos brotaban las misteriosas frases
que escapan de los náufragos
y los vocablos lívidos que en su lengua
crecían, se iban hundiendo en mares
como viejas tenazas;
entonces: tumefacto en la orilla de imágenes
pétreas, vi a la rata y al cuervo jugar al conocido
y tan despreciable juego de los reinos crepusculares.

 

 

 

PRESENCIA Y PERMANENCIA DE LA POESÍA DE JUAN MARTÍNEZ

Durante casi cincuenta años Juan Martínez y su poesía han sido descartados por el status cultural de México, y es por esto que para el público lector ha sido un desconocido. Sobre este poeta y su  obra se desplegó un largo silencio (silenciar es el arma favorita de los envidiosos con poder) que ni siquiera pudo ser roto por la constancia de su poderosa obra poética, que como ya dijimos tempranamente editó Juan José Arreola en Las palabras del viento (1959), de sus poemas que le publicaron Sergio Mondragón y Margaret Randall en la década de 1960 en El Corno Emplumado, de los libros  Ángel de fuego (1978) y En el valle sagrado (1986) que prepararon Alberto Blanco y Luis Cortés Bargalló, de los ensayos que varios amigos publicamos en revistas (memoranda, del ISSSTE) y libros (vg. Poetas en la noche del mundo [de mi autoría], Universidad Nacional Autónoma de México, col. Diagonal, México, 1997). Todo eso pasó desapercibido seguramente por ciertas imposiciones que suelen dictar (dictadores al fin) rumbos determinantes como el camino “bueno de la poesía”, la supuesta “ruptura” que no rompió nada, el cliché tardío de la “tradición moderna”, los que defendieron la “disidencia” en tanto su derecho a expresarse pero luego acallaron a los disidentes; y otros prejuicios más. Es triste detectar que hasta hoy en día los grupos del poder cultural con sus actos siguen proclamando “no hay más ruta que la nuestra”. Y en la literatura de esos vicios hizo gala, por ejemplo, la famosa antología  Poesía en movimiento, pues consta en el libro Cartas cruzadas. Octavio Paz / Arnaldo Orfila (siglo XXI, 2005), que en 1966 (¡siete años después de publicado En las palabras del viento y de sus poemas en  revistas) el mismo Paz comenta con pedantería que excluyen a Juan por no cumplir con obra publicada: “…habría que conocer más cosas de ese muchacho” dice O. P.,  pág. 76 /  “…Juan Martínez y Octavio Cortés no tienen obra suficiente como para justificar su inclusión” Orfila citando a Pacheco, Chumacero y Aridjis, pág. 53.

Por lo antes comentado, resulta de suma importancia rescatar y dar a conocer toda la poesía de Juan Martínez que se había publicado y la que había permanecido dispersa. Conocer la poesía de Juan (y la de otros autores que han sido suprimidos por el status quo, como Concha Urquiza, por mencionar otro ejemplo) es llenar parte de un vacío en nuestra historia literaria, pues el periodo de su creación es en realidad más rico de lo que los divulgadores “nos han permitido ver”.

José Vicente Anaya

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