Poesía serbia: Milan Rakic

Presentamos, en versión del poeta Javier Gutiérrez Lozano, tres textos del escritor serbio Milan Rakic (1876). Conocido por ser el maestro de los endecasílabos y dodecasílabos en Europa del Este, Rakic es recordado por su poesía que concibe a la muerte y al amor como entes interdependientes. Su carrera como poeta y diplomático terminó con una muerte repentina en 1938, después de habérsele realizado una intervención quirúrgica en Zagreb

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PILETA DE AGUA

 

Escucha, amor mío, estas palabras sinceras

pronunciadas por la intimidad de un alma dolida

antes que la tormenta descienda, el relámpago ruja,

y el corazón inquieto de pronto se rinda.

Escucha estos versos que duelen en vano.

 

Antes de aquel combate fatal, no pude darte

un velo, ni un anillo o una prueba,

como así lo hicieran tus antecesores; algo que algún día

te recuerde a mí cuando el mal azote,

cuando los niños jadeen y las mujeres lloren.

 

Ahora, en el campo, la muerte recuesta cuerpo por cuerpo,

siervos y nobles. Diseminados en la confusión.

La noche cae. Un rayo de pronto ilumina.

Mientras, el enemigo de antaño cuelga a las últimas víctimas,

y las interminables heridas remojan la lluvia…

 

¿Debería encontrarme entre ellas y junto

al brillar de tus ojos, amor mío? Y así, desde una pileta,

como señal simple de paz eterna,

¿caería el agua sobre las heridas que se pudren abiertas?

¿Se derramaría una gota para sanar el dolor?

 

Espero. Nadie a la vista. El día se desvanece.

La noche que vierte penumbra y horas tardías.

No hay estrella en el cielo que brille de pronto.

-Espero. Nadie a la vista. Con un llanto profundo

e interminables heridas que remojan la lluvia.

 

 

 

 

 

 

 

ORQUÍDEA

 

Cuando pude mirarte junto a la cama de flores

en el parque,  junto a melodías de nidos ocultos,

con tus rizos, tu velo, y como una estrella oscura

sobre tu sombrero blanco, una gran orquídea negra.

 

Un extraño atardecer lleno de amor apasionado,

susurra anhelos a través del olor de las ramas

mientras en el Oeste, los colores rosados destiñen,

y la paz, la solemne paz, por doquier desciende.

 

Caminé detrás tuyo y en un preciso instante

la melodía de las aves y a las olas del río escuchando,

me vi intensamente envuelto por un temor religioso,

donde el momento de amor eterno había llegado.

 

Aquel instante de amor real, anhelado y casto.

y todo lo que mi alma guardó honesto y puro,

y delicado, y bueno,  por debajo de la corteza del hielo,

brotó y vivió de nuevo para gritar de júbilo.

 

No pronuncié entonces “te quiero”,

tampoco “amor mío” o “alma divina”,

sin irracionales palabras ni burdos gestos

borré el virginal encanto del secreto no dicho.

 

Para ese preciso momento, como una avalancha,

frente a mí descendió el dolor, la tristeza y el terror;

aquel terror secreto que en un instante lanzó

el retoño de esperanzas nuevas y una vida real.

 

Y con miedo, me pregunté en la brevedad del instante:

¿qué tipo de expiación se mantiene en pie

y cuánta más pena y miseria

vendrá a pagar por esta inesperada felicidad?

 

Todo se borró. No pude mirar más bosques

envueltos en el fino velo de la niebla azul,

ni la pasividad de la ciénaga  que brilla

junto a las orillas del inmóvil río Sava.

 

Caminaste. – A lo largo con melodías de nidos ocultos

y el misterioso susurro de ramas y flores

como presagio de un sufrimiento, como fatídica estrella,

brotó la malicia de la orquídea negra.

 

 

 

 

 

 

 

POEMA ORDINARIO

 

Nuestro amor fue breve, de corta vida,

apenas un instante- tan sólo un año.

El cruel destino con rapidez nos separó

sin un suspiro, sin una lágrima, sin una herida.

 

La mitad de nuestros días en amarga lucha,

la mitad de nuestras noches en trágico perdón,

Tuve que huir de nuestra casa

y buscar la paz en la soledad del prado.

 

Y eso, también, vivió por corto tiempo;

y después nos separamos por completo,

y nos miramos fijamente en la infinidad del silencio,

hastiados, como el niño harto de los caramelos.

 

Y todo entonces había terminado; y hoy

no puedo maldecir al cielo ni al destino,

tampoco puedo apretar los puños, con dolor,

y maldecir a toda mujer y su traición.

No obstante- ¿acaso has comprendido

el letal fuego ardiendo en mi alma,

el gran amor que destruye cual dragón

cualquier otro pensar, sueño o esperanza?

 

No obstante-¿acaso te has dignado

en un momento de fervor, tan suave como seda,

a pronunciar una noble palabra de un corazón apasionado?-

Debimos ser eternamente felices…

 

Hoy que el tiempo fluye más lento,

y nos hemos separado por completo,

y nos miramos fijamente en la infinidad del silencio,

hastiados, como el niño harto de los caramelos.

 

 

 

 

Datos vitales

Milan Rakic, poeta serbio nacido en 1876 y reconocido como uno de los mejores de su época. Rakic junto con Jovan Ducic, compartieron una amistad que los acercó a poesía francesa de la que se vieron fuertemente influenciados. Muchas veces opacada por la enorme presencia de Ducic, la poesía de Rakic fue menospreciada por el público lector de aquellos días. Conocido por ser el maestro de los endecasílabos y dodecasílabos en Europa del Este, Rakic es recordado por su poesía que concibe a la muerte y al amor como entes interdependientes. Así mismo, siempre mostró una fuerte obsesión con el término “inexistencia”, cuestionándose constantemente si es ésta es una vida real, o simplemente producto de un sueño. Su carrera como poeta y diplomático terminó con una muerte repentina en 1938, falleciendo después de habérsele realizado una intervención quirúrgica en Zagreb. En palabras de los miembros de la Real Academia Serbia, el legado de Rakic es pequeño en número de páginas, pero enorme en riqueza.

 

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