Presentamos algunos textos de Laura Flores (Guadalajara, 1993). Participó en varios talleres y recibió cursos del Diplomado en creación literaria de la SOGEM desde el 2005 hasta el 2010. Actualmente es parte del taller de narrativa coordinado por Mario Heredia en el FCE de Guadalajara. Fue becaria de la Fundación para las letras mexicanas en el curso de Xalapa 2013 en el área de Narrativa.
Ruta 125
Fue otro de esos días. El calor freía al instante a las cucarachas que se aventuraban fuera de las fisuras de la Basílica. En el autobús la jerarquía era clara: las embarazadas, los ancianos y los borrachos ocupaban los buenos lugares. De ahí en fuera regía la ley del más ágil. Los beodos se sentaban del lado del pasillo, donde podían vomitar dentro de los botes de basura atados con mecate a los tubos, lejos de los hules derretidos de las ventanas que al resto de los pasajeros se les adhería a los brazos, terminando por arrancarles trocitos de la piel o de las camisas, ya transparentes por tanto cloro.
La situación cobró gravedad. La ruta hacía tal rodeo, que eventualmente las muchachas optaron por entregarse en enérgica cópula con los vecinos ebrios con la esperanza de quedar preñadas y, así, poder alejarse de las ventanas derretidas; la mayor parte de los hombres asaltaba las vinaterías durante los altos, en tanto que los más moralmente angustiados urdían ataques cardíacos para los viejos.
Para aumentar la histeria el chofer se veía ya ebrio por culpa de las iniciativas colectivas, además de convertido en padre de cinco chiquillos cuya concepción y parto se habían apresurado por los sendos brincos que tanto bache obligaba, y que no desaprovechaban oportunidad de jalarle el pelo y las orejas exigiéndole dulces y frituras. Conducía, pues, salvajemente y ya muy a duras penas el armatoste, de tal suerte que con el traqueteo a muchos terminó por zafárseles la cabeza del cuello, ocasionando después que los supervivientes de semejante evento, en lugar de aprovechar los altos para violentar las licorerías o continuar con las labores de cópula, debieran apresurarse a bajar los cadáveres y a los respectivos chiquillos a la banqueta, donde los niños se apiñaban sobre las cucarachas fritas y morían luego deshidratados.
En tanto, el resto de los pasajeros proseguía más o menos felizmente su viaje.
Los niños muertos, al percatarse de su soledad, observaron su infortunio y corrieron hacia el parque Morelos a rematar a fuerza de patadas a tonchos y prostitutas para aprovisionarse de navajas y pantimedias. Gracias a esto asaltaron a los farmacéuticos y se proveyeron de aspirinas y remedios para ladillas que luego pregonaban a dos por diez pesos en las rutas de la Cinco de Febrero.
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Ida y vuelta
El ciego avanzaba con los nudillos blancos sobre el tubo, con pies torpes que procuraban pisar a las señoritas de traje sastre, quienes, sin atreverse a emitir reclamo alguno, se limitaban a fruncir el ceño e inclinarse sobre sus empeines ennegrecidos. El viejo prosiguió con su arenga introduciendo entre paréntesis disculpas y justificaciones a la vez que estiraba la mano izquierda y la nariz cacariza ante los asientos vacíos, agregando así especial patetismo a su reverencia. Claudia, sentada en la esquina de la parte trasera, logró salvar su empeine del asalto y siguió con ojos suspicaces al ciego hasta su descenso en el alto de Prosperidad.
Por aquellos días la Coca Cola había decidido promulgar su optimismo simulando columpios rojos en los bancos de las paradas; afuera de la técnica, un grupo impúber se fotografiaba con sus celulares sacando la lengua y fingiendo tomar impulso en los juegos apócrifos. Uno, al zafársele una de las cuerdas en el jaloneo, se la enredó al cuello y cerró los ojos inclinando la cabeza, la lengua en una exhibición todavía más exagerada. Sus compañeros rieron y empezaron a pedir turnos para inmortalizarse en la suicida postura.
El camión avanzó otra vez y Claudia se acomodó el botón de la blusa que siempre se le saltaba exhibiendo su brasier desgastado. Al llegar al Soriana se ocuparon todos los lugares y junto a Claudia se sentó un hombre que carraspeaba con gran estrépito. Los gruñidos tenían casi textura y ella sólo podía pensar en el viaje que flemas y mocos harían desde la cabeza, vaciando cerebro, frente y nariz, hasta el gran trago directo al estómago.
Pasaron el templo de Santa Mónica y la señal de la cruz dominó el ímpetu de los pasajeros. Ella, desde la muerte de Santiago, ya nunca se persignaba. En cualquier momento una explosión, un zumbido, y se acaba todo. Tal vez un segundo de darte cuenta, un milisegundo de angustia, de consciencia de lo irremediable. Hay tanto odio porque la gente es muy imbécil y aunque les maten a los hijos, aunque el salario mínimo, aunque la negligencia del Seguro Social, aunque el gobierno, aunque la negativa de la pensión y las explosiones del 22 de abril y las piernas amputadas, aunque todo ir a misa, cargar en el monedero la medallita de San Benito, persignarse cada vez que el camión pasa frente a una iglesia. Y si ahorita explotara al menos ya no tendría que ir a trabajar, con el calor que hace y en el Sanborns obligada a usar este pinche saco rojo que se le tensaba en la espalda y en las axilas cada que se agachaba a servir los garapiñados.
De pronto el autobús bufó y un humo gris comenzó a entrar por las ventanas. Las señoras tosieron llevándose pañoletas a las narices. Igual y sí revienta la carcacha, pero seguramente sólo lo suficiente para que quedaran parados y a ella le descontaran por llegar tarde. Ojalá que aguante el chisme éste, al cabo ya nada más falta la plaza y un templo más.
Al final sí llegó y el turno de ocho horas pasaría entre el inventario de cacahuates y el chismorreo con la muchacha de Farmacia. Con ese calor ni a quién se le antojaran los dulces, y después de dos horas de repasar las Macadamias y las tortugas de chocolate, la pusieron a cobrar en los baños porque la señora Concha se cayó en la escalera y la muchacha de Perfumes había llamado a la Cruz Verde, ignorando los gruñidos del gerente. Bufando le dijo a ella que como nomás estaba papando moscas, mejor se pusiera a revisar los tickets de los que querían servirse del sanitario. Si no, cinco pesos. Eso nada más pasa en estos pinches locales del centro, porque todo está lleno de borrachos y gente mugrosa. Y de todos modos la obligaban a pantimedias y zapatito. Ella con el pie plano y las várices y el botón de la blusa siempre a punto de salirse del ojal.
En la noche había que correr para alcanzar el camión. Pasó uno, pero no llegaba hasta allá. Le tocó el alto y cuando se detuvo, la puerta trasera quedó en frente de Claudia. Una muchacha se aferraba a los tubos de la salida con la actitud de un preso. Se miraron. Luego el camión siguió. Por suerte todavía pasó otro.
En el regreso volvió a pensar en las explosiones, en las bombas. A su hermano lo había matado un odio anónimo para víctimas sin nombre. En internet había una fotografía: un muchacho gris se agarraba el pedazo de pierna con la cara fruncida; había jirones de carne y el hueso expuesto y lleno de tierra. A su lado una chica regordeta miraba al cielo como pasmada. Pero de su hermano no había fotos. ¿Cómo se habrá visto? ¿Qué cara tendría?
Los alféizares de 16 de Septiembre disimulaban su miseria con la altura. En un cuarto piso, un niño en cuclillas esperaba afuera del Alcohólicos Anónimos. Ya estaban por pasar la glorieta. Había una fuente rodeada de árboles. Siempre le habían gustado; crecían obstinadamente verticales, muy rectos aun cuando torcidos, como dedos de un cuerpo envenenado. Y si el camión explotara en ese momento, tal vez las piernas caerían sobre las copas. Nadie se daría cuenta hasta que gotearan. Tal vez las manos quedarían en una permanente señal de la santa cruz, anticipadas al próximo templo.
Datos vitales
Laura Itzel Flores Macías. Nacida el 21 de junio de 1993 en Guadalajara Jalisco. Estudiante de letras hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Participó en varios talleres y recibió cursos del Diplomado en creación literaria de la SOGEM desde el 2005 hasta el 2010. Actualmente es parte del taller de narrativa coordinado por Mario Heredia en el FCE de Guadalajara. Fue becaria de la Fundación para las letras mexicanas en el curso de Xalapa 2013 en el área de Narrativa.