Presentamos la poesía de Arturo Loera (Chihuahua, 1987). Fue delegado de su universidad en la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura 2011 – 2012. Es autor de El poema vacío (2013), y de la plaqueta Cruz y ficción (2011). Premio de poesía “Editorial Praxis” 2013 por el libro Cámara de Gesell de próxima aparición. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.
Jesuitas
Miro la danza de las garzas
en la vitrina del supermercado.
Premio mayor: grita un niño tarahumara:
Premio mayor.
¿A dónde van
con tanta prisa
los jesuitas?
En la sierra un hombre sueña
con ganar la lotería;
sueña porque no hay fortuna
y la lotería es un papel que lleva escritas
las palabras de un reino ajeno,
ajeno el paraíso.
Por allá viene la sierra madre
con su llanto de barranca desgastada.
¿Dime
a dónde van
con tanta prisa
los jesuitas?
¿Qué no tienen miedo
de morir en el barro
que con sus cuencas misioneras
transformaron en hombres falsos?
Pero nada hace temblar los cristales:
ni el niño ni el hombre:
ni el sueño ni el dinero ni el llanto:
Premio mayor: se escucha a la distancia:
Premio mayor.
Yo no quiero que la vida
deje de ser un secreto.
Muerte #33
Pienso en la muerte de mi madre
mientras en la calle
un niño llora la pérdida de su globo.
No sé cuál dolor es el más grande.
Llama
El teléfono canta como un pájaro incómodo
y es fácil advertir que la voz a la distancia
compartirá sus horas de garganta cansada.
El timbre vendrá a la memoria
cada vez que se piense en la fragilidad
de la memoria misma,
porque esa llamada bien puede ser la muerte
o el reclamo injusto de un amigo,
o la muerte de un amigo injusto
que me ha abandonado
y muere de nuevo
junto al tono del teléfono vencido.
Esa llamada puede ser también el encuentro
de las soledades compartidas por la palabra;
puede ser la bienvenida de un futuro no esperado.
El teléfono canta sus alas numéricas
y yo no me decido contestar.
Que ardan un poco en reposo las palabras
y que llamen más tarde
si es urgente.
Academia
Que sea de ti el amor
que se calcina en el pasillo.
Que nadie exhiba con su llanto
las raíces de la académica hipocresía.
Deben saturarse los salones
y no hablar de amor.
No hablar
porque el amor es una ofensa
y tienen forzados los ojos abiertos
y tragan sus pupilas sebáceas
fechas y datos sin fin.
Sí,
que sea de ti el amor
que se desangra entre los pizarrones blancos
y los pizarrones verdes;
que se desangre
más que un libro de historia;
que provoque más llanto
que las ciencias exactas.
Que sea de ti el amor del tiempo.
Se aleja el amor de los poetas,
los hombres sólo quieren justificarse
y a veces piden ayuda al futuro.
Pero que sea de ti, entonces,
el amor muerto
para leer tranquilo
tu epitafio sobre la hierba.
José Emilio Pacheco y los poetas vivos
(Por su poema “D. H. Lawrence y los poetas muertos”)
Mucho menos de los vivos
que se incrustan en la carne.
No son los profetas salvadores,
sólo ocupan el espacio antiguo y rezan.
Y viene la poesía literal y viva
en conversaciones presentes.
También te miran escribir,
te ayudan.
La retórica del llanto
(Fragmentos)
Cuando tengo ganas de llorar
recuerdo las canicas que perdí
por la soberbia temprana del apostador.
Lloro porque las canicas eran
como pequeños planetas que dormían
en el universo de mi bolsillo.
Lloro porque ahora deben estar solas
en algún basurero, en la casa de una abuela
que no es la mía. (Mi abuela vive en el panteón “La colina”
en el pasillo 41, al lado de un señor que se llama José).
Lloro porque las canicas son como los ojos de dios
pero verdaderas.
*
Tengo una tía que se llama Luz Elva
y otra que se llama Blanca Estela.
Quisiera que esto fuera mentira,
que sus nombres no fueran tan claros.
Me imagino en la funeraria
regalando flores a muchachas desconocidas
mientras mis tías tan iluminadas
reposan sus ojos y esperan que su nombre
muera junto a ellas. Pobres.
Habrá mucha gente que lleve las lágrimas
que compraron en la papelería.
Habrá café y galletas para no llorar.
Regreso a la tristeza del nombre,
a la Luz de los dientes amarillos,
del jamón serrano y el blue cheese.
Regreso a la Estela de la cocaína escondida en el baño
o en el bolsillo de un muchacho de 17
que brilla lo mismo que un faro entre la niebla.
Los nombres de mis tías no deberían existir.
*
Pienso en la sonrisa de los huracanes,
en su falta de culpa y en millones
de personas con un cielo diferente
y con las ruinas del reino inventado
y con las rodillas en la tierra,
con un pequeño huracán en los ojos
que no ríe, que no destruye.
Pienso en la sonrisa de la piedra
que acaba de reventar la ventana;
en la culpa de otra mano
que seguramente está llena de lodo
y de lodo su corazón,
más vida en la piedra.
Pienso en la sonrisa de los huracanes,
en el Niño destruyendo una ciudad de mentiras,
en los paraguas inútiles que se vuelven pájaros
y no llegan al sur.
Como el cristal, reventaré
por culpa de una piedra de alcohol,
por culpa de la luz de una rocola gastada
y gastada la voz de las botas de cocodrilo
y lágrimas de avestruz, sombreros negros
y negro su corazón. El mío.
Miro el huracán en el televisor de la cantina.
Mi madre murió en Nuevo Orleans
por culpa de la única Catrina que se le escapó a Posada.
En la rocola no tienen Jazz,
Nueva York y Chicago lloran también.
Debo ser muy afortunado.
Arturo Loera (Chihuahua, 1987) es pasante de la licenciatura en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue delegado de su universidad en la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura 2011 – 2012. Es autor de El poema vacío (2013), y de la plaqueta Cruz y ficción (2011). Poemas suyos han sido publicados en revistas como Radiador, Punto en línea, Palabras malditas, Metamorfosis, Onomatopeya, Salvo el crepúsculo, Bonsái y La hoja de arena, entre otras. Fue coordinador del taller de poesía “Nellie Campobello” en la Facultad de Filosofía y Letras de Chihuahua. Miembro del taller de poesía “Alí Chumacero”, dirigido por Enrique Servín. Premio de poesía “Editorial Praxis” 2013 por el libro Cámara de Gesell de próxima aparición. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.