Foja de Poesía No. 436: Arturo Loera

Arturo  Loera

Presentamos la poesía de Arturo Loera (Chihuahua, 1987). Fue delegado de su universidad en la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura 2011 – 2012. Es autor de El poema vacío (2013), y de la plaqueta Cruz y ficción (2011). Premio de poesía “Editorial Praxis” 2013 por el libro Cámara de Gesell de próxima aparición. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.

 

 

 

 

Jesuitas

 

Miro la danza de las garzas

en la vitrina del supermercado.

Premio mayor: grita un niño tarahumara:

Premio mayor.

 

¿A dónde van

con tanta prisa

los jesuitas?

 

En la sierra un hombre sueña

con ganar la lotería;

sueña porque no hay fortuna

y la lotería es un papel que lleva escritas

las palabras de un reino ajeno,

ajeno el paraíso.

 

Por allá viene la sierra madre

con su llanto de barranca desgastada.

 

¿Dime

a dónde van

con tanta prisa

los jesuitas?

 

¿Qué no tienen miedo

de morir en el barro

que con sus cuencas misioneras

transformaron en hombres falsos?

 

Pero nada hace temblar los cristales:

ni el niño ni el hombre:

ni el sueño ni el dinero ni el llanto:

Premio mayor: se escucha a la distancia:

Premio mayor.

 

Yo no quiero que la vida

deje de ser un secreto.

 

 

 

 

Muerte #33

 

Pienso en la muerte de mi madre

mientras en la calle

un niño llora la pérdida de su globo.

 

No sé cuál dolor es el más grande.

 

 

 

 

 

Llama 

 

El teléfono canta como un pájaro incómodo

y es fácil advertir que la voz a la distancia

compartirá sus horas de garganta cansada.

El timbre vendrá a la memoria

cada vez que se piense en la fragilidad

de la memoria misma,

porque esa llamada bien puede ser la muerte

o el reclamo injusto de  un amigo,

o la muerte de un amigo injusto

que me ha abandonado

y muere de nuevo

junto al tono del teléfono vencido.

 

Esa llamada puede ser también el encuentro

de las soledades compartidas por la palabra;

puede ser la bienvenida de un futuro no esperado.

 

El teléfono canta sus alas numéricas

y yo no me decido contestar.

Que ardan un poco en reposo las palabras

y que llamen más tarde

si es urgente.

 

 

 

 

 

Academia

 

Que sea de ti el amor

que se calcina en el pasillo.

Que nadie exhiba con su llanto

las raíces de la académica hipocresía.

Deben saturarse los salones

y no hablar de amor.

No hablar

porque el amor es una ofensa

y tienen forzados los ojos abiertos

y tragan sus pupilas sebáceas

fechas y datos sin fin.

Sí,

que sea de ti el amor

que se desangra entre los pizarrones blancos

y los pizarrones verdes;

que se desangre

más que un libro de historia;

que provoque más llanto

que las ciencias exactas.

 

Que sea de ti el amor del tiempo.

 

Se aleja el amor de los poetas,

los hombres sólo quieren justificarse

y a veces piden ayuda al futuro.

 

Pero que sea de ti, entonces,

el amor muerto

para leer tranquilo

tu epitafio sobre la hierba.

 

 

 

 

 

José Emilio Pacheco y los poetas vivos

(Por su poema “D. H. Lawrence y los poetas muertos”)

 

Mucho menos de los vivos

que se incrustan en la carne.

No son los profetas salvadores,

sólo ocupan el espacio antiguo y rezan.

 

Y viene la poesía literal y viva

en conversaciones presentes.

También te miran escribir,

te ayudan.

 

 

 

 

La retórica del llanto

(Fragmentos)

 

 

Cuando tengo ganas de llorar

recuerdo las canicas que perdí

por la soberbia temprana del apostador.

Lloro porque las canicas eran

como pequeños planetas que dormían

en el universo de mi bolsillo.

Lloro porque ahora deben estar solas

en algún basurero, en la casa de una abuela

que no es la mía. (Mi abuela vive en el panteón “La colina”

en el pasillo 41, al lado de un señor que se llama José).

Lloro porque las canicas son como los ojos de dios

pero verdaderas.

 

 

 

*

 

 

Tengo una tía que se llama Luz Elva

y otra que se llama Blanca Estela.

Quisiera que esto fuera mentira,

que sus nombres no fueran tan claros.

 

Me imagino en la funeraria

regalando flores a muchachas desconocidas

mientras mis tías tan iluminadas

reposan sus ojos y esperan que su nombre

muera junto a ellas. Pobres.

Habrá mucha gente que lleve las lágrimas

que compraron en la papelería.

Habrá café y galletas para no llorar.

 

Regreso a la tristeza del nombre,

a la Luz de los dientes amarillos,

del jamón serrano y el blue cheese.

 

Regreso a la Estela de la cocaína escondida en el baño

o en el bolsillo de un muchacho de 17

que brilla lo mismo que un faro entre la niebla.

 

Los nombres de mis tías no deberían existir.

 

 

 

*

 

 

Pienso en la sonrisa de los huracanes,

en su falta de culpa y en millones

de personas con un cielo diferente

y con las ruinas del reino inventado

y con las rodillas en la tierra,

con un pequeño huracán en los ojos

que no ríe, que no destruye.

 

Pienso en la sonrisa de la piedra

que acaba de reventar la ventana;

en la culpa de otra mano

que seguramente está llena de lodo

y de lodo su corazón,

más vida en la piedra.

 

Pienso en la sonrisa de los huracanes,

en el Niño destruyendo una ciudad de mentiras,

en los paraguas inútiles que se vuelven pájaros

y no llegan al sur.

 

Como el cristal, reventaré

por culpa de una piedra de alcohol,

por culpa de la luz de una rocola gastada

y gastada la voz de las botas de cocodrilo

y lágrimas de avestruz, sombreros negros

y negro su corazón. El mío.

 

Miro el huracán en el televisor de la cantina.

Mi madre murió en Nuevo Orleans

por culpa de la única Catrina que se le escapó a Posada.

En la rocola no tienen Jazz,

Nueva York y Chicago lloran también.

Debo ser muy afortunado.

 

 

 

 

 

 

Arturo Loera (Chihuahua, 1987) es pasante de la licenciatura en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue delegado de su universidad en la Red Nacional de Estudiantes de Lingüística y Literatura 2011 – 2012. Es autor de El poema vacío (2013), y de la plaqueta Cruz y ficción (2011). Poemas suyos han sido publicados en revistas como Radiador, Punto en línea, Palabras malditas, Metamorfosis, Onomatopeya, Salvo el crepúsculo, Bonsái y La hoja de arena, entre otras. Fue coordinador del taller de poesía “Nellie Campobello” en la Facultad de Filosofía y Letras de Chihuahua. Miembro del taller de poesía “Alí Chumacero”, dirigido por Enrique Servín. Premio de poesía “Editorial Praxis” 2013 por el libro Cámara de Gesell de próxima aparición. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.

 

 

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