El poeta, traductor y ensayista sinaloense René Higuera (Los Mochis, 1982) ha publicado recientemente, bajo el sello de Andraval Ediciones, el poemario La sagrada rutina. Presentamos aquí algunos poemas del libro. Higuera es autor de los libros de poesía Circe (La mosca blanca, 2007) y Pálida (Ed. Palabras del Humaya, 2010); de la obra de teatro “Ordinario” (Renovigo: obras teatrales. Ed. Palabras del Humaya, 2008).
ahora llueve
he agotado mis cartas
miro el cielo casi blanco de la noche
se irá también de ti completamente
se irá el momento, la instantánea sonrisa
el tiempo de haber dicho
busqué la lluvia un día en tierra firme
la encontré desnuda
la vi detrás de una vidriera cuando en venta
alisaba sus cabellos
la vi por calles desdibujadas
postergando la luz de los faroles
la vi en el fondo de una piedra de afilar
en el brillo del acero a contraluz de las repeticiones
la vi llenar la voz sin rostro de mi hermano muerto
en la humareda de agua de su propio alejamiento
mira mi flotar en un cubo de humo, al acecho
el aire está herido y sangra por la vagina
es verdad que hay una flor de infinitos pétalos
que la desnuda el viento entera interminablemente
¿puedo plantar un árbol de durazno
en el aquí y ahora de la lluvia?
voy de lo poético a lo absurdo
no toco el suelo
el agua que te separa de mí
tiene veneno
tiene sapos
y dos
o tres
animalejos
más
tóxicos
adictivos
tomo mi cuerpo y me levanto, sacudo el mapa de mis nervios
me apresuro a andar en la espesura ciega de la lluvia
me pregunto si hay algún otro yo fuera de mí, otro volumen,
si algún otro mismo yo pierde gravedad y se me eleva
en el tropiezo de todos los días, si, en los adentros de la lluvia,
en los adentros de la hierba que se alimenta de la lluvia caída
en el rumiar dormido de la muerte en sueños del mirar,
que es otra lluvia, en el objeto delirante que la invecta,
en este largo solitar andante errado hacia el espejo
construimos la suma a contrapunto, la exacta proporción
uno átomo en la sangre de otro átomo en la sangre de uno
señora de los pastos, manantial de los caídos, ora pro nobis
si te alcanzara de noche la tristeza
como un perro en tu rastro venido de muy lejos
que ahora se echa a tus pies
cansado y sediento, y la mirada que brota
como una lluvia ligera del recuerdo
te moja por dentro poco a poco
soporta la tensión, mantén la calma
no extiendas la mano hacia su pelo alborotado
como quien abre una puerta
al lastre polvoroso que deforma el silencio y te devuelve
la angustia de las seis o de las cuatro
no lo mires a los ojos, no te hundas
en sus ojos drogados por el hambre y la ansiedad
no te compadezcas de ese perro devastado que ahora lame tus zapatos
no lo nombres, alimentes, no le des de beber
no le brindes el refugio suave de tu pecho abierto
échalo afuera, al perro, y si resiste
si se arrastrara hasta ti para impedirte el paso
no le entregues la flama, no intercedas, antes,
patéale el hocico, apaléalo
déjalo afuera, en la intemperie, dirección a la ventana
míralo, cada tarde, cómo se va desvaneciendo
míralo perderse entre los verdes de la hierba
hasta ser solo una forma en que se mueve la hierba por la tarde
guarda tu flama
no la toques, no la expongas ante nadie
dámela después a mí
que por las noches
trato siempre de evitar la oscuridad
lo digo por la forma
en que saltaba yo
como un pez sobre el agua
y cómo me hundía
como en sueños de hielo
hasta caer rendido
en un segundo plano
de la respiración.
cuando bajé hasta el fondo
encontré un espejo.
le dije: te recuerdo.
o ¿lo diría él
gotera espiritual
en mi casa interior?
me vi no sé qué tantas
veces llegado al fondo
y vi que estaba el fondo
atestado de cuerpos
parecidos a mí
me vi no sé qué tantas
ajenas cicatrices
en mis rostros serenos.
y vi a mi otro yo
vociferar de duelo
vi su rostro deforme
trastornarse en el mío
y nuestros destinos
se abrieron como flores
marinas, abisales
con que solo un brillo para clavarlo en la memoria
con que arroje un mísero manchón como de luz en la penumbra frágil
y su quebranto haga la ilusión de ver y deje ver,
y vea
cómo,
algo,
dentro,
respira
una esquirla de inercia ya envenenada que se niega al silencio
un fluir envenado por lo devenir llamado vida que estaría por llegar
y la ilusión de ver siembre su verdad donde el temor es menos blando
y se descubra la ilusión de ver y estar no sea sino
un de tiempo el barco iluso de nuestra errónea permanencia
para volverlo al cuerpo ulterior y primo de su insignificancia
un donde deshojar la lluvia escindida de las impresiones diarias
don de dar en la rutina con su botón de oxígeno, emancipado
con que ilumine apenas el instante mínimo de su desaparición
aunque después haya que hundir en agua hirviente las hojas muertas de esa nada hasta teñir el día otra vez de acontecimiento
para sanar la piel a cuentagotas de palabra en ese viento herido por las visitaciones
ese animal enfermo de melancolía que se hizo uno con el aire y por las noches me persigue y no me deja respirar
Datos vitales
René Higuera (Los Mochis, Sinaloa, México. 1982). Poeta y traductor. Es autor de los libros de poesía Circe (La mosca blanca, 2007) y Pálida (Ed. Palabras del Humaya, 2010); de la obra de teatro “Ordinario” (Renovigo: obras teatrales. Ed. Palabras del Humaya, 2008). Apareció en las antologías Permanencia del relámpago, de poesía sinaloense; He aquí que estamos todos reunidos, tributo a Jaime Sabines y en publicaciones culturales impresas y electrónicas en México y el exterior.