Responso por un hombre del alba

Es 1982 y Efraín Huerta acaba de morir. En un programa de radio, los críticos Emmanuel Carballo y Huberto Batis conversan en torno a la vida y a la obra del autor del “Manifiesto nalgaísta”.

 

 

 

 

Responso por un hombre del alba

I

 

 —Acabamos de oír el “Responso por un poeta descuartizado”, de Efraín Huerta. Emmanuel, yo leí por primera vez a Huerta movido por una reseña que tú publicaste en 1957. Me entusiasmó tu entusiasmo y me lo leí enloquecido. Ahora vamos a hablar de él cuando lo acaban de enterrar. La voz no la reconozco, porque hacía años que no oíamos su entonación.

 

—Hagamos una pequeña precisión, Huberto. El poema lo hemos oído en la grabación de Voz Viva de México, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México; el prólogo y la selección  están hechos por José Emilio Pacheco, en 1968. Además, como durante muchos años—no recuerdo exactamente desde cuando— casi no hablamos con Efraín, casi no escuchamos su voz. Tenemos notitas, más que recuerdos auditivos, de su manera de pensar, de sentir. Quizá nos parezca extraña; además que al grabar, tu voz es otra voz, es “el otro”.

 

—A mí ningún sonido, ningún timbre de lo que hemos oído en el disco de Voz Viva me refresca la memoria. Su voz última eran soplos, eran pujidos. Acaso sólo rugidos asordinados oímos de Efraín los últimos años. Voz sin garganta. El doctor Garza, el hombre que le hizo la operación del cáncer, también ha muerto, poco antes que su mejor paciente.

 

—Roberto Garza, director de Oncología en el Centro Médico. (Murió infestado de amebas.)

 

—¿Quién fue para ti Efraín Huerta en los años cincuenta, cuando estaba en su apogeo lírico y su lucha política, poética-política, años en los que había que definirse o morir, agarrar compromisos. Cuando Huerta se definió de aquella manera tan brutal: ¡siempre estalinista!

 

—Mira, quisiera hacer algunas precisiones al respecto. Cuando aparecen los Poemas de viaje, que es el libro al que tú te refieres y que yo reseñé…

 

—1949-1953.

 

—Publiqué una nota en México en la Cultura de Novedades, dirigido por Fernando Benítez; yo estaba muy influido por Treguas. Teníamos una concepción de la poesía (también quizá influidos por Alfonso Reyes) muy pura, no como una constelación de valores sino como lo puro y lo ancilar, de ahí que nos parecieran los poemas de Huerta poemas ancilares. Además, creo yo, los años cincuenta son años malos para Huerta.

 

—Bueno, ¿eran poemas ancilares, porque estaban al servicio de la política, o eran malos poemas?

 

—Mira, eran malos poemas. Un poema no es malo porque esté al servicio de la política o porque rehúya la política o porque entre a saco en la política. Un poema es malo cuando es un poema fallido, cuando está la expresión por debajo de la impulsión, de esa carga emotivo-sentimental-intelectual que tiene el autor que dar y no la puede alcanzar.

 

—Y, sin embargo, los poemas del principio, los poemas de juventud de Efraín Huerta, los poemas de la revista Taller (que hizo con Octavio Paz y otros) eran grandes poemas, textos preciosos.

 

—Exacto. Pero mira; a nosotros no nos tocó vivir en la literatura de los años cuarenta, que es la primera gran época de Huerta, con Los hombres del alba.

 

—Luego lo encontramos en una especie de eclipse…

 

—En las revistas, en los suplementos literarios hablabas del gran poeta sólo equiparable a Paz, en los cuarenta, y muy por encima de Quintero Álvarez y de Rafael Solana y de Neftalí Beltrán y todos ellos.

 

—Y se hablaba más en los cincuenta de Jaime Sabines, de Rosario Castellanos.

 

—Exactamente, tú lo dices en tu nota de sábado. Fue la temporada de poetas más jóvenes que Huerta y que Paz, el cual siguió haciendo en los cincuentas grandes poemas, “El cántaro roto”, “Piedra de sol”, etcétera. Entonces Huerta estaba totalmente eclipsado. Fíjate en una cosa, en un paralelismo curioso. Este eclipse parcial, momentáneo (afortunadamente), de Huerta, equivale en la prosa narrativa a lo que le pasó a José Revueltas. Huerta y Revueltas son líneas paralelas que en algún momento llegan a juntarse. En 1950, Pepe publicó una novela fallida, para mi gusto. Ahora que está de moda decir que todo lo que Revueltas hizo era maravilloso, a mí me parece una novela mala; la publicó Juan José Arreola en Los Presentes: El valle de lágrimas o En algún valle de lágrimas. Yo sólo recuerdo una nota de Reyes Nevares, educada pero no muy elogiosa. No nos gustó mucho.

 

—Ahora, este eclipse en la lírica también era un eclipse en lo —digamos— social, pues fue cuando Huerta bajó al lumpen editorial de las revistas, con Chucho Arellano, que acababa de hacer su Antología de los cincuenta poetas contemporáneos en México (México, Ediciones Alatorre, 1952). Juntos hacían los Cuadernos del Cocodrilo precisamente en 1956-1957, cuando Huerta publicó “Para gozar tu paz”, ese poema que prefigura el lugar en que ha sido hoy sepultado, frente a los volcanes, más allá de Xochimilco, rumbo a Nepantla, la tierra de nadie.

 

—Ahora, ¿no publicó en los Cuadernos del Cocodrilo o en Metáfora o en alguna empresa relacionada con Arellano aquel “Elogio de las barbas”?

 

—No, no. Eso lo publicó… ¿No lo publicó la revista América?

 

—¿La revista de Efrén Hernández y Marco Antonio Millán?

—Me parece que sí.

 

—¿O Finisterre? Finales de los cuarenta y primeros años de los cincuenta es la época de América, y el poema posterior. Me da la impresión de que pudo sacarlo Arellano o Finisterre. Andaba Efraín no en las grandes editoriales. Andaba, como los boxeadores o los cantantes, en fiestas de gallos, en palenques y plazas de segunda.

 

—Y este Cocodrilo, curiosamente era un cocodrilo chillón lloraba lágrimas de Cocodrilo. Los Cuadernos traían un cocodrilito leyendo, viñeta que dibujó Rechy; estaban encuadernados con un hilo rojo. Efraín se apoderó del logo-drilo y terminó siendo el Gran Cocodrilo, como le gustaba firmar sus cartas.

 

—¿Por qué se apoderaría del Cocodrilo?

 

—En todo caso, lo sacó de las lágrimas y lo restituyó en animal feroz, en animal de odio. Para mí es el poeta que ha cantado el odio en este país con más garra, el odio político, el odio de tipo social, el odio personal a su época, esa época tan tremenda que debió vivir. Ahí está el poema “Avenida Juárez”. Imagínate, recuerda cómo están presentes ya las tribus espigadas, la barbarie en persona, es agente que empieza a apoderarse de todo; presente en los letreros en yanqui de los comercios, de las firmas, de los anuncios.

 

—Es un odio que prefigura una realidad que se hizo muy patente en la década de los setenta. ¿Te acuerdas de aquella frase, creo de Monsivais, que habla de “la primera generación de norteamericanos nacidos en México”?

 

—Así es. Me gustaría que oyéramos “Avenida Juárez”.

 

—Habíamos pensado antes poner “La muchacha ebria”, un excelente poema de amor; porque está la otra vertiente: el odio, la denuncia por un lado, y por otro el amor, o lo íntimo o lo colectivo, podría ser.

 

—Lo sensorial, lo sexual, lo cachondo. Esa dualidad está en toda su obra hasta el final.

 

Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria,

el cálido amor a la mujer cálidamente amada…

¿Qué país? ¿Qué territorio vive uno?

¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?

La furia imperial del becerro de oro.

No se tiene respeto ni para el aire que se respira.

Todo parece perdido, hermanos.

 

—Ahí está de cuerpo entero Efraín.

 

 

Punto y aparte, 4 de marzo de 1982

 

 

II

 

—¿Cómo oíste, dicho por el propio autor, el poema “Avenida Juárez”?

 

—Es brutal, es profético, es el testimonio que nos lega. Recuerdo una de las últimas veces que lo vi en el campus universitario, con su mirada pícara y alegre; el tono con que se despedía casi siempre, esperando quizá no volver a verlo a uno, como diciendo: “Ahí se quedan ustedes, por desgracia”. Es decir: “Yo ya salí, yo ya acabé, ¡qué maravilla!” Manifestaba una tremenda alegría del término, y de alguna manera te la hacía sentir recordándote que tú estabas jodido, que tú te quedabas en México City y que no tenía remedio. Esto es lo más amargo de un poema como ése, en el que le tiene que cambiar hasta el nombre a su ciudad.

 

—México City en lugar de la ciudad de México, la Ciudad de los Palacios, de Humboldt, la de Reyes, la de Carlos Fuentes todavía. La palinodia del polvo.

 

—Ahí estaba Fuentes, por esos mismos años de “Avenida Juárez” de Huerta, haciendo aquella ácida descripción en el paralelo de Juárez y Tacuba, al otro lado, en La región más transparente, ¿recuerdas?

 

—Textos ambos de finales de los cincuenta.

 

—Hace unos dos o tres años, en Guanajuato, los paisanos de Efraín le hicieron un homenaje llevándolo en triunfo, y publicándole un horrendo libro, con forros verde pistache, con una foto en la que Efraín parece un Popeye que se las está tronando, burlándose de la selecta concurrencia que lo homenajea haciéndole su Antología. Me invitó, no pude ir; quería divertirse, gozar con el guateque.

 

—Huerta se divertía consigo mismo y con los demás.

 

—Pero esa Antología es lo único que se hizo en vida del poeta. ¿Tú crees que el Fondo de Cultura no ha publicado jamás un libro de Efraín Huerta?

 

—Hay que recurrir a Mortiz, a Era, a Martín Pescador, a Siglo XXI, a la propia UNAM (ahí sacaron los Prólogos reunidos, hace muy poco) Pero la Antología guanajuatense tiene el mérito de que obra de Huerta, supervisada por él y de que, pese a la portada verde espantosa, sigue siendo la mejor. Pero está agotada, o no está en las librerías como todos esos libros publicados por las dependencias oficiales. Me preguntabas al principio de esta charla sobre el Huerta de los años cincuentas; te decía yo que se parecía a Revueltas en que los dos estaban pasando por una época, por una vida privada oscura, purgando quizá pecados anteriores, de un estalinismo que había caído después del XX Congreso en desuso. Pero Huerta y Revueltas se rehacen y llegan a ser, poéticamente, para los jóvenes poetas, el gran poeta Huerta, y para los que escriben prosa, Revueltas el gran narrador. Ahora, ¿hasta qué punto es el gran narrador uno, hasta qué punto es el gran poeta el otro? Yo creo que no es el momento, cuando estamos tratando de recordar al hombre, de dirimir estas cuestiones. Luchar contra Paz, el gran poeta de su generación, es difícil para Huerta. Nos puede caer bien o mal Octavio Paz, pero es el gran poeta, el admirable poeta.

 

—Los jóvenes hablan hoy todo el tiempo de dos vertientes en la poesía mexicana, la de Paz o la de Huerta.

 

—Están con uno o con el otro.

 

—Lo encuentro en artículos, en actitudes, lo dicen, se afilian a uno u otro rumbo.

 

—El día que murió Huerta me pidieron mis impresiones para unomásuno, y les dije algo que tiene que ver con lo que comentas: “Huerta es hoy para los poetas jóvenes una opción aparentemente sencilla, en el fondo profundamente complicada. Da la impresión de ser un poeta claro, fácil, al que se puede imitar con sólo trazar palabras sobre el papel. La realidad es otra, la lectura de Huerta puede producir imitadores pero no discípulos; la suya es una poesía personal e intransferible, más que una manera de escribir poemas. Sus imitadores, que los tiene entre los poetas recién llegados, son sus peores enemigos: lo vulgarizan, lo trivializan, pueden conseguir que sus acciones bajen la bolsa de valores de nuestra poesía”.

 

—Hace unos días. Emmanuel, José Emilio Pacheco decía algo similar en Proceso, a propósito de los poemínimos, la gran lección: cómo hacer poesía de lo nimio, del lenguaje cotidiano, con aquella su facilidad, absolutamente imposible de lograr. Decía José Emilio sencillamente: a ver, que alguien intente hacer poemínimos, un poemínimo. Yo, en la Universidad, les pedía a mis alumnos que lo intentaran, para que se dieran cuenta de su grado de dificultad. Y de esos juegos de palabras a Huerta le salieron felices unos cuantos, entre cientos.

 

—¡Qué curioso! Quizá el poeta que más influye a, el monstruo sagrado de los años iniciales de Huerta como poeta es un chileno, Pablo Neruda. Y quizá otro poeta importante también tan grande como Huerta, es una persona que no me simpatiza y probablemente no simpatiza a la mayor parte de quienes nos escuchan, Nicanor Parra… ¿Hasta qué punto coinciden Parra y Huerta en la antipoesía, o hasta qué punto Huerta recurre a otro poeta chileno como es Parra para adentrarse en los caminos de la antipoesía…? Yo creo que de la canción amorosa y del poema de gran aliento como “El Tajín”, como “Avenida Juárez”, llega una poesía muy concentrada, una poesía muy de fines del siglo XX, un poco cogido de la mano, caminando en el mismo pelotón en el que va Nicanor Parra.

—Claro, porque están en el filo de la navaja, o de la cordillera si quieres, la gran poesía épica y lírica junto a la poesía de todos los días. Octavio Paz dijo en el prólogo a su antología, Poesía en movimiento, que Huerta supo oír la lección que daba José Gorostiza cuando enmudeció…

—“Anda putilla del rubor helado”; volvió a la poesía callejera.

—Paz no oyó esa voz, Huerta sí, y de alguna manera Paz respeta esa aptitud de Huerta.

—Son dos maneras de ver el mundo. Huerta también respetó mucho a Paz.

—¿Por qué no oímos “El Tajín” para cerrar el programa?

—Hemos recordado a uno de los grandes poetas nuestros, un hombre que supo ser responsable de sus propias acciones, responsable como militante poético y responsable como militante político.

 

 

Punto y aparte, 11 de marzo de 1982

Por sus comas los conoceréis, Huberto Batis, Colección Periodismo Cultural, Conaculta, México, 2001.

 

 

 

 

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