El poeta español Fernando Valverde acaba de publicar en Estados Unidos, bajo el sello de la University North Georgia Press y con la traducción de Gordon McNeer, Eyes of Pelican, editado originalmente en español por Visor. El prólogo del libro, que aquí presentamos, corre a cargo del también poeta y novelista Benjamín Prado. Fernando Valverde es, actualmente, el poeta de mayor lirismo en la actual poesía española.
Fernando Valverde volverá a llamar a tu puerta
No me gusta escribir prólogos, porque hacerlo es como apostar a la ruleta con los dados de otro y porque se trata de un juego en el que no tienes nada que ganar pero puedes perder de varias maneras: por ejemplo, te arriesgas a decir cosas que no colmen las expectativas del autor o, en el otro extremo, a que sea él quien no llegue a ninguno de los sitios que había marcado en el mapa o cambie de caballos en mitad de la carrera, de modo que sus siguientes obras conviertan lo que hayas dicho de él en una profecía equivocada. Rafael Alberti tenía colgado en la puerta de su casa un cartel que decía: “No se hacen prólogos”, y no seré yo quien le culpé por ello.
Esta vez, sin embargo, es distinto, porque se trata de Fernando Valverde y no me cuesta mucho decir lo que pienso de él: que, sin asomo de duda por mi parte, es el poeta más prometedor de todos los que han aparecido en los últimos años en la literatura española, donde buscar un espacio no es nada sencillo: hay demasiada gente hablando a la vez. Sin embargo, a sus versos no les costó nada abrirse paso hacia mí y a través de la confusión, porque desde el principio me pareció que había en ellos algo especial, una voz propia. Me gusta su poesía porque no sabe a qué carta quedarse, igual que yo no lo he querido hacerlo nunca, y por lo tanto ni parte de una renuncia, como tantos otros, ni ha caído en la trampa de elegir una escuela y limitarse a dar lecciones entre sus cuatro paredes. Sus poemas tienen las dosis de realismo e imaginación que hacen falta para unir la claridad y el misterio, una aleación imprescindible cuando se quiere ser entendido y no ser olvidado, que es a lo que aspiran los escritores de verdad, a sugerir al menos tanto como dicen. Y, por supuesto, poseen la cualidad más importante de todas: la emoción. Este libro la tiene de principio a fin, sabe conmover sin patetismo, llegar al corazón por el camino de la inteligencia y usar al lector como pantalla, con el fin de proyectar en él sus sentimientos. Ése es el objetivo de todo buen poeta, injertarse en otro, reproducir en los demás ideas, miradas, opiniones, deseos…: “Escribir es trasplantar una flor tropical al frío norte”, dice Galdós en una de sus novelas.
Este libro, además, tiene la virtud de las obras que suponen una confirmación del talento de un poeta, aunque también es un reto: aquí, Fernando Valverde dejó claro que lo que apuntaban sus primeros trabajos ni era un espejismo y llevó su meta muy adelante. Ahora ya no le están permitidos los pasos atrás, porque en este oficio, cuando uno llegaba cierto nivel hay que saltar mucho para conseguir estar a tu propia altura. Pero eso es lo que quieren los escritores de verdad, y él es uno de ellos. Yo me apuesto lo que sea a que va a conseguirlo, precisamente porque donde alguien menos ambicioso y capaz vería una línea de llegada, él debe de ver un punto de partida. El lector norteamericano está de suerte: dentro de este libro que tiene entre las manos, hay una llave que abre la puerta de la mejor poesía joven que se escribe en estos momentos en España. Dentro de un tiempo, cuando el nombre de Fernando Valverde vuelva a llamar a su puerta, podrán decir: ya lo conozco, es aquel joven que escribió Los ojos del pelícano.
THE FALL
To my mother
Do you remember how pelicans die?
Beneath the afternoon sun
that beats on the Pacific coast
the water swallows them up like lead.
Nothing can save them.
There is so much dignity in the void,
so much love in their flights,
that at the last moment they choose silence.
All that’s left is
the thud of their bodies against the water
like an imperceptible sound of the wind.
From this room you can’t look out upon the sea,
there are no rocky outcrops and no horizon remains
that they haven’t destroyed.
It doesn’t matter,
you sense a sound in this dark night,
you can touch his arm.
You’ll remember then, feeling the cold,
that in autumn that sea that you love so much
turns grey and leaves
the names from the past written in the sand.
You have sat down to look at them.
Before you, coiling up the horizon,
a boy slips beneath the waves.
The east wind, so warm and perfect,
betrays him and forces him under.
You have come to save me.
Your arms,
so fragile now,
surround my nine-year-old body
until reaching the shore.
It’s true,
from this room you can’t look out upon the sea
but my hands tremble just the same as on that afternoon.
Now I grasp yours,
feel how I love you,
how you save me from my fear with your looks,
how you hold my life tightly in your fingers.
Cast aside your body,
you have struck your face against the water so much
that the light has shattered.
There are no stars beneath the ocean.
Open your eyes,
death is so blind that fear confuses you.
Open your eyes,
look for me now in the middle of this ocean,
I’m going to hold you firmly in my arms,
feel how I hold you tight,
let’s search for our shore,
the sea hasn’t traced out our names,
it’s today, we aren’t the past,
our sweat is salty,
it’s the sea foam against the rocks
this fear on your lips.
Life awaits us.