Nueva poesía chilena: Isidora Vicencio

 Presentamos la poesía de  Isidora Vicencio (Puerto Cisnes , 1992). Creció en la Patagonia chilena. Actualmente reside en Valdivia y cursa el 5° año de Bioquímica en la Universidad Austral de Chile. Además de estudiar ciencias duras, Isidora se dedica a la escritura poética y algunos de sus trabajos han sido publicados en antologías como Red de Talleres Literarios (2008) y Contramarea (2012).

 

 

 

 

 

 

AINILEBU

 

Después de haber pasado la mañana en nuestro cuerpo adolorido

volvemos a una casa y añoramos

compartir el día que siempre pareció infinito:

calles caminadas sólo por nosotros

en medio de edificios feos y sombríos.

Envejecemos con el aire de las olas,

dormimos en la tarde entumecida,

nos gustaba esa luz que atraía a los felices.

Vamos lento y entendemos la muerte,

como aquellos que se estrellan contra el canto de una puerta

o como esos que descubren el llanto en las palabras,

en el principio y el final de un mismo día…

en esos días que no importan nuestras voces

mirándonos sentados a la mesa.

 

 

 

 

 

 

CASAS ENTERRADAS

 

Antes la lluvia era tan helada,

las hojas temblaban en el suelo

como si su paso fuera el de un tirano

dispuesto a acabar con todo.

A veces la piel se despojaba de sí misma

para recibir las riquezas,

abrirse como tierra de cultivo.

 

Antes la lluvia desnudaba el hielo

y cada gota inundaba una ciudad.

A veces pájaros atravesaban la tierra

permaneciendo hasta sembrar sus huesos

detrás del suelo que gastaba el viejo tronco.

Antes no ardían amigos en el alba.

Las calles abismales recibían desaparecidos,

uno tras otro se juntaban en el viento

y cosían sus almas en el barro

cuando vieron que la ruta los quebraba.

Antes una y otra vez nos concibieron,

nuestros padres volvieron a mirarse

en todas las vidas posibles.

 

A veces lográbamos nacer.

Y llorábamos por la hermosura de las palabras,

llorábamos sobre los árboles muertos

que ocultaban el musgo que nos cubría.

Nuestro llanto era tan profundo,

se mezclaba con el río.

Entonces,

la lluvia abrazaba el tiempo.

Y nos mirábamos callados

esperando que no caiga la techumbre

en nuestras casas viejas y vacías

con muebles polvorientos y telas de araña,

pequeños calcetines en el tendedero

apuntando a la ventana que enmarcaba el mar.

 

Cómo quisiera estar allí, contigo

sentados en las sillas de lenga

con un tazón de té, mientras la brasa mata el leño,

como un par de viejos solos que se amaron siempre,

contemplando, contemplando…

cómo el mar no cesa de moverse con el viento,

qué paciencia ha de tener que no se vuelve altivo

o qué solemnidad que no precisa orgullo.

A veces podíamos morir de hermosura

y la ciudad se saturaba de nosotros,

nuestro andar era cual muro impenetrable,

el universo temblaba en nuestro lecho.

 

A veces muerte reclamaba nuestra ausencia

y aun sabiéndolo mirábamos el mar enternecidos.

 

 

 

 

 

 

 

 

COYHAIQUE

 

 

 

Cuando el aire se acumula resecando los pulmones,

se cortan los pies en el cemento

y la sangre se detiene.

Se estanca en el mimbre de la casa,

en las sombras del verano en la ventana.

Pedazos de cuerpo quedaron resecos

en los troncos de los árboles

y el agua dejó un rastro:

tierra de sepulcro en los cofres de ciprés.

Donde las luces de la tarde se corrompen

o se pierden por descuido inadvertido,

sobre esa tumba donde yacen los restos;

las casas, los caminos, sombras…

 

 

 

 

 

KUNUKAPI

Ha crecido bosque en nuestras calles

los líquenes cubrieron sus maderas

para entrar en donde hablan en silencio

y salir ramificados del origen de las aguas.

La corteza de Abedul nos alimenta nuevamente

los Coigües nos guarecen de la lluvia

mientras vemos cuellos negros ocultarse en el Kau-Kau.

Desembarcan los gemidos de la noche

para llevarse las memorias arraigadas

y comenzar de nuevo el ciclo de la tierra

donde dejamos nuestro cuerpo despojado

para la luna y el rocío venidero,

esperaremos el asomo del almácigo.

Mientras tanto se renuevan nuestras almas

en la vergüenza descubierta de la carne

y nuestra sangre herida entrega lo pasado

para elevar el torso blanco de la siembra

cuando germinen los cotiledones.

 

 

 

 

 

 

LA MELANCOLIA DEL PESCADOR

 

Siento como el mar muere en mis manos,

quizá el sonido de su muerte te devuelva.

Mientras tanto yo reúno nuestra sangre

para encontrarte comparando nuestros rostros,

así contarnos y soñarnos utopías

hasta llorar las que se irán de tu memoria.

Cuando vuelvas a tomar la red guardada

y navegues en la ruta de los fiordos,

morirás en mis manos como el mar.

 

 

 

 

 

 

LA RUTA

Es de fuerza certera planetaria,

el comienzo en verdad es un invento

y la sombra platónica es intento

que dirige hacia ruta milenaria.

Cuando acaben las voces cuestionantes

no habrá cuerpo que pueda ser finito

y las almas de vida darán grito

en minutos de fuegos fulminantes.

Son los miedos de tierra furibunda

que sofocan el agua nauseabunda

de materias que buscan no perderse.

No hay penumbra en el fin de las edades,

ni ceguera en las nulas realidades

es la ruta el mortal y los nacidos.

 

 

 

 

 

 

 

LLUVIA

Lluvia que alienta los tiempos perdidos de antaño en los lazos

abre las manos del cuerpo olvidado en un rastro de hielo

pierden los niños su piel inocente de ayeres de cielo

lloran mujeres que entierran sus huesos en blancos pedazos.

Sol inmortal que alimenta los fuegos prendiendo la tierra

verdes canelos oscuros murieron sin flores ni llanto

almas temibles que espantan el día en que prenda su manto

fiel el destino, cuan suave su aliento cantando la guerra.

Agua me limpia el pasado, el presente el futuro ensuciado

piel que reseca abandona la vida en el rostro golpeado

quiero volver a los astros, al antes del vientre materno.

Eso me traen los cielos oscuros, cargados recuerdos,

tronco del árbol de acero afligido quemado por cuerdos,

luces dejando, partiendo, olvidando este lado del mundo.

 

 

 

 

 

MONTE CANCANA

La noche es azul en las tumbas de los indios,

la noche es azul porque brilla el cerro

con cuarzo incrustado en sus piedras.

La cuenca del valle es de polvo

de muertos sin padres ni hermanos.

El Elqui miró mis entrañas,

dejé mi recuerdo empastado en tu libro

como un forastero cualquiera

 y un niño se entierra en el monte

(comenzó a hablar el viento que apenas enfría).

Humedecías rosales blancos

y la comida era de harina con tomates,

cazábamos las uvas que salían del cerco

y entré en un vientre abandonado.

Me hablan tus noches azules como el frío,

azules como hielo escondido en tu tronco,

sobre la tumba de mis memorias,

fusiladas tras la trinchera a pleno sol,

me habla tu casa iluminada

y yo temo ver el barro en sus paredes,

entumecido como tu voz contando historias.

Los astros te visitan conmigo

y su silencio es mas fiel que tu existencia,

aquí no hay lluvia sino polvo de hueso,

aquí no hay padre, aquí no hay hijo

ese río que te inunda los pulmones,

es lo único que se oye en esta ausencia.

 

 

 

 

 

 

PANGI

 

Hace tiempo que no soy de algún lugar

ni del norte ni del sur…

la lluvia a veces necesita la tristeza

como la tierra de mis pies que se desprenden

o el corazón arrancado de su cuerpo.

Quisiera descender de todas partes,

de las luces que tiritan en el río,

de laguna insostenible del invierno

con ese llanto del tejado

que tantas veces nos saciaba las angustias.

hay un frío en el viento de la tarde

¿Será el mar más fuerte que la casa abandonada?

las hojas del huerto se enfrían

no nos queda espacio en el tiempo para hacernos translúcidos,

para mirar nuestros ojos vidriosos en invierno.

 

 

 

 

 

 

                                                                     P.M.

 

La madera polvorienta de los bares

ya no aguanta el cigarrillo gastado de los solitarios

ni las risas de los  viejos en las mesas más ocultas.

Tantos clavos han herido sus paredes

que las fotos desteñidas se descuelgan

como la voz de una muchacha helada

buscando a alguien entre el mar y los borrachos.

La soledad es un niño abandonado en los barcos de la noche

en esas bancas que envejecen de tristeza

una muchacha, un niño anciano

se entrecruzan en los cerros endurecidos

y la brisa les sostiene el cuerpo.

 

El paso de los vientos nos ha desconocido.

 

 

 

 

 

 

SONETO BLANCO

Espero que las yemas de tus dedos

recuerden mi cabello indefinido,

que sientas su sabor y que enloquezcas,

que mueras y revivas muchas veces.

Y de este labio hinchado de invocarte

me brota aquel susurro adormecido,

un soplo imperceptible de la noche

impropio habita el cuerpo y lo desnuda.

Envuelve un humo tibio tu contorno,

irrumpe en mi figura trepidante

las ropas son las horas que se frenan.

Quitemos esos tiempos de la tierra

hagamos un planeta en nuestros mares

muramos en el fin del universo.

TIERRA NEGRA

 Te he perdido en Puerto Cisnes,

en los barcos llovidos.

Recuerdo cuando fuimos niños

   y pisamos las cuevas de los Pumas.

Tu sangre me duele, hermano,

me duele un poco como muerte.

He dejado a nuestro padre en el cerro,

nuestra madre ya no es tuya.

Recuerdo cuando fuimos niños,

y querías nacer de su vientre,

caminamos por Cisnes, solitarios

teníamos olor a tierra negra,

 en el mar lloramos tanto…

 

 

 

 

 

 

LA MUERTE DEL TIEMPO

Con voces de mar iracundo

te llama mi cuerpo torcido,

su cumbre te busca nocturna

en lluvia de bosque y de selva.

La muerte me deja en tu pecho,

me envuelve tu aroma de hombre,

la fuerza animal que me invade

transforma mi cuerpo felino.

Destila mi forma tu forma

de cálido ojo durmiente,

me cubre tu esencia florida

que brota en mañanas de niebla.

La noche estelar de tu rostro,

laguna en el hielo dormida,

desborda los valles lejanos,

suplica la muerte del tiempo.

 

 

 

 

 

DESPUÉS Y NOSOTROS

 

 

La fatiga de la luz

no nos asombra

aun después

de andar la noche oscurecidos.

 

 

 

 

 

 

 

EN EL UMBRAL

 

Espero en el umbral de la puerta

la llovizna que nos limpia el aire

adormece la tierra del camino

y sacia las horas resecas del día

que mueren sedientas en alguna ciudad.

En el umbral luminoso de una puerta

se piensa que la muerte abunda,

ha dejado su espesura entre la gente,

entre aquellos que temen el peligro del tiempo.

La llovizna ligera del bosque

ha tocado a los que huyen del día perdido,

a nosotros nos toca y quedamos muriendo

sepultándolo todo

donde son demasiadas las tumbas que callan.

 

 

 

 

 

 

INCIERTO

Dejemos que nos sople la larva remanente,

detengan la pelea, muramos para siempre,

la vida insoportable que aspira nuestro vientre

engaña nuestro miedo, certeza intermitente.

Palabras nos atrofian, nos llevan al entierro

son meras distorsiones que sufren de ceguera,

la nada nos persigue, nos traga verdadera

entrega a  nuestras voces lugares de destierro.

El hombre es un gusano, divino rastro inerte,

su fin irrefutable: la gloria de la muerte,

el sueño desmembrado que rompen los planetas.

Visiones inconcretas, no existen las verdades,

las luces nos observan, asumen realidades:

el canto de una diosa del fin desconocido.

 

 

 

 

 

 

PROFECÍA

 

Moriremos en paredes

enmohecidas por la orina de las ratas,

en lugares que nos harán perder la piel,

donde los gusanos tendrán poder de vida o muerte,

solos

porque el amor nos teme

y tenemos el rostro desfigurado.

 

 

 

 

 

 

REMANENTE

No se viven continuos esos años

ni respiran los vientos sin la mente

son segundos de lúcido demente

que se queman en busca de los daños.

Son espacios de tiempo indefinido

que revelan los astros alejados

en la búsqueda de pasos encerrados

del que olvida mirar en lo perdido.

No se pierdan los tiempos de consciencia

ni vergüenza aparezca en la demencia

no haya olvido al probar placer mundano.

 

Y sentado a los pies de los lamentos

infinitos sucumben los momentos

que levantan con fuego lo sagrado.

 

 

 

 

 

 

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