Nuevos poetas colombianos: Alejandro Cortés González

 Presentamos, en el marco del dossier Nuevos poetas colombianos, preparado por Federico Díaz Granados, algunos textos del poeta y narrador Alejandro Cortés González (Bogotá, 1977). Ha publicado Notas de inframundo (Novela, 2010) y Pero la sangre sigue fría (Poesía, 2012). Mereció el Premio Nacional de Literatura de la Universidad Central en las categorías Novela (2009) y Cuento (2011).

 

 

 

 

 

 

APARICIÓN CON UN PESCADO

 

 

Vengo de visita con la cabeza descolgada.

Te traje un pescado.

Mira, un pescado.

Te recibo un café pequeño.

Estoy de paso.

Vengo de visita con la garganta suelta.

Mientras te hablo la dejaré en la pecera.

A propósito, lindos peces.

Que no vean el cadáver que te acabo de traer.

Tus apariciones dan miedo.

Por ahí cuentan que le coses los ojos a los muertos

y con sus corneas alimentas a tus peces.

Que les robas el vaho de su último aliento

y lo tiras en la pecera para que se vuelva hielo.

¡Te ríes!

¡Qué descaro!

También hablan de un país de inviernos.

Voy a ir.

Quiero despegarme las fiebres de los huesos.

Recoge el pescado de la mesa.

No lo dejes ahí, a la vista de los peces.

Ya debo irme.

Dejemos el café para la próxima aparición,

cuando los peces sean pescados

y yo te traiga de regalo

los cadáveres de futuros inviernos.

 

 

 

 

 

JURAR EN VANO

 

 

Mi padre miraba como si quisiera cortar algo con los ojos. Yo lo veía afeitarse: la espuma blanca como rabia de perro cediendo al paso de la cuchilla. Una vez se cortó escuchando un chiste en la radio; esa risa ensangrentada, y luego la toalla manchada sobre el lavamanos. Los ojos ocultaban sus intenciones en las grietas del espejo. El barco de Rimbaud sumergido en su blanco cuerpo ocular. Juró nunca heredarme algo: nada de bienes, nada de caricias de borracho, ni siquiera la alopecia, ninguna dipsomanía extraña. Sin embargo, ahora veo su cara cuando me afeito. Está apaciguado, distante, con la risa de sátiro escondida entre las rendijas de un espejo roto.

 

 

 

 

 

 

UN OLOR A PINO BAJO LAS MANECILLAS DEL SOL

 

 

Tengo veinte minutos

para salvar de los relojes

una línea de sol

Me siento frente al escritorio

(muchas hojas en blanco / la ventana)

Los pinos al otro lado de las montañas

me traen el olor del desinfectante con el que mi abuela limpiaba la cocina. Ella me pide que juegue en el patio mientras se seca el piso. Cruzo el pasillo de baldosas rojas donde la lavadora inicia automáticamente, su segundo ciclo de lavado. (Tiemblan sus latas, tiemblan mis rodillas). Pateo un balón contra la pared del patio (tiemblan las materas). Una niña se asoma a la ventana del segundo piso; me llama para que juguemos juntos. Le doy la última patada al balón

y río

porque soy un niño con certezas: El balón está girando en el patio, la niña está en el segundo piso, mi abuela está después del pasillo de baldosas rojas. Corro hacia el interior de la casa. El piso de la cocina huele a desinfectante. Me pregunto ¿cómo serán los pinos

al otro lado de las montañas?

Y me veo adulto

en la mañana

sentado frente al escritorio

(muchas hojas en blanco / la ventana)

apurado por irme a trabajar

y con sólo veinte minutos

para salvar mi infancia.

 

 

 

 

 

 

PARA SOBREVIVIR LA CASA

 

 

La casa está cerca de un lago que ya secaron

y de un paradero al que los buses dejaron de venir

Cerca está la vía férrea

por la que nunca vimos pasar el tren

Nacimos en hospitales que ya no existen

Nos perdieron las calles cuando cambiaron de nombre

Desconocimos el colegio cuando cambió de dueños

Cuesta ubicar con precisión la casa de los primeros amigos

Recordar la anterior fachada de la iglesia

o cómo era el columpio que colgaba del árbol

antes de que la tentación de los edificios

lapidara la infancia del barrio

Un amigo que ya no visito

decía que la casa de un hombre

debe estar cerca de todo lo que le habita

A nuestra casa

la que tiene en la ventana el cartel de una inmobiliaria

la rondan las demoliciones

la sobrevive este poema

y la habita

todo lo que perdimos.

 

 

 

 

 

MONSTRUO DE MAR

 

 

Para matar las horas de pánico durante las tormentas

algunos navegantes recuerdan sus amores impracticables;

acompañan la lobreguez torrencial

con órdenes burladas y litros de vodka.

El más joven de los marinos hace el servicio de mesa,

improvisa la etiqueta con las copas robadas

de la recámara del capitán,

y parece que lo hace bien

porque todos sentimos que una nueva música

estaña las voces guturales del mar.

La mesa de los que recuerdan sus desengaños

consume más rápido su licor.

Yo prefiero estar en la mesa del fondo

y reír de la angustia que no me corresponde.

Esta tormenta,

donde los océanos navegados abren su mandíbula

y el loco que ve monstruos de mar

me acusa de tener la frialdad de uno de esos reptiles,

puede ser nuestra fiesta de despedida.

Él ve en mí una especie de lagarto

que aguarda días, semanas y meses por una presa,

para no compartir en su pantano.

Un engendro mimético

que se camufla en la fastuosidad de su víctima

y la desgarra de un solo bocado;

reptante sin manada,

asesino que ríe porque no encuentra su sombra.

Eso explicaría el porqué no temo a quedar a la deriva

en un océano para el que soy anfibio,

el porqué mi lengua bífida inmoviliza otras especies,

el porqué mi sangre mantiene su hielo sempiterno,

el porqué tomo el sol de la mañana y ataco en las noches

sentado en la mesa del fondo.

Amanece.

El mar se calma.

Entra el sol desde la proa

y encuentra a los que recordaron sus absurdos sentimentales,

ebrios de vodka y de atrición.

La tripulación despierta.

El júbilo del sobreviviente les calienta las venas.

Se abrazan a la esperanza de seguirse sumergiendo.

Yo los abrazo,

pero mi sangre sigue fría.

 

 

 

 

 

RÉQUIEM PARA EL DÍA DE HOY

 

 

Hoy soy presente,

soy tu día a día y el de los confabulados.

Juntos somos escamas contiguas

de un lagarto que toma el sol.

Hacemos una gran sopa comunal

hervida entre risas y fuegos venideros,

que pronto nos convertirán en canción pretérita,

en tren en marcha de despedida,

porque hoy somos el pasado entre los dedos,

y mañana,

el ahora que olvidamos sepultar.

 

 

 

 

 

 

YO TUVE UN NIÑO QUE ERA UN LEOPARDO

 

 

Yo tuve un niño que era un leopardo.

Un leopardo.

Un escapado del viento.

Sólo se detenía para escupir el encierro del asma.

Lo capturé en una jaula polaroid

y para que no se fugara le puse encima un vidrio grueso.

Yo tuve un niño que era una espada.

Una espada.

Una empuñadura del trueno.

Me aferré a los latidos de sus hojas afiladas.

En el aire cortado del patio

andan las apariciones de nuestros juegos.

Yo tuve un niño que era una sombra.

Una sombra.

Un vacío que se llenó de negro.

Si las sombras son mudas, ¿cómo saber qué buscan?

Solo se les ve jugar entre charcos y andenes despoblados,

en espera de otras sombras para agrietar el agua.

Yo tuve un niño que era una runa.

Una runa.

Con grabados de leopardo y alfabeto de silencios.

Los leopardos cuando escapan no dejan reflejo ni espada.

Apenas este cuerpo sombrío y sin sombra,

y esta jaula polaroid, y este vidrio grueso.

 

 

 

 

 

 

OSAMENTA DEL AGUA

 

 

Tiene la lluvia la facultad de hacer más pesados los zapatos y más livianos los suelos.

Unido a su paraguas uno es un mismo esqueleto

del que cuelgan carnes y telas enfermas de agua.

Así lo entiende el relámpago cuando ataca.

Mi paraguas no es más que una sombrilla moribunda

que con sus faldas levantadas advierte los huesos.

Usarla me avergüenza ante el granizo,

olvidarla me apena ante el desconocido.

Y con vergüenza,

dejo que el entendimiento se diluya en la canción del agua contra las telas.

Mis pasos ya no son pesados,

los suelos entienden las metáforas del aire.

Y entre tormenta y tormenta,

me siento un poco más lluvia,

me vuelvo un poco más hueso.

 

 

 

 

 

 

EL PRIMER OFICIO DEL DÍA

 

 

Poesía es un desempleado que lleva a un niño al colegio.

La mano que protege y la mano que redime,

se unen y se transmiten silencios.

El niño no habla de los libros que le faltan.

El adulto no habla del empleo que no ha conseguido.

La poesía es omisión.

La calle, un río crecido.

Antes de cruzarla se aprietan las manos con más fuerza,

para que nunca se vayan a soltar.

Poesía es un desempleado que lleva a un niño al colegio.

Es la fábrica ausente,

es el libro no leído.

Poesía es caminar de la mano con la promesa de nadie.

 

 

 

 

 

 

CARTOGRAFÍA DEL AGUA

 

 

El que desde el ojo de buey contempla la lluvia,

se va con el galope del agua.

Sus ojos, agrietados de relámpago,

recorren los mapas que las gotas trazan sobre la ventana.

Aprende a esperar sin esperanza,

a recibir sin ansiedad la calma.

El que desde el ojo de buey contempló la lluvia,

entiende que hay un país perdido

en la cartografía del agua,

y busca en los cielos grises,

el galope que lo haga regresar.

 

 

 

 

 

 

LA TÍA JOSEFA Y LOS POETAS

 

 

La tía Josefa, que no conoce a los poetas, dice haber visto los cuellos almidonados de sus camisas abrirse al estallido de una carcajada o de una mala palabra. A las seis de la tarde soltaba las cadenas del perro, allá en el patio de tomates, para que desfogara con saltos y aullidos la ira de estar encadenado durante todo el día. La tía Josefa, que nunca vio la cara de poeta alguno, dice que ellos le temen a los perros y a la sombra del árbol de tomate. Y dice que le toca lidiar con eso porque a los poetas les atrae el tinte de tinieblas de la estufa de carbón y el laberinto de las baldosas de la solana.

Ella no vio a los poetas apretar los dientes, pero imagina su rechinar cuando asoma la cara por la ventana de su cuarto, mira hacia el patio y ve lo crecidas que están las sombras. En las mañanas limpia la estufa y brilla las baldosas, para que el sol desentuma esa bruma de poeta que viene desde el cementerio. En las tardes pone la comida del perro a la sombra del árbol de tomate, y se sienta en la mecedora a ver cómo el sol extingue sus formas sobre las baldosas. La tía Josefa dice que allí es cuando presiente la llegada de los poetas. Y no se presiente ni con los ojos ni con los oídos, sino con los velos opacos que merodean las baldosas y entran a sus huesos para acompañarla a pasar la noche.

Cuando el perro se cansa de ladrarle a las sombras del árbol de tomate, la tía Josefa se va a la cama con esa neblina de poeta que corre desde el patio hasta el cementerio. La tía Josefa, jamás tocada por hombre ni poeta, desde la ventana lanza besos a la bruma.

 

 

 

 

 

 

LA PALABRA CAMPESINO

 

 

La palabra Campesino tiene la raíz perdida

alteraron su origen de campo

sudor baldío

árbol despojado de semilla

No hay tierra bajo las uñas del que ara

hay uñas que aran bajo la tierra

Siembra de cadáveres

neblina de tubérculos muertos

La palabra Campesino busca su etimología

levanta piedras en plazas públicas

toldos en carreteras

y no la encuentra

Camina hasta las ciudades mirando al piso

porque las raíces no vuelan

se sienten con el pie descalzo

en suelos hendidos por sangres pretéritas

Sus pupilas

rastreadoras de fases de luna

tropiezan con luces de semáforo

el hambre bosteza en cartulinas

Los nombrados por este sustantivo de raigambre extraviada

se hacen uno con el viento

ánimas de oráculos lunares que deambulan entre máquinas

Alguien sube los vidrios automáticos

esquiva la mirada

luz roja sobre el nudo de su corbata

No reconoce la etimología

de la palabra Ciudad.

 

 

 

 

Datos vitales

Alejandro Cortés González: Bogotá, 1977. Autor de Notas de inframundo (Novela, 2010) y Pero la sangre sigue fría (Poesía, 2012). Ganador del Premio Nacional de Literatura de la Universidad Central en las categorías Novela (2009) y Cuento (2011). En 2013 el Ministerio de Cultura le concede la Beca de Circulación Internacional de Creadores, para participar en el VII Festival Internacional de Poesía en París. Ha sido invitado a encuentros literarios en Colombia, México, Venezuela y Francia. Es miembro del consejo editorial de la revista de poesía La raíz invertida, y coordinador de la programación cultural de la Librería Trilce en Bogotá.

 

 

 

 

 

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