Nuevos poetas colombianos: Omar Garzón Pinto

Presentamos algunos textos de Omar Garzón Pinto (Bogotá). Sus poemas han sido publicados en revistas especializadas de Chile, Colombia, Cuba, España, México y Venezuela. Ha presentado su obra en festivales culturales, literarios y académicos de su país. Entre los años 2011 y 2012 se desempeñó como tallerista literario de la Fundación Andrés Barbosa Vivas y también ha trabajado como profesor de Geografía en la capital colombiana. Hace parte del consejo editorial de la naciente revista La Cosa Literaria. Autor de los libros Faro desnudo, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2011), y Flores para un ocaso, del mismo colectivo editorial (Bogotá, 2013).

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Las montañas, los valles, los ríos y los mares

se llaman Cementerio. ¿Cómo orientarnos?, ¿Cómo?”

                                                                           Flóbert Zapata

 

 

DIÁ TRAS DÍA

 

Día tras día, el maestro deja vasos vacíos sobre la mesa.

Noche tras noche, velas desnudas caen sobre el marco de la ventana:

Tal vez no hay sombras, no hay caminos, no hay miradas;

tal vez sólo queda este eco que penetra nuestros huesos,

este que nos acompaña en el largo periplo

que nos lleva tras el más pequeño rastro,

tras el más sensible aullido,

tras el más amargo llanto.

 

Sus huellas y la mesa aún siguen allí,

y los vasos que se llenan con la ausencia del maestro.

 

A la memoria de Darío Betancourt Echeverry

 

 

 

 

RUTA ENTRE CAÑO SIBAO Y EL CANTO DE UN PÁJARO

 

 

1

Es muy triste caer sin más al lado de la cerca

cuando no se es fruto de algún árbol.

 

 

2

Es muy triste sentir la lluvia

cuando cada gota es un puñal que te desangra.

 

 

3

Es muy triste cuando un cielo rojo

entre tu espalda y el suelo es tu último lecho.

 

 

4

Es muy fácil ser desierto cuando se está boca arriba

viendo nubes y solo una mosca sobre el rostro te acompaña.

 

 

5

Alguna esperanza hay cuando nunca se llegó al destino

pero quedaron huellas que echarán raíces

y serán el canto de algún ave sobre un árbol.

 

 

 

 

 

AQUELARRE EN MACAYEPO

 

Hoy cayeron piedras del cielo.

Cayeron tantas veces que nuestros cuerpos tomaron forma de cantera:

A su choque con el suelo daban gritos de agonía.

Cayeron como truenos cortando hasta el aire en nuestras bocas.

Hoy cayeron piedras del cielo y las ramas deshojadas de los árboles cobraron vida.

A cada paso de su danza vespertina nos quebraban los brazos, las piernas, la voz

y el cuerpo en la montaña ya no era nuestro.

Los montes se alzaron imponentes para ser testigos de la fiesta de los hombres:

Ramas estacadas en los vientres, filos que salían de las venas, piedras en los ojos,

llantos sin destino… Todo en la vitrina de la muerte, todo en el lienzo de la tierra

/ya salada, ya de cal.

 

Hoy cayeron piedras del cielo.

De su paso por aquí solo queda el rastro de unas sombras y los campos removidos

y las huellas de los niños y esta mano de algún anciano que partió sin ella.

 

 

 

 

“Yo no hablo de venganzas ni perdones,

el olvido es la única venganza y el único perdón.”

Jorge Luis Borges

 

 

ELLOS eligieron ser la grieta del violín,

la pluma que cae de un gorrión en pleno vuelo,

la sombra que vino de ninguna parte y a ninguna parte fue.

Cayeron aquellas moscas que se posaban sobre los cuerpos

creyendo que construían un imperio para siempre.

Yo elegí ser el verso que se pasea con la brisa,

ese que no dice sus nombres,

ese que no los entierra porque nunca supo de ellos

y hace polvo cada uno de sus pasos con un poema;

Yo elegí ser ese:

El que no describe ni siquiera el más pequeño de sus dedos,

el que con estas líneas los olvida.

 

A la memoria del poeta Julio Daniel Chaparro

 

 

 

 

 

 

Cuando vislumbramos la muerte

ya somos la palabra muerte”

                     Hernán Vargascarreño

 

 

UNA NIÑA DE RAMALLAH

 

Estuvo con nosotros hasta que cayó el velo de la noche, hasta que sus pasos cesaron como lluvia inofensiva.

Poco supimos de ella: Que se detenía en las tardes a ver pasar el Sol y que corría tras las mariposas, casi volaba con ellas.

Algunos oyeron su grito, pero estaban muy ocupados levantando cercos, según ellos, para que no entraran los cerdos a sus casas.

Florecieron los jardines, los pájaros surcaron el cielo, las hojas cayeron secas sobre el prado. Aún nadie nos escucha y tal vez nadie lo haga en lo que resta de cosechas, pero queda la lluvia que seguirá humedeciendo esa huella en el camino; quedan las mariposas que recorrerán la misma ruta de la tarde y quedan los malditos cercos que nuca serán mayores que estos montes que darán testimonio de nosotros y los peñascos que gritarán siempre los nombres de los nuestros, los de aquellos que ahora son árbol de memoria.

 

 

 

 

SOLILOQUIO EN PALESTINA

 

Lo único que a veces salva al hombre del olvido es el llanto que lo colma. Lo único que a veces nos salva a los habitantes de este espejismos del desierto es una bala que de nuevo se nos siembra entre los ojos.

A veces creo que en este corto suspiro que es la vida, el acto principal de algunos de nosotros (tal vez los menos protagónicos, los menos primordiales, los menos hombres) es habitar en el silencio, hacernos uno con la sombra, estar donde nadie está, ver donde nadie ve, gritar donde nadie escucha, no estar.

Esa es nuestra encomienda: susurrar el nombre de nuestros muertos mientras caminamos sin que eso signifique que nuestro próximo puerto será otro Sol, sin que eso signifique que nuestro próximo puerto será otro paso.

 

 

 

 

 

 

 

Voy hacia la luz que me trasciende,

hacia la palabra trascendida sin buscarte

y allí estas oculto en tu agua”

                                                           Juan Pablo Roa

 

 

ES EXTRAÑO VER tanta sonrisa, tanta mano atada, tanta sombra junta, tanta flor comprometida en las manos de aquellos que caminan por la calle y tú, sin más, sentirte libre. Pero es más extraño llegar a casa, echarte agua en la cara, levantar el rostro y darte cuenta de la aridez que te rodea y que ni siquiera tu sombra te acompaña porque la dejaste atada a otra sombra que pasó desprevenida por el parque.

 

 

CAMINA, escribe, pregunta, no calles.

Sé río, sé árbol, sé lluvia, sé canto…

Encuentra una salida.

Mira hacia otro lado, corre en otra dirección y no cierres las ventanas.

Deja de pensar que volar por un segundo o colgarte de las nubes por un instante

son las únicas formas de abrirte paso entre la niebla.

 

 

SOLO PIDO UNA COSA antes de desafiar al viento, antes de dejar mi postura de tierra húmeda forjada, antes de hallarle la razón al padre que decía que el buen hijo vuelve casa y antes de constatar que al final todos somos buenos, sólo una cosa pido: Que se quemen mis fotos y mi pelo sin clemencia; que se borre la figura dejada por mis pasos en la gruta y en la niebla; que se rompan y se filtren en agua las líneas ajadas de mis manos; que se hagan barquitos de papel con las hojas que un día recogieron mi lamento; que se arrojen a un río turbulento mis versos hasta que se deshagan con las rocas y nadie los recuerde. Que no se repita mi nombre hasta que se vuelva rumor, susurro, obsidiana, alquimia, ola, nada.

Hasta que mi voz no sea el canto de un gorrión moribundo y mi sombra no nazca en un árbol en invierno: nadie repita mi nombre.

Sólo pido una cosa antes de sembrar mi pecho, mi humanidad toda en un puerto calcinado: Que se borre el vestigio de mis horas y nadie me mencione, a mí, el traicionero de mi madre, que me arrojó a este mundo contra todas las voluntades.

Así, sólo así, despojándome en el camino donde se sientan las hojas secas habré vencido a la parca.

 

 

 

 

 

 

LO QUE ME SALVA ES LA NOCHE LENTA DONDE NACE EL VERSO

 

Aquí estoy de nuevo, aferrado a este árbol que nace entre raíces de cal; a este que detenta en cada hoja la pupila de mis ojos; a este que da nacimiento a mi canto entre vientos de la noche. Aquí estoy, con el rostro en las rodillas, pensando en otra ruta, buscando otra salida.

Aún deseo escribir: Observo la figura de los astros con un hilo de preguntas en cada pestaña; trato de esculpir la inmensidad del universo con algunas líneas; dibujo el mensaje de las nubes con unos pocos versos. A penas, si puedo, me pongo de pie y saludo desde este tronco a una migración de aves, pero no puedo mentirme, no puedo engañarme –me digo ahora que amanece–:

Alguien que da vida a un árbol, que acaricia cada uno de sus frutos y encuentra refugio al abrigo de su sombra, no puede colgarse de sus ramas.

 

 

 

 

 

 

POEMAS INÉDITOS

 

 

EL REFLEJO DE IAN CURTIS

 

Vino de la eterna noche de Mánchester.

Un día, caminando por la calle,

se encontró con que el mundo cabía

en un charco al lado de la acera

y que su alma excedía los bordes de su sombra.

Tomó una piedra, la arrojó al charco

y se quedó quieto observando

el efecto del agua en su cabeza.

Retrocedió dos pasos hasta que su sombra

se encontró con el dominio de la noche.

El eco de la piedra contra el charco

aún retumba en mis oídos.

El agua no ha dejado de moverse.

 

 

 

 

 

 

 

DYLAN THOMAS EN LA OTRA MESA

 

 

Esconde el hombre en su labios muchos nombres.

Se pierde en la niebla, la anda, se esfuma, pero siempre vuelve.

Caben en sus brazos todas las sombras, incluso las de ayer.

Conocen sus manos el resguardo intangible de la Luna.

Señala de memoria cada gota que se oculta en el rocío.

No se inmuta cuando escucha atento el secreto de la lluvia,

hasta que sonríe y con los brazos abiertos la recibe.

Esconde el hombre en su sombra muchos nombres.

En la noche atiende un canto de borrachos en la calle,

lo pinta con un baile de dedos plegados en la mesa

y siete copas de algún elixir le salen al encuentro. Ríe.

Se pierde en la niebla, la anda, se esfuma, pero siempre vuelve.

La hoja entre el suelo y la planta de sus pies es la música.

De todos los mundos posibles, optó por sus mismos labios.

De todos los mundos visibles, escogió su propia ausencia.

Caben en sus brazos todas las sombras, incluso las de ayer

y su puerta más oscura es la que más luz le proporciona.

Escogió el poeta el silencio a manera de profundo grito.

 

 

SERÁ CUANDO ME VAYA que nadie más cerrará las ventanas.

El aire de la casa se hará más frío.

El paisaje gris de la ciudad entrará por debajo de la puerta.

El teléfono sonará todos los días hasta que algo falte.

Las luminarias apagadas no se encenderán de nuevo.

El café se hará piedra en la despensa.

Ya no tendrán lugar los tediosos crepúsculos en mis ojos.

La Luna no se reflejará nunca más en estas manos y mis mejillas carecerán del brillo que ofrece /el alba.

El cielo seguirá con su color azul y a veces blanco.

Las calles contarán las mismas gotas, los mismos pasos, las mismas hojas secas

y uno que otro perro canequero dejará sus huellas en la cara de la noche.

Dejaré mi cama limpia y con las cobijas dobladas –como siempre, por si acaso– pero jamás /volverán a desdoblarse.

Los libros que leía con mis estudiantes se quedarán allí, con el polvo que será su cuerpo.

Mi armónica ya no sabrá de labios, ni de notas, ni del viento y mi gato pasará a ser de mis /hermanos hasta que él también se vaya.

Todo será cuando yo no esté, cuando mis huesos sean un riego de jardines al abrigo de algún /árbol caribeño. Pero ahora, en este preciso instante,

me verás volar en la ciudad de la furia,

me verás caer como flecha salvaje.

Ahora, en este preciso momento,

me verás dormir al amanecer

entre tus piernas,

entre tus piernas.

 

ANALOGÍA DE LOS POETAS Y LOS DÍAS

Somos los dueños de la noche y de la aurora que la nace a sus vestidos.

Somos los dueños de todo lo vivido y de las carnes que han transitado nuestros cuerpos.

Una vez nos salieron alas y fuimos también los dueños del viento

y domamos a los tigres de Etiopía y formamos toda la arena del desierto

y cada dedo nuestro era la voz de algún poeta, hasta que abrimos los ojos,

entonces fuimos de nuevo hombres.

Nosotros dimos forma al vino, le pusimos senos, labios, alma

y soplamos fuertemente con él hasta que se formaron las lluvias

que derrumbaron los montes de los Andes

y aplaudimos con tal fuerza que creamos los truenos

que mucha gente vio con asombro por las ventanas. Abrimos los ojos,

entonces fuimos de nuevo hombres:

Se nos cayó la mirada pero nunca dejamos de andar;

se nos llenaron de llagas las rodillas pero nunca dejamos de andar.

De repente, se nos apareció la muerte: nosotros murmuramos,

reímos y gritamos a toda voz Y la muerte no tendrá dominio,

mientras levantábamos el rostro al cielo. Nuestra voz fue su puñal.

Se escaparon las nubes por la herida que le hicimos al firmamento

y se llevaron consigo la sombra que nos acechaba.

Eso nos pasó muchas veces y muchas veces también quedamos heridos,

tirados en la calle sin entender la grandeza de nuestra propia lluvia

pero nos levantamos y nunca dejamos de andar.

Somos los dueños de la noche y estamos muertos.

Para ser los dueños de esta inmensidad hay que estarlo.

Se debe morir todos los días con cada verso, se debe ser ceniza (eco, sombra, viento)

para ser los amos de la Luna, para ser la noche misma.

A Epifanio Andrés Tocarruncho

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

Omar Garzón Pinto (Bogotá). Sus poemas han sido publicados en revistas especializadas de Chile, Colombia, Cuba, España, México y Venezuela. Ha presentado su obra en festivales culturales, literarios y académicos de su país. Entre los años 2011 y 2012 se desempeñó como tallerista literario de la Fundación Andrés Barbosa Vivas y también ha trabajado como profesor de Geografía en la capital colombiana. Hace parte del consejo editorial de la naciente revista La Cosa Literaria. Autor de los libros Faro desnudo, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2011), y Flores para un ocaso, del mismo colectivo editorial (Bogotá, 2013). Dirige el blog farodesnudo.blogspor.com

 

 

 

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