En una nueva entrega de su columna, Il Calcio, el poeta Álvaro Solís reflexiona en torno al mayor jugador de la historia del futbol centroamericano y, desde luego, salvadoreño: el Mágico González.
El Mágico González
Me gusta el fútbol, es un deporte que me ha dado muchísima alegría. La primera vez que tomé conciencia de esa felicidad fue en el mundial de España, en el 82 del siglo pasado. Desde entonces, cada vez que miro una cancha de juego, ya sea de pasto natural o sintético, de tierra o de cemento, me siento dispuesto a la alegría.
Cuando se efectuó el mundial de España 82, yo tenía 8 años. Es el primer mundial que recuerdo. Lo vi con mi hermano Carlos. Todas las mañanas íbamos comprar unos tacos de estofado y unos refrescos para ver las transmisiones que, por las diferencias horarias con España, eran muy temprano. Por aquellos días las mañanas no eran tan calurosas en Tabasco. Recuerdo pocos detalles de la mayoría de aquellos partidos, pero sí recuerdo con claridad la atmósfera del fútbol, la fuerte incertidumbre, casi angustia, al comienzo de los partidos y esa conexión que, como espectador, se siente con los que están en la cancha, no importa si se mira el partido desde las gradas del estadio o si se ve el partido por televisión, a miles de leguas de donde se lleva a cabo el juego que se mira. Esa sensación de angustiosa incertidumbre que, como espectador, se siente al inicio de los partidos, es my similar a la que se siente cuando es uno el jugador de cancha, sin importar si se juega una en una pequeña liga local, o en uno de los clubes más famosos. Ese vínculo emocional entre el jugador y el espectador es uno de los motivos por los que el fútbol se ha convertido en un deporte tan popular, lo cual se ha explotado mediáticamente, generando una industria que poco o nada tiene que ver con los fundamentos de ese deporte.
En 1982 yo militaba en un pequeño club de fútbol, entrenábamos dos veces por semana y jugábamos los sábados. Había un delantero talentoso que se llamaba Rodrigo, y un buen mediocampista de nombre Felipe. De ninguno de los dos supe más luego de abandonar ese club un año después. A veces, los partidos de esa pequeña liga eran programados a medio día, a pleno sol. La cancha era de tierra mezclada con arena y los zapatos ardían como una freidora de pescado. Otras veces jugábamos con lluvia y aquella arena ardiente se convertía en arena movediza. En varias ocasiones se quedaban los zapatos enterrados en el lodo y había que meter las manos hasta las muñecas, en aquella materia viscosa para encontrarlos. Más de una vez, algún jugador tuvo que irse a su casa descalzo por no poder encontrar el taco.
Del mundial recuerdo particularmente tres partidos del grupo C de un equipo de no ganó ni un sólo punto, que tampoco anotó un sólo gol. Era un equipo que había ganado tres puntos a México en las eliminatorias para el mundial y que tenía entre sus filas a uno de los genios que me ha tocado ver jugar (por televisión); Jorge Antonio González Barillas, a quién apodan El Mágico (en España) o El Mago (en El Salvador), también lo apeaban El Loco o El Cuchara. Fue él quien generó una jugada, precisamente contra México, que terminó en gol y que le quitaría a nuestro país la obtención de tres puntos que, a la postre, provocaría la eliminación de México para el mundial de España. Aquel partido se jugó en Tegucigalpa, Honduras. El gol se generó a partir de una jugada en la que El Mago recuperó un balón atrás de media cancha, por la banda derecha, para luego cruzar el círculo central, hacia la banda izquierda, llevándose a dos o tres rivales en su camino. Posteriormente, con un cambio de velocidad, El Mago logró entrar al área y disparar raso y cruzado al ángulo inferior izquierdo del marco mexicano, el cual logró atajar el olvidable Prudencio Cortés, pero que luego remató Ever Hernández, a pesar del esfuerzo del Pareja López para atajarlo.
El Salvador fue al mundial y gracias a ello, El Mago logró ir a jugar a Cádiz, equipo donde aún hoy sigue siendo un ídolo. Llegó a ese equipo a pesar del interés de otros clubes de mayorrar alcurnia futbolística, como el PSG o el propio Atlético de Madrid. Cádiz era un equipo que todavía estaba todavía en la segunda división española, y luego de un año, a partir de la llegada de El Mago, logró ascender al primer circuito.
En la ciudad de Cádiz, con ese club, con esa ciudad y con esa afición, Mágico González vivió un romance sin fin. Innumerables jugadas provocaban que el público alzara y agitara los pañuelos blancos, como si se tratara de una corrida de toros. Así era el espectáculo de cada quince días. Naturalmente, después hubo interés de otros clubes europeos, como el Atalanta. Ante tal interés, el equipo de Cádiz organizó un entrenamiento para mostrar al jugador a los visores del Atalanta, pero el Mágico asegura haber jugado mal la propósito para que no lo ficharan, se sentía muy bien en la ciudad. Posteriormente el fútbol club Barcelona se fijó en él y a petición explícita de Maradona, Mágico acompañó al equipo por una gira por Estados Unidos. Por un hecho fortuito, el jugador no se quedó en el Club, pues al activarse las alarmas de incendio en el hotel donde se hospedaba el equipo, hubo un jugador que no hizo caso de los protocolos en para las situaciones de emergencia y decidió no salir de su habitación. Ese jugador fue Mágico, quien posteriormente fue sorprendido en pleno fornicio con, al parecer, dos mujeres.
Al final, por cuestiones de indisciplina, después de nueve años en el equipo de Cádiz (se presentaba sin haber dormido la noche anterior a los entrenamientos e incluso en alguna ocasión no se presentó a entrenar durante dieciocho días), el equipo lo dejó ir, y Mágico regresa a su país y allá siguió jugando profesionalmente hasta los 42 años.
Muchos son los elogios que se pueden escuchar de parte de varios de sus ex compañeros, el propio Maradona lo considera como uno de los diez mejores jugadores con quién le tocó jugar.
Rodeado de anécdotas, algunas de ellas son memorables: como la de que se paseaba durante la madrugada en su descapotable en la ciudad de Cádiz, junto a un amigo suyo que era enano y a quién llevaba parado en el asiento del pasajero; o esa otra anécdota, la de que uno de sus mejores goles, no recuerdo sí el que le hace al Barcelona o al Racing de Santander, lo inicia fortuitamente, ya que se encontraba en ese lado de la cancha buscando una pluma, que era su amuleto y llevaba siempre bajo una media, cuando de repente le cae el balón y empieza esquivar rivales hasta meter un gol antología; o la anécdota de que alguna vez, ante el reto de un Onésimo Sánchez, compañero de equipo, logró meter diez goles olímpicos en diez intentos; o aquella anécdota, la de que en un partido en su país de origen, Ramón Fagoaga, defensa central del equipo contrario, le gritó que no le hiciera esa jugada (la culebra macheteada, la misma que años después haría famosa Ronaldinho), “hijo de puta, no me la hagas porque te parto la pierna”, entonces se cuenta que Mágico tomó la pelota con las manos, se la entregó al defensa, mientras le dijo “esto no es una guerra, negro, esto es fútbol”.
Muchos afirman que a Mágico le faltó ambición, voluntad, visión para asegurarse un futuro económico, que pudo haber sido un Messi, un Maradona, un Pelé. A pesar de ello, bastaba verlo unos minutos en la cancha para darse cuenta de que nunca dejó de ser un jugador diferente, un genio con una técnica depurada en ambas piernas, disparo potente y colocación con el mismo, cambios de velocidad, regate, no le faltaba nada. Entregó los mejores años de su carrera futbolística en un pequeño club de España y dio tardes memorables a una ciudad y a una afición que, en correspondencia, le sigue considerando su máxima figura. Lo que un jugador con un talento como el de él debe tener como compromiso es vaciar ese talento en una cancha, no importa si se está jugando en una pequeña y desconocida liga de barrio o en el Santiago Bernabéu, en eso no falló José Antonio González Barillas, alias El Mago, El Mágico, El Loco, La Culebra, en eso no le falló a su afición que le sigue recordando con cariño y a la que yo me sumé en aquella ocasión en la gracias a su talento, dejó merecidamente fuera a México del mundial de España.
Parece que Mágico sigue jugando al fútbol todavía en un club llamada Panzas y jorobas F.C. Como cuando se llevó a cabo el Mundial el 82, yo también sigo jugando, mi equipo se llama Botas negras F.C. Larga vida a estos dos clubes, y larga vida al fútbol.