Sobre Trevas, Canción del navegante de sí mismo, de Mijail Lamas

Presentamos un breve y lúcido comentario del músico y poeta Luis David Palacios (Los Mochis, 1983), sobre las motivaciones e influencias que originan Trevas. Canción de navegante de sí mismo,  libro de Mijail Lamas, editado en 2013 por Andraval Ediciones.

trevas

Nosotros conocemos los álamos. El ritmo de su copa puede verse desde muy lejos, su altura sorprende igual que la rapidez inusitada con la que crecen y florean a finales del invierno; su sombra, esa larga espalda tragada casi siempre por el agua –porque crecen, si usted no lo sabe, a orillas de los ríos– se mezcla con el amarillo de las hojas cuando están a punto de caer.  A nosotros nos basta ver las raíces saliendo de la tierra para saber que no deben estar cerca de las casas. Usted conoce los poemas son esas cosas blandas y verdes que se regeneran con las estaciones. En los álamos son casi siempre anchas, con los bordes tupidamente dentados y de una piel aterciopelada. Fernando Pessoa era un árbol que era muchos árboles.

Hace cien años cayeron del brazo de Pessoa dos hojas maravillosas y muy verdes: El guardador de rebaños y Lluvia oblicua. El maestro Alberto Caeiro firmó con agua el primer poema el 8 de marzo de 1914, un año antes de morir, pero él seguiría dando luz hasta 1919 cuando terminó sus últimos poemas. Lluvia oblicua, el otro poema, fue firmado por Fernando Pessoa y atribuido, siete meses después, a Álvaro de Campos.

 Ahora imagine un río violentamente amplio junto al cual podría desarrollarse la perfecta maquinaria de una manada de álamos. El fondo de su cauce se confundiría con el mar si no supiera a bosque. ¿De qué río bebió Caeiro para dar hojas aún después de morir? ¿Qué aguas navegó Álvaro de Campos para encumbrar el ritmo violento de la modernidad? Cesário Verde era ese río.

Él penetró en la naturaleza, la ciudad, la condición humana con una reavivada percepción. La búsqueda de la correspondencia exacta entre palabra y experiencia sensorial lo llevan hacia la despersonalización –antecedente inmediato de la fractura heteronímica de Pessoa–; lo trasladan hacia nuevas dimensiones métricas, nuevos páramos estróficos, otras realidades semánticas. Sus agudos sentidos enfatizaban la polaridad del universo: el campo (universo de Caeiro) se enfrenta a la ciudad (panegírico de Álvaro de Campos); la mujer trágica citadina lucha contra la mujer campestre, mucho más dulce; la decadencia de la enfermedad contrasta con el verano de la vida.

Todos conocemos los barcos y ese blando camino por donde el mundo se hace más pequeño.  Hoy todas estas islas reunidas se verán en el espejo que dejan los barcos cuando atraviesan el agua. Aquí, en el muelle de esta tarde, está presente la verticalidad de una vela que se remonta al tiempo de cuando los hombres morían con un amarillo incurable anidado en los pulmones.

Se sabe de algunos navíos que no van a ninguna parte pero este, Trevas. Canción del navegante de sí mismo, es un puente. Su ritmo es el de la convalecencia, el de dos voces narrativas que estertorosamente saltan e interrogan a la muerte. La simultaneidad es un canto hecho de imágenes y sensaciones. El compás es un culto. Trevas es un binomio vital meciéndose, es un múltiple diálogo entre usted y yo y aquellos hombres y aquel río y aquellos álamos.

 Luis David Palacios

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